La bella Calirroe muere de amor
Pero no hay como luchar de frente contra la violenta naturaleza. Todos los esfuerzos, gritos y órdenes se pierden en la inmensidad del océano. El navío está naufragando en las costas de Licia.
Se improvisan balsas. Hombres desesperados se arrojan al mar, tratando de vencer con la fuerza de sus brazos el fuerte oleaje que lo arrastra.
Por fin, sobreviene la calma. Los pocos que consiguen llegar a tierra se dejan caer sobre la arena y se duermen profundamente.
Nadie sabe que en esa región vive Lico, hijo de Ares. Es un hombre cruel: aprisiona a todo extranjero que por azar se acerca a su morada. Y después, en honor de su padre, tortura al cautivo hasta matarlo.
Al saber del reciente naufragio, el hijo de Ares se dirige a la playa aprisionando a Diomedes, héroe griego que regresa de la guerra de Troya.
Diomedes no puede hacer nada en su propia defensa. Está débil y fatigado. Tras largos años de lucha, quiere solamente volver a ver el país natal, los viejos compañeros. Y ahora está encerrado en una oscura caverna, a la espera del momento final: por decisión de Lico, será sacrificado en honor a Ares.
Los días pasan tristemente para el prisionero. Allá afuera no quedan rastros de la tempestad. El cielo es azul, el sol brilla en todo su esplendor.
En la playa, lejos del lugar donde está preso el héroe griego, la linda Calirroe, hija de Lico se divierte chapoteando entre la espuma.
Ella sabe lo que su padre acostumbra a hacer con los extranjeros. Y, justamente por saberlo, no consigue entender por qué aquel hombre encadenado sigue aún con vida.
De regreso a su casa, la joven pasa por la prisión de Diomedes. Conversa con el héroe. Promete aliviar su sufrimiento.
Más tarde, a escondidas, vuelve a la caverna con un poco de comida. Y por varios días lleva al cautivo alimento y consuelo.
Diomedes va recuperando sus fuerzas. Hace confidencias a la muchacha. Le cuenta episodios de la guerra de Troya.
Calirroe siente algo extraño por aquel hombre. No consigue definir qué, pero sabe que nunca sintió nada igual por nadie. Tal vez ni por su propio padre.
Diomedes percibe su emoción, sus miradas afectuosas, el cariño tensamente contenido. La muchacha está enamorada.
A partir de ese descubrimiento, el héroe siente revivir sus esperanzas de libertad. El amor de Calirroe será la llave que abrirá las puertas de su prisión.
Trémulo de impaciencia, aguarda el nuevo encuentro. Las horas pasan demasiado lentas para su inquietud. Por fin, la joven pisa el suelo de la caverna. Y Diomedes, ansioso, le declara un amor inexistente. Promete desposarla y llevarla a Grecia consigo, donde serán felices para siempre. Calirroe cree en sus palabras y ayuda Diomedes a huir de la prisión.
Combinan el gran viaje para el día siguiente. Pero cuando Calirroe llega al lugar del encuentro. Diomedes ya está en alta mar, camino de su patria.
La joven comprende que ha sido engañada. No puede soportar la idea. Desesperada, se lleva las manos a la cabeza. Sus dedos nerviosos desordenan los cabellos, arañan el rostro y llegan al cuello. Calirroe aprieta su garganta como si estuviera aferrando a su amor perdido. Y ese gesto le da una funesta idea: Calirroe decide ahorcarse mientras lejos, muy lejos ya, los pensamientos de Diomedes ni siquiera la recuerdan, ansiosos de volver a su tierra y a su mujer, quien, en esos momentos, lo está traicionando con otro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario