"No hay decisiones buenas y malas, solo hay decisiones y somos esclavos de ellas." (Ntros.Ant.)

domingo, 4 de noviembre de 2012

MITOS HEBREOS -JUDA Y TAMAR-


MITOS HEBREOS
JUDÁ Y TAMAR

POR ROBERT GRAVES y RAPHAEL PATAI



Judá se separó de sus once hermanos y se dirigió hacia el sur para residir con el adulamita Jira. Allí conoció y se casó con la cananea Sué, que le dio tres hijos en la ciudad de Quizib: Er, Onán y Sela. Tomó Judá para Er, su primogénito, una mujer, también cananea, llamada Tamar, pero Er fue malo a los ojos de Yahvéh y Yahvéh lo mató. Entonces dijo Judá a Onán: "Entra a la mujer de tu hermano y tómala, como cuñado que eres, para suscitar prole a tu hermano"- Pero Onán, sabiendo que la prole no sería suya, cuando se acostaba con la mujer de su hermano se derramaba en tierra para no darle prole, pecado que Dios castigó con la muerte de Onán. Entonces Judá le dijo a Tamar: "Quédate como viuda en casa de tu padre hasta que sea grande mi hijo Sela". Pero temiendo que Sela pudiera morir de pronto, como sus hermanos, Judá aplazó la boda un año tras otro.
Cuando murió la hija de Sué, Judá, para ahogar su pena, fue con su amigo Jira, el adulamita, al esquileo de su ganado en Tamna. Y Tamar, que ya se daba cuenta de que la habían engañado, y enterada del viaje de Judá, se despojó de sus vestidos de viuda, se cubrió con un velo y se sentó a la entrada de Enaím.
Judá, al verla, la tomó por una meretriz, pues tenía tapada la cara, y le d i j o:
"Déjame entrar a t i " . Ella le respondió: "¿Qué vas a darme por entrar a mí?" y él contestó: "Te mandaré un cabrito del rebaño". Ella le dijo: "Si me das una prenda hasta que lo mandes. - . " "¿Qué prenda quieres que te dé?", le preguntó é l . Ella contestó: "Tu sello, el cordón de que cuelga y el báculo que llevas en la mano". Él se los dio y se acostó con ella.
Luego Tamar se levantó, se fue, se quitó el velo y volvió a vestirse sus ropas de viuda.
A pedido de Judá, su amigo Jira llevó a Enaím el cabrito prometido, pero no halló a Tamar. Preguntó a las gentes del lugar: "¿Dónde está la meretriz que se sienta en Enaím a la vera del camino?" Y ellos le respondieron: "No ha habido ahí nunca ninguna meretriz".
Tres meses después Judá se enteró de que Tamar había infringido claramente su contrato matrimonial, pues estaba encinta por algún hombre que no era Sela. Obedeciendo a la costumbre de esa época, la condenó a la hoguera.
Cuando se la llevaban mandó ella decir a su suegro: "Del hombre cuyas son estas cosas estoy yo encinta. Mira a ver de quién son ese anillo, ese cordón y ese báculo".
Judá reconoció sus prendas y d i j o : "Mejor que yo es ella, pues no se la he dado a Sela, mi hijo". En consecuencia, no la castigó, y Tamar quedó en libertad, pero Judá no volvió a tocarla ni ella se pudo casar con Sela.
Cuando llegó el tiempo del parto, Tamar tenía en el seno dos mellizos. Al darlos a luz sacó uno de ellos una mano y la partera la tomó y ató a ella un hilo rojo y dijo: "Este ha sido el primero en salir", pero él retiró la mano y salió su hermano.
"¡Vaya rotura que has hecho!", exclamó ella y le llamó Fares.
Luego salió su hermano, que tenía el hilo atado a la mano, y le llamó Zaraj.
Como todas las madres nobles de Israel, Tamar poseía el don de la profecía. Preveía que el Mesías descendería de ella, y fue esta presciencia la que la impulsó a obedecer la antigua ley amorrea según la cual toda muchacha, antes de casarse, debe pasar siete días fuera de las puertas de la ciudad vendiéndose a los forasteros.
Algunos dicen que Judá, a causa de su virtud, se abstuvo de tomar a Tamar al principio y siguió adelante. Pero rogó a Dios, por orden de quien el Ángel del Deseo Carnal descendió y dijo a Judá: "¡Vuélvete, Judá! Si desprecias a esta mujer, ¿cómo nacerán los reyes y los salvadores de Israel?" Judá volvió y se acostó con Tamar, pero no sin asegurarse antes de que era soltera, huérfana, físicamente pura y servidora del Dios Vivo. Luego Tamar, más bien que decir a los mensajeros quién era el que le había dado las prendas, prefirió que hiciera la revelación el mismo Judá. Y algunos dicen que a causa de su prudencia en este asunto —pues una persona honrada se quemará antes que avergonzar públicamente a un pariente— Judá no sólo reconoció a los mellizos como suyos, sino que siguió consolando a Tamar en su viudez.

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