"No hay decisiones buenas y malas, solo hay decisiones y somos esclavos de ellas." (Ntros.Ant.)

sábado, 1 de octubre de 2011

DIARIO DEL PRIMER VIAJE DE COLON -PARTE IV DE VIII- (NOVIEMBRE DE 1492)


Diario de a bordo del primer viaje de Cristóbal Colón
(texto completo)

Nota: Relación compendiada de Fray Bartolomé de las Casas.

Parte IV de VIII


Jueves, 1 de noviembre
En saliendo el sol envió el Almirante las barcas a tierra a las casas que allí estaban, y hallaron que era toda la gente huida, y desde a buen rato pareció un hombre y mandó el Almirante que lo dejasen asegurar, y volvieron las barcas. Y después de comer tomó a enviar a tierra uno de los indios que llevaba, el cual desde lejos le dio voces diciendo que no hubiesen miedo porque era buena gente y no hacían mal a nadie, ni eran del Gran Can, antes daban de lo suyo en muchas islas que habían estado; y echóse a nadar el indio y fue a tierra, y dos de los de allí lo tomaron de brazos y lleváronlo a una casa donde se informaron de él. Y como fueron ciertos que no se les había de hacer mal, se aseguraron y vinieron luego a los navíos más de dieciséis almadías o canoas con algodón hilado y otras cosillas suyas, de las cuales mandó el Almirante que no se tomase nada, porque supiesen que no buscaba el Almirante salvo oro, al que ellos llamaban nucay. Y así en todo el día anduvieron y vinieron de tierra a los navíos, y fueron de los cristianos a tierra muy seguramente. El Almirante no vio a alguno de ellos oro, pero dice el Almirante que vio a uno de ellos un pedazo de plata labrado colgado a la nariz, que tuvo por señal que en la tierra había plata. Dijeron por señas que antes de tres días vendrían muchos mercaderes de la tierra dentro a comprar de las cosas que allí llevan los cristianos y darían nuevas del rey de aquella tierra, el cual, según se pudo entender por las señas que daban, que estaba de allí cuatro jornadas, porque ellos habían enviado muchos por toda la tierra a le hacer saber del Almirante. «Esta gente -dice el Almirante- es de la misma calidad y costumbre de los otros hallados, sin ninguna secta que yo conozca, que hasta hoy aquestos que traigo no he visto hacer ninguno oración, antes dicen la Salve y el Ave María, con las manos al cielo como le muestran, y hacen la señal de la cruz. Toda la lengua también es una y todos amigos, y creo que sean todas estas islas y que tengan guerra con el Gran Can, a que ellos llaman Cavila y a la provincia Bafan. Y así andan también desnudos como los otros.» Esto dice el Almirante. El río dice que es muy hondo, y en la boca pueden llegar los navíos con el bordo hasta tierra; no llega el agua dulce a la boca con una legua, y es muy dulce. «Y es cierto -dice el Almirante- que ésta es la tierra firme y que estoy -dice él- ante Zaitón y Quinsay cien leguas poco más o poco menos lejos de lo uno y de lo otro, y bien se muestra por la mar que viene de otra suerte que hasta aquí no ha venido, y ayer que iba al Noroeste hallé que hacía frío.»

Viernes, 2 de noviembre
Acordó el Almirante enviar dos hombres españoles: el uno se llamaba Rodrigo de Jerez, que vivía en Ayamonte, y el otro era un Luis de Torres, que había vivido con el Adelantado de Murcia y había sido judío, y sabía dice que hebraico y caldeo y aun algo arábigo; y con éstos envió dos indios, uno de los que consigo traía de Guanahaní y el otro de aquellas casas que en el río estaban poblados. Dióles sartas de cuentas para comprar de comer si los faltase y seis días de término para que volviesen. Dióles muestras de especiería para ver si alguna de ellas topasen. Dióles instrucción de cómo habían de preguntar por el rey de aquella tierra y lo que le habían de hablar de parte de los Reyes de Castilla, cómo enviaban al Almirante para que les diese de su parte sus cartas y un presente y para saber de su estado y cobrar amistad con él y favorecerle en lo que hubiese de ellos menester, etc., y que supiesen de ciertas provincias y puertos y ríos de que el Almirante tenía noticia y cuánto distaban de allí, etc. Aquí tomó el Almirante el altura con un cuadrante esta noche, y halló que estaba 42 grados de la línea equinoccial, y dice que por su cuenta halló que había andado desde la isla de Hierro mil y ciento y cuarenta y dos leguas, y todavía afirma que aquella es tierra firme.

Sábado, 3 de noviembre
En la mañana entró en la barca el Almirante, y porque hace el río en la boca un gran lago, el cual hace un singularísimo puerto muy hondo y limpio de piedras, muy buena playa para poner navíos a monte y mucha leña, entró por el río arriba hasta llegar al agua dulce, que sería cerca de dos leguas, y subió en un montecillo por descubrir algo de la tierra, y no pudo ver nada por las grandes arboledas, las cuales eran muy frescas, odoríferas, por lo cual dicen no tener duda que no haya hierbas aromáticas. Dice que todo era tan hermoso lo que veía, que no podía cansar los ojos de ver tanta lindeza y los cantos de las aves y pajaritos. Vinieron en aquel día muchas almadías o canoas a los navíos a rescatar cosas de algodón hilado y redes en que dormían, que son hamacas.

Domingo, 4 de noviembre
Luego, en amaneciendo, entró el Almirante en la barca, y salió a tierra a cazar de las aves que el día antes había visto. Después de vuelto, vino a él Martín Alonso Pinzón con dos pedazos de canela, y dijo que un portugués que tenía en su navío había visto a un indio que traía dos manojos de ella muy grandes, pero que no se la osó rescatar por la pena que el Almirante tenía puesta que nadie rescatase. Decía más: que aquel indio traía unas cosas bermejas como nueces. El contramaestre de la Pinta dijo que había hallado árboles de canela. Fue el Almirante luego allá y halló que no eran. Mostró el Almirante a unos indios de allí canela y pimienta -parece que de la que llevaba de Castilla para muestra- y conociéronla, dice que, y dijeron por señas que cerca de allí había mucho de aquello al camino del Sudeste. Mostróles oro y perlas, y respondieron ciertos viejos que en un lugar que llamaron Bohío había infinito y que lo traían al cuello y a las orejas y a los brazos y a las piernas, y también perlas. Entendió más: que decían que había naos grandes y mercaderías, y todo esto era al Sudeste. Entendió también que lejos de allí había hombres de un ojo y otros con hocicos de perros que comían los hombres y que en tomando uno lo degollaban y le bebían su sangre y le cortaban su natura. Determinó de volver a la nao el Almirante a esperar los dos hombres que había enviado para determinar de partirse a buscar aquellas tierras, si no trajesen aquéllos alguna buena nueva de lo que deseaban. Dice más el Almirante: «Esta gente es muy mansa y muy temerosa, desnuda como dicho tengo, sin armas y sin ley. Estas tierras son muy fértiles: ellos las tienen llenas de mames, que son como zanahorias, que tienen sabor de castañas, y tienen faxones y habas muy diversas de las nuestras y mucho algodón, el cual no siembran, y nacen por los montes árboles grandes, y creo que en todo tiempo lo hay para coger, porque vi los cogujos abiertos y otros que se abrían y flores todo en un árbol, y otras mil maneras de frutas que me no es posible escribir; y todo debe ser cosa provechosa.» Todo esto dice el Almirante.

Lunes, 5 de noviembre
En amaneciendo mandó poner la nao a monte y los otros navíos, pero no todos juntos, sino que quedasen siempre dos en el lugar donde estaban, por la seguridad, aunque dice que aquella gente era muy segura y sin temor se pudieran poner todos los navíos juntos en monte. Estando así vino el contramaestre de la Niña a pedir albricias al Almirante porque había hallado almáciga, mas no traía la muestra porque se le había caído. Prometióselas el Almirante y envió a Rodrigo Sánchez y a Maestre Diego a los árboles y trajeron un poco de ella, la cual guardó para llevar a los Reyes y también del árbol; y dice que se conoció que era almáciga, aunque se ha de coger a sus tiempos, y que había en aquella comarca para sacar mil quintales cada año. Halló dice que allí mucho de aquel palo que le pareció liñáloe. Dice más, que aquel puerto de Mares es de los mejores del mundo y mejores aires y más mansa gente, y porque tiene un cabo de peña altillo se puede hacer una fortaleza, para que si aquello saliese rico y cosa grande estarían allí los mercaderes seguros de cualquiera otras nacienes. Y dice: «Nuestro Señor, en cuyas manos están todas las victorias, aderezca todo lo que fuere a su servicio.» Dice que dijo un indio por señas que el almáciga era buena para cuando les dolía el estómago.

Martes, 6 de noviembre
Ayer en la noche, dice el Almirante, vinieron los dos hombres que había enviado a ver a la tierra dentro, y le dijeron cómo habían andado doce leguas que había hasta una población de cincuenta casas, donde dice que había mil vecinos, porque viven muchos en una casa. Estas casas son de manera de alfaneques grandísimos. Dijeron que los habían recibido con gran solemnidad, según su costumbre, y todos, así hombres como mujeres, los venían a ver, y aposentáronlos en las mejores casas; los cuales los tocaban y les besaban las manos y los pies, maravillándose y creyendo que venían del cielo, y así se lo daban a entender. Dábanles de comer de lo que tenían. Dijeron que en llegando los llevaron de brazos los más honrados del pueblo a la casa principal, y diéronles dos sillas en que se asentaron, y ellos todos se asentaron en el suelo en derredor de ellos. El indio que con ellos iba les notificó la manera de vivir de los cristianos y cómo eran buena gente. Después, saliéronse los hombres y entraron las mujeres, y sentáronse de la misma manera en derredor de ellos, besándoles las manos y los pies, atentándolos si eran de carne y de hueso como ellos. Rogábanles que se estuviesen allí con ellos al menos por cinco días. Mostraron la canela y pimienta y otras especias que el Almirante les había dado, y dijéronles por señas que mucha de ella había cerca de allí al Sudeste; pero que en allí no sabían si la había. Visto cómo no tenían recaudo de ciudades, se volvieron, y que si quisieran dar lugar a los que con ellos se querían venir, que más de quinientos hombres y mujeres vinieran con ellos, porque pensaban que se volvían al cielo. Vino empero, con ellos, un principal del pueblo y un su hijo y un hombre suyo. Habló con ellos el Almirante, hízoles mucha honra, señaló muchas tierras e islas que había en aquellas partes, pensó de traerlos a los Reyes, y dice que no supo qué se le antojó; parece que de miedo, y de noche oscuro quisose ir a tierra. Y el Almirante dice que porque tenía la nao en seco en tierra, no le queriendo enojar, le dejó ir, diciendo que en amaneciendo tornaría; el cual nunca tomó. Hallaron los dos cristianos por el camino mucha gente que atravesaba a sus pueblos, mujeres y hombres, con un tizón en la mano, hierbas para tomar sus sahumerios que acostumbra. No hallaron población por el camino de más de cinco casas, y todas les hacían el mismo acatamiento. Vieron muchas maneras de árboles e hierbas y flores odoríferas. Vieron aves de muchas maneras diversas de las de España, salvo perdices y ruiseñores que cantaban y ánsares, y de esto hay allí harto; bestias de cuatro pies no vieron, salvo perros que no ladraban La tierra muy fértil y muy labrada de aquellos mames y faxoes y habas muy diversas de las nuestras; eso mismo panizo y mucha cantidad de algodón cogido e hilado y obrado, y que en una sola casa habían visto más de quinientas arrobas y que se pudiera haber allí cada año cuatro mil quintales. Dice el Almirante que le parecía que no lo sembraban y que da fruto todo el año: es muy fino, tiene el capullo muy grande. Todo lo que aquella gente tenía dice que daba por muy vil precio, y que una gran espuerta de algodón daba por cabo de agujeta u otra cosa que se le dé. Son gente, dice el Almirante, muy sin mal ni guerra: desnudos todos, hombres y mujeres, como su madre los parió. Verdad es que las mujeres traen una cosa de algodón solamente tan grande que les cobija su natura y no más, y son ellas de muy buen acatamiento, ni muy negras, salvo menos que canarias. «Tengo por dicho, serenísimos Príncipes -dice el Almirante- que sabiendo la lengua dispuesta suya personas devotas religiosas, que luego todos se tornarían cristianos; y así espero en Nuestro Señor que Vuestras Altezas se determinarán a ello con mucha diligencia para tornar a la Iglesia tan grandes pueblos, y los convertirán, así como han destruido aquellos que no quisieron confesar el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo; y después de sus días, que todos somos mortales, dejarán sus reinos en muy tranquilo estado y limpios de herejía y maldad, y serán bien recibidos delante del Eterno Criador, al cual plega de les dar larga vida y acrecentamiento grande de mayores reinos y señoríos y voluntad y disposición para acrecentar la santa religión cristiana, así como hasta aquí tienen hecho, amén. Hoy tiré la nao de monte y me despacho para partir el jueves en nombre de Dios e ir al Sudeste a buscar del oro y especierías y descubrir tierra.» Estas todas son palabras del Almirante, el cual pensó partir el jueves; pero porque le hizo el viento contrario no pudo partir hasta doce días de noviembre.

Lunes, 12 de noviembre
Partió del puerto y río de Mares al rendir del cuarto de alba para ir a una isla que mucho afirmaban los indios que traía, que se llamaba Babeque, adonde, según dicen por señas, que la gente de ella coge el oro con candelas de noche en la playa, y después con martillo dice que hacían vergas de ello, y para ir a ella era menester poner la proa al Este cuarta del Sudeste. Después de haber andado ocho leguas por la costa delante, halló un río que parecía muy caudaloso y mayor que ninguno de los otros que había hallado. No se quiso detener ni entrar en algunos de ellos por dos respectos: el uno y principal porque el tiempo y viento era bueno para ir en demanda de la dicha isla de Babeque; el otro, porque si en él hubiera alguna populosa o famosa ciudad cerca de la mar se pareciera, y para ir por el río arriba era menester navíos pequeños, lo que no eran los que llevaban; y así se perdiera también mucho tiempo, y los semejantes ríos son cosa para descubrirse por sí. Toda aquella costa era poblada mayormente cerca del río, a quien puso por nombre el río del Sol. Dijo que el domingo antes, 11 de noviembre, le había parecido que fuera bien tomar algunas personas de las de aquel río para llevar a los Reyes porque aprendieran nuestra lengua, para saber lo que hay en la tierra y porque volviendo sean lenguas de los cristianos y tomen nuestras costumbres y las cosas de la Fe, «porque yo vi y conozco -dice el Almirante- que esta gente no tiene secta ninguna ni son idólatras, salvo muy mansos y sin saber qué sea mal ni matar a otros ni prender, y sin armas y tan temerosos que a una persona de los nuestros huyen ciento de ellos, aunque burlen con ellos, y crédulos y conocedores que hay Dios en el cielo, y firmes que nosotros habemos venido del cielo, y muy presto a cualquiera oración que nos les digamos que digan y hacen el señal de la cruz. Así que deben Vuestras Altezas determinarse a los hacer cristianos, que creo que si comienzan, en poco tiempo acabarán de los haber convertido a nuestra Santa Fe multidumbre de pueblos, y cobrando grandes señoríos y riqueza y todos sus pueblos de la España, porque sin duda es en estas tierras grandísimas sumas de oro, que no sin causa dicen estos indios que yo traigo, que hay en estas islas lugares adonde cavan el oro y lo traen al pescuezo, a las orejas y a los brazos y a las piernas, y son manillas muy gruesas, y también hay piedras y hay perlas preciosas e infinitas especierías; y en este río de Mares, de donde partí esta noche, sin duda hay grandísima cantidad de almáciga y mayor si mayor se quisiere hacer, porque los mismos árboles plantándolos prenden de ligero y hay muchos y muy grandes y tienen la hoja como lentisco y el fruto, salvo que es mayor, así los árboles como la hoja, como dice Plinio, y yo he visto en la isla de Xío, en el Archipiélago, y mandé sangrar muchos de estos árboles para ver si echarían resma para traer, y como haya siempre llovido el tiempo que yo he estado en el dicho río, no he podido haber de ella, salvo muy poquita que traigo a Vuestras Altezas, y también puede ser que conviene al tiempo que los árboles comienzan a salir del invierno y quieren echar la flor; y acá ya tienen el fruto casi maduro ahora. Y también aquí se habría grande suma de algodón y creo que se vendería muy bien acá sin le llevar a España, salvo a las grandes ciudades del Gran Can que se des cubrirán sin duda y otras muchas de otros señores que habrán en dicha servir a Vuestras Altezas, y adonde se les darán de otras cosas de España y de las tierras de Oriente, pues éstas son a nos en Poniente. Y aquí hay también infinito liñáloe, aunque no es cosa para hacer gran caudal, mas del almáciga es de entender bien, porque no la hay salvo en dicha isla de Xío, y creo que sacan de ello bien cincuenta mil ducados, si mal no me acuerdo. Y hay aquí, en la boca de dicho río, el mejor puerto que hasta hoy vi, limpio y ancho y hondo y buen lugar y asiento para hacer una villa y fuerte, y que cualesquier navíos se puedan llegar el bordo a los muros, y tierra muy temperada y alta y muy buenas aguas. Así que ayer vino a bordo de la nao una almadía con seis mancebos, y los cinco entraron en la nao; estos mandé detener y los traigo. Y después envié a una casa que es de la parte del río del Poniente, y trajeron siete cabezas de mujeres entre chicas y grandes y tres niños. Esto hice porque mejor se comportan los hombres en España habiendo mujeres de su tierra que sin ellas, porque ya otras muchas veces se acaeció traer los hombres de Guinea para que aprendiesen la lengua en Portugal, y después que volvían y pensaban de se aprovechar de ellos en su tierra por la buena compañía que les había hecho y dádivas que se les había dado, en llegando en tierra jamás parecían. Otros no lo hacían así. Así que, teniendo sus mujeres, tendrán ganas de negociar lo que se les encargare, y también estas mujeres mucho enseñarán a los nuestros su lengua, la cual es toda una en todas estas islas de India, y todos se entienden y todas las andan con sus almadías, lo que no han en Guinea, adonde es mil maneras de lenguas que la una no entiende la otra. Esta noche vino a bordo en una almadía el marido de una de estas mujeres y padre de tres hijos, un macho y dos hembras, y dijo que yo le dejase venir con ellos, y a mí me aplogó mucho, y quedan ahora todos consolados con el que deben todos ser parientes, y él es ya hombre de cuarenta y cinco años.» Todas estas palabras son formales del Almirante. Dice también arriba que hacía algún frío, y por esto que no le fuera buen consejo en invierno navegar al Norte para descubrir. Navegó este lunes, hasta el sol puesto, dieciocho leguas al Este cuarta del Sudeste hasta un cabo, al que puso por nombre el Cabo de Cuba.

Martes, 13 de noviembre
Esta noche toda estuvo a la corda, como dicen los marineros, que es andar barloventeando y no andar nada, por ver un abra, que es una abertura de sierras como entre sierra y sierra, que le comenzó a ver al poner del sol, adonde se mostraban dos grandísimas montañas, y parecía que se apartaba la tierra de Cuba con aquella de Bohío, y esto decían los indios que consigo llevaban, por señas. Venido el día claro, dio las velas sobre la tierra y pasó una punta que le pareció anoche obra de dos leguas, y entró en un grande golfo, cinco leguas al Sursudoeste, y le quedaban otras cinco para llegar al cabo adonde, en medio de dos grandes montes, hacía un degollado, el cual no pudo determinar si era entrada de mar. Y porque deseaba ir a la isla que llamaban Babeque, adonde tenía nueva, según él entendía, que había mucho oro, la cual isla le salía al Este, como no vio alguna grande población para ponerse al rigor del viento que le crecía más que nunca hasta allí, acordó de hacerse a la mar y andar al Este con el viento que era Norte; y andaba ocho millas cada hora, y desde las diez del día que tomó aquella derrota hasta el poner del sol anduvo cincuenta y seis millas, que son catorce leguas al Este, desde el Cabo de Cuba. Y de la otra tierra del Bohío que le quedaba a sotaviento comenzando del cabo del sobredicho golfo, descubrió a su parecer ochenta millas, que son veinte leguas, y corriase toda aquella costa Essueste y Oesnoroeste.

Miércoles, 14 de noviembre
Toda la noche de ayer anduvo al reparo y barloventeando (porque decía que no era razón de navegar entre aquellas islas de noche hasta que las hubiese descubierto), porque los indios que traía le dijeron ayer martes que habría tres jornadas desde el río de Mares hasta la isla de Babeque, que se debe entender jornadas de sus almadías, que pueden andar siete leguas, y el viento también le escaseaba, y habiendo de ir al Este no podía sino a la cuarta del Sudeste, y por otros inconvenientes que allí refiere se hubo de detener hasta la mañana. Al salir del sol determinó de ir a buscar puerto, porque de Norte se había mudado el viento al Nordeste, y si puerto no hallara fuérale necesario volver atrás a los puertos que dejaba en la isla de Cuba. Llegó a tierra habiendo andado aquella noche veinticuatro millas al Este cuarta del Sudeste. Anduvo al Sur... millas hasta tierra, adonde vio muchas entradas y muchas isletas y puertos, y porque el viento era mucho y la mar muy alterada no osó acometer a entrar; antes corrió por la costa al Noroeste cuarta del Oeste, mirando si había puerto, y vio que había muchos, pero no muy claros. Después de haber andado así sesenta y cuatro millas halló una entrada muy honda, ancha un cuarto de muía, y buen puerto y río, donde entró y puso la popa al Sursudoeste y después al Sur hasta llegar al Sudeste, todo de buena anchura y muy hondo, donde vio tantas islas que no las pudo contar todas, de buena grandeza y muy altas tierras llenas de diversos árboles de mil maneras e infinitas palmas. Maravillóse en gran manera al ver tantas islas y tan altas, y certifica a los Reyes que las montañas que desde anteayer ha visto por estas costas y las de estas islas que le parece que no las hay más altas en el mundo ni tan hermosas y claras, sin niebla ni nieve, y al pie de ellas grandísimo fondo; y dice que cree que estas islas son aquellas innumerables que en los mapamundos en fin de Oriente se ponen. Y dijo que creía que había grandísimas riquezas y piedras preciosas y especiería en ellas, y que duran muy mucho al Sur y se ensanchan a toda parte. Púsoles nombre la mar de Nuestra Señora, y al puerto que está cerca de la boca de la entrada de las dichas islas puso puerto del Príncipe, en el cual no entró, mas de verlo desde fuera hasta otra vuelta que dio el sábado de la semana venidera, como allí aparecerá. Dice tantas y tales cosas de la fertilidad y hermosura y altura de estas islas que hailó en este puerto, que dice a los Reyes que no se maravillen de encarecerías tanto, porque les certifica que cree que no dice la centésima parte: algunas de ellas que parecía que llegan al cielo y hechas como puntas de diamantes; otras que sobre su gran altura tienen encima como una mesa y al pie de ellas fondo grandísimo, que podrá llegar a ellas una grandísima carraca todas llenas de arboledas y sin peñas.

Jueves, 15 de noviembre
Acordó de andarías estas islas con las barcas de los navíos, y dice maravillas de ellas y que halió almáciga e infinito liñáloe, y algunas de ellas eran labradas de las raíces de que hacen su pan los indios, y halló haber encendido fuego en algunos lugares. Agua dulce no vio; gente había alguna y huyeron. En todo lo que anduvo halló fondo de quince y dieciséis brazas, y todo basa, que quiere decir que el suelo de abajo es arena y no peñas, lo que mucho desean los marineros, porque las peñas cortan los cables de las anclas de las naos.

Viernes, 16 de noviembre
Porque en todas las partes, islas y tierras donde entraba dejaba siempre puesta una cruz, entró en la barca y fue a la boca de aquellos puertos y en una punta de la tierra halló dos maderos muy grandes, uno más largo que el otro y el uno sobre el otro hechos una cruz, que dice que un carpintero no los pudiera poner más proporcionados; y, adorada aquella cruz, mandó hacer de los mismos maderos una muy grande y alta cruz. Halló cañas por aquella playa que no sabía dónde nacían, y creía que las traería algún río y las echaba a la playa, y tenía en esto razón. Fue a una caía dentro de la entrada del puerto de la parte del sudeste (caía es una entrada angosta que entra el agua del mar en la tierra): allí hacía un alto de piedra y peña como cabo y al pie de él era muy hondo, que la mayor carraca del mundo pudiera poner el bordo en tierra, y había un lugar o rincón donde podían estar seis navíos sin anclas como en una caía. Parecióle que se podía hacer allí una fortaleza a poca costa, si en algún tiempo en aquella mar de islas resultase algún rescate famoso. Volviéndose a la nao, halló los indios que consigo traía que pescaban caracoles muy grandes que en aquellas mares hay, e hizo entrar la gente allí y buscar si había nácaras, que son las ostras donde se crían las perlas, y hallaron muchas, pero no perlas, y atribuyó a que no debía de ser el tiempo de ellas; que creía él que era por mayo y junio. Hallaron los marineros un animal que parecía taso o taxo. Pescaron también con redes y hallaron un pez, entre otros muchos, que parecía un propio puerco, no como tonina, el cual dice que era todo concha muy tiesta y no tenía cosa blanda sino la cola y los ojos, y un agujero debajo de ella para expeler sus superfluidades. Mandólo salar para llevarlo que viesen los Reyes.

Sábado, 17 de noviembre
Entró en la barca por la mañana y fue a ver las islas que no había visto por la banda del Sudoeste. Vio muchas otras y muy fértiles y muy graciosas, y entre medio de ellas muy gran fondo: algunas de ellas dividían arroyos de agua dulce, y creía que aquella agua y arroyos salían de algunas fuentes que manaban en los altos de las sierras de las islas. De aquí yendo adelante, halló una ribera de agua muy hermosa y dulce, y salía muy fría por lo enjuto de ella: había un prado muy lindo y palmas muchas y altísimas más que las que había visto. Halló nueces grandes de las de India, creo que dice, y ratones grandes de los de India también y cangrejos grandísimos. Aves vio muchas y olor vehemente de almizque, y creyó que lo debía de haber allí. Este día, de seis mancebos que tomó en el río de Mares, que mandó que fuesen en la carabela Niña, se huyeron los dos más viejos.

Domingo, 18 de noviembre
Salió en las barcas otra vez con mucha gente de los navíos y fue a poner la gran cruz que había mandado hacer de los dichos dos maderos a la boca de la entrada de dicho puerto del Príncipe, en un lugar vistoso y descubierto de árboles: ella muy alta y muy hermosa vista. Dice que la mar crece y descrece allí mucho más que en otro puerto de lo que por aquella tierra haya visto, y que no es más maravilla por las muchas islas, y que la marea es al revés de las nuestras, porque allí la luna al Sudoeste cuarta del Sur es bajamar en aquel puerto. No partió de aquí por ser domingo.

Lunes, 19 de noviembre
Partió antes que el sol saliese y con calma; y después al medio día ventó algo el Este y navegó al Nornordeste. Al poner del sol le quedaba el puerto del Príncipe al Sursudoeste, y estaría de él siete leguas. Vio la isla de Babeque al Este justo, de la cual estaría sesenta millas. Navegó toda esta noche al Nordeste escaso, andaría sesenta millas y hasta las diez del día martes otras doce, que son por todas diez y ocho leguas, y al Nordeste cuarta del Norte.

Martes, 20 de noviembre
Quedábanle el Babeque o las islas del Babeque al Essueste, de donde salía el viento que llevaba contrario. Y viendo que no se mudaba y la mar se alteraba, determinó de dar la vuelta al puerto del Príncipe, de donde había salido, que le quedaba veinticinco leguas. No quiso ir a la isleta que llamó Isabela, que le estaba doce leguas, que pudiera ir a surgir aquel día, por dos razones. La una porque vio dos islas al Sur: las quería ver; la otra porque los indios que traía, que había tomado en Guanahaní, que llamó San Salvador, que estaba a ocho leguas de aquella Isabela, no se le fuesen, de los cuales dice que tiene necesidad y por traerlos a Castilla, etc. Tenían dice que entendido que en hallando oro los había el Almirante de dejar tornar a su tierra. Llegó en paraje del puerto del Príncipe; pero no lo pudo tomar, porque era de noche y porque le decayeron las corrientes al Noroeste. Tomó a dar la vuelta y puso la proa al Nordeste con viento recio; amansó y mudóse el viento al tercero cuarto de la noche, puso la proa en el Este cuarta del Nordeste: el viento era Sursudeste y mudóse al alba de todo en Sur, y tocaba en el Sudeste. Salido el sol marcó el puerto del Príncipe, y quedábale al Sudoeste y casi a la cuarta del Oeste, y estaría de él a cuarenta y ocho millas, que son doce leguas.

Miércoles, 21 de noviembre
Al sol salido navegó al Este con viento Sur; anduvo poco por la mar contraria. Hasta horas de vísperas hubo andado veinticuatro millas. Después se mudó el viento al Este y anduvo al Sur cuarta del Sudeste, y al poner del sol había andado doce millas. Allí se halló el Almirante en cuarenta y dos grados de la línea equinoccial a la parte del Norte, como en el puerto de Mares; pero aquí dice que tiene suspenso el cuadrante hasta llegar a tierra que lo adobe 118 Por manera que le parecía que no debía distar tanto, y tenía razón, porque no era posible como no estén estas islas sino en... 119 grados. Para creer que el cuadrante andaba bueno le movía ver dice que el Norte tan alto como en Castilla, y si esto es verdad mucho allegado y alto andaba con la Florida; pero ¿dónde están luego ahora estas islas que entre manos traía? Ayudaba a esto que hacia dice que gran calor; pero claro es que si estuviera en la costa de Florida que no hubiera calor sino frío. Y es también manifiesto que en cuarenta y dos grados en ninguna parte de la tierra se cree hacer calor, y si no fuese por alguna causa de per accidens, lo que hasta hoy no creo yo que se sabe. Por este calor que allí el Almirante dice que padecía, arguye que en estas Indias y por allí donde andaba debía de haber mucho oro. Este día se apartó Martín Alonso Pinzón con la carabela Pinta, sin obediencia y voluntad del Almirante, por codicia, dice que pensando que un indio que el Almirante había mandado poner en aquella carabela le había de dar mucho oro, y así se fue sin esperar, sin causa de mal tiempo, sino porque quiso. Y dice aquí el Almirante: «otras muchas me tiene hecho y dicho»

Jueves, 22 de noviembre
Miércoles en la noche navegó al Sur cuarta del Sudeste con el viento Este, y era casi calma. Al tercer cuarto ventó Nornordeste. Todavía iba al Sur por ver aquella tierra que por allí le quedaba, y cuando salió el sol se halló tan lejos como el día pasado por las corrientes contrarias, y quedábale la tierra a cuarenta millas. Esta noche Martín Alonso siguió el camino del Este para ir a la isla de Babeque, donde dicen los indios que hay mucho oro, el cual iba a vista del Almirante, y habría hasta él dieciséis millas. Anduvo el Almirante toda la noche la vuelta de tierra e hizo tomar algunas de las velas y tener farol toda la noche, porque le pareció que venía hacia él, y la noche hizo muy clara y el vientecillo bueno para venir a él.

Viernes, 23 de noviembre
Navegó el Almirante todo el día hacia la tierra, al Sur siempre, con poco viento, y la corriente nunca le dejó llegar a ella, antes estaba hoy tan lejos de ella al poner del sol como en la mañana. El viento era Esnordeste y razonable para ir al Sur, sino que era poco; y sobre este cabo encabalga otra tierra o cabo que va también al Este, a quien aquellos indios que llevaba llamaban Bohío, la cual decían que era muy grande y que había en ella gente que tenía un ojo en la frente, y otros que se llamaban caníbales, a quien mostraban tener gran miedo. Y desde que vieron que lleva este camino, dice que no podían hablar, porque los comían y que son gente muy armada. El Almirante dice que bien cree que había algo de ello, mas que, pues eran armados, serían gente de razón, y creía que habrían cautivado algunos y que porque no volvían dirían que los comían. Lo mismo creían de los cristianos y del Almirante al principio que algunos los vieron.

Sábado, 24 de noviembre
Navegó aquella noche toda, y a la hora de tercia del día tomó la tierra sobre la isla Llana, en aquel mismo lugar donde había arribado la semana pasada cuando iba a la isla de Babeque. Al principio no osó llegar a la tierra, porque le parecía que aquella abra de sierras rompía la mar mucho en ella. Y en fin llegó a la mar de Nuestra Señora, donde había las muchas islas, y entró en el puerto que está junto a la boca de la entrada de las islas, y dice que si él antes supiera este puerto y no se ocupara en ver las islas de la mar de Nuestra Señora, no le fuera necesario volver atrás, aunque dice que lo da por bien empleado por haber visto las dichas islas. Así que llegando a tierra envió la barca y tentó el puerto y halló muy buena barra, honda de seis brazas hasta veinte y limpio, todo basa. Entró en él, poniendo la proa al Sudoeste y después volviendo al Oeste, quedando la isla Llana de la parte del Norte, la cual, con otra su vecina, hacen una laguna de mar en que cabrían todas las naos de España y podían estar seguras, sin amarras, de todos los vientos. Y esta entrada de la parte del Sudeste, que se entra poniendo la proa al Sursudoeste, tiene la salida al Oeste muy honda y muy ancha; así que se puede pasar entremedio de las dichas islas; y por conocimiento de ellas a quien viniese de la mar de la parte del Norte, que es su travesía de esta costa, están las dichas islas al pie de una grande montaña que es su longura de Este Oeste, y es harto luenga y más alta y luenga que ninguna de todas las otras que están en esta costa, adonde hay infinitas; y hace fuera una restinga al luengo de la dicha montaña como un banco que llega hasta la entrada. Todo esto de la parte del Sudeste, y también de la parte de la isla Llana hace otra restinga, aunque ésta es pequeña, y así entremedias de ambas hay grande anchura y fondo grande, como dicho es. Luego a la entrada, a la parte del Sudeste, dentro en el mismo puerto, vieron un río grande y muy hermoso y de más agua que hasta entonces habían visto, y que venía el agua dulce hasta la mar. A la entrada tiene un banco, mas después adentro es muy hondo de ocho y nueve brazas. Está todo lleno de palmas y de muchas arboledas como los otros.

Domingo, 25 de noviembre
Antes del sol salido entró en la barca y fue a ver un cabo o punta de tierra al Sudeste de la isleta Llana, obra de una legua y media, porque le parecía que había de haber algún río bueno. Luego, a la entrada del cabo de la parte del Sudeste, andando dos tiros de ballesta, vio venir un grande arroyo de muy linda agua que descendía de una montaña abajo y hacía gran ruido. Fue al río y vio en él unas piedras relucir, con unas manchas en ellas de color de oro, y acordándose que en el río Tejo, al pie de él, junto a la mar, se halla oro, y parecióle que cierto debía tener oro, y mandó coger ciertas de aquellas piedras para llevar a los Reyes. Estando así dan voces los mozos grumetes, diciendo que veían pinales Miró por la sierra y viólos tan grandes y maravillosos que no podía encarecer su altura y derechura como husos gordos y delgados, donde conoció que se podían hacer navíos e infinita tablazón y mástiles para las mayores naos de España. Vio robles y madroños, y un buen río y aparejo para hacer sierras de agua. La tierra y los aires más templados que hasta allí, por la altura y hermosura de las sierras. Vio por la playa muchas otras piedras de color de hierro, y otras que decían algunos que eran Ininas de plata, todas las cuales trae el río. Allí cogió una entena y mástil para la mesana de la carabela Niña. Llegó a la boca del río y entró en una cala al pie de aquel cabo de la parte del Sudeste muy honda y grande, en que cabrían cien naos sin alguna amarra ni anclas; y el puerto, que los ojos otro tal nunca vieron. Las sierras altísimas, de las cuales descendían muchas aguas lindísimas; y todas las sierras llenas de pinos y por todo aquello diversísimas y hermosísimas florestas de árboles. Otros dos o tres ríos le quedaban atrás. Encarece todo esto en gran manera a los Reyes y muestra haber recibido de verlo, y mayormente los pinos, inestimable alegría y gozo, porque se podían hacer allí cuantos navíos desearen, trayendo los aderezos, si no fuere madera y pez, que allí se hará harta; y afirma no encarecerlo la centésima parte de lo que es, y que plugo a Nuestro Señor de le mostrar siempre una cosa mejor que otra, y siempre en lo que hasta aquí había descubierto iba de bien en mejor, así en las tierras y arboledas y hierbas y frutos y flores como en las gentes, y siempre de diversa manera, y así en un lugar como en otro, lo mismo en los puertos y en las aguas. Y finalmente dice que, cuando el que lo ve le es tanta la admiración, cuánto más será a quien lo oyere, y que nadie lo podrá creer si no lo viere.

Lunes, 26 de noviembre
Al salir el sol levantó las anclas del puerto de Santa Catalina, adonde estaba dentro de la isla Llana, y navegó de luengo de la costa con poco viento Sudoeste al camino del Cabo del Pico, que era al Sudeste. Llegó al Cabo tarde, porque le calmó el viento, y, llegado, vio al Sudeste cuarta del Este otro cabo que estaría de él sesenta millas, y de allí vio otro cabo que estaría hacia el navío al Sudeste cuarta del Sur, y parecióle que estaría de él veinte millas, al cual puso nombre el Cabo de Campana, al cual no pudo llegar de día porque le tornó a calmar del todo el viento. Andaría en todo aquel día treinta y dos millas, que son ocho leguas; dentro de las cuales notó y marcó nueve puertos muy señalados, los cuales todos los marineros hacían maravillas, y cinco ríos grandes, porque iba siempre junto con tierra para verlo bien todo. Toda aquella tierra es montañas altísimas muy hermosas, y no secas ni de peñas sino todas andables y valles hermosísimos. Y así los valles como las montañas eran llenos de árboles altos y frescos, que es gloria mirarlos, y parecía que eran muchos pinales. Y también detrás del dicho Cabo del Pico, de la parte del Sudeste, están dos isletas que tendrán cada una en cerco dos leguas y dentro de ellas tres maravillosos puertos y dos grandes ríos. En toda esta costa no vio poblado ninguno desde la mar; podría ser haberlo, y hay señales de ello, porque donde quiera que saltaban en tierra hallaban señales de haber gente y fuegos muchos. Estimaba que la tierra que hoy vio de la parte Sudeste del Cabo de Campana era la isla que llamaban los indios Bohío: parécelo porque el dicho cabo está apartado de aquella tierra. Toda la gente que hasta hoy ha hallado dice que tiene grandísimo temor de los Caniba o Canima, y dicen que viven en esta isla de Bohío, la cual debe ser muy grande, según le parece y cree que van a tomar a aquellos a sus tierras y casas, como sean muy cobardes y no saber de armas. Y a esta causa le parecía que aquellos indios que traía no suelen poblarse a la costa de la mar, por ser vecinos a esta tierra, los cuales dice que después que le vieron tomar la vuelta de esta tierra no podían hablar temiendo que los habían de comer, y no les podía quitar el temor, y decían que no tenían sino un ojo y la cara de perro, y creía el Almirante que mentían, y sentía el Almirante que debían de ser del señorío del Gran Can, que los cautivaban.

Martes, 27 de noviembre
Ayer al poner del sol llegó cerca de un cabo, que llamó Campana, y porque el cielo claro y el viento poco no quiso ir a tierra a surgir, aunque tenía de sotavento cinco o seis puertos maravillosos, porque se detenía más de lo que quería por el apetito y deleitación que tenía y recibía de ver y mirar la hermosura y frescura de aquellas tierras donde quiera que entraba, y por no se tardar en proseguir lo que pretendía. Por estas razones se tuvo aquella noche a la corda y temporejar hasta el día. Y porque los aguajes y corrientes lo habían echado aquella noche más de cinco o seis leguas al Sudeste adelante de donde había anochecido y le había parecido la tierra de Campana; y allende aquel cabo parecía una grande entrada que mostraba dividir una tierra de otra y hacía como isla en medio, acordó volver atrás con viento Sudoeste, y vino adonde le había parecido la abertura, y halló que no era sino una grande bahía, y al cabo de ella, de la parte del Sudeste, un cabo, en el cual hay una montaña alta y cuadrada que parecía isla. Saltó el viento en el Norte y tomó a tomar la vuelta del Sudeste, por correr la costa y descubrir todo lo que allí hubiese. Y vio luego al pie de aquel Cabo de Campana un puerto maravilloso y un gran río, y de allí a un cuarto de legua otro río, y de allí a media legua otro río, y dende a media legua otro río, y dende a otra otro río, y dende a otro cuarto, otro río, y dende a otra legua otro río grande, desde el cual hasta el Cabo de Campana habría veinte millas, y le quedaban al Sudeste. Y los más de estos ríos tenían grandes entradas y anchas y limpias, con sus puertos maravillosos para naos grandísimas, sin bancos de arena ni de peña ni restingas. Viniendo así por la costa a la parte del Sudeste del dicho postrero río halló una grande población, la mayor que hasta hoy haya hallado, y vio venir infinita gente a la ribera de la mar dando grandes voces, todos desnudos, con sus azagayas en la mano. Deseó hablar con ellos y amainó las velas, y surgió y envió las barcas de la nao y de la carabela por manera ordenados que no hiciesen daño alguno a los indios ni lo recibiesen, mandando que les diesen algunas cosillas de aquellos rescates. Los indios hicieron ademanes de no los dejar saltar en tierra y resistirlos. Y viendo que las barcas se allegaban más a tierra y que no les habían miedo, se apartaron de la mar. Y creyendo que saliendo dos o tres hombres de las barcas no temieran, salieron dos cristianos diciendo que no hubiesen miedo en su lengua, porque sabían algo de ella por la conversación de los que traen consigo. En fin, dieron todos a huir, que ni grande ni chico quedó. Fueron los tres cristianos a las casas, que son de paja y de la hechura de las otras que habían visto, y no hallaron a nadie ni cosa en alguna de ellas. Volviéronse a los navíos y alzaron velas a mediodía, para ir a un cabo hermoso que quedaba al Este, que habría hasta él ocho leguas. Habiendo andado media legua por la misma bahía, vio el Almirante a la parte del Sur un singularísimo puerto, y de la parte del Sudeste unas tierras hermosas a maravilla, así como una vega montuosa dentro en estas montañas, y parecían grandes humos y grandes poblaciones en ella, y las tierras muy labradas; por lo cual determinó de se bajar a este puerto y probar si podía haber lengua o práctica con ellos, el cual era tal que, si a los otros puertos había alabado, éste dice que alababa más con las tierras y templanza y comarca de ellas y población. Dice maravillas de la lindeza de la tierra y de los árboles, donde hay pinos y palmas, y de la grande vega, que aunque no es llana de llano que va al Sursudeste, pero es llana de montes llanos y bajos, la más hermosa cosa del mundo, y salen por ella muchas riberas de agua que descienden de estas montañas. Después de surgida la nao, saltó el Almirante en la barca para sondear el puerto, que es como una escudilla; y cuando fue frontero de la boca al Sur halló una entrada de un río que tenía de anchura que podía entrar una galera por ella y de tal manera que no se veía hasta que se llegase a ella y, entrando por ella tanto como longura de la barca tenía cinco brazas y de ocho de hondo. Andando por ella fue cosa maravillosa ver las arboledas y frescuras y el agua clarísima y las aves y la amenidad, que dice que le parecía que no quisiera salir de allí. Iba diciendo a los hombres que llevaba en su compañía que para hacer relación a los Reyes de las cosas que veían no bastaran mil lenguas a referirlo ni su mano para lo escribir, que le parecía que estaba encantado. Deseaba que aquello vieran muchas otras personas prudentes y de crédito, de las cuales dice ser cierto que no encarecieran estas cosas menos que él. Dice más el Almirante aquí estas palabras: «Cuánto será el beneficio que de aquí se puede haber, yo no lo escribo. Es cierto, Señores Príncipes, que donde hay tales tierras que debe haber infinitas cosas de provecho, mas yo no me detengo en ningún puerto, porque querría ver todas las más tierras que yo pudiese para hacer relación de ellas a Vuestras Altezas, y también no sé la lengua, y la gente de estas tierras no me entienden, ni yo ni otro que yo tenga a ellos. Y estos indios que yo traigo muchas veces les entiendo una cosa por otra al contrario, ni fío mucho de ellos, porque muchas veces han probado a huir. Mas ahora, placiendo a Nuestro Señor, veré lo más que yo pudiere, y poco a poco andaré entendiendo y conociendo y haré enseñar esta lengua a personas de mi casa, porque veo que es toda lengua una hasta aquí; y después se sabrán los beneficios y se trabajará de hacer todos estos pueblos cristianos porque de ligero se hará, porque ellos no tienen secta ninguna ni son idólatras, y Vuestras Altezas mandarán hacer en estas partes ciudad y fortaleza y se convertirán estas tierras. Y certifico a Vuestras Altezas que debajo del sol no me parece que las pueda haber mejores en fertilidad, en temperancia de frío y calor, en abundancia de aguas buenas y sanas, y no como los ríos de Guinea, que son todos pestilencia, porque, loado Nuestro Señor, hasta hoy de toda mi gente no ha habido persona que le haya mal de cabeza ni estado en cama por dolencia, salvo un viejo de dolor de piedra, de que él estaba toda su vida apasionado, y luego sanó al cabo de dos días. Esto que digo es en todos tres navíos. Así que placerá a Dios que Vuestras Altezas enviarán acá o vendrán hombres doctos y verán después la verdad de todo. Y porque atrás tengo hablado del sitio de villa y fortaleza en el río de Mares, por el buen puerto y por la comarca, es cierto que todo es verdad lo que yo dije, mas no hay ninguna comparación de allá aquí, ni de la mar de Nuestra Señora; porque aquí debe haber infra la tierra grandes poblaciones y gente innumerable y cosas de grande provecho, porque aquí y en todo lo otro descubierto y tengo esperanza de descubrir antes que yo vaya a Castilla, digo que tendrá la cristiandad negociación en ellas, cuanto más la España, a quien debe estar sujeto todo. Y digo que Vuestras Altezas no deben consentir que aquí trate ni haga pie ningún extranjero, salvo católicos cristianos, pues esto fue el fin y el comienzo del propósito, que fuese por acrecentamiento y gloria de la religión cristiana, ni venir a estas partes ninguno que no sea buen cristiano.» Todas son sus palabras. Subió allí por el río arriba y halló unos brazos del río, y, rodeando el puerto, halló a la boca del río estaban unas arboledas muy graciosas, como una muy deleitable huerta, y allí halló una almadía o canoa, hecha de un madero tan grande como una fusta de doce bancos, muy hermosa, varada debajo de una atarazana o ramada hecha de madera y cubierta de grandes hojas de palma, por manera que ni el sol ni el agua le podían hacer daño. Y dice que allí era el propio lugar para hacer una villa o ciudad y fortaleza por el buen puerto, buenas aguas y tierras, buenas comarcas y mucha leña.

Miércoles, 28 de noviembre
Estúvose en aquel puerto aquel día porque llovía y hacía gran cerrazón, aunque podía correr toda la costa con el viento, que era Sudoeste; y fuera a popa, pero porque no pudiera ver bien la tierra, y no sabiéndola es peligroso a los navíos, no se partió. Salieron a tierra la gente de los navíos y entraron algunos de ellos un rato por la tierra adentro a lavar su ropa. Hallaron grandes poblaciones y las casas vacías, porque se habían huido todos. Tornáronse por otro río abajo, mayor que aquel donde estaban en el puerto.

Jueves, 29 de noviembre
Porque llovía y el cielo estaba de la manera cerrado, no se partió. Llegaron algunos de los cristianos a otra población cerca de la parte de Noroeste, y no hallaron en las casas a nadie ni nada. Y en el camino toparon con un viejo que no les pudo huir; tomáronle y dijéronle que no le querían hacer mal, y diéronle algunas cosillas del rescate y dejáronlo. El Almirante quisiera verlo para vestirlo y tomar lengua de él, porque le contentaba mucho la felicidad de aquella tierra y disposición que para poblar en ella había, y juzgaba que debía de haber grandes poblaciones. Hallaron en una casa un pan de cera, que trajo a los Reyes, y dice que donde cera hay también debe haber otras mil cosas buenas. Hallaron también los marineros en una casa una cabeza de hombre dentro de un cestillo cubierto con otro cestillo y colgado de un poste de la casa, y de la misma manera hallaron otra en otra población.Creyó el Almirante que debía ser de algunos Principales de linaje, porque aquellas casas eran de manera que se acogen en ellas mucha gente en una sola, y deben ser parientes descendientes de uno solo.

Viernes, 30 de noviembre
No se pudo partir, porque el viento era Levante muy contrario a su camino. Envió ocho hombres bien armados y con ellos dos indios de los que traía, para que viesen aquellos pueblos de la tierra dentro y por haber lengua. Llegaron a muchas casas y no hallaron a nadie ni nada, que todos se habían huido. Vieron cuatro mancebos que estaban cavando en sus heredades. Así como vieron los cristianos dieron a huir; no los pudieron alcanzar. Anduvieron dice que mucho camino. Vieron muchas poblaciones y tierra fertilísima y toda labrada y grandes riberas de agua, y cerca de una vieron una almadía o canoa de noventa y cinco palmos de longura de un solo madero, muy hermosa, y que en ella cabrían y navegarían ciento cincuenta personas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario