"No hay decisiones buenas y malas, solo hay decisiones y somos esclavos de ellas." (Ntros.Ant.)

martes, 28 de enero de 2014

ARISTOTELES (MORAL A NICOMACO) LIBRO VIII DE X -TEORIA DE LA AMISTAD-

Aristóteles
Moral a Nicómaco

Libro VIII de X
Teoría de la amistad


Indice
Capítulo I. Caracteres generales de la amistad. 
Capítulo II. Del objeto de la amistad. 
Capítulo III. Especies de amistad. 
Capítulo IV. Comparación de las tres especies de amistad. 
Capítulo V. Distinción de la disposición moral y del acto mismo con relación a la amistad. 
Capítulo VI. La verdadera amistad no se extiende a más de una persona. 
Capítulo VII. De la amistad o afección respecto de los superiores. 
Capítulo VIII. En general se prefiere ser amado a amar. 
Capítulo IX. Relaciones de la justicia y de la amistad bajo todas sus formas. 
Capítulo X. Consideraciones generales sobre las diversas formas de gobiernos. 
Capítulo XI. Relación entre los sentimientos de amistad y de justicia bajo todas las formas de gobierno. 
Capítulo XII. De las afecciones de familia. 
Capítulo XIII. De las quejas y reclamaciones con relación a las distintas clases de amistad. 
Capítulo XIV. De los disentimientos en las relaciones en que uno de los dos es superior. 

capítulo I
Caracteres generales de la amistad

A todo lo que precede debe seguir una teoría de la amistad, porque ella es una especie de virtud, o por lo menos, va siempre escoltada por la virtud. Es además una de las necesidades más apremiantes de la vida; nadie aceptaría esta sin amigos, aun cuando poseyera todos los demás bienes. Cuanto más rico es uno y más poder y más autoridad ejerce, tanto más experimenta la necesidad de tener amigos en torno suyo. ¿De qué sirve toda esa prosperidad, si no puede unirse a ella la beneficencia que se ejerce sobre todo y del modo más laudable con las personas que se aman? Además, ¿cómo administrar y conservar tantos bienes sin amigos que os auxilien? Cuanto mayor es la fortuna tanto más expuesta se halla. Todo el mundo conviene en que los amigos son el único asilo adonde podemos refugiarnos en la miseria y en los reveses de todos géneros. Cuando somos jóvenes, reclamamos de la amistad que nos libre de cometer faltas dándonos consejos; cuando viejos, reclamarnos de ella los cuidados y auxilios necesarios para suplir nuestra actividad, puesto que la debilidad senil produce tanto desfallecimiento; en fin, cuando [212] estamos en toda nuestra fuerza, recurrimos a ella para realizar acciones brillantes: 
«Dos decididos compañeros, cuando marchan juntos, 
Son capaces de pensar y hacer muchas cosas{159}.» 
Añádase a esto, que por una ley de la naturaleza el amor es al parecer un sentimiento innato en el corazón del ser que engendra respecto del ser que ha engendrado; y este sentimiento existe no sólo entre los hombres, sino también en los pájaros y en la mayor parte de los animales que se aman mutuamente, cuando son de la misma especie; pero se manifiesta principalmente entre los hombres, y tributamos alabanzas a los que se llaman filántropos o amigos de los hombres. Todo el que haya hecho largos viajes ha podido ver por todas partes cuán simpático y cuán amigo es el hombre del hombre. podría hasta decirse que la amistad es el lazo de los Estados, y que los legisladores se ocupan de ella más que de la justicia. La concordia de los ciudadanos no carece de semejanza con la amistad; y la concordia es la que las leyes quieren establecer ante todo, así como ante todo quieren desterrar la discordia, que es la más fatal enemiga de la ciudad. Cuando los hombres se aman unos a otros{160}, no es necesaria la justicia. Pero, aunque sean justos, aun así tienen necesidad de la amistad; e indudablemente no hay nada más justo en el mundo que la justicia que se inspira en la benevolencia y en la afección. La amistad no sólo es necesaria, sino que además es bella y honrosa. Alabamos a los que aman a sus amigos, porque el cariño que se dispensa a los amigos nos parece uno de los más nobles sentimientos que nuestro corazón puede abrigar. Así hay muchos que creen, que se puede confundir el título de hombre virtuoso con el de amante. 
Muchas son las cuestiones que se han suscitado sobre la amistad. Unos han pretendido que consiste en cierta semejanza, y que los seres que se parecen son amigos, y de aquí han venido estos proverbios: «el semejante busca su semejante; el grajo busca a los grajos»; y tantos otros que tienen el mismo sentido. Otra opinión completamente opuesta es la que sostiene por lo [213] contrario, que los que se parecen son opuestos entre sí, a la manera de los alfareros que se detestan siempre mutuamente. también hay teorías que intentan dar a la amistad un origen más alto y más aproximado a los fenómenos naturales. Así, Eurípides{161} nos dice que «la tierra desecada ama la lluvia, y que el cielo brillante gusta, cuando está lleno de agua, de precipitarse sobre la tierra». Por su parte Heráclito pretende que «solamente lo rebelde, lo opuesto, es útil; que la más bella armonía no sale sino de los contrastes y de las diferencias; y que todo en el universo ha nacido de la discordia». también hay otros, entre los cuales puede citarse a Empedocles, que se colocan en un punto de vista completamente contrario, y que sostienen, como dijimos antes, que lo semejante busca a lo semejante. 
Dejemos aparte aquellas de estas diversas cuestiones que tienen carácter físico, porque son extrañas al objeto que aquí tratamos; y examinemos todas las que se refieren directamente al hombre, y que tienden a dar razón de su carácter moral y de sus pasiones. He aquí, por ejemplo, las cuestiones que podemos discutir: ¿puede existir la amistad entre todos los hombres sin excepción? ¿O acaso, cuando los hombres son viciosos son incapaces de practicar la amistad? ¿Hay una sola especie de amistad? ¿Pueden distinguirse muchas? A nuestro parecer, cuando se sostiene que no hay más que una sola, que varía simplemente en el más y en el menos, no se aduce en apoyo de tal afirmación una prueba bastante sólida, puesto que hasta las cosas que son de un género diferente son susceptibles también del más y del menos. Pero este es punto que ya hemos tratado anteriormente. 

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{159} Esto dice Diómedes hablando de sí mismo y de Ulises. Iliada, canto X, v. 224. 
{160} Admirable doctrina precursora del cristianismo y que Aristóteles toma de las enseñanzas de su maestro. Véase la Política, lib. II, capítulos I y VIII. 
{161} No se sabe a qué pieza de Eurípides pertenecen estos versos.

capítulo II
Del objeto de la amistad

Todas las cuestiones que acabamos de indicar quedarán bien pronto aclaradas, tan luego como sepamos cuál es el objeto propio de la amistad, el objeto digno de ser amado. Evidentemente no pueden ser amadas todas las cosas; sólo se [214] ama el objeto amable, es decir, el bien, o lo agradable, o lo útil. Pero como lo útil no es más que lo que proporciona un bien o un placer, resulta de aquí que lo bueno y lo agradable, en tanto que objetos últimos que se proponen al amor, pueden pasar por las dos únicas cosas a que se dirige el amor. Pero aquí se presenta una cuestión: ¿es el bien absoluto, el verdadero bien, el que aman los hombres? ¿O sólo aman lo que es bien para ellos? Estas dos cosas, en efecto, pueden no estar siempre de acuerdo. La misma cuestión tiene lugar respecto de lo agradable que del placer. Además, cada uno de nosotros parece amar lo que es bien para él; y podría decirse de una manera absoluta que, siendo el bien el objeto amable, el objeto que es amado, lo que cada cual ama es lo que es bueno para él. Añádase que el hombre no ama lo que es realmente bueno para él, sino lo que le parece ser bueno. Esto, sin embargo, no puede dar lugar a ninguna diferencia seria; y de buen grado diríamos que el objeto amable es el que nos parece ser bueno para nosotros. 
Hay, por consiguiente, tres causas que hacen que se ame. Pero jamás se aplicará el nombre de amistad al amor o al gusto que se tiene a veces por las cosas inanimadas; porque es demasiado claro que no puede haber de parte de ellas reciprocidad de afección, como tampoco se puede querer para ellas el bien. ¡Sería cosa singular, por ejemplo, querer el bien del vino que se bebe! Todo lo que puede decirse es, que se desea que el vino se conserve para poderlo beber cuando se quiera. Respecto al amigo sucede todo lo contrario; se dice que es preciso desear el bien únicamente para él; y se llaman benévolos los corazones que quieren de este modo el bien de otro, aunque la persona amada no les corresponda. La benevolencia, cuando es recíproca, debe ser considerada como si fuera amistad. ¿Pero no debe añadirse, que para ser verdaderamente la amistad, esta benevolencia no debe ser ignorada por aquellos con quienes se tiene? Así sucede muchas veces, que es uno benévolo con gentes que no ha visto jamás; pero se supone que son hombres de bien o que pueden sernos útiles; y entonces el sentimiento es poco más o menos el mismo que si uno de esos desconocidos hubiese manifestado ya la misma afección que vosotros habéis manifestado por él. He aquí, pues, gentes que son ciertamente benévolas recíprocamente. ¿Pero cómo se puede dar el título de amigos a gentes, [215] cuya reciprocidad de sentimientos no se conoce? Para que sean verdaderos amigos, es preciso que tengan los unos para con los otros sentimientos de benevolencia, que se deseen el bien, y que no ignoren el bien que se desean mutuamente por una de las razones de que acabamos de hablar.

capítulo III
Especies de amistad

Los motivos de afección son de diferentes especies, lo repito; y por consiguiente los amores y las amistades que causan deben diferir igualmente. Así hay tres especies de amistad que responden a los tres motivos de afección; y para cada una de ellas, debe haber reciprocidad de amor, el cual no ha de quedar oculto a ninguno de los dos que le experimentan. Los que se aman quieren el bien recíproco en el sentido mismo del motivo porque se aman; por ejemplo, los que se aman por interés, por la utilidad que pueden sacar el uno del otro, no se aman por sus personas precisamente, sino en tanto que sacan algún bien y algún provecho de sus relaciones mutuas. Lo mismo sucede con los que sólo se aman por el placer. Si aman a personas de costumbres también ligeras, no es a causa del carácter de éstas, sino únicamente por los placeres que les proporcionan. Por consiguiente, cuando se ama por interés y por utilidad, sólo se busca en el fondo el propio bien personal. Cuando se ama por placer, sólo se busca realmente el placer mismo. En estos dos casos, no se ama aquel que se ama por lo que es realmente, sino que se le ama sólo en tanto que es útil y agradable. Estas amistades sólo son amistades indirectas y accidentales; pues no se ama porque el hombre amado tenga tales u cuales cualidades, cualesquiera que por otra parte sean ellas; sino que se le ama en un caso por el provecho que procura y por el bien que facilite, y en otro por el placer que proporciona. 
Las amistades de este género se rompen muy fácilmente, porque estos pretendidos amigos no subsisten largo tiempo semejantes a sí mismos. Tan pronto como tales amigos dejan de ser útiles o no presentan el aliciente del placer, se cesa al momento de amarles. Lo útil, el interés, no tiene nada de fijo , y varía [216] de un instante a otro de una manera completa. Llegando a desaparecer el motivo que les hacia amigos, la amistad desaparece en el acto con la única causa que la había formado. 
La amistad, entendida de esta manera, parece encontrarse principalmente en los hombres de mucha edad; la ancianidad no va en busca de lo agradable, sólo busca lo que es útil. también es este el defecto de los hombres que están en toda la fuerza de la edad y de los jóvenes, cuando sólo buscan su interés personal. Los amigos de esta clase no tienen gusto, ni poco ni mucho, en vivir habitualmente juntos. lejos de esto gustan poco el uno del otro, y no advierten la necesidad de una comunicación íntima, fuera de los momentos en que deben satisfacer recíprocamente su interés. Se complacen puramente mientras dura la esperanza de sacar alguna ventaja el uno del otro. En esta clase de relaciones es donde debe colocarse también la hospitalidad{162}. El placer parece ser el único que inspira las amistades de los jóvenes; ellos viven dominados por la pasión y sólo buscan el placer, y aun puede decirse el placer del momento. Con el tiempo, los placeres cambian y se hacen distintos. Así es que los jóvenes contraen de relámpago sus relaciones amistosas, y cesan del mismo modo en ellas. La amistad pasa con el placer a que debía su nacimiento; y el cambio de este placer es muy rápido. Los jóvenes se ven arrastrados por el amor; y el amor las más veces no se produce sino bajo el imperio de la pasión y del placer. He aquí por qué aman tan pronto y tan pronto cesan de amar, como que cambian veinte veces de gusto en un mismo día; pero no por eso dejan de querer pasar todos los días y vivir constantemente con el objeto amado; porque de este modo se produce y se comprende la amistad en la juventud. 
La amistad perfecta es la de los hombres virtuosos y que se parecen por su virtud; porque se desean mutuamente el bien en tanto que son buenos, y yo añado, que son buenos por sí mismos. Los que quieren el bien para sus amigos por motivos tan nobles son los amigos por excelencia. De suyo, por su propia naturaleza, y no accidentalmente es como se encuentran en tan dichosa disposición. De aquí resulta, que la amistad de estos corazones generosos subsiste todo el tiempo que son ellos [217] buenos y virtuosos; porque la virtud es una cosa sólida y durable. Cada uno de los dos amigos es bueno absolutamente en sí, y es bueno igualmente para su amigo; porque los buenos son a la vez y absolutamente buenos y útiles los unos para los otros. también se puede añadir que son mutuamente agradables, y esto se comprende sin dificultad. Si los buenos son agradables absolutamente y si lo son también los unos para con los otros, es porque los actos propios, así como los actos que se parecen a los nuestros, nos causan siempre placer, y que las acciones de los hombres virtuosos son virtuosas también o por lo menos son semejantes entre sí. Una amistad de esta clase es durable, como puede fácilmente concebirse, puesto que reúne todas las condiciones que deben encontrarse en los verdaderos amigos. Y así toda amistad se forma con la mira de alguna ventaja o con la mira del placer, sea absolutamente, sea por lo menos con relación al que ama; y además sólo se forma a condición de una cierta semejanza. Todas estas circunstancias se encuentran esencialmente en el caso que indicamos aquí: en esta amistad hay semejanza al mismo tiempo que hay todo lo demás, es decir, que de una y otra parte son absolutamente buenos y absolutamente agradables. Nada hay en el mundo más digno de ser amado que esto, y en las personas de este mérito es donde se encuentra generalmente la amistad, y la más perfecta. Es muy claro, por otra parte, que amistades tan nobles han de ser raras, porque hay pocos hombres de este carácter. Para formarse estos lazos se necesita además tiempo y hábito. El proverbio tiene razón cuando dice que no pueden conocerse mutuamente los amigos, «antes de haber consumido juntos una talega de sal.» Tampoco pueden dos aceptarse ni ser amigos antes de haberse mostrado uno y otro dignos del mutuo afecto, ni antes de haberse establecido entre ellos una recíproca confianza. Cuando dos crean amistades tan rápidas, desean indudablemente hacerse amigos; pero no lo son y no lo llegan a ser verdaderamente sino a condición de ser dignos de la amistad y de conocerse bien mutuamente. El deseo de ser amigo puede ser rápido; pero la amistad no lo es. La amistad sólo es completa cuando media el concurso del tiempo y de todas las demás circunstancias que hemos indicado; y gracias a estas relaciones llega a ser igual y semejante por ambas partes, condición que debe existir también cuando se trata de verdaderos amigos. 

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{162} Es de temer que esto sea una glosa de un comentador; pues no se comprende bien a qué viene traer aquí a cuento la hospitalidad.

capítulo IV
Comparación de las tres especies de amistad

La amistad, que se forma por placer, tiene algo que la asemeja a la amistad perfecta; porque los buenos se complacen también unos a otros. Asimismo puede decirse, que la que se contrae con miras de interés y de utilidad, no deja de tener relación con la amistad por virtud, puesto que los buenos son también justos entre sí. Lo que principalmente puede hacer durar las amistades fundadas en el placer y en el interés, es que se establezca una completa igualdad entre uno y otro amigo; por ejemplo, en cuanto al placer. Pero el lazo no se afianza sólo por este motivo; puede afianzarse también por ser debida esta igualdad que los aproxima a un mismo origen, como sucede cuando ambos son de buena sociedad, y no como entre el amante y aquel a quien se ama; porque los que se aman bajo este último concepto no tienen ambos los mismos placeres; puesto que el uno se complace en amar y el otro en recibir los cuidados de su amante. Cuando la edad de la hermosura{163} llega a pasar, también la amistad desaparece; este no tiene ya placer en ver a su antiguo amigo; ni aquel le tiene en recibir sus atenciones. Muchos, sin embargo, cuando hay entre ellos conformidad de hábitos, permanecen unidos aún, si en una larga intimidad ha contraído cada cual afecto al carácter del otro. 
En cuanto a los que no buscan un cambio de placeres en sus relaciones amorosas, sino que sólo ven el interés, son menos amigos y lo son por menos tiempo. Los que son amigos por puro interés cesan de serlo con el interés mismo que les había aproximado; porque en realidad no eran amigos, y sólo lo eran del provecho que podrían sacar. 
Por lo tanto, el placer y el interés pueden hacer que los hombres malos sean amigos unos de otros, y también que hombres de bien sean amigos de hombres viciosos, y que los que no son ni lo uno ni lo otro se hagan amigos de los unos o de los otros indiferentemente. No es menos evidente, que los buenos son los [219] únicos que se hacen amigos por sus amigos mismos; porque los malos no se aman entre sí, si no encuentran en ello algún provecho. 
Hay más; sólo la amistad de los buenos es inaccesible a la calumnia, porque no pueden creerse fácilmente las aserciones de nadie contra un hombre que durante largo tiempo se ha conocido y experimentado. Los corazones de esta especie se fían plenamente el uno del otro; no han pensado jamás en hacerse el menor daño, y tienen todas las demás cualidades profundamente estimables que se encuentran en la verdadera amistad; mientras que nada obsta a que las amistades de otra especie sean objeto de semejantes ataques. 
Puesto que en el lenguaje ordinario se llaman amigos a todos aquellos que sólo lo son por interés, como los Estados, cuyas alianzas militares sólo se hacen en interés de los contratantes; y puesto que también se llaman amigos a los que sólo se aman por placer, como sucede con los jóvenes; será preciso quizá que nosotros demos también el nombre de amigos a los que se aman por estos motivos. Pero entonces tendremos cuidado de distinguir muchas especies de amistad. La primera y la verdadera amistad será para nosotros la de los hombres virtuosos y buenos, que se aman en tanto que son buenos y virtuosos. Las otras amistades sólo son amistades por su semejanza con esta. Los que son amigos por estos motivos inferiores, lo son siempre bajo la influencia de algo bueno, así como de algo semejante que hay entre ellos y que los aproxima; porque el placer es un bien a los ojos de los que lo buscan. Pero si estas amistades por interés y por placer no unen estrechamente los corazones, es raro igualmente que se encuentren juntas en los mismos individuos, porque las cosas pendientes del azar y del accidente no se unen entre sí sino muy imperfectamente{164}. 
Dividiéndose la amistad en las especies que hemos indicado, sólo queda que los hombres malos se hagan amigos por interés o por placer, porque sólo tienen entre sí estos puntos de semejanza. Los buenos, por lo contrario, se hacen amigos por sí mismos, es decir, en tanto que son buenos. Sólo estos, absolutamente hablando, son amigos, porque los demás lo son indirectamente y por la semejanza que en ciertos conceptos tienen con los verdaderos amigos{165}. 

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{163} En el Fedro de Platón se encuentran detalles completamente análogos a lo que aquí se dice; y es de creer que Aristóteles lo recordaba cuando escribía este pasaje. 
{164} Porque el placer y el interés son tan mudables el uno como el otro. 
{165} Nulla nisi inter bonos amicitia.

capítulo V
Distinción de la disposición moral y del acto mismo con relación a la amistad

Así como en la virtud es preciso hacer distinciones, y unos son llamados virtuosos simplemente a causa de la disposición moral en que están, y otros porque son virtuosos en los actos y en los hechos, lo mismo tiene lugar respecto a la amistad. Unos gozan actualmente del placer de vivir con sus amigos y procurarles bien; otros separados de ellos por un accidente, como cuando los separa el sueño, o por la distancia, no obran por el momento a manera de amigos; pero están sin embargo en disposición de obrar mostrando la más sincera amistad. Esto nace de que la distancia de los lugares no destruye absolutamente la amistad; destruye solamente el acto, el hecho actual. Es cierto, sin embargo, que si la ausencia es de larga duración, debe naturalmente causar el olvido de la amistad. De aquí el proverbio{166}: 
«Con frecuencia un largo silencio ha destruido la amistad.» 
En general, los ancianos y los extravagantes se sienten muy poco inclinados a la amistad, porque el sentimiento del placer tiene poco influjo en ellos. Ahora bien, nadie va a pasar el tiempo con quien le sea desagradable o no le cause placer; y la naturaleza del hombre le inclina a evitar lo que le es penoso y a buscar lo que le agrada. En cuanto a los que se dispensan mutuamente una buena acogida, pero que no viven habitualmente juntos, se les puede clasificar más bien entre los hombres que están ligados por una benevolencia recíproca, que no entre los unidos por una verdadera amistad. Lo que más caracteriza a los amigos es la vida común. Cuando uno está necesitado, se desea esta mancomunidad por la utilidad que de ello se saca; y cuando se vive con desahogo, también se desea por el placer de pasar el tiempo con las personas que se aman. Nada conviene menos a la amistad que el aislamiento; pero no es posible vivir juntos sin la precisa condición de complacerse y de participar poco más o [221] menos de los mismos gustos, acuerdo que se produce de ordinario entre los verdaderos camaradas. 
La amistad por excelencia es, pues, la de los hombres virtuosos. No temamos decirlo muchas veces: el bien absoluto, el placer absoluto, son los verdaderamente dignos de ser amados y de ser buscados por nosotros. Pero como a cada uno le parece merecer mejor su amor lo que él mismo posee, el hombre de bien es para el hombre de bien a la vez lo más agradable y lo más bueno. 
El afecto o el gusto parece más bien un sentimiento pasajero; y la amistad una manera de ser constante. El afecto o el gusto puede recaer también sobre cosas inanimadas; pero la reciprocidad en la amistad no es más que el resultado de una preferencia voluntaria, y la preferencia afecta siempre a una cierta manera de ser moral. Si se quiere el bien para aquellos a quienes se ama, es únicamente por ellos, es decir, no por un sentimiento pasajero, sino por una manera de ser moral que se conserva respecto de ellos. Amando a su amigo, ama uno su propio bien, el bien de sí mismo; porque el hombre bueno y virtuoso, cuando se ha hecho amigo de alguno, viene a ser el mismo como un bien para aquel que ama. Y así por una y otra parte se ama su bien personal, y sin embargo se hace entre ellos un cambio que es perfectamente igual en la intención de los dos amigos y en la especie de los servicios cambiados; porque la igualdad se llama también amistad; y todas estas condiciones se encuentran sobre todo en la amistad de los hombres de bien. Si la amistad se produce con menos frecuencia entre los melancólicos y los ancianos, es porque son gentes de mal humor, que encuentran menos placer en las relaciones que son consecuencia de un trato recíproco, y las cuales son, sin embargo, a la vez el resultado y la causa principal de la amistad. Precisamente por esto los jóvenes se hacen siempre amigos, mientras que los ancianos no. No es posible hacerse amigo de las personas que desagradan. La misma observación puede hacerse respecto de los excéntricos. Pero es posible, que estos sean benévolos los unos para con los otros, que quieran recíprocamente el bien, y que se les encuentre siempre que se trate de hacer y recibir servicios; mas no son precisamente amigos, porque no viven juntos, ni se gustan mutuamente, condiciones que, al parecer, son indispensables para que exista la amistad. 

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{166} Verso tomado sin duda de algún poeta trágico, cuyo nombre se ignora.

capítulo VI
La verdadera amistad no se extiende a más de una persona

No es posible ser amado por muchos con una perfecta amistad, lo mismo que no lo es amar a muchos a la vez. La verdadera amistad es una especie de exceso en su género; es una afección que supera a todas las demás, y se dirige por su misma naturaleza a un solo individuo; porque no es muy fácil que muchas personas agraden a la vez tan vivamente, ni quizá sería bueno. Es preciso también haberse conocido y experimentado mutuamente y tener una perfecta conformidad de carácter, lo cual es siempre muy difícil. Pero cuando no hay de por medio otra cosa que el interés o el placer, es posible agradar a un crecido número de personas; porque hay siempre muchos dispuestos a contraer estas relaciones, y los servicios que se cambian de esta suerte pueden no durar más que un instante. De estas dos especies de amistad, la que se produce por el placer se parece más a la amistad verdadera, cuando las condiciones queda hacen nacer son las mismas por una y otra parte, y los dos amigos gustan uno de otro o se complacen en las mismas diversiones. Esto es lo que forma las amistades entre los jóvenes; porque en ellas es donde precisamente reinan la liberalidad y la generosidad de corazón. Por lo contrario, la amistad por interés es sólo digna del alma de los mercaderes. 
Los hombres afortunados no tienen necesidad de relaciones útiles, pero necesitan relaciones agradables, y por esta causa quieren vivir habitualmente con algunas personas. Como el fastidio de la vida se quiere siempre evitar, y nadie soportaría continuamente ni aun el bien, si el bien le fuese penoso, los ricos buscan amigos que les sean agradables. Quizá les convendría más buscar en sus amigos la virtud al lado del placer; porque entonces reunirían todo lo que se necesita para que haya verdadera amistad. Pero cuando se ocupa una elevada posición, se tienen generalmente amigos de muy diversas clases. Unos son amigos útiles; otros amigos agradables; y como es muy raro que unas mismas personas tengan a la vez ambas cualidades, los opulentos se cuidan poco de buscar amigos agradables que estén al mismo [223] tiempo dotados de virtud, ni amigos útiles con el único objeto de hacer grandes y bellas cosas. Pensando en sus placeres, sólo quieren amigos dóciles y amables, o bien gentes hábiles y dispuestas siempre a ejecutar lo que se les mande. 
Mas estas cualidades, el placer y la virtud, no se reúnen frecuentemente en el mismo individuo. Se ha dicho con razón, que el hombre virtuoso es a la vez agradable y útil; pero jamás un amigo tan perfecto se une a un hombre que le supera en posición, a menos que él no supere igualmente en virtud a este hombre opulento; de otra manera no compensaría su inferioridad con una igualdad proporcional. Pero no hay muchos hombres que se hagan amigos con estas condiciones. 
Las amistades de que acabamos de hablar están fundadas también en la igualdad. Los dos amigos se hacen los mismos servicios, y están animados el uno para con el otro de las mismas intenciones, o por lo menos cambian entre sí una ventaja por otra ventaja, por ejemplo, el placer por la utilidad; pero ya hemos hecho observar, que estas amistades son menos verdaderas y menos durables. Como tienen semejanza y desemejanza a la vez con una sola y misma cosa, es decir, con la amistad fundada en la virtud, parecen a la vez que son y que no son amistades. Por su semejanza con la amistad virtuosa parecen amistades verdaderas; la una tiene lo agradable, la otra lo útil, doble ventaja que se encuentra igualmente en la amistad virtuosa. Mas como de otra parte esta se encuentra fuera del alcance de la calumnia y es durable, mientras que aquellas dos amistades inferiores pasan pronto y difieren aun en muchos puntos, puede también sostenerse que no son amistades; tan grande es su desemejanza con la amistad verdadera.

capítulo VII
De la amistad o afección respecto de los superiores

Hay también otra especie de amistad que depende de la superioridad misma de una de las dos personas por ella unidas: por ejemplo, la amistad del padre con el hijo, y en general del de mayor edad con el más joven, del marido con su mujer, y de un jefe cualquiera con sus subordinados. Entre todas estas [224] afecciones hay ciertas diferencias; porque no es una misma la afección, por ejemplo, de los padres por los hijos, que la de los jefes por sus subalternos. Ni es idéntica la afección del padre por el hijo a la del hijo por el padre, ni la del marido por la mujer a la de la mujer por el marido. Cada uno de estos seres tiene su virtud propia y su función; y como los motivos que excitan su amor son diferentes, sus afecciones y sus amistades no lo son menos. No son, pues, sentimientos idénticos los que se producen por una y otra parte, ni habría necesidad tampoco de tratar de producirlos. Cuando los hijos tributan a sus padres lo que se debe a aquellos de quienes han recibido la existencia, y los padres hacen lo mismo respecto de sus hijos, la afección, la amistad es entre ellos perfectamente sólida y todo lo que debe ser. En todas estas afecciones, en que existe cierta superioridad de una parte, es preciso también que el sentimiento amoroso sea proporcionado a la posición del que lo experimenta; así, por ejemplo, el superior debe ser amado más vivamente que él ama. Y lo mismo pasa con el ser que es más útil, así como con todos aquellos que tienen alguna preeminencia; porque cuando la afección está en relación con el mérito de cada uno de los individuos, se convierte en una especie de igualdad, condición esencial de la amistad. 
Pero la igualdad no es la misma en el orden de la justicia que en el orden de la amistad. La igualdad, que ocupa el primer puesto en materia de justicia, es la que está en relación con el mérito de los individuos; y ocupa el segundo la que está en relación con la cantidad. En la amistad sucede todo lo contrario; la cantidad es la que ocupa el primer lugar y el mérito el segundo. Esto puede observarse sin dificultad en los casos en que existe entre los individuos una gran distancia en cuanto a virtud, vicio, riqueza o cualquiera otra cosa; entonces cesan de ser amigos y no se creen capaces de serlo. Donde aparece de una manera patente es respecto a los dioses, puesto que tienen una superioridad infinita en toda especie de bienes. Algo semejante puede verse respecto a los reyes{167}. Se está tan por bajo de ellos respecto a riqueza, que se hace imposible la amistad con los mismos, a la manera que los que no tienen ningún [225] mérito no conciben que puedan ellos llegar a ser amigos de los hombres más eminentes y más sabios. 
No podría ponerse un límite preciso en todos estos casos, ni decir exactamente el punto hasta donde se puede ser amigo. Ciertamente es posible quitar mucho a las condiciones que forman la amistad sin que esta deje de producirse; pero cuando la distancia es tan excesivamente grande, como la que media entre los dioses y el hombre, la amistad no puede ya subsistir. He aquí cómo ha podido suscitarse la cuestión de saber si los amigos deben desear realmente a sus amigos los más grandes bienes, por ejemplo, el llegar a ser dioses, porque entonces cesarían de tenerlos por amigos; ni si deben desearles ninguna clase de bienes, aun cuando los amigos desean el bien para los que aman. Pero si ha habido razón para decir que el amigo quiere el bien de su amigo por el amigo mismo, es preciso añadir que este amigo debe permanecer en el estado en que se encuentra; porque en tanto que hombre se desearán para él los más grandes bienes. Y aún no deberá desear uno que los adquiera todos sin excepción, puesto que en general se quiere el bien ante todo para sí mismo. 

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{167} Es preciso tener presente que Aristóteles vivió largo tiempo en la intimidad de Filipo y Alejandro.

capítulo VIII
En general se prefiere ser amado a amar

La mayor parte de los hombres, movidos por una especie de ambición, prefieren que se les ame más bien que amar ellos mismos. He aquí por qué los hombres en general gustan de los aduladores; el adulador es un amigo, respecto del cual es uno superior o por lo menos finge el que es inferior así como que ama más que es amado. Pero cuando uno es amado, está muy cerca de ser estimado; y la estimación es lo que desean la mayor parte de los hombres. Si tanto valor se da a la estimación, es por sus consecuencias indirectas. El vulgo no se satisface tanto por la consideración que merezca de parte de los que están en elevada posición, como por las esperanzas que esta consideración hace concebir. Se espera obtener todo lo que se quiera de estos personajes, cuando uno lo necesite; y se regocija con las muestras de consideración que recibe considerándolas [226] como señal de una futura benevolencia. Pero cuando se desea la estimación de los hombres de bien y previsores, se quiere que se afiance en ellos la opinión que acerca de su persona se les ha inspirado. Nos es sumamente grato entonces que se reconozca nuestra virtud, porque tenemos fe en la palabra de los que expresan este juicio de nosotros; y nos lisonjea también ser amados por ellos por este amor y sólo por él, y llegamos hasta decir que estamos dispuestos a preferir la afección a la estimación, haciéndosenos en tal caso la amistad apetecible únicamente por sí sola. 
La amistad, por lo demás, parece consistir más bien en amar que en ser amado. Lo prueba el placer que sienten las madres al prodigar su amor. Se ha visto a muchas, que debiendo abandonar a sus hijos, se complacían en amarlos todavía sólo por ser suyos; y sin esperar una afección recíproca, imposible en semejantes criaturas, contentándose con ver que sus hijos crecen, y queriéndoles con no menos pasión a pesar de no poder estos por su ignorancia dar nada de lo que se debe a una madre. 
Consistiendo la amistad más bien en amar que en ser amado, y siendo a nuestros ojos dignos de alabanza los que aman a sus amigos, parece que amar debe de ser la gran virtud de los amigos. Por consiguiente, siempre que el afecto descanse en el mérito de los dos amigos, estos serán constantes y su relación será sólida y durable. Por esto personas, por otra parte muy desiguales, pueden ser amigos; porque la mutua estimación los hace iguales. Ahora bien; la igualdad y la semejanza constituyen la amistad; sobre todo, cuando esta semejanza es la de la virtud; porque entonces siendo los dos amigos constantes, como lo son ya de suyo, lo son igualmente el uno para con el otro. Jamás tienen necesidad de solicitar uno de otro vergonzosos servicios, ni nunca se los prestan. podría decirse, que más bien los impiden; porque es propio de los hombres virtuosos evitar el incurrir ellos mismos en falta, y caso necesario saber impedir las de sus amigos. Semejante constancia no se encuentra en los hombres malos. No subsistiendo ni un solo instante semejantes a sí mismos, sólo son amigos por el momento; y no les agrada asociar otra cosa que su mutua perversidad. Los amigos que están ligados por interés o por placer, son constantes por algún tiempo más; es decir, lo son mientras pueden sacar uno de otro placer o provecho. La amistad por interés nace principalmente del [227] contraste: por ejemplo; entre el pobre y el rico, el ignorante y el sabio. Como se carece de algo que se desea, está uno dispuesto, con tal de obtenerlo, a dar en cambio cualquiera otra cosa. Se podría muy bien colocar en esta clase al amante y al objeto amado, lo mismo que lo bello y lo feo cuando se juntan. He aquí lo que algunas veces pone en ridículo a los amantes: creer que deben ser amados como ellos aman. Indudablemente si son igualmente dignos de ser amados, tienen razón para exigir la recíproca; pero si no tienen nada que merezca verdaderamente el afecto, su exigencia es ridícula. Por otra parte, puede suceder que lo contrario no desee precisamente su contrario en sí mismo, y que sólo lo desee indirectamente. En realidad, el deseo tiende únicamente al término medio, porque en él se encuentra verdaderamente el bien; por ejemplo, tomándolo de otro orden de ideas, lo seco no tiende a hacerse húmedo, tiende a un estado intermedio; y lo mismo sucede con lo caliente y con todo lo demás. Pero no nos internemos en esta materia, que es demasiado extraña a la que queremos tratar aquí.

capítulo IX
Relaciones de la justicia y de la amistad bajo todas sus formas

Al parecer, como ya se dijo al principio, la amistad y la justicia afectan a unos mismos objetos y se aplican a los mismos seres. En toda asociación, cualquiera que ella sea, se encuentran a la vez la justicia y la amistad hasta cierto grado. Se tratan como amigos los que navegan juntos, los que juntos combaten en la guerra, en una palabra, todos los que están asociados de uno u otro modo. A todo lo que se extiende la asociación, se extiende la amistad, porque estos son los límites de la justicia misma. El proverbio que dice: «todo es común entre amigos», es muy exacto, puesto que la amistad consiste principalmente en la asociación y en la mancomunidad. Todo es común igualmente entre hermanos y hasta entre camaradas. En las demás relaciones, la propiedad de cada cual está separada, pero se comunica por otra parte un poco más a estos, un poco menos a aquellos; porque las amistades son también más o menos vivas. [228] Las relaciones de justicia y de derecho no difieren menos; pues que no son unas mismas las que tienen los padres con los hijos, los hermanos entre sí, los camaradas con sus compañeros, ni los ciudadanos con sus conciudadanos. Estas reflexiones se pueden aplicar a las demás especies de amistad. Las injusticias son igualmente diferentes en estas relaciones, y adquieren tanta más importancia según que recaen sobre amigos más o menos íntimos. Por ejemplo, es más grave despojar a un camarada de su fortuna que a un simple ciudadano; es más grave abandonar a un hermano que a un extraño, y golpear a un padre que a cualquiera otra persona. El deber de la justicia se aumenta naturalmente con la amistad, porque una y otra se aplican a los mismos seres y tienden a ser iguales. 
Por lo demás todas las asociaciones particulares no son sino porciones de la gran asociación política. Se reúnen los hombres siempre para satisfacer algún interés general, y cada cual saca de la asociación una parte de lo que es útil para su propia existencia. La asociación política tiene evidentemente como único fin el interés común, lo mismo en el principio al constituirse, que después al sostenerse. Este es el objetivo único de los legisladores; y lo justo, según ellos, es lo que conforma con esta utilidad general. Las demás asociaciones sólo tienden a satisfacer partes de este interés total. Así los marinos sirven al Estado en todo lo concerniente a la navegación, sea con relación a la producción de las riquezas, sea bajo cualquier otro aspecto. Los soldados le sirven en todo lo referente a la guerra, ya los mueva el deseo de lucro o de la victoria, ya lo hagan por puro amor patrio. Otro tanto puede decirse de los asociados de una misma tribu, de un mismo cantón. Algunas de estas asociaciones sólo tienen al parecer por objeto el placer; por ejemplo, las de los banquetes solemnes y las de las comidas en que cada cual contribuye con su parte. Se forman para ofrecer un sacrificio en común o por el simple placer de verse juntos; pero todas estas asociaciones están comprendidas en la asociación política, puesto que esta última no busca simplemente la utilidad actual, sino que busca la utilidad entera de los ciudadanos. Haciendo sacrificios, se tributa homenaje a los dioses en estas reuniones solemnes; y al mismo tiempo se da a todos un rato de solaz que es muy grato. Antiguamente, los sacrificios y las reuniones sagradas tenían lugar después de la recolección de los frutos, [229] por ser la época más desocupada del año, y eran como el ofrecimiento de las primicias que se hacia al cielo. 
Resulta, pues, que todas las asociaciones especiales son partes de la asociación política; y por consiguiente todas las relaciones y amistades revisten el carácter de estas diferentes asociaciones.

capítulo X
Consideraciones generales sobre las diversas formas de gobiernos

Hay tres especies de constituciones y otras tantas desviaciones, que son como alteraciones viciosas de cada una de aquellas. Las dos primeras son el reinado y la aristocracia, y la tercera es la constitución que por estar fundada sobre un censo más o menos elevado puede llamársela timocracia, y que habitualmente se la denomina república. El mejor de estos gobiernos es el reinado; el peor la timocracia. La desviación del reinado es la tiranía. Ambas, tiranía y reinado, son monarquías, pero no por eso dejan de ser muy diferentes. El tirano no tiene otra mira que su interés personal; el rey sólo se fija en el de sus súbditos; no es verdadero rey, si no es perfectamente independiente y superior al resto de los ciudadanos en toda clase de bienes y cualidades. Ahora bien; un hombre colocado en tan elevadas condiciones no tiene necesidad de nada; no puede pensar nunca en su utilidad particular, y sí sólo en la de los súbditos que gobierna. Un rey que no tenga esta virtud, no será más que un rey de circunstancias hecho tal por la elección de los ciudadanos{168}. La tiranía es enteramente lo contrario de este verdadero reinado. El tirano{169} sólo busca su interés personal, y esto basta para probar evidentemente cuán posible es que este gobierno sea el peor de todos, porque en todos géneros lo opuesto a lo mejor es lo peor. 
El reinado cuando se corrompe, se convierte en tiranía; porque la tiranía no es más que la perversión del reinado, y un rey se convierte en un tirano. también muchas veces el gobierno [230] pasa de la aristocracia a la oligarquía por la corrupción de los gobernantes, que se reparten entre sí la fortuna pública contra toda justicia; que conservan para sí solos la totalidad o, por lo menos, la mayor parte de los bienes sociales; que mantienen siempre el poder en las mismas manos y ponen la riqueza por encima de todo lo demás. En lugar de gobernar los ciudadanos más dignos y más honrados, son unos cuantos depravados los que gobiernan. En fin, la constitución se trasforma de timocracia en democracia, dos formas políticas que se tocan y son limítrofes. La timocracia se acomoda bastante bien a la multitud; y todos los que están comprendidos en el censo fijado, son por esto sólo iguales. La democracia es por otra parte la menos mala de estas desviaciones constitucionales, porque se aleja muy poco de la forma de la república. 
Tales son las leyes del cambio{170} que sufren frecuentemente los Estados; experimentando de este modo modificaciones sucesivas se separan lo menos posible y lo más fácilmente de su principio. 
En la familia misma{171} pueden encontrarse semejanzas y como modelos de estos diversos gobiernos. La asociación del padre con los hijos tiene la forma de reinado, porque el padre cuida de sus hijos; y por esto Homero ha podido llamar a Júpiter: «el padre de los hombres y de los dioses.» Y así el reinado tiende a ser un poder paternal. Entre los persas, por lo contrario, el poder del padre sobre su familia es un poder tiránico; los hijos son para ellos esclavos, y el poder de dueño sobre sus esclavos es tiránico necesariamente; pues en esta asociación sólo se toma en cuenta el interés del dueño. Por lo demás esta autoridad me parece legítima y buena; pero la autoridad paterna como la practican los persas, es completamente falsa; porque el poder debe variar cuando los individuos varían. La asociación del marido y de la mujer constituye una forma de gobierno aristocrático. El hombre manda en ella conforme es justo, pero sólo en las cosas en que el hombre debe mandar y abandonando a la mujer lo que corresponde a su sexo. Pero cuando el hombre pretende decidir [231] soberanamente de todo sin excepción, se convierte la asociación en oligarquía, y obra entonces contra derecho, desconoce su misión, y ya no manda en nombre de su superioridad natural. A veces son las mujeres las que mandan, cuando llevan al matrimonio grandes riquezas. Pero estas dominaciones singulares no proceden del mérito; no son más que el resultado de la fortuna y de la fuerza que ella da, exactamente como sucede en las oligarquías. La asociación de los hermanos representa el gobierno timocrático; porque son iguales, salvo que haya entre ellos una gran diferencia de edad. En cuanto a la democracia, se encuentra sobre todo en las familias y en las casas que no tienen dueño que las gobierne, porque entonces son todos iguales; y lo mismo sucede en aquellas en que el jefe es demasiado débil y deja a cada cual hacer todo cuanto quiere. 

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{168} Que no han sabido distinguir el verdadero mérito, ni conocido su propio interés. 
{169} Véase el notable retrato del tirano y su relación con el rey en la Política, lib. VIII, cap. IX. 
{170} Todo esto se desarrolla en la teoría de las revoluciones, desenvuelta en los libros octavo y último de la Política. 
{171} Platón encuentra los modelos de las diversas formas de gobierno en los caracteres diferentes de los individuos, y Aristóteles en las condiciones de la familia.

capítulo XI
Relación entre los sentimientos de amistad y de justicia bajo todas las formas de gobierno

La amistad reina en cada uno de estos Estados o gobiernos en la misma forma que la justicia, y así el rey ama a sus súbditos a causa de su superioridad, que le permite ser benéfico con ellos; porque hace felices a aquellos a quienes gobierna, una vez que, gracias a las virtudes que le distinguen, se ocupa en hacerlos dichosos con el mismo esmero que el pastor cuida de su ganado. En este sentido Homero llama a Agamemnon: «el pastor de los pueblos.» Tal es igualmente el poder paterno, consistiendo la única diferencia en que sus beneficios son mayores aún. El padre es el autor de la vida, es decir, de lo que se mira como el mayor de los bienes; el padre es el que proporciona alimento y educación a los hijos, cuidados que pueden correr igualmente a cargo de los ascendientes de más edad que el padre; porque la naturaleza quiere que el padre mande a sus hijos, los ascendientes a sus descendientes, y el rey a sus súbditos. Estos sentimientos de afecto y de amistad dependen de la superioridad de una de las partes, y esto es lo que nos obliga a honrar a nuestros padres. La justicia, como sucede con el afecto, no es igual en todas estas relaciones; pero se proporciona al mérito de [232] cada uno, absolutamente del mismo modo que lo hace la afección. Y así, el amor del marido por su mujer es un sentimiento semejante al que reina en la aristocracia. En esta unión, las principales ventajas se atribuyen al mérito y recaen en el más digno, y cada cual tiene lo que le corresponde. De este modo también se distribuye en estas relaciones la justicia. La amistad de los hermanos se parece a la de los camaradas: son iguales y poco más o menos de la misma edad; y por tanto tienen de ordinario la misma educación y las mismas costumbres. En el gobierno timocrático, el afecto que se tienen entre sí los ciudadanos se parece al que existe entre los hermanos, los ciudadanos tienden todos a ser iguales y hombres de bien, el mando es alternativo y perfectamente igual, y tal es igualmente el afecto que los ciudadanos se tienen mutuamente. 
Pero en las formas degeneradas de estos gobiernos, como la justicia decrece por grados, la afección y la amistad muestran igualmente las mismas fases; y donde menos se encuentra aquella es en la peor de todas estas formas políticas. Así en la tiranía no hay, o por lo menos apenas se encuentra la amistad; porque donde no hay algo de común entre el jefe y los subordinados no hay afección posible, ni tampoco justicia. Entre ellos no hay otra relación que la del artesano con los instrumentos de su trabajo, la del alma con el cuerpo, la del dueño con el esclavo. Todas estas cosas son muy útiles sin duda para los que se sirven de ellas; pero no hay amistad posible con las cosas inanimadas, como no hay justicia para ellas, como no la hay de parte del hombre para el caballo o para el buey, ni de parte del dueño rara el esclavo, en tanto que es esclavo. Esto nace de que no gay nada de común entre estos seres; el esclavo no es más que un instrumento animado, lo mismo que el instrumento es un esclavo inanimado. En tanto que esclavo no puede existir amistad con el; y sólo puede tener lugar en tanto que hombre. En efecto, se establecen relaciones de justicia entre un hombre y otro con tal que puedan ambos tomar parte en la formación de una ley o de una convención; pero las relaciones de amistad son posibles sólo en tanto que son hombres los que la contraen. En las tiranías, los sentimientos de amistad y de justicia tienen escasa expansión. Por el contrario, en la democracia se desarrollan todo lo posible, porque son muchas las cosas comunes entre ciudadanos que son todos iguales.

capítulo XII
De las afecciones de familia

Toda amistad descansa en una asociación, como ya hemos dicho; pero quizá pueda distinguirse entre las demás afecciones la que nace del parentesco o la que procede de una unión voluntaria entre compañeros. En cuanto al lazo que une los ciudadanos entre sí, o que se establece entre los miembros de una misma tribu o entre los pasajeros durante la navegación, así como respecto de todas las uniones análogas, todas estas son relaciones de mera asociación más bien que otra cosa. Parecen como consecuencia de cierto contrato, y aun se podrían colocar en la misma clase las relaciones que resultan de la hospitalidad. 
La amistad, la afección, que nace del parentesco tiene también muchas especies; pero todos los afectos de este género se derivan de la paternal. Los padres aman a sus hijos considerándolos como una parte de sí mismos; y los hijos aman a sus padres, estimando que les son deudores de todo lo que son. Pero los padres saben que los hijos han salido de ellos, mucho mejor de lo que los seres por ellos producidos saben que proceden de sus padres. El ser de quien procede la vida, está más íntimamente ligado al que ha engendrado, que el que ha recibido la vida lo está a aquel a quien debe la existencia. El ser, que sale de otro ser, pertenece a aquel de quien nace, como nos pertenece una parte de nuestro cuerpo, un diente, un cabello, y en general como una cosa cualquiera pertenece al que la posee. Pero el ser que ha dado la existencia no pertenece absolutamente a ninguno de los seres que proceden de él; o por lo menos, les pertenece menos estrechamente. Sólo después de mucho tiempo puede pertenecerles. Por el contrario, los padres aman a sus hilos inmediatamente y desde el acto de nacer, mientras que los hijos no aman a sus padres sino después de muchos adelantos, de mucho tiempo, y cuando han adquirido inteligencia y sensibilidad. Esto explica también por qué las madres aman con más ternura. Así, los padres aman a sus hijos como a sí mismos; los seres que salen de ellos son en cierta manera otros ellos, cuya existencia está como desprendida de la [234] suya; pero los hijos aman a sus padres sólo como nacidos de los mismos. 
Los hermanos se aman entre sí, porque la naturaleza ha querido que nacieran de los mismos padres. Su paridad relativamente a los padres de quienes han recibido la existencia, es causa de la paridad de afección que se manifiesta entre ellos. Y así se dice que son de la misma sangre, del mismo tronco, y otras expresiones análogas; y realmente son en cierto modo de la misma e idéntica sustancia, si bien seres separados. Además la comunidad de educación y la conformidad de la edad contribuyen mucho a desenvolver la amistad que les une. 
«Se complacen fácilmente los que son de la misma edad»{172}. 
Cuando se tienen las mismas inclinaciones, no cuesta trabajo hacerse camaradas. He aquí por qué la amistad fraternal se parece mucho a la de los camaradas. Con respecto a los primos y parientes de los demás grados, el cariño que se tienen no tiene otro origen que el proceder de un tronco común. Unos se hacen más íntimos, otros viven más alejados, según que el jefe de la familia es más próximo o más remoto. 
El amor de los hijos para con sus padres y de los hombres para con los dioses es como el cumplimiento de un deber respecto de un ser superior y benéfico. Los padres y los dioses nos han hecho el mayor de los beneficios, porque son los autores de nuestra existencia; nos crían y después de nuestro nacimiento nos aseguran la educación. Si por otra parte esta afección de los miembros de la familia les procura en general más goces y utilidad que las afecciones extrañas, es porque la vida es más común entre ellos. En la afección fraternal hay todo lo que puede haber en la afección de los camaradas; y además es tanto más viva cuanto más sanos son los corazones y se parecen más en general. Tanto más se arraiga el cariño cuanto más íntimamente se vive desde la infancia, pues, procediendo de los mismos padres, se tienen las mismas costumbres, se alimentan y se instruyen de la misma manera, y las pruebas que reciben uno de otro llegan a crear lazos tan múltiples como sólidos. 
Los sentimientos de afecto son proporcionados en los demás grados de parentesco. La afección entre marido y mujer es evidentemente un efecto directo de la naturaleza. El hombre por [235] naturaleza se siente más inclinado a unirse de dos en dos, que a hacerlo con sus semejantes mediante la asociación política. La familia es anterior al Estado, y es aún más necesaria que el Estado, porque la procreación es un hecho más común que la asociación entre los animales. En todos los demás animales la aproximación de los sexos no tiene otro objeto ni otro alcance. Por lo contrario, la especie humana cohabita, no sólo para tener hijos, sino también para sostener todas las demás relaciones de la vida. Bien pronto las funciones se dividen, pues que la del hombre y la de la mujer son muy diferentes; y los esposos se completan mutuamente, poniendo en común sus cualidades propias. Esta es precisamente la causa por qué en esta afección se encuentran a la vez lo útil y lo agradable. Esta amistad puede ser la de la virtud, si los esposos son ambos probos, porque cada uno de ellos tiene su virtud especial y por esta razón pueden complacerse mutuamente. Los hijos en general constituyen un lazo más entre los cónyuges, y así se explica por qué estos se separan más fácilmente cuando no los tienen; porque los hijos son un bien común de los dos esposos, y todo lo que es común es prenda de unión. 
Pero indagar cómo deben vivir el marido y la mujer y, en general, el amigo con su amigo, es absolutamente lo mismo que indagar cómo deben ser justos el uno para el otro{173}. Por lo demás es claro, que no son las mismas reglas de conducta las que deben observarse con un amigo, con un extraño, con un camarada, o con un simple compañero que por azar y por poco tiempo hemos conocido. 

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{172} Véase la misma sentencia casi en los mismos términos en la Moral a Eudemo, lib. VII, cap. II. 
{173} Es decir que se deben ordenar según la recta razón las relaciones entre esposos. observación profunda como otras que contiene este capítulo verdaderamente notable.

capítulo XIII
De las quejas y reclamaciones con relación a las distintas clases de amistad

Las amistades son de tres especies, como dijimos al principio; y en cada una de ellas los amigos pueden ser o completamente iguales o el uno superior al otro. Así los que son igualmente [236] buenos pueden ser amigos; pero el mejor puede hacerse también amigo de otro que sea menos bueno. Lo mismo sucede con los que se unen por placer, y lo mismo, en fin, con los que se ligan por interés, y cuyos servicios pueden ser iguales o diferentes por razón de su importancia. Cuando los dos amigos son iguales, es preciso en virtud de esta misma igualdad que sean también iguales en su recíproca afección, así como en todo lo demás. Pero cuando los amigos son desiguales, sólo se conserva la amistad mediante una afección que debe ser proporcionada a la superioridad de uno de ellos. 
Las quejas y las recriminaciones sólo se producen en la amistad por interés, o por lo menos es en la que se producen con más frecuencia, lo cual se concibe sin dificultad. Los que son amigos por virtud sólo se proponen hacerse un bien recíproco, porque esto es lo propio de la virtud y de la amistad. Cuando no hay otro motivo de división que esta noble lucha, no hay que temer que haya entre ellos quejas ni luchas. Nadie lleva a mal que se le ame ni que se le hagan favores; y si está dotado de buen gusto, toma el desquite volviendo servicios por servicios. El mismo que tiene la superioridad, si obtiene en el fondo lo que desea, ningún cargo podrá dirigir a su amigo, puesto que uno y otro desean únicamente el bien. Tampoco ha lugar a disputas en las amistades por placer, porque ambos tienen igualmente lo que desean, sino aspiran a otra cosa que al placer de vivir juntos; y sería perfectamente ridículo echar en cara al amigo el no tener gusto en esta relación íntima, pues que se puede siempre dejar de vivir con él. 
Pero la amistad por interés está muy expuesta, lo repito, a quejas y disgustos. Como no hay en ella otro vínculo que el interés, se apetece siempre más de lo que se tiene y se imagina recibir menos que lo que es debido. De aquí entonces las quejas, porque no se obtiene todo lo que se desea y todo lo que con motivo se creía merecer; mientras que por su parte a los que dan les es imposible satisfacer nunca con sus dones las necesidades ilimitadas de los que los reciben. Así como dentro de lo justo puede distinguirse un aspecto doble, lo justo que no está escrito y lo justo legal, en igual forma se puede distinguir en la amistad o relación interesada el lazo puramente moral y el lazo legal. Las recriminaciones y los cargos se suscitan principalmente, cuando después de contraída la amistad se cesa en ella bajo el influjo de [237] una relación que no se comprendía por ambas partes de la misma manera. La relación legal, la que se funda en estipulaciones expresas, es, ya puramente mercantil, como cuando se hace el trato con dinero en mano, ya un poco más liberal, como cuando se hace a plazo. Pero por ambas partes siempre hay el convenio de entregar más tarde tal cosa por otra. La deuda en este caso es perfectamente clara y no puede dar lugar a la menor disputa; pero el plazo que se concede prueba el afecto y la confianza que se tiene en aquel con quien se trata. Por esto en algunos países no se da acción jurídica para hacer efectivos estos contratos a plazo, porque se supone siempre que los que contraen mostrando esta confianza deben tenerse un afecto recíproco. 
En cuanto a la relación moral en este género, no descansa sobre convenciones positivas. En este caso parece hacerse un don como el que se hace a un amigo, o por lo menos tiene algo de análogo; pero realmente se espera recibir el equivalente de lo que se ha dado y quizá más; porque no ha sido una pura donación, sino más bien un préstamo el que se ha hecho. Cuando el convenio no se realiza en los mismos términos en que primitivamente se creyó que se realizaría, se suscitan quejas; y si las reclamaciones son tan frecuentes en la vida, nace de que ordinariamente todos los hombres, o por lo menos la mayor parte, tienen verdaderamente la intención da obrar bien, pero en realidad lo que buscan es su utilidad. Y si es cosa bella hacer un bien sin pensar en recibir nada, en cambio siempre es provechoso recibir un servicio. 
Siempre que se pueda, debe devolverse, según los casos, todo lo que se ha recibido, y es preciso volverlo de buen grado. Jamás debe uno hacerse amigo de otro con repugnancia; y por esto, si uno devolviera de mal grado lo recibido, parecería indicar que se había equivocado al contraer tal amistad, y además parecería también resultar que había recibido un servicio de una persona de quien no debió aceptarlo; no se habría recibido entonces el servicio de un amigo o de una persona que os había servido por la simple satisfacción de servir. Es preciso cumplir siempre las obligaciones que se han contraído, como si hubiera habido convenios terminantes. Debe manifestarse además, que no habría dudado un momento en devolver el servicio, si hubiera estado en disposición de poderlo verificar: así como que está persuadido de que si no le fuera posible pagar, [238] tampoco al que ha prestado se le ocurriría exigir la deuda. Pero tan pronto como se puede, repito, es preciso corresponder; pues al principio es cuando se debe examinar de quién se recibe el servicio y bajo qué condiciones, para saber fijamente si se quiere o no aceptarlo y sufrir sus consecuencias. 
Pero aquí se suscita una duda: ¿debe graduarse el valor de un servicio por la utilidad que reporta al que lo recibe y deberá a su vez prestar precisamente otro proporcionado? ¿O bien debe tenerse en cuenta tan sólo la generosidad del que presta el servicio? Los favorecidos en general se sienten inclinados a sostener, que lo que reciben de sus bienhechores no tiene para estos la menor importancia, y que otros muchos pudieron muy fácilmente hacerles el mismo favor; despreciando y rebajando así el servicio que se les ha hecho. Los bienhechores, por lo contrario, pretenden que lo que han dado era para ellos de la mayor importancia, que otros, que no hubieran sido ellos, no habrían prestado semejante servicio, sobre todo dadas las circunstancias peligrosas y ahogos insuperables en que se encontraba el agraciado. En vista de estas contradicciones, es preciso reconocer que, cuando la relación se funda exclusivamente en el interés, el provecho del que recibe el servicio es la verdadera medida de lo que debe devolver. El es el que ha reclamado el servicio; y el que se lo hizo tenia la convicción de que recibiría más tarde de el una cosa equivalente. Y así el auxilio que se le ha procurado es precisamente tan grande como el provecho que ha sacado de el; y debe devolver otro tanto como ha sacado, y si devolviera más, aria una cosa altamente honrosa. 
Pero en las amistades que sólo están fundadas en la virtud, no hay que temer recriminaciones, ni quejas. La intención del que presta el servicio es en este caso la única medida, puesto que en materia de virtud y en las cosas que tocan al corazón la intención es siempre lo principal.

capítulo XIV
De los disentimientos en las relaciones en que uno de los dos es superior

Pueden suscitarse también desavenencias en las relaciones en que uno de los dos es superior al otro. Cada cual por su parte puede creer que merece más de lo que se le da; y cuando nace esta desavenencia, la amistad se rompe bien pronto. El que es verdaderamente superior, cree que debe percibir más, puesto que la porción mayor debe adjudicarse siempre al mérito y a la virtud. Por su parte, aquel de los dos que representa la utilidad hace la misma reflexión; porque sostiene con razón que el hombre que no presta un servicio útil, no puede obtener una parte igual. Y se convierte en una carga y una servidumbre lo que debía ser una verdadera amistad, cuando las ventajas que proceden de esta no son proporcionadas al valor de los servicios hechos. Así como en una asociación de capitales, los que contribuyen con más deben tener una parte mayor en los beneficios, lo mismo suponen ellos que debe suceder en la amistad. Pero el que está lleno de necesidades y es inferior hace un razonamiento contrario: a sus ojos, hacer un servicio al que se encuentra en una necesidad, es un deber en un bueno y verdadero amigo. ¡Magnífica ventaja, dicen ellos, proporcionaría el ser amigo de un hombre poderoso y probo, si de ello no ha de resultar ningún provecho! Uno y otro, cada cual de su lado, tienen al parecer razón; y es preciso, en efecto, que cada uno saque de semejante relación una parte mayor. Sólo que no es una parte de la misma cosa; el superior sacará más honor; el que está necesitado sacará más provecho; porque el honor es el premio de la virtud y de la beneficencia, y el provecho es el auxilio que se presta al necesitado. 
Lo mismo debe observarse en la administración de los Estados. No hay honores para el que no hace ningún servicio al público. El bien del público sólo se concede al hombre de quien este ha recibido servicios, y en este caso el bien del público es el honor, la consideración. De la cosa pública no es posible sacar a la vez provecho y honor; nadie consiente mucho tiempo en [240] tener menos que lo que le corresponde bajo todas las relaciones. Se tributa honor y respeto al que no puede recibir dinero, y el cual en este concepto está menos retribuido que los demás. Se da dinero, por lo contrario, al que puede recibir tales presentes; porque tratando siempre a cada uno en proporción de su mérito es como se los iguala y se sostiene la amistad, como antes he dicho. Tales son también las relaciones que deben existir entre los que son desiguales: se pagan con pruebas de respeto y deferencias los servicios de dinero y de virtud que se han recibido; y se pagan cuando se puede, porque la amistad exige más lo que se puede que lo que ella se merece. Hay muchos casos en efecto, en que es imposible pagar todo lo que se debe: por ejemplo, en la veneración que debemos tener para con los dioses y para con nuestros padres. Nadie puede darles jamás lo que se les debe; pero el que los adora y los venera todo lo posible, ha cumplido su deber. Y así podrá tolerarse que un padre reniegue de su hijo, pero jamás será permitido que un hijo reniegue de su padre. Cuando se debe, es preciso pagar; pero como un hijo no ha podido ni puede dar jamás el equivalente de lo que ha recibido, queda siempre siendo deudor de su padre. Por lo contrario, aquellos a quienes se debe son árbitros siempre de librar a su deudor; y de este derecho usa el padre respecto de su hijo. Por otra parte no hay un padre que quiera desprenderse de su hijo sino cuando el hijo es de una incurable perversidad; porque además de la afección natural que tiene por él, no permite el corazón humano retirar el apoyo al que lo necesita. En cuanto al hijo, es preciso que sea muy corrompido para que se desentienda del cuidado de sostener a su padre, o se limite a hacerlo con descuidada solicitud. Esto consiste en que la mayor parte de los hombres sólo piensan en adquirir bienes, y el dispensarlos a los demás les parece cosa que debe evitarse por el ningún provecho que proporcionan. 
No quiero desenvolver más lo que tenía que decir sobre este punto.

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