MITOLOGIA
Céculo nace de una chispa
Céculo nace de una chispa
De repente, una chispa salta del hogar y cae en el seno de la joven Preneste. No se ha dolido: sólo marcó la piel delicada con una mancha roja, que la hace sentir un leve ardor.
La muchacha abandona por un momento los trabajos del hogar. Cierra los ojos, embelesada, y acaricia la señal de la chispa. Sabe que acaba de concebir un hijo. Un hijo de Vulcano, dios del fuego.
Sabe también que sus hermanos no han de comprender el prodigio. Ellos andan por el campo, pastoreando los mansos rebaños. Volverán a casa en busca de reposo y alimento, no de historias maravillosas.
Por eso la joven Preneste no les dice nada. Guarda el secreto durante largos meses. Después, al cumplirse el término, se retira a un lugar escondido y allí, sola, da a luz el hijo del dios.
Cariñosamente envuelve en pañales al niño y lo besa con ternura. No puede llevarlo consigo: los hermanos jamás habrían de aceptarlo en casa.
Llorosa, la joven Preneste lleva a su hijo hasta el templo de Júpiter. Y lo deposita a las puertas del santuario, dejándolo al abrigo de una hoguera que allí ardía.
Por la mañana, las mozas de la aldea van a la fuente a llenar sus cántaros. De camino, pasan ante el templo de Júpiter. Y se detienen. Ven junto a la puerta un cesto, cubierto de paños. Oyen un débil llanto. Se aproximan y encuentran a un niño.
El niño tiene los ojos rojos de llanto. Parece no ver.
Las mozas olvidan su tarea. Abandonan sus cántaros, toman al niño y lo entregan, sin saber su origen, a los hermanos de Preneste.
Los jóvenes lo aceptan, pues no imaginan que es hijo de su hermana. Lo llevan a casa y lo confían a Preneste. Y al calor del hogar le dan el nombre de Céculo, que en su lengua significa Cieguito: debido a sus ojos enrojecidos por el llanto y el calor de la hoguera.
En la aldea el tiempo pasa rápidamente. El hijo de Vulcano crece, aprende cosas, se convierte en hombre. Sueña con conquistar el mundo solo. Quiere ser un héroe.
Se junta, pues, con compañeros de iguales ambiciones, se despide de su familia y con ellos parte para vivir grandes aventuras.
Un día se detiene en un lugar cualquiera, desolado y desierto. Y resuelve fundar una nueva aldea, a la que denomina Preneste (Pracneste, hoy Pallestrina, ciudad del Lacio, en Italia).
Le falta gente para poblarla. Nadie quiere atender a sus llamados. Sólo un prodigio podrá atraer habitantes a la fundación de Céculo.
Finalmente, el joven opta por reunir al pueblo de una aldea vecina, y ante él eleva preces a Vulcano. El dios atiende su pedido. Súbitamente, surgen llamas de la nada y rodean a la multitud. A un gesto de Céculo, el fuego desaparece.
El pueblo, espantado y temeroso, ve en Céculo u protegido de los dioses. Todos confían en su fuerza. Se acogen a su protección. Y pueblan la nueva aldea de Preneste.
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