LOS LIBROS
DE LA BIBLIA QUE NO ESTAN EN ELLA
-PARTE II-
Por el P.
Ariel Álvarez Valdés*
* Sacerdote, Doctor en Teología Bíblica, Profesor de Teología en la Universidad Católica de Santiago del Estero (Argentina)
De vez en
cuando se oye hablar de los famosos “libros perdidos” de la Biblia. Son un
conjunto de escritos que, al parecer, existían antes de que ésta se compusiera,
y en los que se basaron los autores bíblicos para redactar sus obras.
Sabemos de la existencia de estos libros
porque la misma Biblia los menciona. Pero hoy lamentablemente han desaparecido,
y resulta imposible saber qué es lo que decían.¿Existieron estos “libros
perdidos”? Probablemente sí. El Antiguo Testamento menciona 19 de ellos, en un
total de 50 citas bíblicas.
Las Guerras
de Yahvé
El primero
de los mencionados, y más antiguo de todos, es el llamado Las Guerras de
Yahvé (Nm 21,14). Es el único que figura en el Pentateuco. Dice la Biblia
que cuando los israelitas marchaban por el desierto hacia la Tierra Prometida, mientras
recorrían el territorio al este del mar Muerto, cruzaron el río Arnón. Éste
señalaba el límite internacional del país de Moab, enemigo de Israel, de modo
que los hebreos atravesaban el vado preocupados y con miedo. Y añade el texto:
“Por eso se cuenta en el libro de Las Guerras de Yahvé: «El Protector (es
decir, Yahvé) se presentó en la tormenta. Sí, Él ha venido al valle del Arnón.
Él desfiló, él se puso al lado de la región de Ar, se instaló en la frontera de
Moab»”.
Al contar el
cruce del río, el autor bíblico se acordó de este antiguo poema y lo citó, para
enseñar cómo Dios está siempre al lado de su pueblo cuando éste debe enfrentar
situaciones de riesgo o de peligro.
El “libro” de Las Guerras de Yahvé sería,
pues, una antigua colección de poemas, sobre diversas batallas de los
israelitas contra sus enemigos, que proclamaban cómo Yahvé había luchado al
lado de ellos. También sería la fuente de otros poemas que aparecen en la
Biblia, como la Canción del Mar (en Ex 15,1-18), la Canción de Miriam (en Ex
15,21), la Canción de Moisés (en Dt 32) y la Canción de Débora (en Jue 5).
El Libro de
Yashar (o el Libro del Justo)
En las obras
que siguen al Pentateuco, conocidas como la Historia Deuteronomista (Josué,
Jueces, 1º y 2º Samuel, 1º y 2º Reyes), se citan otros cuatro libros perdidos.
El primero es El Libro de Yashar (o
Libro del Justo, porque yashar en hebreo significa “justo”). Se lo menciona
tres veces.
La primera, en el famoso relato de la batalla
de Gabaón, cuando el general Josué, luchando contra una coalición de cinco
ejércitos amorreos, logró detener el sol en medio del cielo con la ayuda
divina, y así pudo derrotar a sus enemigos a plena luz del día. Dice la Biblia:
“Y esto está esto escrito en el Libro de Yashar” (Jos 10,12-13).
La segunda mención, es el conmovedor lamento
de David sobre la muerte del rey Saúl y su hijo Jonatán (en 2 Sm 1,19-27).
Según la Biblia, el joven David era íntimo amigo de Jonatán, y su muerte,
ocurrida durante la batalla de Gelboé, lo llevó a componer un largo y emotivo
poema, que el autor bíblico dice haberlo tomado del Libro de Yashar.
La tercera y última cita, en realidad no
aparece en la Biblia hebrea sino en su antigua traducción griega, llamada la
versión de La Setenta. Se trata de un poema atribuido al rey Salomón. Cuando
este monarca inauguró el Templo de Jerusalén, pronunció una breve oración: “Tú,
Yahve, has dicho que vives en la oscuridad; pero yo te he construido un Templo
para que vivas, un lugar donde habites para siempre” (1 Re 8,12-13). La Setenta
asegura que este poema está tomado del Libro de Yashar.
Vemos, pues, que el Libro de Yashar, a
diferencia de Las Guerras de Yahvé, no se relacionaba con batallas israelitas
sino con personajes de su historia. De hecho, los tres poemas antes citados
hacen alusión a tres grandes héroes (Josué, David y Salomón). Por eso se
llamaba el Libro de Yashar (o del Justo): porque contenía poemas vinculados a
personajes considerados justos o virtuosos en Israel.
El libro de
Los Hechos de Salomón
El segundo
libro perdido que aparece en la Historia Deuteronomista es el de Los Hechos
de Salomón. Después de relatar los acontecimientos más importantes que
tuvieron lugar durante su reinado, el autor bíblico termina diciendo: “El resto
de los hechos de Salomón, todo lo que hizo y su sabiduría, ¿no está escrito en
el libro de Los Hechos de Salomón?” (1 Re 11,41). El historiador bíblico da a
entender que se trata de un libro que guardaba los registros oficiales del rey,
y que se hallaba en los archivos del palacio de Jerusalén. Supuestamente en
ella se basó para componer su relato sobre Salomón, que aparece en 1 Re 3-11.
El libro de Las
Crónicas de los Reyes de Israel
El tercer libro mencionado es el de Las
Crónicas de los Reyes de Israel. Es el texto perdido más nombrado de todos.
La Biblia lo cita 18 veces. La primera vez que aparece es al final de la vida
del rey Jeroboam. Al contar su muerte y sepultura, dice el autor sagrado: “El
resto de los hechos de Jeroboam, cómo guerreó y cómo reinó, están escritos en
el libro de Las Crónicas de los Reyes de Israel” (1 Re 14,19). Y a partir de
aquí, lo mencionará 17 veces más cada vez que termine de contar la historia de
un rey de Israel, empleando la misma fórmula. O sea que esas Crónicas fueron la
fuente que él empleó para escribir la historia de la monarquía del norte.
El libro de
Las Crónicas de los Reyes de Judá
El cuarto y último libro perdido, que aparece
en esta colección histórica, es el de Las Crónicas de los Reyes de Judá.
Figura mencionado 15 veces. La primera es al final de la vida del rey Roboam:
“El resto de los hechos de Roboam, todo cuanto hizo, ¿no está escrito en el
libro de Las Crónicas de los Reyes de Judá?” (1 Re 14,29). Y a partir de aquí,
el autor la usará cada vez que termine la historia de algún monarca del reino
del sur.
También se
mencionan libros perdidos en la llamada Historia Cronista (formada por las
Crónicas, Esdras y Nehemías).
Para componer esta Historia Cronista, los
autores tuvieron que recurrir a numerosos textos escritos anteriormente, que
les sirvieron de fuente. Algunos de ellos los conocemos, porque terminaron
dentro de la Biblia, como el Libro de los Reyes (2 Cro 20,34), o el Libro de
Isaías (2 Cro 32,32). Pero hay otros que se han perdido. Estos escritos
desaparecidos, mencionados en la Historia Cronista, son 12:
1) Los Hechos del vidente Samuel (1 Cro
29,29). De aquí se tomaron los datos para escribir la historia del rey David;
2) Los Hechos del profeta Natán (1 Cro
29,29; 2 Cro 9,29). Proporcionó nueva información sobre el rey David, y también
sobre su hijo Salomón, el rey más sabio de Israel;
3) Los Hechos del vidente Gad (1 Cro
29,29). Sirvió como tercera fuente para escribir los detalles sobre el rey
David;
4) Las Profecías de Ajías de Silo (2
Cro 9,29). Contenía más noticias y referencias acerca del rey Salomón;
5) Las Visiones del vidente Idó (2 Cro
9,29; 2 Cro 12,15). Aportó nuevos detalles de la vida de Salomón, y también de
los reyes Jeroboam (de Samaria) y Roboam (de Jerusalén).
6) Los
Hechos del profeta Shemaías (2 Cro 12,15). De él, los autores bíblicos sacaron
información para completar la historia del rey Roboam;
7) Comentario del profeta Idó (2 Cro
13,22). Incluía datos y referencias al rey Abías, famoso por sus dotes de
orador, y por haber tenido 14 esposas y 38 hijos;
8) Comentario del libro de los Reyes (2
Cro 24,27). Aunque tiene el mismo nombre, no es nuestro actual “Libro de los
Reyes”, sino un Comentario sobre él, que circulaba. En este libro, el autor
habría encontrado información sobre el rey Joás, quien subió al trono a los 7
años, gracias a una revuelta de los sacerdotes de Jerusalén;
9) La Historia de Ozías, escrita por Isaías
(2 Cro 26,22). Era una crónica, atribuida a Isaías, sobre la vida del rey
leproso Ozías, a quien tuvieron que llevarlo a vivir en una casa aislada, fuera
del palacio real, para que no contagiara al resto de la corte;
10) Los Hechos de Jozay (2 Cro 33,19).
Jozay es un profeta desconocido, nunca mencionado en la Biblia, y a quien se le
atribuía una pequeña obrita que contaba episodios del malvado rey Manasés de
Jerusalén, quien durante su gobierno introdujo en Judá el culto a los astros,
fomentó el horóscopo, construyó altares paganos, y hasta mandó a matar a su
hijo para honrar al dios extranjero Molok;
11) Las Lamentaciones (2 Cro 35,25). No
es el actual libro de “Las Lamentaciones”. Aquél otro contenía una serie de
elegías compuestas por diversas circunstancias luctuosas, entre ellas, por la
muerte de Josías, uno de los reyes más venerados de Jerusalén.
12) El Libro de las Crónicas (Neh
12,23). No se trata de nuestro actual libro de las Crónicas. Más bien era una
lista de nombres, y no una obra narrativa, porque la Biblia se refiere a él
diciendo: “Los jefes de familia fueron anotados en el libro de las Crónicas”.
El libro de
Las Memorias de Nehemías
Finalmente,
en los libros de Los Macabeos se mencionan los dos últimos libros perdidos de
la Biblia.
El primero es Las Memorias de Nehemías
(2 Mac 2,13). Allí se contaba cómo, cuando los babilonios destruyeron el Templo
de Jerusalén, el profeta Jeremías logró salvar el arca de la Alianza y
esconderla en una cueva de las montañas de Transjordania. También contaba que
Nehemías había fundado en Jerusalén una biblioteca con textos importantes del
judaísmo.
El Libro de
Las Cartas de los Reyes sobre las Ofrendas
El segundo es Las Cartas de los Reyes sobre
las Ofrendas (2 Mac 2,13), una antigua colección de cartas de los reyes
persas a los judíos de Jerusalén, con directivas sobre cómo debían celebrar sus
prácticas religiosas en el Templo.
Resulta
difícil saber si eran “libros” en el sentido moderno de la palabra, o
simplemente colecciones orales, y transmitidas de generación en generación por
los mismos israelitas.
Pero aún cuando hubieran sido verdaderos
libros, el hecho de que la Biblia los mencione o cite parte de ellos, no
significa que automáticamente hayan estado inspirados por Dios, y que debían
formar parte de la Biblia.
Eso lo vemos, por ejemplo, en Las Cartas de
los Reyes sobre las Ofrendas. Éste contenía la correspondencia enviada a
Jerusalén por los reyes de Persia, cuando los israelitas dependían de ellos.
Era, pues, una obra de autores paganos, y mal puede decirse que constituía un
libro para incluir en la Biblia.
Lo mismo ocurre en el Nuevo Testamento. San
Pablo, en el discurso que pronunció en el areópago de Atenas (Hch 17,28), cita
el libro Fenómenos, del poeta griego Arato (del siglo III a.C.). También en su
carta a los Corintios (1 Cor 15,33) menciona la famosa comedia Tais, del
escritor ateniense Menandro (siglo IV a.C.). Y la carta a Tito (Tt 1,12) hace
referencia a los Oráculos, del poeta cretense Epiménides (siglo VI a.C.). Y eso
no significa que la filosofía estoica, o la comedia griega, o la poesía
cretense, deban ser incluidas en la Biblia.
Asimismo, si
san Lucas menciona que el gobernador Festo escribió una carta al emperador
romano acusando a san Pablo de criminal (Hch 25,26), no por eso hay que ir a
buscar esa carta para incluirla entre las epístolas del Nuevo Testamento.
Cuando la Biblia cita un libro antiguo, no es
para canonizarlo, ni porque reconozca en él una inspiración divina, sino
simplemente para referir una idea que en él había, nada más. Otras veces lo
hace para contarnos de dónde tomó el autor el material de su obra. Así, quien
compuso el 2º Libro de Los Macabeos nos cuenta que hizo un resumen de una obra
mucho más amplia, en cinco volúmenes, escrita por Jasón de Cirene (2 Mac 2,23).
Los cinco libros de Jasón se perdieron, pero su resumen ha quedado en la Biblia,
y ese resumen se considera inspirado.
Si los autores bíblicos hubiesen pensado que
los libros que mencionaban, así como estaban, eran sagrados, se habrían ocupado
en conservarlos completos. Pero el hecho de que tomaran sólo algunas frases o
párrafos de ellos, muestra que únicamente consideraron importantes esas
secciones, y no todo el libro. Pero una vez que esas frases o párrafos pasaron
a la Biblia, ya se consideran inspirados por Dios, porque pasaron a formar
parte de un nuevo contexto que sí está inspirado.
Quien
estableció qué libros del Antiguo Testamento pertenecen a la Biblia es la
Iglesia, inspirada por el Espíritu Santo. Y para tomar tal decisión, la Iglesia
se basó en ciertos criterios, como ser: a) el empleo de esos libros por la
comunidad hebrea; b) el uso posterior de esos libros por los apóstoles y los
primeros cristianos; c) el empleo de esos libros en la Iglesia primitiva.
Ahora bien, si analizamos estos criterios,
veremos que ninguno se aplica a los 19 libros “perdidos”. Porque: a) éstos
desaparecieron pronto, y la comunidad hebrea antigua no los consideró parte de
sus escrituras sagradas; b) en la época de Jesús ya no existían, y por lo tanto
los apóstoles no parecen haberlos conocido, ni haberlos usado; c) la Iglesia
primitiva posterior tampoco alcanzó a leerlos ni los empleó como expresión de
su fe.
En consecuencia, ninguno de los 19 libros
perdidos ha sido nunca un libro “bíblico”. Y el hecho de que se hayan perdido,
no significa que dejaron incompleta a la Biblia.
La Biblia,
así como la tenemos hoy, está completa. No solamente contiene todos los libros
sagrados heredados del pueblo de Israel, sino que también incluye en su segunda
parte la Buena Noticia de Jesucristo, el Hijo de Dios.