HISTORIA ECLESIÁSTICA
Eusebio de Cesarea
Fuente: Historia Eclesiástica, de
Eusebio de Cesarea, tomo I. Editorial CLIE
EUSEBIO DE CESAREA vivió bajo la
persecución de Diocleciano, asistió a los cambios que trajeron la paz a la
Iglesia, y se encontró enseguida en el centro de la controversia arriana.
Nació probablemente en Cesarea de
Palestina, hacia el 263. Fue discípulo de Pánfilo de Cesarea y, a través de él,
de Orígenes, y conservó siempre una gran veneración por ambos. Cesarea era
entonces un centro importante del saber, por obra de Orígenes, y la biblioteca
que éste había fundado era extremadamente rica. El año 313, Eusebio comienza a
ser obispo de Cesarea.
Cuando estalló la gran crisis
arriana, no parece que Eusebio se diera cuenta de la gravedad del problema. Al
principio defendió a Arrio; luego se pronunció por la divinidad del Hijo, pero
se opuso al empleo del término homousios, pues le parecía que llevaba al
modalismo, e insistía en que esa divinidad del Hijo se debe formular con
expresiones bíblicas, y no con términos filosóficos; al final acabó firmando
las actas del concilio de Nicea, aunque protestando interiormente.
Tuvo una actuación destacada en
el sínodo de Antioquía (330) que substituyó al obispo de esta ciudad por uno
arriano, y en el sínodo de Tiro (335), que excomulgó a San Atanasio. También
escribió dos tratados contra el obispo Marcelo de Ancira, niceno, que fue
depuesto poco después. Eusebio murió el año 339.
Su posición doctrinal se suele
definir como semiarriana pues, aunque se oponía a la terminología de Nicea,
defendía que el Hijo era Dios.
Eusebio de Cesarea no es un
pensador profundo, y su estilo no es elegante ni diáfano. En cambio su
erudición era inmensa, y notable su espíritu de investigador. Entre los padres
griegos, sólo Orígenes le supera en la amplitud de sus conocimientos, tanto
sagrados como profanos. Por eso, mientras sus obras de controversia tienen en
general un valor relativo a causa de esta misma falta de profundidad, sus obras
de historia son una mina de información; a algunos autores cristianos y a sus
obras los conocemos sólo a través de él, pues a menudo cita textualmente largos
párrafos de sus escritos. De manera que Eusebio se considera como el fundador
de la Historia de la Iglesia y, podríamos también añadir, de la Patrología. Son
esas obras históricas las que le han dado su merecida fama.
La primera que escribió, en los
alrededores del 303, es la Crónica; se conserva en una traducción armenia del
siglo vi que a su vez se basa en una revisión hecha por el mismo Eusebio. Es un
resumen de la historia de la humanidad, desde los principios conocidos, en la
que sigue a una serie de autores clásicos; su segunda parte está formada por
unos cuadros sincrónicos construidos a partir de Abraham. Con ella pretendía demostrar
que la religión judía, de la que la cristiana es continuación, es la más
antigua de todas. El sentido crítico de Eusebio es bueno, y esta obra
constituye una de las fuentes en que más se ha podido apoyar la investigación
histórica moderna.
La Historia eclesiástica cubre
desde los principios hasta el año 324. Es sobre todo una colección muy valiosa
de hechos y documentos de la vida de la Iglesia, recogidos también con un
notable sentido crítico. Tuvo un gran éxito y fue muy copiada y conocida, tanto
en Oriente como en Occidente. Es una de las fuentes mejores que tenemos para
conocer la antigüedad cristiana.
Los mártires de Palestina
describe la persecución del año 303 al 311, y los hechos que narra son bien
conocidos del autor, contemporáneo de ellos.
En el terreno de las Sagradas
Escrituras y de la exégesis, Eusebio continuó con la labor de restitución del
texto bíblico que había iniciado Orígenes; compuso una tabla para localizar
fácilmente los pasajes comunes de los cuatro evangelios (cánones eusebianos); preparó un diccionario
geográfico de los lugares nombrados en la Biblia (Onomasticón) que se conserva,
y que era una parte de una obra más completa de geografía bíblica. También
tiene algunas obras de exégesis (de los Salmos, de Isaías) y tratados destinados
a esclarecer algunos puntos obscuros (preguntas y respuestas sobre los
evangelios, la poligamia de los patriarcas, la Pascua).
Libro 3
Nota: el subrayado es mío, me
pareció interesante remarcar algunos párrafos. (Sergio – Nuestros Antepasados)
Lugares en los que los apóstoles predicaron a Cristo
I 1. Así, pues, se hallaban los
judíos cuando los santos apóstoles de nuestro Salvador y los discípulos
fueron esparcidos por toda la tierra. Tomás, según sostiene la tradición,
recibió Partia; Andrés, Escitia, y Juan, Asia, y allí vivió hasta morir en
Éfeso.
2. Pedro parece que predicó en
el Ponto, en Galacia, en Bitinia, en Capadocia y en Asia a los judíos en la
dispersión y, finalmente, cuando llegó a Roma, fue crucificado invertido, como
él mismo había creído conveniente padecer.
3. ¿Qué diremos de Pablo, el
cual, partiendo de Jerusalén y hasta el Ilírico, llevó a término el evangelio
de Cristo y al final fue martirizado en Roma durante el reinado de Nerón? Estos
detalles los cuenta Orígenes literalmente en el tomo III de sus Comentarios al
Génesis.
Quién fue el primero en dirigir la iglesia de Roma
II 1.Lino fue el primero en
ser elegido para el episcopado de la iglesia de Roma después del martirio de
Pablo y de Pedro. Esto lo recuerda Pablo al escribir a Timoteo desde Roma,
en la salutación al final de la espístola.
Acerca de las epístolas de los apóstoles
III 1. Sólo se reconoce una
Epístola de Pedro. Ésta la usaban los antiguos ancianos como irrefutable en sus
propias obras, pero la que llaman Segunda Epístola no ha sido aceptada como
testamentaria. No obstante, ya que muchos la han considerado útil, ha sido
respetada junto con las otras Escrituras.
2. Referente a los Hechos que
llevan su nombre, al Evangelio llamado con su nombre, a la predicación que dice
ser suya y al escrito que llaman Apocalipsis, nos consta que no aparece en
absoluto en los escritos apostólicos, porque ningún escritor eclesiástico,
antiguo o contemporáneo, se ha servido jamás de testimonios procedentes de
ellos.
3. Más adelante en esta historia
haré a propósito que, con las sucesiones, se muestren también los escritos
eclesiásticos que en cada época utilizaron los libros que se han discutido,
cuáles usaron y qué dicen con relación a los libros testamentarios admitidos y
acerca de los que no lo son.
4. No obstante, las obras que se
llaman de Pedro, de las que sólo una epístola se conoce como auténtica y
admitida entre los antiguos ancianos, son las ya mencionadas.
5. Pero las catorce Epístolas
son claras y evidentemente de Pablo, aunque no sería justo olvidar que algunos
no han aceptado la Epístola a los Hebreos arguyendo que la iglesia de Roma
niega que sea de Pablo. En el momento conveniente explicaré lo que
comentaron acerca de esta epístola los autores anteriores a nosotros. De ningún
modo he recibido entre los discutidos a los Hechos que dicen ser de él.
6. Ya que el mismo apóstol, en
su salutación final de la Epístola a los Romanos, hace mención, junto con
otros, de Hermas (de quien, según dicen, es el libro del Pastor),es preciso ser
consciente de que mientras unos lo rechazan y por su causa no lo incluye entre
los aceptados, otros lo han considerado en extremo necesario, muy especialmente
para aquellos que necesitan una introducción inicial. Por ello, nos consta que
se ha utilizado públicamente en las iglesias y entendemos que ya lo usaron los
más antiguos escritores.
7. Todo esto sea suficiente a
modo de exposición de las Escrituras de Dios indiscutidas de las que no todos
aceptan.
Acerca de la primera sucesión apostólica
IV 1. Ciertamente, que Pablo
predicó a los gentiles y estableció los fundamentos de las iglesias, desde
Jerusalén avanzando hasta el Ilírico, es evidente por sus propias palabras y
por lo que relata Lucas en los Hechos.
2. De lo que dice Pedro en su
Epístola (la que ya mencionamos y que es aceptada) que escribe a los hebreos de
la dispersión en el Ponto, en Galacia, en Capadocia, en Asia y en Bitinia, se
aprecia con plena certidumbre en qué regiones predicó él mismo a Cristo y dio a
conocer la Palabra del Nuevo Testamento a los de la circuncisión.
3. Pero no es fácil dar el número
y el nombre de los convertidos en hombres esforzados y sinceros que fueron
estimados como capacitados para apacentar las iglesias que fundaron los
apóstoles, si no es por lo que se recoge de las palabras de Pablo.
4. De hecho hubo muchísimos
colaboradores suyos y, como él mismo los llama, compañeros de milicia. A los
más de ellos los tiene por dignos de recuerdos indestructibles, incluyendo
extensamente su testimonio en su propia Epístola; y, además, también Lucas en
los Hechos enumera los discípulos de Pablo, indicando su nombre.
5. Así pues, explica que Timoteo
fue el primer escogido para el episcopado de la religión en Éfeso, y que Tito
lo fue en las iglesias de Creta.
6. Lucas, procedente de una
familia de Antioquía, y siendo médico, acompañó a Pablo la mayor parte del
tiempo. No obstante, su contacto con los restantes apóstoles no fue accidental;
de ellos asimiló la terapéutica de las almas, de la que nos ha transmitido
algunas muestras en los libros divinamente inspirados: en el Evangelio, del
cual da testimonio que lo compuso de acuerdo con lo que le entregaron los que
desde el principio presenciaron los hechos y se convirtieron en servidores de
la Palabra, y a todos ellos dice que siguió atentamente desde el primer
momento; y en los Hechos de los Apóstoles, que redactó, ya no siguiendo de
oídas, sino con los detalles que recogió con sus propios ojos.
7. Además, se dice que
habitualmente Pablo mencionaba este Evangelio como si fuera suyo propio cada
vez que escribía: «conforme a mi Evangelio».
8. De los demás seguidores
de Pablo, hay testimonios de que Crescente fue enviado por él a las Galias, y
Lino, el que menciona que está con él en Roma en la Segunda Epístola a
Timoteo, vimos claramente que fue el primero en recibir el episcopado de la
iglesia en Roma después de Pedro.
9. Pero Pablo también da
testimonio de que Clemente (el cual, a su vez, fue establecido tercer obispo de
la iglesia de Roma) fue su colaborador y compañero de combate.
10. A todo esto cabe añadir aquel
areopagita llamado Dionisio, del cual Lucas escribió en los Hechos, que
fue el primer creyente después del discurso de Pablo a los atenienses en el
Areópago. Además, otro antiguo Dionisio, pastor de la región de Corinto,
dice que este areopagita fue el primer obispo de Atenas.
11. Ahora bien, ya iremos
mencionando a su tiempo todo lo concerniente a la sucesión de los apóstoles
según avancemos en el camino. Ahora sigamos el curso de la narración.
Acerca de los últimos tormentos de los judíos después de Cristo
V 1. Tras ostentar Nerón el poder
durante trece años, y habiendo tenido lugar los reinados de Galba y de Otón en
el espacio de un año y seis meses, Vespasiano, que había sido notable en los
ataques a los judíos, fue designado emperador en Judea una vez que se le nombró
públicamente como jefe supremo del ejército que le había acompañado a aquel
lugar. Inmediatamente salió para Roma y confió la guerra contra los judíos en
manos de su hijo Tito.
2. Ahora bien, los judíos,
después de la ascensión de nuestro Salvador, culminaron su crimen contra él con
la concepción de innumerables maquinaciones contra sus apóstoles. El primero
fue Esteban, al cual aniquilaron con piedras; luego Jacobo, hijo de Zebedeo y
hermano de Juan, que fue decapitado; y finalmente Jacobo, el que fue escogido en
primer lugar para el trono episcopal de Jerusalén, después de la Ascensión
de nuestro Salvador, y que murió del modo mencionado. Todos los demás apóstoles
fueron amenazados de muerte con innumerables maquinaciones, y fueron expulsados
de Judea y se dirigieron a todas las naciones para la enseñanza del mensaje con
el poder de Cristo, que les había dicho: «Id, y haced discípulos a todas las
naciones».
3. Además de éstos, también el
pueblo de la iglesia de Jerusalén recibió el mandato de cambiar de ciudad antes
de la guerra y de vivir en otra ciudad de Perea (la que llaman Pella), por un
cráculo transmitido por revelación a los notables de aquel lugar. Así pues,
habiendo emigrado a ella desde Jerusalén los que creían en Cristo, como si los
hombres santos hubiesen dejado enteramente la metrópoli real de los judíos y
toda Judea, la justicia de Dios vino sobre los judíos por el ultraje al que
sometieron a Cristo y a sus apóstoles, e hizo desaparecer totalmente de entre
los hombres aquella generación impía.
4. En los relatos que escribió
Josefo se describen con toda exactitud los males que en ese momento
sobrevinieron a todo el pueblo judío en todo lugar; cómo principalmente los
habitantes de Judea fueron agobiados hasta el extremo de las desgracias;
cuántos miles de jóvenes y de mujeres, juntamente con sus niños, cayeron a
espada, por hambre y por muchos otros tipos de muerte; cuántos y cuáles
ciudades de Judea fueron sitiadas; cuán grandes desgracias, y más que
desgracias, presenciaron los que fueron en su huida a Jerusalén, ya que era la
metrópoli más fuerte; el desarrolllo de la guerra y lo que tuvo lugar en ella
en cada momento; y, finalmente, cómo la abominación desoladora que proclamaron
los profetas se asentó en el mismo templo de Dios, en gran manera notable
antiguamente; y entonces sufrió todo tipo de destrucción hasta su desaparición
final por el fuego.
5. Merece la pena señalar que el
mismo autor afinuia que los que, procedentes de toda Judea, se apiñaron en los
días de la fiesta de la Pascua, en Jerusalén, como en una prisión, usando sus
propias palabras, fueron alrededor de tres millones.
6. Era preciso, pues, en los
mismos días en los que habían llevados cabo la Pasión del Cristo de Dios,
bienhechor y Salvador de todos, que, como encerrados en una prisión, recibieran
el azote que les daba alcance viniendo de la justicia Divina.
7. Así pues, dejando aparte los
acontecimientos que les sobrevinieron y cuántas veces fueron entregados a
espada o de diversos modos, sólo me ha parecido oportuno mostrar las desgracias
originadas por el hombre, a fin de que los que obtengan este escrito vean,
parcialmente, cómo les daba alcance al poco tiempo el castigo procedente de
Dios por causa de su crimen cometido en contra del Cristo de Dios.
Acerca del hambre que angustió a los judíos
VI 1. Toma, pues, entre tus manos
el libro V de de las Guerras de los judíos de Josefo y lee la tragedia que
sucedió entonces: «Para los ricos, quedarse significaba la perdición, pues con
la excusa de deserción mataban a cualquiera por causa de sus bienes. Con el
hambre crecía también la demencia de los rebeldes y cada día ambas se
enardecían terriblemente.
2. »El trigo no era visible en
lugar alguno, pero ellos se lanzaban dentro de las casas y las registraban.
Cuando lo encontraban los maltrataban por haber negado, pero si no lo hallaban,
los atormentaban por haberlo escondido con tanta precaución. La evidencia de
tener o no tener eran los cuerpos de los desafortunados: los que todavía se
mantenían en pie daban la impresión de poseer gran cantidad de alimentos; sin
embargo, los que ya estaban consumidos, los dejaban, pues creían que no era
lógico matar a los que estaban a punto de morirse de necesidad.
3. »Muchos cambiaban furtivamente
sus posesiones por una medida de trigo, los más ricos; o de cebada, los más
pobres. Luego, encerrándose en lo más recondito de sus casas, y debido al
escozor de la necesidad, algunos comían el grano crudo y otros lo cocían a
medida que lo requería la necesidad y el temor. Tampoco se ponía la mesa.
4. »Pues sacando del fuego los
alimentos aún crudos, se los tragaban. La comida era miserable a la visión
conmovedora; los más fuertes abusando, los más débiles quejándose.
5. »El hambre supera todo
sufrimiento, pero nada destruye tanto como el honor, pues aquello que de otro
modo se aceptaría como digno de consideración, en esta situación se
menosprecia. Las mujeres por ejemplo, quitaban la comida de la boca de sus
maridos, los hijos de la de los pobres, y lo más deplorable, las madres de Las
de sus niñitos, y a pesar de que los seres más queridos se iban acabando entre
sus manos, ningún tropiezo existía para llevar las últimas gotas de vida.
6. »Y aunque comían de este modo,
no pasaban desapercibidos y los rebeldes en todo lugar se cansaban sobre estas
presas. En el momento que observaban una casa cerrada, era indicio de que los
que se hallaban en el interior estaban provistos de alimentos, y en seguida,
cargándose las puertas, arremetían hacia dentro, y únicamente les quedaba
aferrarse a las gargantas para sacarles el bocado.
7. »Azotaban a los ancianos que retenían
los alimentos, y a las mujeres que ocultaban entre sus manos lo que les
quedaba, les arrancaban la cabellera. No existía la compasión ni para los
ancianos ni para los niños, sino que, alzando a los niños que no soltaban su
bocado, los lanzaban contra el suelo. Pero aun eran mas inhumanos con aquellos
que anticipaban su llegada y se habían tragado lo que ellos les iban a
arrebatar, pues se consideraban agraviados.
8. »Ideaban terribles métodos de
tortura para encontrar los alimentos. Cerraban la uretra de los desafortunados
con granos de legumbres y les atravesaban el recto con palos afilados. Se
sufrían tormentos aterradores para el oído simplemente hasta conseguir la
confesión de un solo pan o para revelar un solo puñado de harina.
9. »Pero los torturadores no
sufrían el hambre (pues su crueldad sería menor si se encontraban en
necesidad), porque practicando su demencia iban procurándose de antemano
provisiones para los días que tenían que llegar.
10. »Iban al encuentro de los que
durante la noche salían arrastrándose hasta la avanzada romana para reunir
legumbres silvestres y hierbas. Y cuando ya creían que habían burlado a los
enemigos, entonces les arrebataban lo que llevaban, y por mucho que suplicaran
invocando por el sagrado nombre de Dios para que les dieran alguna porción de
lo que habían traído, estando en tan grande peligro, ni así se lo daban, y
podían contentarse si no parecían además de ser despojados».
11. Además de otros detalles,
añade lo siguiente: «A los judíos les truncaron, junto con las salidas, toda
esperanza de salvación, y el hambre, descendiendo por cada casa y en cada
familia, consumía al pueblo. Las estancias se llenaban de mujeres y de niños de
pecho que habían perecido, y los callejones de ancianos muertos.
12. »Los niños y los jóvenes,
hinchados como sombras, pasaban por las plazas y caían donde les sobrevenía el
dolor. Los enfermos eran incapaces de sepultar a sus familiares, y los que
podían se negaban por la gran cantidad de cadáveres y su propio destino dudoso.
Muchos, pues, caían sin vida al lado de los que acababan de enterrar, mientras
que otros muchos se dirigían a sus sepulcros antes que la necesidad lo
prescribiera.
13. »En todas estas desgracias no
había canto fúnebre ni lamento. En su lugar, el hambre censuraba al
sufrimiento, y los que morían observaban con ojos secos a los que les habían
precedido en la muerte. Un profundo silencio y una noche colmada de muerte encerraba
la ciudad.
14. »Pero lo más terrible eran
los ladrones. Pues, entrando en las casas, a modo de saqueadores de tumbas,
despojaban a los cadáveres y, tras retirar las cubiertas de los cuerpos, salían
riéndose. También probaban el filo de sus espadas con los cadáveres y, con su
prueba del hierro, atravesaron a algunos que, aunque habían caído, estaban
vivos.
»No obstante, si alguien les
suplicaba que hicieran uso de sus espadas y de su fuerza en él, lo abandonaban
al hambre, ignorándole. Y todos los que expiraban fijaban su mirada en el
templo dejando vivos a los rebeldes.
15. »Los propios rebeldes primero
ordenaban sepultar a los muertos, a cargo del tesoro público, porque no
aguantaban el hedor. Pero, posteriormente, cuando ya no se daba abasto, los
lanzaban por encima de las murallas a los precipicios. Tito, cuando los vio
llenos de cadáveres y el espeso líquido que fluía de los cuerpos en
putrefacción, se lamentó, y alzadas sus manos tomó a Dios por testigo de que no
era obra suya.»
16. Al cabo de otras cosas acaba
diciendo: «No podría retenerme de mencionar lo que me indican mis sentimientos.
Es mi opinión que si los romanos se hubieran retardado en su ataque contra los
ofensores, una sima hubiera abatido la ciudad, o hubiera sido inundada, o los
rayos de Sodoma le hubieran dado alcance, porque esa generación era mucho más
impía de lo que fueron los que llevaron estos castigos. De este modo, por causa
de la demencia de ellos, todo el pueblo pereció con ellos.»
17. En el libro VI también
escribe como sigue: «De los que murieron por el hambre en la ciudad el número
era ilimitado, y los sufrimientos que tuvieron lugar, indescriptibles. En toda
casa, si en algún lugar se vislumbraba una mera sombra de comida, se entablaba
una guerra y llegaban a las manos los que más se querían, con el fin de
arrancarse el misersable recurso de vida. La necesidad no tenía confianza ni
siquiera en los moribundos.
18. »Los ladrones inspeccionaban
también a los que estaban por morirse, por si se diera el caso de que mantenían
algún alimento escondido entre los pliegues de su vestido pretendiendo estar
muertos. Algunos, boquiabiertos por la falta de alimento, semejantes a perros
rabiosos, iban tropezando y, desencajados, arremetían contra las puertas a modo
de borrachos y, en su debilidad, penetraban en las mismas casas dos y hasta
tres veces en una hora.
19. »Por la indigencia se ponían
cualquier cosa en la boca, y si lograban reunir algo indigno, incluso para los
animales irracionales más inmundos, se lo llevaban para comérselo. De este
modo, al final ya no se retenían ante sus cinturones ni zapatos, y sacando las
pieles de sus escudos, las devoraban. Algunos se alimentaban también con
pedazos de hierba vieja, mientras que otros, recogiendo fibras de plantas,
vendían una ínfima parte por cuatro dracmas áticos.
20. » ¿Y qué diremos de la
desvergüenza de la gente desalentada por el hambre? Porque estoy a punto de
poner de manifiesto unos actos que no se hallan registrados ni entre los
griegos ni entre los bárbaros, escalofriantes para contarlos e increíbles para
escucharlos. Por mi parte, para que no considerasen que estoy inventando para
el futuro, con mucho gusto ignoraría tal desgracia si no se diera el caso de
que dispongo de innumerables testigos contemporáneos. Y, por otro lado,
concedería a mi patria un favor estéril si dejara en silencio sus sufrimientos
reales.
21. »Así pues, una mujer
residente en el otro lado del Jordán, de nombre María, hija de Eleazar, de la
aldea de Batezor (que quiere decir «casa de Hisopo»), distinguida por su
familia y su riqueza, se refugió en Jerusalén con la restante multitud y con
ellos sufría el asedio.
22. »Los tiranos le robaron todas
las otras posesiones que ella había aprovisionado y transportado desde Perea
hasta la ciudad. El resto de sus bienes y algo de comida que vieron los hombres
armados que entraba cada día, se lo fueron quitando. La indignación de aquella
mujer era terrible, y a menudo vituperaba y maldecía a los bandidos con el
único resultado de excitarlos contra su persona.
23. »Y como fuere que nadie la
mataba (exasperados o compadecidos), y fatigada de buscar alimentos para otros,
pues de todos modos ya era imposible buscar, oprimiéndole el hambre las
entrañas y la médula y más enfurecida que hambrienta, se hizo de la ira y de la
necesidad como consejeros, apresuró contra la naturaleza y, agarrando a su hijo
de pecho, dijo:
24. »"¡Desventurada
criatura! En la guerra, en el hambre y en la revuelta, ¿para quién te cuidaré?
Si llegamos a parar vivos en las manos de los romanos, la esclavitud. Pero el
hambre llega antes que la esclavitud y los rebeldes son más terribles que ambas
opciones. ¡Venga, pues! Sé mi alimento, la maldición de los rebeldes y un mito
para el mundo; ¡lo único que faltaba a la desgracia de los judíos!"
25. »Mientras decía esto mató a
su hijo. Luego lo asó y se comió una mitad, pero el resto lo ocultó. Al punto
acudieron los rebeldes y notaron el hedor del malvado sacrificio, la amenazaron
con degollarla inmediatamente sino les indicaba lo que había preparado. Ella,
respondiéndoles que para ellos guardaba una bella porción, les descubrió lo que
había quedado de su hijo.
26. »Un escalofrío y un gran
estupor se apoderó de ellos en aquel mismo momento y se quedaron clavados ante
aquella visión. Pero ella les dijo: "Es mi hijo, mi obra. Comed, pues yo
también me he alimentado. No seáis más débiles que una mujer ni más compasivos
que una madre. Pero si vosotros sois piadosos y no aceptáis mi sacrificio, yo
ya comí en vuestro lugar, el resto quede también para mí."
27. »Después de estos
acontecimientos, ellos salieron temblando; fue la única vez que tuvieron miedo
y que, de mala gana, dejaron para la madre semejante alimento. Inmediatamente,
la ciudad fue llena de repugnancia y cada cual se estremecía cuando se
imaginaban como suyo aquel crimen.
28. »Los hambrientos tenían deseo
de morirse y celebraban a los que se habían anticipado en la muerte, antes de
oír y presenciar tan grandes males.»
Acerca de las profecías de Cristo
VII 1. Éste fue el castigo que recibieron
los judíos por su delito y su impiedad para con el Cristo de Dios. Pero merece
la pena añadir la verdadera profecía de nuestro Salvador, con la que
manifestaba los mismos acontecimientos, cuando profetizaba como sigue: «Mas ¡ay
de las que estén encintas, y de las que críen en aquellos días! Orad, pues, que
vuestra huida no sea en invierno ni en día de reposo; porque habrá entonces
gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta
ahora, ni la habrá.»
2. Sumando el número de todos los
muertos, dice el mismo escritor que por el hambre y por la espada cayeron un
millón cien mil personas, y el resto de rebeldes y de ladrones, denunciándose
unos a otros tras ser tomada la ciudad, fueron ejecutados; los jóvenes más
altos y notables por su belleza corporal los guardaban para la ceremonia del
«triunfo», y del resto de la multitud, —los mayores de diecisiete años—, unos
cuantos fueron enviados cautivos a los trabajos forzados de Egipto y la mayoría
fueron distribuidos entre las regiones para morir en el teatro, por el hierro o
por las fieras; pero los menores de dicisiete años fueron llevados como presos
de guerra para ser vendidos. Estos solos ya sumaban unos noventa mil hombres.
3. Todo esto tuvo lugar así en el
segundo alio del reinado de Vespasiano, coincidiendo con las profecías de
nuestro Señor y Salvador Jesucristo, el cual, gracias a su divino poder, ya lo
vio de antemano como si fueran presentes, y lloró y se lamentó de acuerdo con
la Escritura de los santos evangelistas, que también aportan las palabras que
dijo refiriéndose a Jerusalén:
4. «¡Oh, si también tú
conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz! Mas ahora está
encubierto a tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, cuando tus enemigos te
rodearán con vallado, yte sitiarán, y por todas partes te estrecharán, y te
derribarán a tierra, y a tus hijos dentro de ti».
5. También cuando se refería al
pueblo: «Porque habrá gran calamidad en la tierra, e ira sobre este pueblo. Y
caerán a filo de espada, y serán llevados cautivos a todas las naciones; y
Jerusalén será hollada por los gentiles, hasta que los tiempos de los gentiles
se cumplan.» Y de nuevo: «Pero cuando viereis a Jerusalén rodeada de ejérritos,
sabed entonces que su destrucción ha llegado.»
6. Quien compare las palabras de
nuestro Salvador y las otras descripciones del autor sobre toda la guerra,
¿cómo no ha de maravillarse y de admitir que la presciencia y la profecía de
nues1ro Salvador son verdaderamente Divinas y sobrenaturalmente extraordinarias?
7. Por ello, sobre lo que
sobrevino a toda la nación después de la Pasión del Salvador y de aquellas
voces con las que el pueblo judío requería que fuera librado de la muerte el
ladrón y homicida y que se aniquilara al autor de la vida, nada cabe añadir a
la narración.
8. A pesar de ello, sería justo
añadir cuanto se refiere al amor para con los hombres de la entera Providencia,
que aplazó la ruina de los malvados durante cuarenta años después de su audacia
contra Cristo. Y a lo largo de estos cuarenta años muchos apóstoles y
discípulos, y el propio Jacobo (primer obispo del lugar, llamado hermano del
Señor), que todavía vivían y habitaban en la misma ciudad de Jerusalén dando
sus discursos, permanecían en el lugar como muro fortificado.
9. La visitación de Dios, hasta
el momento, ejercía su larga paciencia por si pudieran arrepentirse de sus
hechos y alcanzar con ello el perdón y la salvación.
Además de esta paciencia
extraordinaria, les concedía extrañas señales divinas de lo que les acontecería
de no arrepentirse. El autor que hemos citado también estimó dignas de recuerdo
estas señales. Nada más oportuno que referirlas a los que leen este texto.
Acerca de las señales anteriores a la guerra
VIII 1. Lee, pues, lo que Josefo
expone en el libro VI de su Guerras de los judíos con las siguientes palabras:
«Precisamente entonces los engañadores y los falsos acusadores de Dios seducían
al pueblo infeliz, por lo que no prestaban atención ni daban crédito a los manifiestos
prodigios que indicaban la cercana desolación, sino que, como pasmados como un
rayo y como desprovistos de ojos y de alma, menospreciaban los mensajes de
Dios.
2. »Sirvan como ejemplo un astro
que se paró sobre la ciudad y muy parecido a una espada, y un cometa que fue
prolongándose hasta un año. En otra ocasión cuando, antes de la revuelta de los
tumultos anteriores a la guerra, habiéndose congregado el pueblo para la fiesta
de los ácimos, a la hora novena de la noche del octavo día de Jantico resplandeció
una luz tan fuerte sobre el altar y en el templo que pareció ser de día, y este
fenómeno se prolongó durante media hora. A los inexpertos les pareció buen
presagio, pero los escribas lo entendieron correctamente antes de que
aconteciera.
3. »Y durante la misma fiesta,
una vaca que el sumo sacerdote llevaba para el sacrificio, parió un cordero en
medio del templo.
4. »Además, la puerta inferior de
oriente, a pesar de ser de bronce macizo, de haber sido cerrada después de la
tarde por veinte hombres con mucho esfuerzo, de estar reforzada con cerrojos
fijados con hierro y de tener unos goznes bien sujetos, se vio cómo se abría
por sí sola durante la noche a la hora sexta.
5. »Pocos días después de la
fiesta, el veintiuno del mes de Artemisio, apareció un fantasma demoníaco
increíblemente enorme. Pero lo que vamos a explicar parecería un extraño
prodigio si no lo explicaran los que lo presenciaron y si el sufrimiento que
siguió no fuera digno de tales indicios. Así pues, antes de ponerse el sol, se
pudieron ver carros y escuadrones armados en el aire por toda la región que se
movían entre las nubes circundando las ciudades.
6. »Y durante la noche de la
fiesta llamada de Pentecostés, cuando los sacerdotes entraban en el templo
(como de costumbre) con el fin de llevar a cabo su servicio, dicen que en
primer lugar oyeron tumultos y ruidos de golpes, y después una voz compacta:
"¡Vayámonos de aquí!"
7. »Pero lo que es más espantoso:
un hombre llamado Jesús de Anamías, un particular de oficio campesino, pues
había la costumbre de que todos montaran una tienda para Dios, fue a la fiesta
cuatro años antes de la guerra, cuando la ciudad se hallaba en la mayor paz y
esplendor. De pronto empezó a dar voces en el templo: "¡Voz de oriente!
¡Voz de los cuatro vientos! ¡Voz sobre Jerusalén y el templo! ¡Voz sobre recién
desposados! ¡Voz sobre todo el pueblo!" Y fue vociferando por todo el
pueblo y callejones día y noche.
8. »Pero ciertos ciudadanos
ilustres, enojados por el mal agüero, agarrando a ese hombre, le atormentaron,
causándole numerosas heridas. Él, no obstante, como no hablaba para sí ni de lo
suyo propio, siguió gritando a los presentes con las mismas palabras de antes.
9. »Luego los magistrados,
creyendo (como era en realidad) que la agitación de aquel hombre era demoníaca,
le llevaron a presencia del procurador romano. Allí, y a pesar de ser azotado y
con heridas hasta los huesos, no hizo ninguna súplica ni derramó una sola
lágrima, sino que en lo posible tomó su voz en lamento, respondiendo a cada golpe:
"¡Ay, ay, de Jerusalén!"».
10. Josefo también cuenta otro
hecho más extraño que todo esto, cuando dice que en las Sagradas Escrituras se
halla un oráculo que afirma que en aquel tiempo alguien de aquella región
gobernaría el mundo. Él llegó a la conclusión de que se cumplía con Vespasiano.
11. No obstante, Vespasiano no
gobernó todo el mundo, únicamente lo que estaba bajo el mando romano. Sería más
apropiado referirlo a Cristo, a quien el Padre dijo: «Pídeme, y te daré por
herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra»; y por
ese tiempo «por toda la tierra salió la voz (de los santos apóstoles) y hasta
el extremo del mundo sus palabras».
Acerca de Josefo y de sus escritos
IX 1. A todo esto cabe añadir
algo acerca de Josefo (que tanto ha aportado a esta obra que tienes en las
manos), su país y su familia. De nuevo es él quien nos lo refiere: «Josefo,
hijo de Matías, sacerdote de Jerusalén, que en un principio luchó contra los
romanos y finalmente fue dejado en manos de los sucesos posteriores debido a la
necesidad.»
2. Fue el hombre más famosos de
los judíos de su época, y no sólo entre los de su misma raza sino incluso entre
los romanos. Hasta tal grado fue su reconocimiento, que se le honró con la
erección de una estatua en Roma, y sus obras fueron veneradas como dignas de
una biblioteca.
3. Redactó todas sus Antigüedades
de los judíos en veinte libros completos; Las guerras de los judíos de su
época, en siete, los cuales, según su propio testimonio, los compuso no sólo en
griego sino también en su lengua materna. Ciertamente, por todo lo demás, es
digno de confianza.
4. Hay aún otros dos libros suyos
dignos de consideración: Sobre las Antigüedades de los judíos, en los que se
halla su respuesta al gramático Apión, que acababa de componer un tratado
contra los judíos, e incluso contra otros que por su parte también habían
intentado desacreditar las costumbres patrias del pueblo judío.
5. En el primero de estos dos
libros determina el número de los escritos que pertenecen al llamado Antiguo
Testamento, explicando cuáles son los indiscutibles entre los hebreos por
pertenecer a una larga tradición, con las siguientes palabras:
Cómo cita Josefo los libros divinos
X 1. «Entre nosotros no hay
millares de libros discordantes y contradictorios entre sí, sino que existen
sólo veintidós que poseen el registro de todo tiempo y que se tienen por
divinos con justicia.
2. »De éstos, cinco son de
Moisés, y contienen las leyes y la tradición de la creación hasta la muerte de
Moisés. Comprende un período de casi tres mil años.
3. »Los profetas posteriores a
Moisés escribieron en trece libros cuanto acaeció en sus épocas, abarcando
desde la muerte de Moisés hasta la de Artajerjes (rey de los persas sucesor de
Jerjes). Los cuatro restantes contienen himnos a Dios y consejos de vida para
los hombres.
4. »A partir de Artajerjes y
hasta nuestros días, también se ha escrito todo; pero, al no darse con
exactitud la sucesión de los profetas, no es digno de la misma confianza que
merece lo anterior.
5. »Porque en la práctica se
demuestra cómo nos acercamos a nuestras propias Escrituras. Pues al cabo de
tanto tiempo ya nadie ha osado añadir, sacar o cambiar nada de ellas, sino que
a todos los judíos, ya desde su nacimiento, les resulta natural creer que estas
Escrituras son decretos de Dios y perseverar en ellas hasta, si es preciso,
morir de buen grado por ellas».
6. Las palabras del autor
expuestas de este modo tendrán su utilidad. Josefo también trabajó en otra obra
no exenta de importancia Sobre la supremacía de la razón, la que algunos
titularon Macabeos porque contiene las luchas que los hebreos sostuvieron con
gran valor por la piedad a Dios y que se hallan en los escritos llamados De los
Macabeos.
7. También al final del libro XX
de sus Antigüedades, indica que ha de escribir en cuatro libros, siguiendo las
creencias patrias de los judíos, acerca de Dios, de su esencia y de las leyes,
puesto que, según ellas, ciertas cosas se pueden hacer y otras resultan
prohibidas. Él mismo, en otros trabajos, menciona otras obras suyas.
8. Para terminar vale la pena
exponer también las palabras suyas que aparecen al final de sus Antigüedades, a
fin de dar una garantía a los testimonios que he tomado. Así pues, en su
acusación contra Justo de Tiberíades (que como él mismo, había intentado
redactar los sucesos de aquella época) diciendo que no escribía la verdad, tras
considerar otros muchos argumentos, añade las siguientes palabras:
9. «Yo no tengo temor como tú
acerca de mis escritos, porque entregué mis libros a los emperadores cuando los
hechos todavía eran casi visibles, pues sabía a ciencia cierta que conservaba
la tradición de la verdad, y no estaba equivocado cuando esperaba conseguir su testimonio.
10. »Asimismo, presenté mi
narración a muchos otros; algunos incluso resulté que habían estado en la
guerra, como por ejemplo el rey Agripa y algunos de su misma familia.
11. »También el emperador Tito
quiso que la información de estos hechos se diera al pueblo solamente a través
de estos escritos, de modo que incluso firmó con su propia mano la orden de
publicación. El rey Agripa escribió sesenta y dos cartas con el fin de dar
testimonio de la veracidad de estos libros». Josefo también cita dos de estas
cartas. De todos modos, lo mencionado acerca de él es ya suficiente.
Prosigamos, pues, con nuestra obra.
Cómo Simeón dirige la iglesia de Jerusalén después de Jacobo
XI Tras el martirio de Jacobo
y la inmediata toma de Jerusalén, cuenta la tradición que, viniendo de diversos
sitios, se reunieron en un mismo lugar los apóstoles y los discípulos del Señor
que todavía se hallaban con vida, y juntos con ellos también los que eran de la
familia del Señor según la carne (pues muchos aún estaban vivos). Todos ellos
deliberaron acerca de quién había de ser juzgado digno de la sucesión de
Jacobo, y por unanimidad todos pensaron que Simeon, el hijo de Clopás (a quien
también menciona el texto del Evangelio), merecía el trono de aquella región,
por ser, según se dice, primo del Salvador, pues Hegesipo cuenta que Clopás era
hermano de José.
Cómo Vespasiano manda buscar a los descendientes de David
XII Además de todo esto,
Vespasiano, una vez que Jerusalén hubo sido tomada, ordenó que se buscara a
todos los de la familia de David, para que entre los judíos no fuera dejado
nadie de la familia real. Por esta razón se emprendió otra gran persecución
contra los judíos.
Cómo Anacleto fue el segundo obispo de Roma
XIII Al cabo de diez años de su
reinado, Vespasiano es sucedido como emperador por su hijo Tito. En el segundo
año del reinado de este segundo, Lino, obispo de la iglesia de Roma, después
de sostener el ministerio durante doce años, se lo entrega a Anacleto.
Domiciano sucedió a su hermano Tito, que había reinado dos años y dos meses.
Cómo Abilio fue el segundo en dirigir a los alejandrinos
XIV Abilio sucede a Aniano,
primer obispo de la región de Alejandría, tras completar veintidós años y morir
el cuarto año del reinado de Domiciano.
Cómo Clemente fue el tercer obispo de Roma después de Anacleto
XV Clemente fue obispo de la
iglesia de Roma durante doce años. Este Clemente —enseña el apóstol Pablo en su
Epístola a los Filipenses— era su colaborador. Lo expresa como sigue: «Con
Clemente también y los demás colaboradores míos, cuyos nombres están en el
libro de la vida.»
Acerca de la carta de Clemente
XVI Hay una carta de Clemente
que es admitida, extensa y asombrosa la escribió a la iglesia de los corintios
en nombre de la iglesia en Roma, cuando había una revuelta en Corinto. Tenemos
constancia de que esta carta se usa públicamente en la congregación en la
mayoría de las iglesias, no sólo en la antigüedad sino también en nuestros días.
Hegesipo es un testigo de que en aquel tiempo hubo una revuelta en Corinto.
Acerca de la persecución en tiempos de Domiciano
XVII Domiciano demostró ser en
gran manera cruel para con muchos, y no a pocos nobles y a hombres insignes
asesinó sin siquiera un juicio lógico. También castigó a millares de hombres
ilustres con el destierro fuera de las fronteras y confiscación de bienes sin
razón. Finalmente se constituyó a sí mismo sucesor de Nerón en su enemistad y
lucha contra Dios. En realidad fue el segundo que instigó la persecución contra
nosotros, aunque su padre, Vespasiano, no había concebido nada insólito contra
nosotros.
Acerca del apóstol Juan y del Apocalipsis
XVIII 1. Por aquel tiempo, según
la tradición, el apóstol y evangelista Juan (todavía vivo) fue condenado a
residir en la isla de Patmos por su testimonio del Verbo Divino.
2. Ireneo, escribiendo sobre
el número del nombre que designa al anticristo en el llamado Apocalipsis, de
Juan, menciona las siguientes palabras en el libro V, Contra las herejías,
acerca de Juan:
3. «Pero si hubiese sido
preciso anunciar explícitamente su nombre, se hubiera comunicado por medio de
aquel que también vio el Apocalipsis; pero hace poco que se vio, casi en
nuestra generación, al final del imperio de Domiciano».
4. Por aquel entonces la señal de
nuestra fe, resplandeció de tal modo que incluso los escritores fuera de
nuestra tradición no dudaron en exponer en sus narraciones la persecución de
los mártires que tuvo lugar en ella. También indicaron el tiempo con precisión,
cuando cuentan que en el año decimoquinto de Domiciano, Flavia Domitila, hija
de una hermana de Flavio Clemente, cónsul de Roma por aquel entonces,
juntamente con muchos otros, fue sentenciada al destierro en la isla de Pontia
por el testimonio de Cristo.
Cómo Domiciano manda dar muerte a los de la familia de David
XIX Domiciano también ordenó
aniquilar a los de la familia de David, y, según una antigua tradición, ciertos
herejes acusaban a los descendientes de Judas (el cual era hermano, según la
carne, del Salvador) por ser de la familia de David y estar emparentados con el
mismo Cristo. Esto expone Hegesipo con las siguientes palabras:
Acerca de la familia de nuestro Salvador
XX 1. «Todavía se hallaban con
vida, de la familia del Señor, los nietos de Judas (llamado su hermano según la
carne). A éstos delataron porque eran de la familia de David. El evocato los
llevó ante el césar Domiciano, pues, como Herodes, también tenía miedo de la
venida de Cristo.
2. »Les preguntó si eran
descendientes de David y ellos lo confesaron. Luego les preguntó acerca del
número de sus bienes o cuánto dinero poseían, pero ellos dijeron que entre
ambos sólo sumaban nueve mil denarios, la mitad cada uno; y persistían en decir
que ni siquiera esto tenían en metálico, sino que se trataba de la tasación de
sólo treinta y nueve pletros de tierra, por la que pagaban impuestos y la
trabajaban ellos mismos para su subsistencia».
3. A continuación mostraron sus manos,
y ofrecieron como testimonio de su trabajo personal su fortaleza física y los
callos que les habían salido en sus propias manos por la obra ininterrumpida.
4. Interrogados sobre Cristo y su
reino, qué tipo de reino era, dónde y cuándo aparecería, explicaron que no se
trataba de un reino de este mundo o de esta tierra, sino celestial y angélico y
que ha de tener lugar en el final de los tiempos. Porque viniendo en gloria
juzgará a vivos y muertos y pagará a cada uno según sus obras.
5. Observando todo esto,
Domiciano nada les reproché, sino que incluso los menospreció como a gente
vulgar y, dejándolos en libertad, puso fin a la persecución de la iglesia
mediante un decreto.
6. Los que habían sido liberados
dirigieron las iglesias por haber testificado y por pertenecer a la familia del
Señor, y habiendo llegado la paz, vivieron hasta Trajano.
7. Esto, según Hegesipo, pero
Tertuliano también hace una mención parecida de Domiciano: «También Domiciano
intentó en cierta ocasión llevar a cabo lo mismo que aquél, pero su crueldad
sólo fue una parte de la de Nerón. Porque, según creo, tenía cierto
conocimiento y apresuradamente cesó la persecución, incluso haciendo llamar a
los desterrados»
8. Al cabo de quince años de
reinar Domiciano, y tras sucederle Neiva en el poder, el Senado romano votó que
los honores de Domiciano fueran eliminados y que volvieran a su casa los
desterrados injustamente, y al mismo tiempo tomaran de nuevo sus posesiones.
Estos hechos los cuentan los que han transmitido por escrito los acontecimientos
de entonces.
9. Así pues, entonces, según una
antigua tradición nuestra, el apóstol Juan, viniendo del destierro en la isla,
pasé a vivir a Éfeso.
Cómo Cerdón fue el tercero en dirigir la iglesia de Alejandría
XXI Tras reinar poco más de un
año, Neiva fue sucedido por Trajano, y en el primer año de este último, Cerdón
sucedió a Abilio, que había dirigido la congregación de Alejandría durante
trece años. De este modo, Cerdón vino a ser el tercero que ocupó el cargo
después de Aniano, que fue el primero. Entonces Clemente todavía dirigía a
los romanos, siendo él también el tercer obispo de aquel lugar, después de
Pablo y de Pedro. Lino fue el primero y tras él Anacleto.
Cómo Ignacio fue el segundo en dirigir la iglesia de Antioquía
XXII En Antioquía, después de
Evodio, el primero en ser nombrado, era muy conocido también en aquella época
el segundo:
Ignacio. Del mismo modo, por
aquel entonces, Simeón, segundo después del hermano de nuestro Salvador, tenía
este ministerio en Jerusalén.
Relato acerca del apóstol Juan
XXIII 1. Por entonces, el apóstol
y evangelista Juan, aquel a quien Jesús amaba, todavía estaba con vista en Asia
y continuaba allí cuidando de la iglesia tras volver del destierro de la isla,
una vez que hubo muerto Domiciano.
2. Bastarán los testigos para
garantizar que entonces Juan todavía vivía, pues ambos son fidedignos y
reconocidos en la ortodoxia de la iglesia. Se trata de Ireneo y de Clemente de
Alejandría.
3. El primero, en algún
punto del libro II de Contra las herejías, escribe lo siguiente: «Y todos
los ancianos de Asia que mantienen contactos con Juan, el discípulo del Señor,
dan testimonio de que lo transmite Juan, pues permaneció con ellos hasta los
tiempos de Trajano».
4. También el libro III de
la misma obra expone así: «Pero incluso la iglesia de Éfeso, puesto que la
fundó Pablo y que Juan permaneció en ella hasta los tiempos de Trajano, es un
testimonio verdadero de la tradición de los apóstoles».
5. Por otro lado, Clemente indica
el mismo tiempo, y añadió un relato, indispensable para aquellos que gustan de
oir cosas hermosas y de algún provecho, a la obra que tituló ¿Quién es el rico
que se salva? Así pues, tómala y lee lo que allí se halla escrito:
6. «Oye este rumor, que no es un
rumor, sino una tradición sobre el apóstol Juan, transmitida y conservada en la
memoria. Así pues, cuando murió el tirano, Juan pasó de la isla de Patmos a
Éfeso. De allí salía, cuando se lo pedían, a las regiones vecinas de los
gentiles, ya fuera para establecer obispo, para dirigir iglesias enteras o para
designar algún sacerdote de los que habían sido elegidos por el Espíritu.
7. »Fue, pues, a una ciudad
cercana (cuyo nombre incluso algunos mencionan) y, tras traer alivio a los
hermanos en las otras cosas, mirando fijamente al obispo establecido por todos
y habiendo visto a un joven alto, de aspecto agradable y de ánimo encendido,
dijo: "Te entrego a éste con toda diligencia ante la iglesia y con Cristo
de testigo" Y, a pesar de que el obispo lo aceptó comprometiéndose en
todo, Juan de nuevo decía lo mismo y lo afirmaba con los mismos testigos.
8. »Entonces se fue a Éfeso, y
aquel obispo recibió en casa al joven que le había sido entregado y lo hospedó,
lo mantuvo, lo cuidó y finalmente lo bautizó. Luego moderó algo el gran cuidado
y protección, porque creía que lo había provisto de la perfecta protección: el
sello del Señor.
9. »Pero siendo su libertad
prematura y tomándole algunos ociosos de su misma edad habituados al mal, lo
pervirtieron. Primero se lo atrajeron con pródigos festines, luego se lo
llevaban con ellos incluso cuando iban a robar de noche, y finalmente le reclamaban
mayor colaboración.
10. »El fue adhiriéndose a ellos
paulatinamente y, por su fortaleza física, se extravió del camino recto como
caballo desbocado y robusto, cayendo al abismo con gran velocidad.
11. »Al final renunció a la
salvación que hay en Dios y ya no proyectaba pequeñeces, antes bien, habiendo
llevado a cabo graves crímenes, y ya que estaba perdido para siempre, merecía
sufrir como los demás. De este modo, tomando a estos otros jóvenes y reuniendo
una banda de ladrones, él era su resuelto jefe, el más violento, el más asesino
y el más aterrador.
12. »Pasando el tiempo, hubo
alguna necesidad y llamaron a Juan. Él tras solucionar los asuntos que le
habían llevado allí, dijo: "Venga, pues, obispo, devuélveme el depósito
que yo y Cristo te entregamos ante la iglesia que tú diriges y es
testigo."
13. »El obispo, primero se
sorprendió pensando que se le acusaba acerca de algún dinero que él no había
recibido, y tampoco podía creer en lo que no tenía ni desconfiar de Juan. Pero
cuando Juan dijo: "El joven es a quien te reclamo y el alma del
hermano", el anciano se echó a llorar y, con muchas lágrimas, dijo:
"Está muerto." ¿Cómo? ¿De qué muerte? "Muerto para Dios, porque
se fue malvado, perdido y, lo que es más, ladrón, y ahora se ha apoderado del
monte que hay al frente de la iglesia, con una banda como él."
14. »El apóstol, rasgando sus
vestidos y golpeándose la cabeza con grandes gemidos, dijo: "¡Buen
cuidador dejé del alma del hermano! Pero traigan un caballo y alguien me
indique el camino." Y desde allí, tal como estaba, emprendió su marcha
desde la iglesia.
15. »Cuando llegó al lugar, le
tomaron los guardias de los bandidos, pero él ni se escondía ni hacía súplicas,
sino que decía gritando: Para esto vine, conducidme a vuestro jefe.
16. »Éste, mientras esto ocurría,
esperaba armado, pero al reconocer que era Juan el que se acercaba, escapó
avergonzado. Él le seguía con toda su fuerza y descuidando su propia edad.
17. »Le gritaba: "¿Por qué
huyes de mí, hijó, de tu padre indefenso y viejo? Ten piedad de mí, hijo, no
tengas temor. Todavía tienes esperanza de vida. Yo daré cuenta de ti ante
Cristo. Si es preciso, soportaré la muerte por ti de buen grado, del mismo modo
que el Señor la sufrió por nuestra causa. Cambiaré tu alma por la mía propia. Detente,
me ha enviado Cristo."
18. »El joven, cuando oyó estas
cosas, primero se detuvo, bajando su rostro; después tiré sus armas, y luego,
temblando, lloró amargamente. Al llegar el anciano lo abrazó, presentando, en
lo posible, sus lamentos a modo de defensa y sus lágrimas como segundo
bautismo. Únicamente escondía la diestra.
19. »Pero él, que era su fiador,
jurando que había hallado perdón del Salvador para él y suplicando, se postró
de rodillas y besó su diestra purificada por el arrepentimiento. Lo llevó de
nuevo a la iglesia, oró con abundantes súplicas, lo acompañó compartiendo sus
ayunos y fue cautivando su corazón con los multiformes lazos de sus palabras.
Según dicen, no se alejó de allí hasta que lo hubo establecido en la iglesia,
habiendo dado grandes muestras de un arrepentimiento verdadero y grandes
señales de regeneración a modo de trofeo de una resurrección visible».
Acerca del orden de los Evangelios
XXIV 1. Sea, pues, esta cita de
Clemente no sólo un relato sino también sirva de provecho para aquellos que lo
lean. Pero mencionemos a continuación los escritos indiscutibles del apóstol.
2. En primer lugar hay que
aceptar como auténtico su Evangelio, que se lee en todas las iglesias bajo el
cielo. Pero la razón por la que entre los antiguos se colocara en cuarto lugar,
después de los otros tres, tal vez se aclara con la siguiente explicación:
3. Estos hombres eran inspirados,
y en realidad notables para con Dios (me refiero a los apóstoles de Cristo), y
tenían purificadas sus vidas sobremanera y ornamentadas sus almas por toda
virtud. No obstante, hacían uso del lenguaje sencillo. Ciertamente ellos eran
animados por el poder divino y obrador de milagros recibidos del Salvador, pero
no sabían ni tampoco buscaban ser embajadores del conocimiento de la enseñanza
por medio de la persecución y del arte de la oratoria. Sino que anunciaban a
toda la tierra el reino de los cielos sin demasiado esfuerzo para ponerlo por
escrito, utilizando solamente la demostración del Espíritu Divino que les auxiliaba
y el poder de Cristo que obraba milagros por medio de ellos.
4. Y esto lo hacían de este modo
porque servían a un ministerio más alto y superior al hombre. Por eso Pablo, de
todos el más hábil para preparar discursos y el de pensamiento más poderoso, no
nos dejó por escrito más que brevísimas cartas, a pesar de poder explicar cosas
infinitas e inefables, porque llegó a la contemplación del tercer cielo, y
arrebatado al mismo paraíso, fue hecho digno de oír las inefables palabras de
aquel lugar.
5. Pero tampoco los otros
seguidores de nuestro Salvador carecían de experiencias similares. Me refiero a
los doce apóstoles, a los setenta discípulos y a millares más. Mas, a pesar de
ello, de todos éstos únicamente Mateo y Juan nos han dejado un recuerdo de las
plácticas del Señor, e incluso ellos, según la tradición, se pusieron a
escribir obligados.
6. Por su parte, Mateo, que en
primer lugar predicó a los hebreos cuando ya estaba por dedicarse también a
otros, expuso por escrito su Evangelio en su lengua materna, sustituyendo de
este modo por escrito la falta de su presencia en medio de aquellos de los que
se alejaba.
7. Y, a su vez, Marcos y Lucas ya
habían procedido a la entrega de sus respectivos Evangelios cuando se dice que
Juan seguía haciendo uso de la predicación oral, y que finalmente se dedicó a
escribirlo por causa de la siguiente razón:
Habiendo sido ya divulgados los
tres Evangelios escritos con anterioridad, llegando también a sus manos, dicen
que los aceptó e incluso dio testimonio de su veracidad, pero que el relato
carecía de los hechos que llevó a cabo Cristo en el principio y también en el
comienzo de su predicación.
8. La explicación es verdadera.
Se puede ver cómo los tres evangelistas únicamente refieren por escrito los
hechos del Salvador ocurridos un año después del encarcelamiento de Juan el
Bautista. Y ellos mismos lo indican al principio de sus relatos.
9. Por ejemplo, tras el ayuno de
cuarenta días y de la subsiguiente tentación, Mateo pone de manifiesto el
tiempo de su propio escrito cuando dice: «Cuando Jesús oyó que Juan estaba preso,
volvió de Judea a Galilea».
10. Del mismo modo, Marcos dice:
«Después que Juan fue encarcelado, Jesús vino a Galilea». Y Lucas también,
antes de empezar a redactar los hechos de Jesús, menciona algo semejante,
cuando dice que Herodes añadió, a sus anteriores crímenes, el siguiente: «Encerró
a Juan en la cúrcel».
11. Por esta causa dicen que se
rogó a Juan para que expusiera en su Evangelio el tiempo no mencionado y los
hechos del Salvador durante este período (es decir, antes del encarcelamiento
del Bautista). Esto también lo menciona cuando dice: «Este principio de señales
hizo Jesús», y cuando habla sobre el Bautista, entre los hechos de Jesús,
diciendo que todavía bautizaba en Ainón, cerca de Salem. Esto lo expone
claramente como sigue: «Porque Juan no había sido aún encarcelado».
12. Así pues, Juan expone en su
Evangelio escrito las obras anteriores al encarcelamiento del Bautista, pero
los tres evangelistas restantes mencionan las que llevó a cabo después de que
él fuera encarcelado.
13. Quien considere estos
factores ya no podrá creer que los Evangelios difieren entre sí, sino que el de
Juan abarca los primeros hechos de Cristo y los otros relatos el final. Del
mismo modo, debe haber silenciado la genealogía según la carne de nuestro
Salvador porque Mateo y Lucas ya la habían escrito y debe haber empezado con su
divinidad como si el Espíritu divino se lo hubiera guardado por ser más
poderoso.
14. Todo lo mencionado acerca de
la escritura del Evangelio según San Juan es ya suficiente, y cuál fue la causa
del Evangelio según San Marcos ya quedó explicado anteriormente.
15. Por lo que se refiere a
Lucas, él también explica de antemano la razón de la composición del Evangelio
al principio de su narración. Puesto que muchos otros ya se habían dedicado
precipitadamente a componer un relato de aquellas cosas sobre las cuales estaba
ciertísimo, le pareció necesario alejarnos de las inciertas suposiciones de los
demás y en su Evangelio nos ha transmitido la narración exacta de aquellas
cosas cuya verdad ha obtenido con suficiencia de datos, por causa de su
convivencia y su relación con Pablo junto con la reunión de los demás
apóstoles.
16. Esto es lo que poseemos sobre
este punto. No obstante, en un momento más oportuno, intentaremos exponer,
usando citas de los antiguos, lo que otros han afirmado acerca de este tema.
17. Además del Evangelio, de los
escritos de Juan también se conoce, sin duda alguna, tanto antiguamente como
ahora, su primera Epístola.
18. Sin embargo, se discuten las
dos restantes. Sobre el Apocalipsis, la opinión de muchos sigue dividida entre
ambas posturas. También a su debido tiempo éste escrito recibirá el juicio
basado en el testimonio de los antiguos.
Acerca de las divinas Escrituras admitidas y de las que no lo son
XXV 1. Habiendo llegado hasta
este punto, ya es hora de dar una lista de los escritos del «Nuevo Testamento»
mencionados. Primero se ha de situar la santa tétrada de los Evangelios,
seguidos por Los Hechos de los Apóstoles.
2. A continuación hay que
disponer las Epístolas de Pablo, después se ha de decretar como cierta la I
Epístola de Juan, así como la de Pedro. Luego, si se desea, el Apocalipsis de
Juan, sobre el que a su tiempo manifestaremos lo que se cree de él. Estos
son los reconocidos.
3. Los escritos discutidos, a
pesar de ser conocidos por la mayoría, son las llamadas Epístolas de Santiago,
la de Judas y la II de Pedro, y las que llaman II y III de Juan, tanto si son
del evangelista como si son de alguien con el mismo nombre.
4. Hay que considerar como
espurios los siguientes: Los Hechos de Pablo, el llamado Pastor, el Apocalipsis
de Pedro, la que dicen que es Epístola de Bernabe, el escrito llamado Enseñanza
de los Apóstoles y, como dije, si se desea, el Apocalipsis de Juan. Este
escrito es rechazado por algunos y considerado entre los reconocidos por otros.
5. Algunos incluyen en esta
lista el Evangelio a los Hebreos. por el que gozan en gran manera los hebreos
que han recibido a Cristo. No obstante, todos estos escritos son discutidos.
6. Así pues, nos hemos visto
obligados a hacer la lista también de los discutidos, separando los escritos
que, según la tradición eclesiástica, son verdaderos, originales y admitidos,
de los restantes, que, a pesar de no ser testamentarios, sino discutidos, son
conocidos por la mayoría de los autores eclesiásticos. De este modo podemos ver
estos escritos y también aquellos que, bajo el nombre de los
apóstoles, han diseminado los herejes, como si contuvieran los Evangelios de
Pedro, de Tomás, de Matías o de cualquier otro, así como los Hechos de Andrés,
de Juan o de otros apóstoles. De todos éstos, ninguno fue considerado jamás
como digno de ser citado por los escritores de la sucesión eclesiástica.
7. Hay que añadir que incluso el
tipo de frase cambia con respecto a los apóstoles, y que el concepto y el plan
que en ellos se hallan, armonizan menos con la verdadera ortodoxia, hasta tal
punto que viene a ser evidente que fueron forjados por hombres herejes. Por eso
no hay que situarlos entre los espurios, sino que, como totalmente ilógicos e
impíos, deben de ser rechazados.
Acerca del mago Menandro
XXVI 1. Continuemos, pues,
nuestro relato. Menandro fue el sucesor del mago Simón, y por su modo de actuar
demostró ser un arma diabólica no inferior a la primera.
También era samaritano, y no fue
inferior a su maestro en su avance hacia la cumbre de la hechicería, sino que
sobreabundó en adivinaciones aún mayores. Y decía, como si lo fuera, que él era
el salvador enviado para salvación de los hombres, de algún lugar en las alturas,
desde lugares invisibles.
2. Enseñaba que a nadie le era
posible superar a los mismísimos ángeles hacedores del mundo si primero no era
guiado a través de la experiencia mágica impartida por él y por su bautismo.
Los que han sido juzgados dignos de este bautismo ya tienen parte en la vida
presente de la inmortalidad imperecedera, y no morirán, sino que han de
permanecer para siempre, sin envejecer y siendo inmortales. Todo esto se conoce
fácilmente por Ireneo.
3. Justino, cuando menciona a
Simón, por el mismo hecho añade también este comentario sobre el otro: «Tenemos
noticias además de que un tal Menandro, también samaritano, de la aldea de
Caparatea, habiendo sido discípulo de Simón y aguijoneado por los demonios,
vino a Antioquía y engañó a muchos con su arte mágica. Convenció a sus
seguidores de que no morirán, y aún hay algunos de los suyos que lo confiesan».
4. Se trataba de la obra
diabólica que, por medio de estos magos disfrazados con nombres cristianos, se
esforzaba en desacreditar, con su magia, el gran misterio de la piedad y en
ridiculizar, por medio de ellos, los dogmas de la Iglesia referentes a la
inmortalidad del alma y la resurrección de los muertos.
A pesar de ello, cuantos han
tomado a éstos por salvadores, han caído de la verdadera esperanza.
Acerca de la herejía de los ebionitas
XXVII 1. A otros el maligno
demonio, no pudiendo arrebatarles de su dedicación para con el Cristo de Dios,
se los hizo suyos al encontrarles algún otro punto débil. Los primeros fueron
llamados Ebionitas acertadamente, pues consideraban a Cristo de un modo pobre y
bajo.
2. Creían que era un hombre
simple y común, que iba justificándose a medida que crecía en su carácter, y
que nació como fruto de la unión de un hombre y de María. Les parecía
indispensable cumplir la Ley, como si no pudieran salvarse con la sola fe en
Cristo y una vida conforme a ella.
3. Además de éstos, existieron
otros con el mismo nombre que estaban libres de las cosas absurdas de los
anteriores. No rechazaban el hecho de que el Señor naciera de una virgen y del
Espíritu Santo, pero, del mismo modo que aquéllos, no confesaban que ya
preexistía puesto que era él mismo Dios, el Verbo y la Sabiduría. También
volvían a la impiedad de los primeros, principalmente cuando, como ellos, se
afanaban en honrar el culto a la Ley escrita
4. También creían que se habían
de rechazar definitivamente las Epístolas del apóstol Pablo, al que llamaron
apóstata de la Ley, pero hacían uso exclusivo del llamado «Evangelio a los
Hebreos», ignorando los demás.
5. Guardaban el sábado (como los
primeros) y toda la conducta judaica, pero el domingo observaban prácticas
parecidas a las nuestras en memoria de la resurrección del Salvador.
6. Por esta causa de estos hechos
llevan esta denominación, porque el apelativo Ebionita expresa la pobreza de su
mentalidad. Pues los hebreos llaman con este nombre al pobre.
Acerca del heresiarca Cerinto
XVIII 1. Por ese tiempo Cerinto
se hizo jefe de otra herejía. Cayo, al cual citamos antes, escribe sobre él lo
siguiente en la investigación que se le atribuye:
2. «También Cerinto introduce
ciertos milagros por unas revelaciones que afirma fueron escritas por un gran
apóstol, y dice falsamente que le fueron enseñadas por ministerio de ángeles,
que, tras la resurrección, el reino de Cristo será terrenal y que la carne que
estuvo en Jerusalén será esclava de nuevo de pasiones y placeres. Siendo como
es un enemigo de las Escrituras de Dios, y deseando engañar, asegura que tendrá
lugar una fiesta nupcial de mil años».
3. Dionisio, que recibió el
episcopado de la región de Alejandría durante mucho tiempo, también menciona a
este mismo hombre en el libro II de sus Promesas, cuando dice que ciertos
aspectos del Apocalipsis de Juan fueron recibidos de una tradición ya desde
antiguo. Escribe así:
4. «Asimismo Cerinto, el que
formé la herejía que lleva su nombre, la herejía cerintiana, y que deseó
acreditar su ficción con un nombre digno de fe. El fundamento de su enseñanza
es éste: que el reino de Cristo será terrenal.
5. »Y puesto que él mismo era un
amador del cuerpo y totalmente carnal, anhelaba que sería como él soñaba: con
saciedad del vientre y debajo del vientre, es decir con alimentos, con bebidas
y con uniones camales, y con todo aquello con lo que creía se proporcionaría
todos estos placeres del modo más elogioso: fiestas, sacrificios e inmolaciones
sagradas».
6. Esto, según Dionisio. E
Ireneo, tras explicar, en el libro I de su tratado Contra las herejías, alguna
de las más vergonzosas creencias falsas de Cerinto, también expone por escrito,
en el libro III, un relato no digno de olvido, según parece procedente de la
tradición de Policarpo. Asegura que, en cierta ocasión, entrando el apóstol
Juan en unos baños con la intención de lavarse, y notando la presencia de
Cerinto en el interior, se apartó del lugar y huyó en dirección a la puerta,
pues no podía aguantar el permanecer en el mismo techo que aquél. Además
exhortaba con las siguientes palabras, a los que con él se hallaban, que le
imitasen: «Huyamos, no vaya a ser que los baños se desmoronen porque está
dentro Cerinto, el enemigo de la verdad».
Acerca de Nicolás y de los que se denominan con su nombre
XXIX 1. Por aquel entonces se
consolidó también la herejía de los nicolaítas, pero duró muy poco tiempo. Ésta
también se menciona en el Apocalipsis de Juan. Ellos afirmaban que Nicolás era
uno de los diáconos que, junto con Esteban, habían sido encargados por los
apóstoles del cuidado de los pobres. Clemente de Alejandría relata lo siguiente
en el libro III de sus Stromateis:
2. «Dicen que tenía una mujer
encantadora y que, después de la ascensión del Salvador, acusándole los
apóstoles de ser celoso, la puso en medio y le concedió unirse con quien lo
quisiera. Pues dicen que aquel hecho estaba de acuerdo con este dicho: "Es
preciso abusar de la carne." Así, siguiendo lo que tuvo lugar y lo que se
dijo con simpleza y sin previo examen razonado, se prostituyen sin ningún pudor
los que participan de esta herejía.
3. »No obstante, me consta que
Nicolás no tuvo relación íntima con ninguna mujer con la excepción de con la
que se había casado, y además de sus hijos, las hijas envejecieron vírgenes y
el hijo se conservó puro.
»De esta forma su acción de poner
a su esposa de la que estaba celoso en el medio de los apóstoles fue una
expulsión de la pasión, y la continencia de los placeres más perseguidos
enseñaba a "abusar de la carne". Porque creo que, de acuerdo con la
insstrucción del Salvador, "no quería servir a dos señores": el
placer y el Señor.
4. »Dicen que también Matías
enseñaba lo mismo, es decir, luchar contra la carne y abusar de ella sin
concederle nada de placer, y hacer crecer el alma con la fe y el conocimiento».
Sea, pues, esto suficiente acerca de los que, a pesar de encargarse de
pervertir la verdad, lo hacen con más rapidez de lo que se tarda en decirlo.
Acerca de los apóstoles cuyo matrimonio se ha demostrado
XXX 1. Clemente, a quien
acabamos de citar, después de esto continúa con una lista de los apóstoles cuyo
matrimonio está demostrado para los que niegan el matrimonio. Dice así: «¿Acaso
también rechazaron a los apóstoles? Pedro y Felipe tuvieron hijos; Felipe
incluso entregó a sus hijas en matrimonio, y Pablo no duda, en alguna de sus
cartas, en nombrar a su cónyuge, la cual no le acompañaba, para una mayor
flexibilidad en su servicio».
2. Ya que hemos hecho estos
detalles, no estará de más referir otro relato suyo digno de ser narrado. Lo
escribe en el libro VII de los Stromateis del siguiente modo: «Dicen que el
bienaventurado Pedro, al ver que su misma esposa era llevada a muerte, se gozó
gracias a su llamado y su vuelta a casa, y alzó su voz en gran manera a fin de
estimularla y de consolarla, dirigiéndose a ella por su propio nombre:
"Oh, tú, recuerda al Señor." Así era el matrimonio de los dichosos y
la índole de los más amados». Aquí convenía citar este texto por su
relación con nuestro tema.
Acerca de la muerte de Juan y de Felipe
XXXI 1. Acerca de Pablo y de
Pedro ya hemos mencionado la fecha de su muerte y el modo y el lugar en que se
depositaron sus restos una vez que partieron de esta vida.
2. Pero de Juan sólo
mencionamos el tiempo. En cuanto al lugar de sus restos, se manifiesta en la
carta de Policrates (obispo de la región de Éfeso), la cual escribió a Víctor,
obispo de Roma. Menciona, junto con Juan, al apóstol Felipe y a sus hijas, como
sigue:
3. «Pues también en Asia
reposan grandes personalidades, las cuales resucitarán el último día de la
venida del Señor, en la que vendrá de los cielos con gloria para buscar a todos
los santos. Entre ellos, Felipe; uno de los doce apóstoles, que reposa en
Hierápolis, dos de sus hijas que envejecieron vírgenes y otra hija suya que,
tras vivir en el Espíritu Santo, duerme en Éfeso. También descansa en Éfeso
Juan, el que se reclinó sobre el pecho del Señor y que fue sacerdote portador del
petalón, mánir y maestro».
4. Todo esto se refiere a la
muerte de ellos. Pero igualmente en el Diálogo de Cayo, que citamos poco ha, Proclo
(contra el cual se dirige la investigación) dice lo siguiente, de acuerdo
con lo que hemos relatado acerca de la muerte de Felipe y de sus hijas:
«Después de Felipe, hubo en Hierápolis (la de Asia) cuatro profetisas que eran
hijas de éste. Su sepulcro y el de su padre se hallan en aquel lugar».
5. Esto es lo que dice Próculo.
También Lucas menciona en los Hechos de los Apóstoles a las hijas de Felipe,
que en aquella ocasión vivían en Cesarea de Judea con su padre, y que habían
recibido el don de la profecía. Dice lo siguiente:
«Fuimos a Cesarea y, entrando
en casa de Felipe el evangelista, que era uno de los siete, pasamos con él.
Éste tenía cuatro hijas doncellas que profetizaban»
6. Puesto que ya hemos referido
cuanto ha llegado a nuestro conocimiento acerca de los apóstoles, de sus
tiempos y de las Sagradas Escrituras que nos han dejado, incluyendo también los
que han de ser discutidos y que muchos leen públicamente en la mayoría de las
iglesias, aunque son totalmente espurios o alejados de la ortodoxia apostólica,
prosigamos con nuestra exposición.
Cómo fue martirizado Simeón, el obispo de Jerusalén
XXXII 1. Una tradición sostiene que,
en el tiempo del emperador cuya época estamos estudiando, después de Nerón y
Domiciano, resurgió en ciertas partes y en las ciudades una nueva persecución
contra nosotros por causa de las revueltas del pueblo. En ésta, Simeón, el
hijo de Clopás, el cual ya indicamos que fue el segundo en ser instituido
obispo de la iglesia de Jerusalén, nos hemos enterado que murió martirizado.
2. De esto es testigo aquel
Hegesipo que ya hemos citado en diversas ocasiones. Añade que,
claramente en ese mismo tiempo, Simeón sufrió una acusación y que fue
atormentado por muchos días, y de muchos modos diferentes, hasta que, dejando
consternado al mismo juez y a los suyos, alcanzó una muerte parecida a la
Pasión del Señor.
3. Pero no hay nada como
escuchar al propio autor, que refiere textualmente lo que sigue: «Por esto,
claramente algunos herejes acusan a Simón, hijo de Clopás, a causa de ser
descendientes de David y cristiano, y de este modo sufre el martirio a los
ciento veinte años de edad, en tiempos del emperador Trajano y del gobernador
Ático».
4. Hegesipo dice que sucedió que
sus acusadores, cuando se investigaba acerca de la tribu real de los judíos,
fueron apresados porque ellos también pertenecían a ella.
Calculando un poco se puede decir
que Simón vio y oyó en persona al Señor, tomando como prueba su larga edad y la
referencia, en los Evangelios, a María de Clopás, el cual, como ya demostramos,
era su padre.
5. Este mismo escritor dice que
otros descendientes de uno de los que llaman hermano del Señor, de nombre
Judas, también vivieron hasta este reinado tras dar testimonio de la fe en
Cristo en época de Domiciano, como ya relatamos anteriormente, y escribe como
sigue:
6. «Así pues, llegan y se ponen a
la cabeza de toda iglesia por ser mártires y de la familia del Señor. Y una vez
que hubo una profunda paz en la Iglesia aún permanecen hasta el emperador
Trajano, hasta que el hijo del tío del Señor, al que llamamos antes Simón, hijo
de Clopás, fue del mismo modo denunciado y acusado por las sectas. También él,
por la misma causa, bajo el gobernador Ático, por muchos días dio testimonio
mientras lo torturaban, de manera que todos se maravillaban en extremo, incluso
el gobernador, de cómo lo aguantaba, siendo ya de ciento veinte años de edad.
Finalmente ordenaron que fuera crucificado».
7. El mismo escritor añade,
exponiendo lo sucedido en los tiempos mencionados, que tras estos
acontecimientos la iglesia se conservaba, hasta entonces, virgen, pura y sin
corrupción, como si hasta entonces los que pretendían corromper las buenas
leyes de la predicación del Salvador, si es que existían, se hallaran escondidos
en inciertas tinieblas.
8. Pero cuando el santo grupo de
los apóstoles fue llegando de diversos modos al final de su vida y se extinguió
aquella generación de los que fueron tenidos por dignos de ofr con sus propios
oídos la Sabiduría divina, empezó entonces la formación del errar contrario a
Dios a través de la estratagema de maestros de otras enseñanzas. Éstos, como
que no quedaba ninguno de los apóstoles, a partir de entonces, con la cabeza ya
descubierta, han pretendido contraponer a la predicación de la verdad la
predicación de la falsamente llamada ciencia.
Cómo Trajano prohibió buscar a los cristianos
XXXIII 1. Ciertamente fue tan
fuerte la persecución que entonces nos oprimía en todo lugar, que Plinio
segundo, muy destacado entre los gobernadores, impulsado por la gran cantidad
de mártires, comunica al emperador la abundancia excesiva de aniquilados por
causa de su fe. En la misma carta menciona que no se les ha tomado en ningún
acto impío ni contrario a las leyes, con la excepción de levantarse al
despuntar el día para cantar himnos a Cristo como a un Dios, y que a ellos
también les está prohibido adulterar, asesinar y cometer delitos semejantes, y
que en todas las cosas actúan de acuerdo con las leyes.
2. Trajano reaccionó a todo esto
con la promulgación de un decreto que incluye lo siguiente: no buscar a la
tribu de los cristianos, pero castigar a quien caiga.
Por esta causa la persecución,
que mostraba la amenaza de oprimirnos terriblemente, se calmó en cierto modo,
pero no obstante no faltaban excusas para quienes deseaban dañamos. En unas
ocasiones eran los pueblos, en otras el gobernador local, quienes disponían
maquinaciones contra nosotros, de modo que, a pesar de no haber persecuciones
declaradas, algunas se encendían en ciertas partes según cada región, y muchos
creyentes lucharon con diversos martirios.
3. Esta información ha sido
tomada de la Apología latina de Tertuliano, la cual ya indicamos antes. Su
traducción es la siguiente: «Sea como fuere, encontramos que está prohibido
incluso que nos busquen. Pues Plinio segundo, gobernador de una provincia,
habiendo ya sentenciado a algunos cristianos, y tras rebajarlos en sus cargos,
confuso por la gran cantidad de ellos y sin saber qué quedaba por hacer,
consultó al emperador Trajano diciéndole que, fuera de que se negaban a adorar
a los ídolos, nada impío encontraba en ellos. También le indicaba esto: Que los
cristianos se levantaban al despuntar el día y cantaban himnos a Cristo como a
un Dios, y que para conservar su saber se les había prohibido dar muerte,
adulterar, codiciar, disfrutar y cualquier cosa semejante. A esto Trajano
respondió por escrito que no se buscara a la tribu de los cristianos, pero que
se castigara al que hubiere caído». Todo esto también tuvo lugar en este
tiempo.
Cómo Evaristo fue el cuarto en dirigir la iglesia de Roma
XXXIV De los obispos de Roma,
en el tercer año del mando del emperador ya mencionado, Clemente entregó a
Evaristo su ministerio y murió tras haber estado nueve años al frente de la enseñanza
de la palabra divina.
Cómo Justo fue el tercero en dirigir la iglesia de Jerusalén
XXXV Pero, al morir Simeón del
modo ya referido, le sucedió en el trono del episcopado de Jerusalén un judío
llamado Justo, el cual era uno de los muchos que, siendo de la
circuncisión, entonces ya creían en Cristo.
Acerca de Ignacio y de sus cartas
XXXVI 1. Por aquel entonces en
Asia se distinguía Policarpo, discípulo de los apóstoles, quien recibió el
episcopado de la iglesia de Esmirna de manos de los testigos oculares y
servidores del Señor.
2. Entonces empezaron a ser
notorios Papías, también el obispo de la región de Hierápolis, e Ignacio, el
más ilustre entre la mayoría todavía ahora. Éste fue el segundo en ser escogido
para la sucesión de Pedro en el episcopado de Antioquía.
3. Según una tradición, Ignacio
fue enviado desde Siria a Roma a fin de ser pasto de las fieras por causa del
testimonio de Cristo.
4. Cuando volvía de Asia,
custodiado por una guardia muy cuidadosa, fortalecía con sus palabras y
exhortaciones a las congregaciones en cada ciudad donde paraban. Primero los
exhortaba a que antes de todo se cuidaran de las herejías, que justamente
entonces, por primera vez eran predominantes, y los persuadía para que se
mantuvieran aferrados a la tradición de los apóstoles, la cual le parecía
necesario poner por escnto para su mayor seguridad, porque estaba para sufrir
el martirio.
5. Así, estando en Esmirna, donde
se encontraba Policarpo, escribió una carta a la iglesia de Éfeso, mencionando
a su pastor Onésimo. Otra carta la escribió a la iglesia de Magnesia, la que
está por encima de Meandro, haciendo mención también del obispo Damas, y otra a
la iglesia de Trales, diciendo que su dirigente era por entonces Polibio.
6. A ésta cabe añadir la que
escribió a la iglesia de Roma, en la que expone su petición de que no
intercedan por él para que no le despojen de su deseada esperanza: el martirio.
Merece la pena aportar algunas citas, por muy breves que sean, para demostrar
lo expuesto. Escribe como sigue, textualmente:
7. «Desde Siria hasta Roma estoy
combatiendo contra fieras por tierra y por mar de noche y de día, atado junto a
diez leopardos, es decir, un cuerpo de soldados que se tornan peores con
hacerles el bien; no obstante, con sus ofensas más instruido soy. Pero no por
eso estoy justificado.
8. »¡Que pueda gozar de las
fieras dispuestas para mí! Ruego encontrarlas listas para mi; incluso las
halagaré para que me devoren rápidamente, no suceda como con algunos que por
cobardía no les dañaron, y si no lo hacen de buen grado, yo mismo las obligaré.
9. »Excusadme. Conozco lo que me
conviene. Ahora empiezo a ser discípulo. Ninguna cosa visible o invisible tenga
celos de mí porque yo dé alcance a Jesucristo.
»Fuego, cruz, manadas de fieras,
dispersión de huesos, destrucción de los miembros, trituración del cuerpo
entero y azotes del diablo me agobien; todo ello para que dé alcance a
Jesucristo».
10. Esto lo redactaba desde la
ciudad indicada a las iglesias ya enumeradas. Pero cuando yo estaba más allá de
Esmirna, desde Tróades también se pone en contacto por escrito con la de
Filadelfia, con la iglesia de Esmirna y privadamente con Policarpo que la
dirigía, y, reconociéndole verdaderamente como varón apostólico y siendo él
mismo pastor sincero y bueno, le hace entrega de su rebaño de Antioquía y le
pide que cuide de él con gran esmero.
11. Cuando escribe a los esmirniotas,
tomando cita de no sé dónde, se refiere a Cristo del siguiente modo: «Por mí sé
y creo que incluso después de su resurrección sigue en carne, y cuando vino a
los compañeros de Pedro les dijo: "Tomad, tocadme y ved que no soy un
Espíritu sin cuerpo." Y en seguida le tocaron y creyeron».
12. Ireneo también está informado
de su martirio y lo menciona en sus canas como sigue: «Como dijo alguno de los
nuestros condenado a las fieras por el testimonio de Dios, "porque soy
trigo de Dios y soy molido por los dientes de las fieras", a fin de ser
hallado como pan puro».
13. Y Policarpo menciona lo mismo
en la carta, que dice ser de él, a los filipenses. Dice así: «Por ello os
invito a todos vosotros para que seáis obedientes y practiquéis toda paciencia,
la que pudisteis ver con vuestros ojos, no únicamente en los dichosos Ignacio,
Rufo y Zósimo, sino también en otros de los vuestros, en el propio Pablo y en
los restantes apóstoles, confiando en que todos ellos no corrieron en vano,
antes bien en la fe y en la justicia, y confiando también que están en su
debido lugar al lado del Señor, con el que también sufrieron. Pues no amaron a
este siglo sino a aquel que murió por nosotros y que Dios resucitó por
nosotros». A continuación añade:
14. «Vosotros me escribisteis y
también Ignacio, a fin de que si alguien fuera a Siria, llevara asimismo
nuestros escritos. Yo haré lo mismo si doy con una oportunidad favorable, ya
sea personalmente, ya sea por medio de alguien que envíe y que también servirá
como embajador de vuestra parte.
15. »Las cartas de Ignacio que él
nos envió y las otras que ya teníamos, os las enviamos, como nos lo
encargasteis. Las incluyo en esta carta. Podéis conseguir un gran provecho de
ellas, porque contienen la fe, la paciencia y toda edificación relacionada con
nuestro Salvador». Hasta aquí lo referente a Ignacio. Heros le sucedió en el
episcopado de Antioquía.
Acerca de los evangelistas que entonces todavía se distinguían
XXXVII 1. Dentro de los
ilustres de este tiempo, también se hallaba Cuadrato. Según una
tradición de éste, junto con las hijas de Felipe, era notable por el don de la
profecía. Además de éstos, también fueron famosos, por aquel tiempo, muchos
más que ocuparon el puesto principal de la sucesión de los apóstoles. Estos,
por ser maravillosos discípulos de tan grandes varones, edificaron sobre los
fundamentos de las iglesias establecidas con anterioridad por los apóstoles,
extendían cada vez más la predicación y la semilla salvadora del reino de los
cielos y la sembraban por toda la superficie de la tierra habitada.
2. Así, gran número de los
discípulos de aquel tiempo, heridos en sus almas por la palabra divina con un
amor tremendo por la filosofía, en primer lugar llevaban a cabo la exhortación
salvadora repartiendo sus posesiones entre los necesitados, y luego haciendo
viajes realizaban la obra de evangelista, afanándose en predicar a los que
todavía no habían escuchado la palabra de la fe y en transmitir el texto de los
divinos evangelios.
3. Ellos sólo establecían los
fundamentos en algunos lugares extranjeros e instituían a otros como pastores,
confiando en sus manos el cultivo de los recién aceptados. Luego marchaban de
nuevo a otros pueblos con la gracia y la ayuda de Dios, ya que todavía entonces
se lievaban a cabo muchos y prodigiosos poderes del Espíritu divino por medio
de ellos, de modo que, desde el primer momento de escucharlos, multitudes de
hombres a una aceptaban de buen grado en sus almas la piedad del hacedor del
Universo.
4. Pero como que no nos es
posible enumerar por su nombre a cuantos, en la primera sucesión de los
apóstoles y en la iglesia de toda la tierra, fueron pastores, o también los
evangelistas, es lógico hacer mención escrita por sus nombres únicamente de los
que todavía hasta ahora se conserva su transmisión, por sus recuerdos de la
enseñanza apostólica.
Acerca de la carta de Clemente y de los textos que se le atribuyen
falsamente
XXXVIII 1. Sin duda, de este modo
son Ignacio, en las cartas que ya hemos enumerado, y Clemente, en la carta que
todos admiten, la cual redactó en representación de la iglesia de Roma a la de
Corinto. En esta carta expone muchos conceptos de la Epístola a los Hebreos y
hasta hace uso de citas textuales, demostrando con ello claramente que se trata
de un escrito reciente.
2. Por esta causa pareció lógico
catalogarlo junto con los otros escritos del apóstol. Pues Pablo tuvo contacto
por escrito con los hebreos por medio de su lengua patria. Unos afirman que
este texto lo tradujo el evangelista Lucas, mientras que otros dicen que fue el
mismo Clemente.
3. Esto último tal vez fuere más
cierto, ya que la Carta de Clemente y la Epístola a los Hebreos mantienen un
estilo parecido, y que los conceptos que exponen ambos escritos no se alejan
mucho uno de los otros.
4. Sabemos que existe una segunda
carta llamada de Clemente, pero, como la primera, no creemos que sea conocida,
pues ni siquiera los antiguos, por lo que conocemos, hacían uso de ella.
5. Algunos muy recientemente han
expuesto, como pertenecientes a Clemente, otros escritos elocuentes y largos
que contienen los diálogos de Pedro y de Apión. Entre los antiguos no aparece
mención alguna de estos textos ni mantienen puro el carácter de la ortodoxia
apostólica. Por lo tanto, ya queda manifiesto cuál sea el escrito admitido de
Clemente, y también nos hemos referido a los de Ignacio y Policarpo.
Acerca de los escritos de Papías
XXXIX 1. Dicen que existen cinco
escritos de Papías con el título de Explicaciones de la palabra del Señor.
Ireneo los menciona como los únicos escritos por Papías, cuando dice lo
siguiente: «De esto también da testimonio escrito Papías, oyente de Juan,
compañero de Policarpo y varón de los antiguos, en su cuarto libro. Porque él
compuso cinco libros».
2. Esto según Ireneo. Pero Papías
en ningún modo explica que él fuera oyente ni testigo ocular de los santos
apóstoles, sino que enseña que acogió los asuntos de la fe de manos de los que
lo conocieron; dice como sigue:
3. «No dudaré en añadir todo
cuanto aprendí muy bien de los ancianos y que recuerdo perfectamente en mis
explicaciones, pues sé con toda certidumbre que es verdad. Porque no me
contentaba con lo que dicen muchos, como ocurre con la mayoría, sino con los
que enseñan la verdad; tampoco con los que repiten mandamientos de otros, sino
con los que recuerdan aquellos mandamientos que fueron dados a la fe
procedentes del Señor y que tienen su origen en la verdad.
4. »Y si alguna vez llegaba
alguien que había seguido a los ancianos, yo observaba las palabras de los
ancianos, que era lo dicho por Andrés, o Pedro, o Felipe, o Tomás, o Jacobo, o
Juan, o Mateo, o por cualquiera de los otros discípulos del Señor, e incluso lo
que decían Aristión y el anciano Juan, discípulos del Señor, pues creí que no
obtendría el mismo provecho de lo que aprendiera de los libros como lo aprendía
por medio de una voz viva y perdurable».
5. Merece la pena indicar que
menciona dos veces el nombre de Juan. El primero lo adjunta a la lista de
Pedro, de Jacobo, de Mateo y de los restantes apóstoles (claramente
refiriéndose al evangelista); el segundo, una vez concluido el discurso, lo
pone junto con otros, separado de los apóstoles y precedido por Aristión, llamándole
más claramente anciano.
6. De este modo queda demostrada
la veracidad del relato de los que afirman que hubo varones con este mismo
nombre en Asia, y en Éfeso dos tumbas que todavía ahora ambos dicen que son de
Juan. Es preciso detenerse en esos detalles porque seguramente el segundo, si
no se quiere primero, fue quien vio la revelación que lleva el nombre de Juan.
7. Así pues, Papías, de quien nos
estamos ocupando ahora, reconoce que las palabras de los apóstoles las recibió
de los que siguieron estando con ellos, pero dice que él escuchó personalmente
a Aristión y a Juan el anciano; según esto, hace mención de ellos a menudo en
sus escritos y también expone sus tradiciones.
8. Nadie diga que todo esto no
nos sirve para nada. No obstante, merece la pena agregar a las palabras de
Papías ya referidas otras que narran hechos extraños y otros puntos que, según
él, le llegaron por la tradición.
9. Que el apóstol Felipe vivió en
Hierápolis junto con sus hijas ya se expuso anteriormente, pero ahora hemos de
señalar cómo Papías, que vivía por aquel tiempo, menciona que recibió de ellas
una narración sorprendente. Cuenta que en su tiempo tuvo lugar la resurrección
de un muerto y, aún más, otro portento acerca de Justo, de sobrenombre Barsabás,
el cual bebió un preparado mortal pero, por la gracia del Señor, ningún mal
sufrió.
10. Después de la ascensión del
Señor, los santos apóstoles colocaron a este Justo con Matías y oraron con el
fin de que por la suerte se completara su número en vez del traidor Judas. El
texto de los Hechos que lo relata es el siguiente: «Y señalaron a dos: a José,
llamado Barsabás, que tenía por sobrenombre Justo, y a Matías. Y orando,
dijeron.»
11. Papías relata otros hechos
que le llegaron por tradición oral, algunas parábolas extrañas del Salvador y
de su enseñanza y otras aún más legendarias.
12. Una de ellas dice que después
de la resurrección de los muertos habrá un milenio, cuando se establecerá
corporalmente el reino dc Cristo sobre esta misma tierra. Me parece que él cree
estas cosas porque ha malinterpretado la exposición de los apóstoles, pues no
comprendió que ellos lo dijeron en figura y simbólicamente.
13. Ciertamente, por lo que se
puede ver en sus escritos, se trata de un hombre simple. No obstante, él fue el
responsable de que tantos autores eclesiásticos asumieran su misma creencia,
besándose en la antigüedad de este varón, como, por ejemplo, Ireneo y
quienquiera que muestre ideas semejantes.
14. En sus escritos, Papías
expone otras explicaciones de las palabras del Señor procedentes de Aristión
(ya mencionado) y otras tradiciones de Juan el anciano. Todos éstos se los
recomendamos a cuantos deseen instruirse. Ahora debemos añadir a sus palabras
ya citadas una tradición referente a Marcos, el que escribió el evangelio. Se
expresa así:
15. «y el anciano decía lo
siguiente: Marcos, que fue intérprete de Pedro, escribió con exactitud todo lo
que recordaba, pero no en orden de lo que el Señor dijo e hizo. Porque él no
oyó ni siguió personalmente al Señor, sino, como dije, después a Pedro. Éste
llevaba a cabo sus enseñanzas de acuerdo con las necesidades, pero no como
quien va ordenando las palabras del Señor, más de modo que Marcos no se
equivocó en absoluto cuando escribía ciertas cosas como las tenía en su
memoria. Porque todo su empeño lo puso en no olvidar nada de lo que escuchó y
en no escribir nada falso».
16. Esto relata Papías referente
a Marcos. Sobre Mateo dice así: «Mateo compuso su discurso en hebreo y cada
cual lo fue traduciendo como pudo».
17. El mismo autor hace uso de
testimonios de la I Epístola de Juan y también de la de Pedro. Refiere otro
relato sobre una mujer expuesta ante el Señor con muchos pecados, el cual se
halla en el Evangelio de los Hebreos. Es necesario tener esto en cuenta, además
de lo que ya hemos expuesto.