Diario de a bordo del primer viaje de Cristóbal Colón
(texto completo)
Nota: Relación compendiada de Fray Bartolomé de las Casas.
Parte VI de VIII
Martes, 1 de enero de 1493
A media noche despachó la barca que fuese a la isleta Amiga para traer el ruibarbo. Volvió a vísperas con un serón de ello; no trajeron más porque no llevaron azada para cavar: aquello llevó por muestra a los Reyes. El rey de aquella tierra dice que había enviado muchas canoas por oro. Vino la canoa que fue a saber de la Pinta y el marinero y no la hallaron. Dijo aquel marinero que a veinte leguas de allí habían visto un rey que traía en la cabeza dos grandes plastas de oro, y luego que los indios de la canoa le hablaron se las quitó, y vio también mucho oro a otras personas. Creyó el Almirante que el rey Guacanagarí debía de haber prohibido a todos que no vendiesen oro a los cristianos, porque pasase todo por su mano. Mas él había sabido los lugares, como dije anteayer, donde lo había en tanta cantidad que no lo tenían en precio. También la especiería que, como dice el Almirante, es mucha y más vale que pimiento y manegueta. Dejaba encomendados a los que allí quería dejar que hubiesen cuanta pudiesen.
Miércoles, 2 de enero
Salió de mañana en tierra para se despedir del rey Guacanagarí y partirse en el nombre del Señor, y diole una camisa suya y mostróle la fuerza que tenían y efecto que hacían las lombardas, por lo cual mandó armar una y tirar al costado de la nao que estaba en tierra, porque vino a propósito de platicar sobre los caribes, con quien tienen guerra, y vio hasta dónde llegó la lombarda y cómo pasó el costado de la nao y fue muy lejos la piedra por la mar. Hizo hacer también una escaramuza con la gente de los navíos armada, diciendo al cacique que no hubiese miedo a los caribes aunque viniesen. Todo esto dice que hizo el Almirante porque tuviese por amigos a los cristianos que dejaba, y por ponerle miedo que los temiese. Llevólo el Almirante a comer consigo a la casa donde estaba aposentado y a los otros que iban con él. Encomendóle mucho el Almirante a Diego de Arana y a Pedro Gutiérrez y a Rodrigo Escobedo, que dejaba juntamente por sus tenientes de aquella gente que allí dejaba, porque todo fuese bien regido y gobernado a servicio de Dios y de Sus Altezas. Mostró mucho amor el cacique al Almirante y gran sentimiento en su partida, mayormente cuando lo vio ir a embarcarse. Dijo al Almirante un privado de aquel rey, que había mandado hacer una estatua de oro puro tan grande como el mismo Almirante, y que dende a diez días la habían de traer. Embarcóse con propósito de se partir luego, mas el viento no le dio lugar. Dejó en aquella isla Española, que los indios dice que llamaban Bohío, treinta y nueve hombres con la fortaleza, y dice que muchos amigos de aquel rey Guacanagarí, y sobre aquélíos, por sus tenientes, a Diego de Arana, natural de Córdoba, y a Pedro Gutiérrez, repostero de estrado del Rey, criado del despensero mayor, y a Rodrigo de Escobedo, natural de Segovia, sobrino de fray Rodrigo Pérez, con todos sus poderes que de los Reyes tenía. Dejóles todas las mercaderías que los Reyes mandaron comprar para los rescates, que eran muchas, para que las trocasen y rescatasen por oro, con todo lo que traía la nao. Dejóles también pan bizcocho para un año y vino y mucha artillería, y la barca de la nao para que ellos, como marineros que eran los más, fuesen, cuando viesen que convenía, a descubrir la mina de oro, porque a la vuelta que volviese el Almirante hallase mucho oro, y lugar donde se asentase una villa, porque aquél no era puerto a su voluntad; mayormente que el oro que allí traían venía dice que del Este, y cuanto más fuesen al Este tanto estaban cercanos de España. Dejóles también simientes para sembrar, y sus oficiales, escribano y alguacil, y un carpintero de naos y calafate y un buen lombardero, que sabe bien de ingenios, y un tonelero y un físico y un sastre, y todos dice que hombres de la mar.
Jueves, 3 de enero
No partió hoy porque anoche dice que vinieron tres de los indios que traía de las islas que se habían quedado, y dijéronle que los otros y sus mujeres vendrían al salir del sol. La mar también fue algo alterada, y no pudo la barca estar en tierra; determinó partir mañana, mediante la gracia de Dios. Dijo que si él tuviera consigo la carabela Pinta tuviera por cierto de llevar un tonel de oro, porque osara seguir las costas de estas islas, lo que no osaba hacer por ser solo, porque no le acaeciese algún inconveniente y se impidiese su vuelta a Castilla y la noticia que debía dar a los Reyes de todas las cosas que había hallado. Y si fuera cierto que la carabela Pinta llegara a salvamento en España con aquel Martín Alonso Pinzón, dijo que no dejara de hacer lo que deseaba; pero porque no sabía de él y porque, ya que vaya, podrá informar a los Reyes de mentiras porque no le manden dar la pena que él merecía, como quien tanto mal había hecho y hacía en haberse ido sin licencia y estorbar los bienes que pudieran hacerse y saberse de aquella vez, dice el Almirante, confiaba que Nuestro Señor le daría buen tiempo y se podría remediar todo.
Viernes, 4 de enero
Saliendo el sol, levantó las anclas con poco viento, con la barca por proa el camino del Noroeste para salir fuera de la restinga, por otra canal más ancha de la que entró, la cual y otras son muy buenas para ir por delante de la Villa de la Navidad, y por todo aquello el más bajo fondo que halló fueron tres brazas hasta nueve, y estas dos van de Noroeste al Sudeste, según aquellas restingas eran grandes que duran desde el Cabo Santo hasta el Cabo de Sierpe, que son más de seis leguas, y fuera en la mar bien tres y sobre el Cabo Santo bien tres, y sobre el Cabo Santo a una legua no hay más de ocho brazas de fondo, y dentro del dicho cabo, de la parte del Este, hay muchos bajos y canales para entrar por ellos, y toda aquella costa se corre Noroeste Sudeste y es toda playa, y la tierra muy llana hasta bien cuatro leguas la tierra adentro. Después hay montañas muy altas y es toda muy poblada de poblaciones grandes y buena gente, según se mostraban con los cristianos. Navegó así al Este, camino de un monte muy alto que quiere parecer isla pero no lo es, porque tiene participación con tierra muy baja, el cual tiene forma de un alfaneque muy hermoso, al cual puso nombre Monte Cristi, el cual está justamente al Este del Cabo Santo, y habrá dieciocho leguas. Aquel día, por ser el viento muy poco, no pudo llegar al Monte Cristi con seis leguas. Halló cuatro isletas de arena muy bajas, con una restinga que salía mucho al Noroeste y andaba mucho al Sudeste. Dentro hay un grande golfo que va desde dicho monte al Sudeste bien veinte leguas, el cual debe ser todo de poco fondo y muchos bancos, y dentro de él en toda la costa muclios ríos no navegables, aunque aquel marinero que el Almirante envió con la canoa a saber nuevas de la Pinta dijo que vio un río en el cual podían entrar naos. Surgió por allí el Almirante seis leguas de Monte Cristi en diecinueve brazas, dando la vuelta a la mar por apartarse de muchos bajos y restingas que por allí había, donde estuvo aquella noche. Da el Almirante aviso que el que hubiere de ir a la Villa de la Navidad, que conociere a Monte Cristi, debe meterse en la mar dos leguas, etc.; pero porque ya se sabe la tierra y más por allí no se pone aquí. Concluye que Cipango estaba en aquella isla y que hay mucho oro y especiería y almáciga y ruibarbo.
Sábado, 5 de enero
Cuando el sol quería salir, dio la vela con el terral; después ventó Este, y vio que de la parte del Sursudeste del Monte Cristi, entre él y una isleta, parecía ser buen puerto para surgir esta noche, y tomó el camino al Essueste, y después al Sursudeste bien seis leguas, diecisiete brazas de fondo y muy limpio, y anduvo así tres leguas con el mismo fondo. Después bajó a doce brazas hasta el morro del monte, y sobre el morro del monte a una legua halló nueve, y limpio todo, arena menuda. Siguió así el camino hasta que entró entre el monte y la isleta, adonde halló tres brazas y media de fondo con bajamar, muy singular puerto adonde surgió. Fue con la barca a la isleta, donde halló fuego y rastro de que habían estado allí pescadores. Vio allí muchas piedras pintadas de colores, o cantera de piedras tales de labores naturales muy hermosas, dice que para edificios de iglesia o de otras obras reales, como las que halló en la isleta de San Salvador. Halló también en esta isleta muchos pies de almáciga. Este Monte Cristi dice que es muy hermoso y alto y andable, de muy linda hechura, y toda la tierra cerca de él es maja, muy linda campiña, y él queda así alto que viéndolo de lejos parece isla que no comunique con alguna tierra. Después del dicho monte, al Este, vio un cabo a veinticuatro millas al cual llamó Cabo del Becerro, desde el cual hasta el dicho monte pasan en la mar bien dos leguas unas restingas de bajos, aunque le pareció que había entre ellas canales para poder entrar; pero conviene que sea de día y vaya sondando con la barca primero. Desde el dicho monte al Este hacia el Cabo del Becerro las cuatro leguas es todo playa y tierra muy baja y hermosa, y lo otro es todo tierra muy alta y grandes montañas labradas y hermosas, y dentro de la tierra va una sierra de Nordeste al Sudeste, la más hermosa que había visto, que parece propia como la sierra de Córdoba. Parecen también muy lejos otras montañas muy altas hacia el Sur y del Sudeste y muy grandes valles y muy verdes y muy hermosos y muy muchos ríos de agua; todo esto en tanta cantidad apacible que no creía encarecerlo la milésima parte. Después vio, al Este de dicho monte, una tierra que parecía otro monte, así como aquel de Cristi en grandeza y hermosura. Y dende a la cuarta del Este al Nordeste es tierra no tan alta, y habría bien cien millas o cerca.
Domingo, 6 de enero
Aquel puerto es abrigado de todos los vientos, salvo de Norte y Noroeste, y dice que poco reinan por aquella tierra, y aun de éstos se pueden guarecer detrás de la isleta: tiene tres hasta cuatro brazas. Salido el sol, dio la vela por ir la costa delante, la cual toda corría al Este, salvo que es menester dar reguardo a muchas restingas de piedra y arena que hay en la dicha costa. Verdad es que dentro de ellas hay buenos puertos y buenas entradas por su canales. Después de medio día ventó Este recio, y mandó subir a un marinero al topo del mástil para mirar los bajos, y vio venir la carabela Pinta con Este a popa, y llegó al Almirante, y porque no había donde surgir por ser bajo, volvióse el Almirante al Monte Cristi a desandar diez leguas atrás que había andado, y la Pinta con él. Vino Alonso Pinzón a la carabela Niña, donde iba el Almirante, a se excusar diciendo que se había partido de él contra su voluntad, dando razones por ello; pero el Almirante dice que eran falsas todas, y que con mucha soberbia y codicia se había apartado aquella noche que se apartó de él, y que no sabía, dice el Almirante, de dónde le hubiesen venido las soberbias y deshonestidad que había usado con él aquel viaje, las cuales quiso el Almirante disimular por no dar lugar a las malas obras de Satanás, que deseaba impedir aquel viaje como hasta entonces había hecho, sino que por dicho de un indio de los que el Almirante le había encomendado con otros que llevaba en su carabela, el cual le había dicho que en una isla que se llamaba Baneque había mucho oro, y como tenía el navío sutil y ligero se quiso apartar e ir por sí dejando al Almirante. Pero el Almirante quisose detener y costear la isla Juana y la Española, pues todo era un camino del Este. Después que Martín Alonso fue a la isla Baneque dice que no halló nada de oro, y se vino a la costa de la Española por información de otros indios que le dijeron haber en aquella isla Española, que los indios llamaban Bohío, mucha cantidad de oro y muchas minas, y por esta causa llegó cerca de la Villa de la Navidad, obra de quince leguas, y había entonces más de veinte días; por lo cual parece que fueron verdad las nuevas que los indios daban, por las cuales envió el rey Guacanagarí la canoa, y el Almirante el marinero, y debía ser ida cuando la canoa llegó. Y dice aquí el Almirante que rescató la carabela mucho oro, que por un cabo de agujeta le daban buenos pedazos de oro del tamaño de dos dedos y a veces como la mano, y llevaba el Martín Alonso la mitad y la otra mitad se repartía por la gente. Añade el Almirante diciendo a los Reyes: «Así que, Señores Príncipes, que yo conozco que milagrosamente mandó quedar allí aquella nao Nuestro Señor, porque es el mejor lugar de toda la isla para hacer el asiento y más cerca de las minas del oro.» También dice que supo que detrás de la isla Juana, de la parte del Sur, hay otra isla grande, en que hay muy mayor cantidad de oro que en ésta, en tanto grado que cogían los pedazos mayores que habas, y en la isla Española se cogían pedazos de oro de las minas como granos de trigo Llamábase, dice, aquella isla Yamaye. También dice que supo el Almirante que allí, hacia el Este, había una isla adonde no había sino solas mujeres, y esto dice que de muchas personas lo sabía. Y que aquella isla Española, y la otra isla Yamaye, estaban cerca de tierra firme diez jornadas de canoa, que podían ser sesenta o setenta leguas, y que era la gente vestida allí.
Lunes, 7 de enero
Este día hizo tomar una agua que hacía la carabela y calafatearía, y fueron los marineros en tierra a traer leña y dice que hallaron muchos almácigos y liñáloe.
Martes, 8 de enero
Por el viento Este y Sudeste mucho que ventaba no partió este día, por lo cual mandó que se guarneciese la carabela de agua y leña y de todo lo necesario para todo el viaje, porque, aunque tenía voluntad de costear toda la costa de aquella Española que andando el camino pudiese, pero, porque los que puso en las carabelas por capitanes eran hermanos, conviene a saber Martín Alonso Pinzón y Vicente Yáñez, y otros que le seguían con soberbia y codicia estimando que todo era ya suyo, no mirando la honra que el Almirante les había hecho y dado, no habían obedecido ni obedecían sus mandamientos, antes hacían y decían muchas cosas no debidas contra él, y el Martín Alonso lo dejó desde el 21 de noviembre hasta el 6 de enero sin causa alguna ni razón sino por su desobediencia, todo lo cual el Almirante había sufrido y callado por dar buen fin a su viaje, así que, por salir de tan mala compañía, con los cuales dice que cumplía disimular, aunque eran gente desmandada, y aunque tenía dice que consigo muchos hombres de bien, pero no era tiempo de entender en castigo, acordó volverse y no parar más, con la mayor prisa que le fue posible. Entró en la barca y fue al río, que es allí junto, hacia el Sursudoeste del Monte Cristi una grande legua, donde iban los marineros a tomar agua para el navío, y halló que el arena de la boca del río, el cual es muy grande y hondo, era dice que toda llena de oro y en tanto grado que era maravilla, puesto que era muy menudo. Creía el Almirante que por venir por aquel río abajo se desmenuzaba por el camino, puesto que dice que en poco espacio halló muchos granos tan grandes como lentejas; mas de lo menudito dice que había mucha cantidad. Y, porque la mar era llena y entraba agua salada con la dulce, mandó subir con la barca el río arriba un tiro de piedra: henchieron los barriles desde la barca y, volviéndose a la carabela, hallaron metidos por los aros de los barriles pedacitos de oro, y lo mismo en los aros de la pipa. Puso por nombre el Almirante al río el Río del Oro, el cual de dentro pasada la entrada muy hondo, aunque la entrada es baja y la boca muy ancha, y de él a la Villa de Navidad hay diecisiete leguas. Entremedias hay otros muchos ríos grandes; en especial tres, los cuales creía que debían tener mucho más oro que aquél, porque son más grandes, puesto que éste es casi tan grande como el Guadalquivir por Córdoba; y de ellos a las minas del oro no hay veinte leguas ~ Dice más el Almirante: que no quiso tomar de la dicha arena que tenía tanto oro, pues Sus Altezas lo tenían todo en casa y a la puerta de su Villa de Navidad, sino venirse a más andar por llevarles las nuevas y quitarse de la mala compañía que tenía y que siempre había dicho que era gente desmandada.
Miércoles, 9 de enero
A media noche levantó las velas con el viento Sudeste y navegó al Esnordeste; llegó a una punta que llamó Punta Roja, que está justamente al Este del Monte Cristi sesenta millas. Y al abrigo de ella surgió a la tarde, que serían tres horas antes de que anocheciese. No osó salir de allí de noche, porque había muchas restingas, hasta que se sepan, porque después serán provechosas si tienen, como deben tener, canales, y tienen mucho fondo y buen surgidero seguro de todos vientos. Estas tierras, desde Monte Cristi hasta allí donde surgió, son tierras altas y llanas y muy lindas campiñas, y a las espaldas muy hermosos montes que van de Este a Oeste, y son todos labrados y verdes, que es cosa de maravilla ver su hermosura, y tienen muchas riberas de agua. En toda esta tierra hay muchas tortugas, de las cuales tomaron los marineros en el Monte Cristi que venían a desovar en tierra, y eran muy grandes como una grande tablachina. El día pasado, cuando el Almirante iba al Río del Oro, dijo que vio tres sirenas que salieron bien alto de la mar, pero no eran tan hermosas como las pintan, que en alguna manera tenían forma de hombre en la cara. Dijo que otras veces vio algunas en Guinea, en la Costa Manegueta. Dice que esta noche, con el nombre de Nuestro Señor, partiría a su viaje sin más detenerse en cosa alguna, pues había hallado lo que buscaba, porque no quiere más enojo con aquel Martín Alonso hasta que Sus Altezas supiesen las nuevas de su viaje y de lo que ha hecho; «y después no sufriré -dice él- hechos de malas personas y de poca virtud, las cuales contra quien les dio aquella honra presumen hacer su voluntad con poco acatamiento».
Jueves, 10 de enero
Partióse de donde había surgido, y al sol puesto llegó a un río, al cual puso nombre río de Gracia; dista de la parte del Sudeste tres leguas. Surgió a la boca, que es buen surgidero, a la parte del Este. Para entrar dentro tiene un banco, que no tiene sino dos brazas de agua y muy angosto: dentro es buen puerto cerrado, sino que tiene mucha broma. Y de ella iba la carabela Pinta, donde iba Martín Alonso, muy maltratada, porque dice que estuvo allí rescatando dieciséis días, donde rescataron mucho oro, que era lo que deseaba Martín Alonso. El cual, después que supo de los indios que el Almirante estaba en la costa de la misma isla Española y que no lo podía errar, se vino para él. Y dice que quisiera que toda la gente del navío jurara que no habían estado allí sino seis días. Mas dice que era cosa tan pública su maldad, que no podía encubrir. El cual, dice el Almirante, tenía hechas leyes que fuese para él la mitad del oro que se rescatase o se hubiese. Y cuando hubo de partirse de allí, tomó cuatro hombres indios y dos mozos por fuerza, a los cuales el Almirante mandó dar de vestir y tornar en tierra que se fuesen a sus casas; «lo cual -dice- es servicio de Vuestras Altezas, así de esta isla en especial como de las otras. Mas aquí, donde tienen ya asiento Vuestras Altezas, se debe hacer honra y favor a los pueblos, pues que en esta isla hay tanto oro y buenas tierras y especiería».
Viernes, 11 de enero
A media noche salió del Río de Gracia con el terral; navegó al Este, hasta un cabo que llamó Belprado, cuatro leguas; y de allí al Sudeste está el monte a quien puso Monte de Plata y dice que hay ocho leguas. De allí del cabo Belprado, al Este cuarta del Sudeste, está el cabo que dijo del Angel, y hay dieciocho leguas; y de este cabo al Monte de Plata hay un golfo y tierras las mejores y más lindas del mundo, todas campiñas altas y hermosas, que van mucho la tierra adentro, y después hay una sierra, que va de Este a Oeste, muy grande y muy hermosa; y al pie del monte hay un puerto muy bueno y en la entrada tiene catorce brazas, y este monte es muy alto y hermoso, y todo esto es poblado mucho. Y creía el Almirante debía haber buenos ríos y mucho oro. Del Cabo del Angel al Este cuarta del Sudeste, hay cuatro leguas a una punta que puso del Hierro; y al mismo camino, a cuatro leguas, está una punta que llamó la Punta Seca; y de allí al mismo camino, a seis leguas, está el cabo que dijo Redondo; y de allí al Este está el cabo Francés; y en este cabo, de la parte del Este, hay una angla grande, mas no le pareció haber surgidero. De allí a una legua está el Cabo del Buen Tiempo; de éste al Sur cuarta del Sudeste hay un cabo que llamó Tejado, una grande legua; y de éste hacia el Sur vio otro cabo, y parecióle que habría quince leguas. Hoy hizo gran camino, porque el viento y las corrientes iban con él. No osó surgir, por miedo a los bajos, y así estuvo a la corda toda la noche.
Sábado, 12 de enero
Al cuarto del alba navegó al Este con viento fresco y anduvo así hasta el día, y en este tiempo veinte millas, y en dos horas después andaría veinticuatro millas. De allí vio al Sur tierra, y fue hacia ella, y estaría de ella cuarenta y ocho millas y dice que, dado resguardo al navío, andaría esta noche veintiocho millas al Nornordeste. Cuando vio la tierra, llamó a un cabo que vio el Cabo de Padre e Hijo, porque a la punta de la parte del Este tiene dos farallones, mayor el uno que el otro. Después, al Este dos leguas, vio una grande abra y muy hermosa entre dos grandes montañas, y vio que era grandísimo puerto, bueno y de muy buena entrada; pero, por ser muy de mañana y no perder camino, porque por la mayor parte del tiempo hace por allí Estes y entonces le lleva Nornoroeste, no quiso detenerse más. Siguió su camino al Este hasta un cabo muy alto y muy hermoso y todo de piedra tajado a quien puso por nombre Cabo del Enamorado, el cual estaba al Este de aquel puerto a quien llamó Puerto Sacro, treinta y dos millas; y, en llegando a él, descubrió otro muy más hermoso y más alto y redondo, de peña todo, así como el Cabo de San Vicente en Portugal, y estaba del Enamorado al Este doce millas. Después que llegó a emparejarse con el del Enamorado, vio, entremedias de él y de otro, que se hacía una grandísima bahía que tiene de anchor tres leguas, y en medio de ella está una isleta pequeñuela; el fondo es mucho a la entrada hasta tierra. Surgió allí en doce brazas, envió la barca en tierra por agua y por ver si había lengua, pero la gente toda huyó. Surgió también por ver si toda era aquella una tierra con la Española; y lo que dijo ser golfo sospechaba no fuese otra isla por sí. Quedaba espantado de ser tan grande la isla Española.
Domingo, 13 de enero
No salió de este puerto por no hacer terral con que saliese. Quisiera salir por ir a otro mejor puerto, porque aquél era algo descubierto, y porque quería ver en qué paraba la conjunción de la Luna con el Sol, que esperaba a 17 de este mes, y la oposición de ella con Júpiter y conjunción con Mercurio y el Sol en opósito con Júpiter, que es causa de grandes vientos. Envió la barca a tierra en una hermosa playa para que tomasen de los ajes para comer, y hallaron ciertos hombres con arcos y flechas, con los cuales se pararon a hablar, y les compraron dos arcos y muchas flechas y rogaron a uno de ellos que fuese a hablar al Almirante a la carabela; y vino, el cual dice que era muy disforme en la catadura más que otros que hubiesen visto. Tenía el rostro todo tiznado de carbón, puesto que en todas partes acostumbran de se teñir de diversos colores. Traía todos los cabellos muy largos y encogidos y atados atrás y después puestos en una redecilla de plumas de papagayos, y él así desnudo como los otros. Juzgó el Almirante que debía ser de los caribes que comen los hombres, y que aquel golfo que ayer había visto que hacía apartamiento de tierra y que sería isla por sí. Preguntóle por los caribes y señalóle al Este, cerca de allí; la cual dice que ayer vio el Almirante antes que entrase en aquella bahía, y díjole el indio que en ella había muy mucho oro, señalándole la popa de la carabela, que era bien grande, y que pedazos había tan grandes. Llamaba al oro tuob y no entendía por caona, como le llaman en la primera parte de la isla, ni por nocay, como lo nombran en San Salvador y en las otras islas. Al alambre o a un oro bajo llaman en La Española tuob. De la isla de Matinino dijo aquel indio que era toda poblada de mujeres sin hombres, y que en ella hay mucho tuob, que es oro o alambre, y que es más al Este de Carib. También dijo de la isla de Goanin, adonde hay mucho tuob. De estas islas dice el Almirante que por muchas personas hace días había noticia. Dice más el Almirante; que en las islas pasadas estaban con gran temor de Carib, y en algunas le llamaban Caniba, pero en La Española Carib; y que debe de ser gente arriscada, pues andan por todas estas islas y comen la gente que pueden haber. Dice que entendía algunas palabras, y por ellas dice que saca otras cosas, y que los indios que consigo traía entendían más, puesto que hallaba diferencia de lenguas por la gran distancia de las tierras. Mandó dar al indio de comer, y diole pedazos de paño verde y colorado y cuentezuelas de vidrio, a que ellos son muy aficionados, y tornóle a enviar a tierra y díjole que trajese oro si lo había, lo cual creía por algunas cositas suyas que él traía. En llegando la barca a tierra, estaban detrás los árboles bien cincuenta y cinco hombres desnudos, con los cabellos muy largos, así como las mujeres los traen en Castilla. Detrás de la cabeza traían penachos de plumas de papagayos y de otras aves, y cada uno traía su arco. Descendió el indio en tierra e hizo que los otros dejasen sus arcos y flechas, y un pedazo de palo que es como un... muy pesado que traen en lugar de espada; los cuales después se llegaron a la barca, y la gente de la barca salió a tierra y comenzáronles a comprar los arcos y flechas y las otras armas, porque el Almirante así lo tenía ordenado. Vendidos dos arcos, no quisieron dar más; antes se aparejaron de arremeter a los cristianos y prenderlos. Fueron corriendo a tomar sus arcos y flechas donde los tenían apartados y tornaron con cuerdas en las manos para dice que atar a los cristianos. Viéndolos venir corriendo a ellos, estando los cristianos apercibidos, porque siempre los avisaba de esto el Almirante, arremetieron los cristianos a ellos, y dieron a un indio una gran cuchillada en las nalgas y a otro por los pechos hirieron con una saetada, a lo cual, visto que podían ganar poco aunque no eran los cristianos sino siete y ellos cincuenta y tantos, dieron a huir que no quedó ninguno, dejando uno aquí las flechas y otro allí los arcos. Mataran dice que los cristianos muchos de ellos si el piloto que iba por capitán de ellos no lo estorbara. Volviéronse luego a la carabela los cristianos con su barca, y, sabido por el Almirante, dijo que por una parte le había pesado y por otra no, porque hayan miedo a los cristianos, porque sin duda, dice él, la gente de allí es dice que de mal hacer y que creía que eran los de Carib y que comiesen los hombres, y porque, viniendo por allí la barca que dejó a los treinta y nueve hombres en la fortaleza y Villa de la Navidad, tengan miedo de hacerles algún mal. Y que si no son de los caribes, al menos deben ser fronteros y de las mismas costumbres y gente sin miedo, no como los otros de las otras islas, que son cobardes y sin armas fuera de razón. Todo esto dice el Almirante y que querría tomar algunos de ellos. Dice que hacían muchas ahumadas como acostumbraban en aquella isla Española.
Lunes, 14 de enero
Quisiera enviar esta noche a buscar las casas de aquellos indios por tomar algunos de ellos, creyendo que eran caribes, y... por el mucho Este y Nordeste y mucha ola que hizo en la mar; pero, ya de día, vieron mucha gente de indios en tierra, por lo cual mandó el Almirante ir allá la barca con gente bien aderezada, los cuales luego vinieron todos a la popa de la barca, y especialmente el indio que el día antes había venido a la carabela y el Almirante le había dado las cosillas de rescate. Con éste dice que venía un rey, el cual había dado al indio dicho unas cuentas que diese a los de la barca en señal de seguro y de paz. Este rey, con tres de los suyos, entraron en la barca y vinieron a la carabela. Mandóles el Almirante dar de comer bizcocho y miel y diole un bonete colorado y cuentas y un pedazo de paño colorado, y a otros también pedazos de paño, el cual dijo que traería mañana una carátula de oro, afirmando que allí había mucho, y en Carib y Matinino. Después los envió a tierra bien contentos. Dice más el Almirante: que le hacían agua mucha las carabelas por la quilla, y quéjase mucho de los calafates que en Palos las calafatearon muy mal y que cuando vieron que el Almirante había entendido el defecto de su obra y los quisiera constreñir a que la enmendaran, huyeron; pero, no obstante la mucha agua que las carabelas hacían, confía en Nuestro Señor que lo trajo, le tornará por su piedad y misericordia, que bien sabía Su Alta Majestad cuánta controversia tuvo primero antes que se pudiese expedir de Castilla, que ninguno otro fue en su favor sino El, porque El sabía su corazón y, después de Dios, Sus Altezas, y todo lo demás le había sido contrario sin razón alguna. Y dice más así: «y han sido causa que la Corona Real de Vuestras Altezas no tenga cien cuentos de renta más de la que tiene después que yo vine a les servir, que son siete años ahora a 20 días de enero este mismo mes, y más lo que acrecentado sería de aquí en adelante. Mas aquel poderoso Dios remediará todo». Estas son sus palabras.
Martes, 15 de enero
Dice que quiere partir porque ya no aprovecha nada detenerse, por haber pasado aquellos desconciertos (debe decir del escándalo de los indios). Dice también que hoy ha sabido que toda la fuerza del oro estaba en la comarca de la Villa de la Navidad de Sus Altezas, y que en la isla de Carib había mucho alambre y en Matinino, puesto que será dificultoso en Carib, porque aquella gente dice que come carne humana, y que de allí se parecía la isla de ellos y que tenía determinado de ir allá, pues está en el camino, y a la de Matinino que dice que era poblada toda de mujeres sin hombres, y ver la una y la otra y tomar dice algunos de ellos. Envió el Almirante la barca a tierra, y el rey de aquella tierra no había venido, porque dice que la población estaba lejos; mas envió su corona de oro, como había prometido, y vinieron otros muchos hombres con algodón y con pan de ajes, todos con sus arcos y flechas. Después que todo lo hubieron rescatado, vinieron dice que cuatro mancebos a la carabela, y pareciéronle al Almirante dar tan buena cuenta de todas aquellas islas que estaban hacia el Este, en el mismo camino que el Almirante había de llevar, que determinó de traer a Castilla consigo. Allí dice que no tenían hierro ni otro metal que se hubiese visto, aunque en pocos días no se puede saber de una tierra mucho, así por la dificultad de la lengua, que no entendía el Almirante, sino por discreción, como porque ellos no saben lo que él pretendía en pocos días. Los arcos de aquella gente dice que eran tan grandes como los de Francia e Inglaterra; las flechas son propias como las azagayas de las otras gentes que hasta allí había visto, que son de los pimpollos de las cañas cuando son simiente, que quedan muy derechas y de longura de una vara y media y de dos, y después ponen al cabo un pedazo de palo agudo de un palmo y medio; y encima de este palillo algunos le injertan un diente de pescado, y algunos y los más le ponen allí hierba, y no tiran como en otras partes, salvo por una cierta manera que no pueden mucho ofender. Allí había mucho algodón y muy fino y luengo y hay muchas almácigas, y parecíale que los arcos eran de tejo, y que hay oro y cobre. También hay mucho ají, que es su pimienta, de ella que vale más que pimienta, y toda la gente no come sin ella, que la halla muy sana: puédense cargar cincuenta carabelas cada año en aquella Española. Dice que halló mucha hierba en aquella bahía, de la que hallaron en el golfo cuando venía el descubrimiento, por lo cual creía que había islas al Este hasta en derecho de donde las comenzó a hallar: porque tiene por cierto que aquella hierba nace en poco fondo junto a tierra; y dice que, si así es, muy cerca estaban estas Indias de las islas de Canaria, y por esta razón creía que distaban menos de cuatrocientas leguas.
Miércoles, 16 de enero
Partió antes del día, tres horas, del golfo que llamó el Golfo de las Flechas, con viento de la tierra, después con viento Oeste, llevando la proa al Este cuarta del Nordeste para ir dice que a la isla de Carib, donde estaba la gente de quien todas aquellas islas y tierras tanto miedo tenían, porque dice que con sus canoas sin número andaban todas aquellas mares y dice que comían los hombres que pueden haber. La derrota dice que le habían mostrado unos indios de aquellos cuatro que tomó ayer en el Puerto de las Flechas. Después de haber andado a su parecer sesenta y cuatro millas, señaláronle los indios quedaría la dicha isla al Sudeste; quiso llevar aquel camino y mandó templar las velas, y, después de haber andado dos leguas, refrescó el viento muy bueno para ir a España. Notó en la gente que comenzó a entristecerse por desviarse del camino derecho, por la mucha agua que hacían ambas carabelas, y no tenían algún remedio salvo el de Dios. Hubo de dejar el camino que creía que llevaba de la isla y volvió al derecho de España, Nordeste cuarta del Este, y anduvo así hasta el sol puesto cuarenta y ocho millas, que son doce leguas. Dijéronle los indios que por aquella vía hallaría la isla de Matinino, que dice que era poblada de mujeres sin hombres, lo cual el Almirante mucho quisiera por llevar dice que a los Reyes cinco o seis de ellas; pero dudaba que los indios supiesen bien la derrota, y él no se podía detener, por el peligro del agua que cogían las carabelas; mas dice que era cierto que las había, y que cierto tiempo del año venían los hombres a ellas de la dicha isla de Carib, que dice que estaba de ellas diez o doce leguas, y si parían niño enviábanlo a la isla de los hombres, y si niña dejábanla consigo. Dice el Almirante que aquellas dos islas no debían distar de donde había partido quince o veinte leguas, y creía que eran al Sudeste, y que los indios no le supieron señalar la derrota. Después de perder de vista el cabo que nombró de San Theramo, de la isla Española, que le quedaba al Oeste dieciséis leguas, anduvo doce leguas al Este cuarta del Nordeste. Llevaba muy buen tiempo.
Jueves, 17 de enero
Ayer, al poner del sol calmóse algo el viento; andaría catorce ampolletas, que tenía cada una media hora o poco menos, hasta el rendir del primer cuarto, y andaría cuatro millas por hora, que son veintiocho millas. Después refrescó el viento y anduvo así todo aquel cuarto, que fueron diez ampolletas, y después otras seis, hasta salido el sol, ocho millas por hora, y así andaría por todas ochenta y cuatro millas que son veintiuna leguas al Nordeste cuarta del Este, y hasta el sol puesto andaría más de cuarenta y cuatro millas, que son once leguas, al Este. Aquí vino un alcatraz a la carabela y después otro, y vio mucha hierba de la que está en la mar.
Viernes, 18 de enero
Navegó con poco viento esta noche al Este cuarta del Sudeste cuarenta millas, que son diez leguas, y después al Sudeste cuarta del Este treinta millas, que son siete leguas y media, hasta salido el sol. Después de salido el sol navegó todo el día con poco viento Esnordeste y Nordeste y con Este más y menos, puesta la proa a veces al Norte y a veces a la cuarta del Nordeste y al Nornordeste; y así, contando lo uno y lo otro, creyó que andaría sesenta millas, que son quince leguas. Pareció poca hierba en la mar; pero dice que ayer y hoy pareció la mar cuajada de atunes, y creyó el Almirante que de allí debían de ir a las almadrabas del Duque de Conil y de Cádiz. Por un pescado que se llama rabihorcado, que anduvo alrededor de la carabela y después se fue la vía del Sursudeste, creyó el Almirante que había por allí algunas islas. Y al Essueste de la isla Española dijo que quedaba la isla de Carib y la de Matinino y otras muchas.
Sábado, 19 de enero
Anduvo esta noche cincuenta y seis millas al Norte cuarta del Nordeste, y sesenta y cuatro al Nordeste cuarta del Norte. Después del sol salido, navegó al Nordeste con el viento Essueste, con viento fresco, y después a la cuarta del Norte, y andaría ochenta y cuatro millas, que son veintiuna leguas. Vino la mar cuajada de atunes pequeños: hubo alcatraces, rabos de juncos y rabihorcados.
Domingo, 20 de enero
Calmó el viento esta noche, y a ratos ventaba unas rachas de viento, y andaría por todo veinte millas al Nordeste. Después del sol salido, andaría once millas al Sudeste, después al Nornordeste treinta y seis millas, que son nueve leguas. Vio infinitos atunes pequeños. Los aires dice que muy suaves y dulces, como en Sevilla por abril o mayo, y la mar, dice, a Dios sean dadas muchas gracias, siempre muy llana. Rabihorcados y pardelas y otras aves muchas parecieron.
Lunes, 21 de enero
Ayer, después del sol puesto, navegó al Norte cuarta del Nordeste, con el viento Este y Nordeste: andaría ocho millas por hora hasta media noche, que serían cincuenta y seis millas. Después anduvo al Nornordeste ocho millas por hora, y así serían, en toda la noche, ciento cuatro millas, que son veintiséis leguas, a la cuarta del Norte de la parte del Nordeste. Después del sol salido, navegó al Nornordeste con el mismo viento Este, y a veces a la cuarta del Nordeste, y andaría ochenta y ocho millas en once horas que tenía el día, que son veintiuna leguas, sacada una que perdió porque arribó sobre la carabela Pinta por hablarle. Hallaba los aires más fríos, y pensaba dice que hallarlos más cada día cuanto más se llegase al Norte, y también por las noches ser más grandes por la angostura de la esfera. Parecieron muchos rabos de juncos y pardelas y otras aves; pero no tantos peces, dice que por ser el agua más fría. Vio mucha hierba.
Martes, 22 de enero
Ayer, después del sol puesto, navegó al Nornordeste con viento Este y tomaba del Sudeste; andaba ocho millas por hora hasta pasadas cinco ampolletas, y tres antes que se comenzase la guardia, que eran ocho ampolletas. Y así habría andado setenta y dos millas, que son dieciocho leguas. Después anduvo a la cuarta del Nordeste al Norte seis ampolletas, que serían otras dieciocho millas. Después cuatro ampolletas de la segunda guarda al Nordeste, seis millas por hora, que son tres leguas al Nordeste. Después, hasta el salir del sol, anduvo al Esnordeste once ampolletas, seis leguas por hora, que son siete leguas. Después al Esnordeste, hasta las once horas del día, treinta y dos millas. Y así calmó el viento y no anduvo más en aquel día. Nadaron los indios. Vieron rabos de juncos y mucha hierba.
Miércoles, 23 de enero
Esta noche tuvo muchos mudamientos en los vientos; tanteado todo y dados los resguardos que los marineros buenos suelen y deben dar, dice que andaría esta noche al Nordeste cuarta del Norte ochenta y cuatro millas, que son veintiuna leguas. Esperaba muchas veces a la carabela Pinta, porque andaba mal de la bolina, porque se ayudaba poco de la mesana por el mástil no ser bueno; y dice que si el capitán de ella, que es Martín Alonso Pinzón, tuviera tanto cuidado de proveerse de un buen mástil en las Indias, donde tantos y tales había, como fue codicioso de se apartar de él, pensando de henchir el navío de oro, él lo pusiera bueno. Parecieron muchos rabos de juncos y mucha hierba: el cielo todo turbado estos días; pero no había llovido, y la mar siempre muy llana como en un río, a Dios sean dadas muchas gracias. Después del sol salido, andaría al Nordeste franco cierta parte del día treinta millas, que son siete leguas y media, y después lo demás anduvo al Esnordeste otras treinta, que son siete leguas y media.
Jueves, 24 de enero
Andaría esta noche toda, consideradas muchas mudanzas que hizo el viento al Nordeste, cuarenta y cuatro millas, que fueron once leguas. Después de salido el sol hasta puesto, andaría al Esnordeste catorce leguas.
Viernes, 25 de enero
Navegó esta noche al Esnordeste un pedazo de la noche, que fueron trece ampolletas, nueve leguas y media; después anduvo al Nornordeste otras seis millas. Salido el sol todo el día, porque calmó el viento, andaría al Esnordeste veintiocho millas, que son siete leguas. Mataron los marineros una tonina y un grandísimo tiburón, y dice que lo habían bien menester, porque no traían ya de comer sino pan y vino y ajes de las Indias.
Sábado, 26 de enero
Esta noche anduvo al Este cuarta del Sudeste cincuenta y seis millas, que son catorce leguas. Después del sol salido, navegó a las veces al Essueste y a las veces al Sudeste; andaría hasta las once horas del día cuarenta millas. Después hizo otro bordo, y después anduvo a la relinga, y hasta la noche anduvo hacia el Norte veinticuatro millas, que son seis leguas.
Domingo, 27 de enero
Ayer, después del sol puesto, anduvo al Nordeste y al Norte, y al Norte cuarta del Nordeste, y andaría cinco millas por hora, y en trece horas serían sesenta y cinco millas, que son dieciséis leguas y media. Después del sol salido, anduvo hacia el Nordeste veinticuatro millas, que son seis leguas hasta mediodía, y de allí hasta el sol puesto andaría tres leguas al Esnordeste.
Lunes, 28 de enero
Esta noche toda navegó al Esnordeste, y andaría treinta y seis millas, que son nueve leguas. Después del sol salido, anduvo hasta el sol puesto al Esnordeste veinte millas, que son cinco leguas. Los aires halló templados y dulces. Vio rabos de juncos y pardelas y mucha hierba.
Martes, 29 de enero
Navegó al Esnordeste y andaría en la noche con Sur y Sudoeste treinta y nueve millas, que son nueve leguas y media. Entre todo el día andaría ocho leguas. Los aires muy templados como en abril en Castilla; la mar muy llana: peces que llaman dorados vinieron a bordo.
Miércoles, 30 de enero
En toda esta noche andaría siete leguas al Esnordeste. De día corrió al Sur cuarta al Sudeste, trece leguas y media. Vio rabos de juncos y mucha hierba y muchas toninas.
Jueves, 31 de enero
Navegó esta noche al Norte cuarta del Nordeste treinta millas, y después al Nordeste treinta y cinco millas, que son dieciséis leguas. Salido el sol, hasta la noche anduvo al Esnordeste trece leguas y media. Vieron rabos de junco y pardelas.
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