"No hay decisiones buenas y malas, solo hay decisiones y somos esclavos de ellas." (Ntros.Ant.)

sábado, 26 de septiembre de 2009

LOS CONCILIOS ECUMENICOS -II DE NICEA-

LOS CONCILIOS ECUMENICOS

II De Nicea. (787 d.c.)


Papa Adriano I. Contra los iconoclastas. Emperatriz regente, Irene. Regula la querella de los iconoclastas pronunciándose por el culto de las imágenes, pero distinguiendo cuidadosamente el culto de veneración del culto de adoración, que sólo es debido a Dios.
Reivindícase la legitimidad del uso y del culto a las sagradas imágenes.
Entre Oriente y Occidente, y entre sus capitales imperiales como fueron Roma y Constantinopla hubo siempre antagonismo ya fuere en el aspecto político como en el religioso. Si el Papa es el primero en la cristiandad, el segundo lugar lo ocupa, sin duda, el patriarca de Constantinopla. A mediados del siglo noveno un ambicioso personaje ocupó la silla patriarcal, su nombre fue Focio; cometió toda clase de arbitrariedades y exacerbó los ánimos de los orientales contra Roma. Esta grave situación decidió la apertura de un nuevo concilio.

Magisterio del C.E II de Nicea
VII ecuménico (contra los iconoclastas)

Definición sobre las sagradas imágenes y la tradición SESION VII
[I. Definición.] ...Entrando, como si dijéramos, por el camino real, siguiendo la enseñanza divinamente inspirada de nuestros Santos Padres, y la tradición de la Iglesia Católica pues reconocemos que ella pertenece al Espíritu Santo, que en ella habita, definimos con toda exactitud y cuidado que de modo semejante a la imagen de la preciosa y vivificante cruz han de exponerse las sagradas y santas imágenes, tanto las pintadas como las de mosaico y de otra materia conveniente, en las santas iglesias de Dios, en los sagrados vasos y ornamentos, en las paredes y cuadros, en las casas y caminos, las de nuestro Señor y Dios y Salvador Jesucristo, de la Inmaculada Señora nuestra la santa Madre de Dios, de los preciosos ángeles y de todos los varones santos y venerables. Porque cuanto con más frecuencia son contemplados por medio de su representación en la imagen, tanto más se mueven los que éstas miran al recuerdo y deseo de los originales y a tributarles el saludo y adoración de honor, no ciertamente la latría verdadera que según nuestra fe sólo conviene a la naturaleza divina; sino que como se hace con la figura de la preciosa y vivificante cruz, con los evangelios y con los demás objetos sagrados de culto, se las honre con la ofrenda de incienso y de luces, como fue piadosa costumbre de los antiguos. "Porque el honor de la imagen, se dirige al original", y el que adora una imagen, adora a la persona en ella representada.
[II. Prueba.] Porque de esta manera se mantiene la enseñanza de nuestros santos Padres, o sea, la tradición de la Iglesia Católica, que ha recibido el Evangelio de un confín a otro de la tierra; de esta manera seguimos a Pablo, que habló en Cristo [2 Cor. 2,17], y al divino colegio de los Apóstoles y a la santidad de los Padres, manteniendo las tradiciones [2 Thess. 2, 14] que hemos recibido; de esta manera cantamos proféticamente a la Iglesia los himnos de victoria: Alégrate sobremanera, hija de Sión; da pregones, hija de Jerusalén; recréate y regocíjate de todo tu corazón: El Señor ha quitado de alrededor de ti todas las iniquidades de sus contrarios; redimida estás de manos de tus enemigos. El señor rey en medio de ti: no verás ya más males, y la paz sobre ti por tiempo perpetuo [Soph. 3, 14 s; LXX].
[III. Sanción.] Así, pues, quienes se atrevan a pensar o enseñar de otra manera; o bien a desechar, siguiendo a los sacrílegos herejes, las tradiciones de la Iglesia, e inventar novedades, o rechazar alguna de las cosas consagradas a la Iglesia: el Evangelio, o la figura de la cruz, o la pintura de una imagen, o una santa reliquia de un mártir; o bien a excogitar torcida y astutamente con miras a trastornar algo de las legitimas tradiciones de la Iglesia Católica; a emplear, además, en usos profanos los sagrados vasos o los santos monasterios; si son obispos o clérigos, ordenamos que sean depuestos; si monjes o laicos, que sean separados de la comunión.

De las sagradas elecciones SESION VII
Toda elección de un obispo, presbítero o diácono hecha por los principes, quede anulada, según el canon [Can. apost. 30] que dice: "Si algún obispo, valiéndose de los príncipes seculares, se apodera por su medio de la Iglesia, sea depuesto y excomulgado, y lo mismo todos los que comunican con él. Porque es necesario que quien haya de ser elevado al episcopado, sea elegido por los obispos, como fue determinado por los Santos Padres de Nicea en el canon que dice [Can. 4]: "Conviene sobremanera que el obispo sea establecido por todos los obispos de la provincia. Mas si esto fuera difícil, ora por la apremiante necesidad o por lo largo del camino, reúnanse necesariamente tres y todos los ausentes den su aquiescencia por medio de cartas y entonces se le impongan las manos; mas la validez de todo lo hecho ha de atribuirse en cada provincia al metropolitano".

De las imágenes, de la humanidad de Cristo, de la tradición
Nosotros recibimos las sagradas imágenes; nosotros sometemos al anatema a los que no piensan así...
Si alguno no confiesa a Cristo nuestro Dios circunscrito según la humanidad, sea anatema...
Si alguno rechaza toda tradición eclesiástica, escrita o no escrita, sea anatema.

De los errores de los adopcianos
[De la Carta de Adriano Si tamen licet a los obispos de las Galias y de España, 793]
Reunida con falsos argumentos la materia de la causal perfidia, entre otras cosas dignas de reprobarse, acerca de la adopción de Jesucristo Hijo de Dios según la carne, leíanse allí montones de pérfidas palabras de pluma descompuesta. Esto jamás lo creyó la Iglesia Católica, jamás lo enseñó, jamás a los que malamente lo creyeron, les dio asenso...
Impíos e ingratos a tantos beneficios, no os horrorizáis de murmurar con venenosas fauces que nuestro Libertador es hijo adoptivo, como si fuera un puro hombre, sujeto a la humana miseria, y, lo que da vergüenza decir, que es siervo... ¿Cómo no teméis, quejumbrosos detractores, odiosos a Dios, llamar siervo a Aquel que os liberó de la esclavitud del demonio?... Porque si bien en la sombra de la profecía fue llamado siervo [cf. Iob 1, 8 ss], por la condición de la forma servil que tomó de la Virgen,... esto nosotros... lo entendemos como dicho, según la historia, del santo Job, y alegóricamente, de Cristo...

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ICONOCLASTA
Etim.: del griego. eikon (imagen) + klaein (romper)
Herejía que rechaza como superstición el uso de imágenes religiosas y aboga por que se destruyan. Se originó con el crecimiento del Islam, religión que considera idólatras a todas las imágenes sagradas. La presión del Islam sobre los políticos precipitó la crisis.
Los iconoclastas destruían las imágenes y perseguían a quienes las venerasen.
La primera fase de los ataques ocurrieron con el emperador León el Isauriano en el año 726 y terminó con el Segundo Concilio de Nicea en el 787, el cual definió que las imágenes pueden ser expuestas y veneradas legítimamente porque el respeto que se les muestra va dirigido a la persona que representan.
La segunda fase comenzó con el emperador León V el Armenio y terminó cuando la Fiesta de la Ortodoxia fue establecida en el año 842 bajo la emperadora Teodora. San Juan Damasceno y la emperadora eran los principales defensores de las imágenes sagradas.

FOCIO
(Constantinopla, hoy Estambul, h. 820-?, 891) Teólogo griego. Se formó en el rico ambiente cultural surgido, en Constantinopla alrededor de la figura del erudito León de Tesalónica. En el año 858, el césar Bardas, que gobernaba en nombre de su sobrino, el emperador Miguel III, lo nombró patriarca de Constantinopla en lugar del legítimo titular, Ignacio, persona de gran rigidez y austeridad. Este hecho disgustó al papa Nicolás I, que intentó reponer a Ignacio. Focio, con gran habilidad, soliviantó a los griegos frente a la supuesta injerencia romana y logró ser reafirmado en el sínodo de 867. Estos acontecimientos llevaron al cisma entre Oriente y Occidente, con la separación de la Iglesia Ortodoxa. Después de los asesinatos de Bardas y Miguel III, Focio fue depuesto por Basilio I, quien quería intentar un acercamiento a Roma, y no fue sino hasta la muerte de éste cuando Focio recuperó su sede.
Cisma de Focio
El Cisma de Focio tuvo lugar en el siglo IX, cuando regía la sede romana el Papa Nicolás I (858-867) y era Patriarca de Constantinopla el obispo San Ignacio, elegido el 4 de julio del año 847 por los monjes.
Abad de uno de los innumerables monasterios de Constantinopla, en la fiesta de Epifanía del año 857 negó públicamente la sagrada comunión a un tío del emperador Miguel III el Beodo, porque vivía licenciosamente con su propia nuera. Enfadados, el Emperador y su ministro Bardas lo depusieron y desterraron el 23 de noviembre del 858 y nombraron como nuevo patriarca a un erudito escritor laico de su Corte, oficial mayor de su guardia, Focio, que en cinco días recibió todas las órdenes sagradas de manos de un obispo suspendido y poco amigo del depuesto patriarca. Quiso Focio, pese a tantas irregularidades, recibir la confirmación del papa Nicolás I, que había sido puesto al corriente por el depuesto San Ignacio.
El papa envió a Constantinopla a sus legados con instrucciones de deponer a Focio y restituir a Ignacio, pero fueron ganados a su causa por el habilísimo Focio1 y lo confirmaron como Patriarca de Constantinopla en un Sínodo habido en la ciudad el año 861. El papa los excomulgó, y también al emperador y al discutido patriarca Focio, con lo que éstos rompieron con el Papa y rechazaron su primacía para las cuestiones de fe, declarando a Focio Patriarca Universal, de forma que el ilegítimo patriarca excomulgó también al papa Nicolás I y le depuso teóricamente de la silla de Pedro.
El Cisma de Focio fue breve (duró del 858 al 867) porque, al ser derrocado el emperador Miguel III por el macedonio Basilio I, Focio fue depuesto y restituido en la sede constantinopolitana el legitimo patriarca Ignacio, con lo que las iglesias de Oriente y Occidente se reconciliaron efímeramente; Focio fue encerrado en un monasterio donde murió en 886. La importancia del Cisma de Focio estriba en sentar un precedente que abonó el terreno para el definitivo Cisma de Oriente, que separó la Iglesia católica romana de la Iglesia ortodoxa.

ADOPCIANOS
Herejía cristológica, que, basándose en un concepto monarquiano (v. MONARQUIANISMO) de la divinidad, supone que Jesús, hijo de María, era meramente hombre, pero elevado de algún modo a la altura de Dios, por una especie de adopción. El resultado es la negación de la divinidad de Cristo o una especie de nestorianismo (v. NESTORIO Y NESTORIANISMO), que admite dos hijos: el Hijo de Dios, consustancial al Padre, y Jesucristo, simple hombre, elevado o adoptado por la divinidad. Esta elevación se concebía, o bien de un modo semejante a la de los profetas, que supone que Cristo fue investido de una fuerza o espíritu superior, o bien a la manera de la mitología griega, según lo cualfue elevado a la misma divinidad. En sus diversas manifestaciones, el a. significa un desconocimiento y negación de la doctrina sobre las dos naturalezas en Cristo, unidas hipostáticamente en una sola persona (v. JESUCRISTO III).
Primeras manifestaciones. Prescindiendo de las ideas de los ebionitas (v.) sobre Cristo, el a. se presenta en dos formas en los s. II y III: las de Teodoto de Bizancio y Pablo de Samosata. El primera era hombre erudito que propuso la doctrina de que Cristo era hombre, si bien elevado por una virtud o fuerza (dínamis) superior (dinamistas). Habiendo apostatado en la persecución, se arrepentió posteriormente, y para justificarse de su caída, según atestigua S. Epifanio, afirmaba que, al negar a Cristo, no había negado a Dios, sino sólo a un hombre. Excomulgado por Víctor I el a. 190, continuó haciendo prosélitos en Roma. Entre sus discípulos se distinguieron: Teodoto el joven, quien presentó a Melquisedech como un predecesor de Cristo (melquisedequianos), semejante a él por su elevación; y Artemón, sucesor suyo en la dirección de la secta.
Una segunda manifestación del a. en la Antigüedad tuvo lugar en Antioquía a mediados del s. III. Su promotor fue Pablo de Samosata (v.), hombre de formación dialéctica, que bien pronto llamó la atención por su vida relajada, pero sobre todo por su teoría, íntimamente relacionada con la de Teodoto de Bizancio. Según él, Cristo es sólo hombre, pero en Él habita el logos o virtud (dínamis) de Dios. Con su naturaleza humana pudo sufrir, pero con la dínamis superior hizo milagros. Ya en un sínodo de Antioquía del a. 254 tuvo que defenderse y procuró ocultar sus errores. Consiguió ser elevado en el a. 260 a la sede de Antioquía, y continuó defendiendo sus doctrinas heterodoxas. Finalmente, fue excomulgado en el sínodo de Antioquía del a. 268, pero logró mantenerse en su sede, hasta que, conquistada la ciudad por el emperador Aureliano, tuvo que cederla a Domno, obispo fiel a Roma.
El adopcionismo de Elipando de Toledo y Félix de Urgel. El a. más conocido en la historia de la Iglesia es el defendido en la segunda mitad del s. viu por Elipando de Toledo y su discípulo Félix, obispo de Urgel. Elipando combatió primero el error de Mignecio, según el cual un Dios personal había aparecido en David como Padre, en Cristo como Hijo y en Pablo como Espíritu Santo, pero él mismo cayó en otro error. Entendiendo mal la doctrina de las dos naturalezas en Cristo, proclamada en el conc. de Calcedonia (v.), volvió a una especie de nestorianismo, según el cual, el Hijo de Dios tomó por adopción la naturaleza humana. Así, pues, defendía dos hijos: el hombre Cristo, adoptado por la divinidad, y el Hijo de Dios, consustancial con el Padre. Elipando pretendía probar su doctrina con los Santos Padres, para lo cual aducía, entre otros, textos de S. Hilario y S. Isidoro, en los que parece que se habla de la adopción por parte de Dios de la naturaleza humana. Asimismo utilizaba textos de la liturgia mozárabe donde se emplea algunas veces el concepto de adopción. Pero tanto en los Santos Padres como en la liturgia mozárabe se da a ese concepto un sentido popular, equivalente a tomar la naturaleza humana o unirse a ella, no en el preciso (ser tomada por hijo sin serlo naturalmente) que le atribuía Elipando. La principal dificultad que se oponía a la doctrina de Elipando era que, como una persona, con relación al mismo padre, no puede ser a un tiempo hijo natural y adoptivo, esta doctrina suponía en Cristo dos personas, con lo cual recaía en el nestorianismo. Esto no lo querían admitir ni Elipando ni sus fieles discípulos, quienes proclamaban que defendían la unión hipostática de Cristo; pero de su modo de concebir se deducía la doctrina nestoriana de dos personas en Cristo.
Con su fogosidad característica, se dedicó Elipando a la propaganda de sus ideas, ganando al obispo de Asturias, Ascario, de quien el erudito A. Lambert da interesantes noticias. Esta nueva herejía traspasó los límites de la España musulmana, dentro de la cual se encontraban Elipando y Ascario. Los primeros que defendieron el dogma católico coíitra estas nuevas doctrinas fueron dos eminentes teólogos españoles,, pertenecientes a la España libre del N: S. Beato de Liébana (v.), a quien presenta Alcuino como «varón santo y docto», tanto en su vida como en su nombre; y Eterio, obispo de Osma, discípulo suyo y no menos docto que su maestro. Al lado de Beato, conocido por su Comentario al Apocalipsis, en el que se presenta como gran conocedor de la Biblia, se distinguió Eterio como gran teólogo, si bien Elipando lo despreciaba por su juventud. Ambos compusieron en colaboración una Apología de la verdadera doctrina católica que constituye una valiente impugnación del a., anterior a las de Alcuino y otros teólogos.
Basándose en los textos de la S. E. y en una teología sana y vigorosa, ambos teólogos impugnan el error de Elipando. Describiendo esta obra teológica de los dos insignes teólogos españoles, Beato y Eterio, Menéndez Pelayo dice que nació «en tierra áspera, agreste y bravía, entre erizados riscos y mares tempestuosos», y añade: «pasma el que se supiese tanto y que se pudiese escribir de aquella manera, ruda, pero valiente y levantada, en el pobre reino asturiano» (Historia de los heterodoxos españoles, I, Madrid 1956, 366). Ateniéndose a estas circunstancias, y sin apreciar en su justo valor el extraordinario mérito de la Apología de Beato y Eterio, un autor moderno, A. Amann, la califica de «panfleto brutal». juzgamos injusto este enjuiciamiento de tan excelente obra, nacido del prejuicio de atribuir a Alcuino de York (v.) toda la gloria de la impugnación del a.
Primeras medidas contra el adopcionismo. La valiente conducta de Beato y Eterio produjo resultados muy diversos. Por un lado, al tener noticia de la controversia, el papa Adriano I (772795) dirigió una carta «a todos los obispos que moraban en toda España», condenando a su vez el a. de Elipando de Toledo y Ascario, como renovadores de la doctrina de Nestorio. Mas, por otro, se producía la conquista para el a. del que sería en adelante su más decidido defensor. Era el obispo de Urgel, Félix, ya conocido por su extraordinaria erudición y por sus ideas semejantes a las de los adopcianos. Deseando Elipando nuevos aliados para su doctrina, acudió a Félix, pidiéndole su parecer sobre la cuestión discutida, «si Cristo en cuanto hombre, debía ser considerado como hijo propio o como hijo adoptivo». Según refiere Eginardo, Félix respondió a esta consulta confirmando plenamente la opinión de Elipando.
De este modo se iniciaba la gran batalla en torno al a. Después de la conquista de la Marca Hispánica (Cataluña) por el Imperio, éste ejercía su tutoría espiritual sobre aquélla. Por esto cuando en la Escuela Palatina de Aquisgrán, dirigida por Alcuino (v.), se dieron cuenta de que el a. se había introducido en Cataluña e incluso iba penetrando al otro lado de los Pirineos, se decidió reunir un gran sínodo para solucionar el problema. Con la autoridad de Carlomagno, se convocó para el a. 792 un sínodo en Ratisbona, obligándose a Félix de Urgel (diócesis de la Marca Hispánica) a comparecer en 61 y dar cuenta de sus ideas. Félix se presentó. Se examinó detenidamente la doctrina del a. y se lanzó contra ella la primera condena. El obispo de Urgel tuvo que abjurarla. No contento con esto, Carlomagno lo envió a Roma, al papa Adriano I. En presencia del Romano .Pontífice, Félix de Urgel rechazó con un nuevo juramento el a., y, hecho esto, volvió a su diócesis.
Pero Félix, apenas llegado a su diócesis, emprendió una nueva campaña en defensa del a., de la que tenemos diversas noticias. Por otro lado, entre los a. 793 y 795, Elipando de Toledo imprimió un nuevo sesgo a su propaganda. Se dirigió 61 mismo a Carlomagno y procuró convencerlo de que su principal impugnador, Beato de Liébana, defendía doctrinas heréticas. En el mismo sentido, según parece, dirigieron él y los suyos diversas cartas a los obispos del sur de Francia, en las que procuraban probar sus doctrinas con testimonios de los Santos Padres, al mismo tiempo que impugnaban acremente a Beato como heterodoxo e inmoral. Todo esto produjo gran alarma en Carlomagno, que se dirigió al papa Adriano I y en inteligencia con él hizo reunir en el a. 794 un nuevo sínodo general en Francfort del Main. Entre los obispos de Italia que tomaron. parte en él, sobresalen Paulino de Aquileya (v.) y Pedro de Milán, presididos por los legados pontificios. Pero ni Elipando ni Félix asistieron a él.
El sínodo se celebró con normalidad, y sobre la base de una carta de Adriano I, proclamó, frente a la doctrina del a., que el Hijo de Dios, tiene, sí, dos naturalezas, divina y humana, pero no puede ser designado como hijo adoptivo en cuanto hombre. Según esto, se redactaron dos exposiciones: la primera, obra de Paulino de Aquileya, contenía la prueba bíblica; la segunda se basaba en la patrística. Juntamente con un escrito del Papa, Carlomagno envió estos documentos a Elipando y Félix, conjurándolos a que abandonaran su error y abrazaran la verdadera fe, proclamada por el sínodo y por el Romano Pontífice. Pero, en lugar de someterse, ambos continuaron con más intensidad sus propagandas.
Ultima fase del adopcionismo. La controversia entró entonces en su fase última, cuyo principal paladín es Alcuino. En tono conciliador, éste redactó una refutación del a. que envió por mano de S. Benito de Aniano a los monjes del sur de Francia y de Cataluña. Pero Félix publicó rápidamente una refutación que Carlomagno, aconsejado por el mismo Alcuino, envió al Romano Pontífice y a Paulino de Aquileya. Entonces redactó Alcuino su segunda obra Libellus adversus Felices haeresim, a la que Félix respondió. Pór tercera vez tomó Alcuino la pluma y compuso su mejor obra sobre esta materia, los Siete libros contra Félix de Urgel. Paulino de Aquileya redactó otra refutación de Félix. Pero todo fue inútil. Precisamente entonces compuso Elipando su tratado, que dirige «al reverendísimo diácono Alcuino, ministro, no de Cristo, sino del fetidísimo Beato».
El nuevo papa León III, en un sínodo celebrado en Roma en el a. 799, condenó de nuevo al a. Por su parte, Carlomagno, siempre aconsejado por Alcuino, envió a la Marca Hispánica al abad Benito de Aniano y a varios obispos para que instruyeran debidamente al pueblo y consta que por este medio muchos volvieron a la verdadera fe. Pero su triunfo principal consistió en convencer al mismo Félix de Urgel para presentarse con ellos ante Carlomagno. Durante el mismo a. .799 se celebró en Aquisgrán un nuevo sínodo o conferencia de gran significación. Durante seis días Félix expuso con todo detalle sus ideas sobre el a.; presentó sus dificultades contra la doctrina expuesta por Alcuino, y éste fue rebatiendo todos los errores doctrinales de Félix y respondiendo a todas sus dudas. Félix abjuró sus errores, según parece, con toda convicción, y dirigió a sus partidarios una profesión de fe. En ella proclamaba la doctrina de que, en ambas naturalezas, divina y humana, había un único y verdadero Hijo, el unigénito del Padre, rechazando expresamente la doctrina del a.
Mas como Félix había cambiado tantas veces de opinión, Carlomagno decidió que no volviera a España. Por consejo de Alcuino se retiró a Lyon, bajo la tutela de su obispo, donde murió en el a. 818. Durante este tiempo consta que dio muestras de caridad hacia Alcuino. Pero el obispo Agobardo de Lyon encontró, después de su muerte, ciertos papeles que dejan alguna duda sobre la autenticidad de su conversión. Elipando parece que persistió hasta su muerte en el error. Pero, muertos Félix y Elipando, no quedan en España vestigios de su doctrina, prueba convincente de que esta teología no había tenido muchos adeptos.

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