"No hay decisiones buenas y malas, solo hay decisiones y somos esclavos de ellas." (Ntros.Ant.)

domingo, 22 de diciembre de 2013

SUETONIO (LOS DOCE CESARES) PARTE X DE XII -TITO FLAVIO VESPASIANO-

CAYO SUETONIO TRANQUILO
LOS DOCE CESARES

PARTE X DE XII
TITO FLAVIO VESPASIANO


I. El poder imperial, que estaba entonces como perdido en manos de tres príncipes cuyas rebeliones y violento fin lo habían quebrantado durante largo tiempo, se fijó finalmente y se fortaleció en las de la estirpe Flavia. Esta era una familia obscura y sin ninguna distinción, pero no por esto menos querida de los romanos, aunque produjo a Domiciano, cuya avaricia y crueldad recibieron justo castigo. Un individuo llamado Tito Flavio Petrón, del municipio de Reata, sirvió bajo Pompeyo como centurión o soldado distinguido, durante la guerra civil. En la batalla de Farsalia huyó, retirándose a su patria, donde, después de obtener el perdón, fue inspector de subastas. Su hijo, denominado Sabino, no sirvió en el ejército, a pesar de que afirman algunos autores que fue centurión primipilario, y otros que, estando aún en posesión de este grado, se le dispensó del servicio militar por su falta de salud. Fue éste recaudador del cuadragésimo en Asia, y por muchos años existieron las estatuas que muchas ciudades de aquella provincia le erigieron con esta inscripción en griego: Al recaudador integro. Tuvo luego banca en Helvecia, y falleció dejando dos hijos de su mujer Vespasia Pola; el mayor, llamado Sabino, llegó a ser prefecto en Roma, y el segundo, Vespasiano, emperador. Pola descendía de una honrada familia de Nursia; su padre, Vespasiano Polión, había sido tres veces tribuno militar y prefecto de los campamentos, y tenía un hermano senador que había regentado la pretura. Aún existe hoy en la cumbre de una montaña, en la milla sexta o el camino que va de Nursia a Egipto, un paraje que lleva el nombre de Vespasia, y en el que se ven gran numero de monumentos de los Vespasios, que atestiguan la distinción y antigüedad de esta familia. Es cierto que se ha pretendido que el padre de Petrón, nacido al otro lado, del Po, era capataz de esos trabajadores que pasan todos los años de la Umbría al país de los sabinos para el trabajo de las tierras, que se estableció en la ciudad de Reata y allí contrajo matrimonio. Pero a pesar de las minuciosas investigaciones que he llevado a cabo no he podido encontrar vestigio de este hecho.
II. Vespasiano nació en el país de los sabinos, al otro lado de Reata, en una aldea llamada Falacrina, el 15 de las calendas de diciembre (171), hacia el atardecer, bajo el consulado de Q. Sulpicio Camerino y de C. Popeo Sabino, cinco años antes de la muerte de Augusto. Educase en casa de su abuela paterna Tertula, en sus posesiones de Cosa, motivo por el cual, aun siendo emperador, visitó a menudo aquellos parajes donde pasó su infancia y dejó la casa, tal como estaba, no queriendo cambiar nada en la disposición de los objetos que sus ojos tenían costumbre de ver allí. Tan cara le era la memoria de aquella abuela, que toda su vida, hasta en los días solemnes, continuó bebiendo en una copita de plata que le había pertenecido. Revestido de la toga viril. Vespasiano experimentó durante mucho tiempo aversión a la lacticlavia, aunque su hermano la había recibido ya; sólo su madre consiguió decidirle a solicitar tal distinción; pero fue una victoria tardía, que no debía tanto a sus ruegos o a su autoridad como a las burlas y humillantes reconvenciones que no cesaba de dirigirle, llamándole batidor de su hermano. Sirvió en Tracia como tribuno militar. Siendo cuestor recibió por suerte la provincia de Creta y de Cirene. Candidato para la edilidad y luego para la pretura, sólo con grandes esfuerzos consiguió la primera, después de muchos fracasos y en sexto lugar, mientras que llegó rápidamente a la segunda, figurando entre los primeros. Durante su pretura procuró por todos los medios atraerse la simpatía de Calígula, que estaba entonces irritado contra el Senado; solicitó juegos extraordinarios para celebrar la victoria conseguida por este emperador sobre los germanos; propuso añadir al suplicio de los ciudadanos condenados por conjuración la ignominia de que se les privase de sepultura, y le dio gracias en pleno Senado por el honor que le había dispensado invitándole a su mesa.
III. Por este tiempo contrajo matrimonio con Flavia Domitila, en otro tiempo amante de Statilio Capela, caballero romano, de la ciudad de Sabrata, en Africa. No poseía ésta los derechos de ciudadanía latina, pero una sentencia de reintegración le devolvió sin tardar la libertad completa, y el derecho de ciudadanía romana por reclamación de su padre Flavio Liberal, de Ferenta, que era un simple escribiente de su cuestor. Tuvo tres hijos, Tito, Domiciano y Domitila. Sobrevivió a su esposa y a su hija, a los que perdió antes de llegar al Imperio Muerta su esposa recibió otra vez en su casa a su antigua amante Cenis, liberta de Antonia, a la que servía de secretaria; y hasta siendo emperador recibió siempre a su lado las consideraciones de una esposa legitima.
IV. Durante el reinado de Claudio y por el favor de Narciso le destinaron a Germania, como legado de legión. Pasó de allí a la Bretaña, donde tomó parte en muchos combates contra el enemigo. Redujo a la obediencia a dos pueblos de los más belicosos, se apoderó de más de veinte ciudades y sometió la de Vecta, cercana a la Bretaña, luchando unas veces a las órdenes de Aulo Plaucio, legado consular, y otras a las del mismo Claudio. Por estas hazañas recibió en poco tiempo los ornamentos triunfales, doble sacerdocio, y nombrándosele además cónsul por los dos últimos meses del año. A partir de esta época hasta su proconsulado vivió retirado y en sosiego, temiendo a Agripina, que conservaba todavía gran dominio sobre su hijo, y que, aún después de la muerte de Narciso, perseguía implacablemente a los que habían sido amigos suyos. Asignóle la suerte el gobierno de Africa y administró esta provincia con gran integridad (172), granjeándose el respeto de los pueblos, lo cual no fue obstáculo para que en una sedición en Adrumeta le arrojasen nabos. No regresó más rico que se fue y hasta se vio obligado poco tiempo después, agotado ya su crédito a hipotecar todas sus tierras a su hermano (173); para mantener su rango tuvo entonces que descender al oficio de chalán, por lo que le llamaron muletero. Se dice que se le probó, además, el haber estafado a un joven doscientos mil sestercios por hacerle obtener la lacticlavia contra la voluntad de su padre, excepción que le valió severa censura. Acompañó a Nerón en su viaje a Acaya, pero habiéndole ocurrido muchas veces, estando en el teatro, el quedarse dormido mientras cantaba el emperador, cayó en desgracia irremediable y no sólo le excluyó de su trato íntimo, sino que le condenó a no presentarse jamás ante él. Se recluyó entonces en un pueblecilllo casi ignorado, y en aquel retiro, en el momento en que más temía por su vida, llegaron hasta él para ofrecerle el mando de un ejército. Era una antigua y arraigada creencia extendida por todo el Oriente, que el imperio del mundo pertenecería por aquel tiempo a un hombre salido de la Judea. Este oráculo, que como demostraron los sucesos, se refería a un general romano, se lo aplicaron a sí mismo los judíos, sublevánronse, y después de matar a su gobernador, hicieron retroceder al legado consular de Siria, que acudía a socorrerle, y le arrebataron un águila. Para reprimir este movimiento se necesitaba un ejército bastante nutrido y un general decidido y a quien pudiera encargarse sin desconfianza empresa tan importante. Nerón designó entre todos a Vespasiano, que gozando de cualidades de las que podía esperarse todo, era, a su parecer por su origen y nombre, uno de los hombres de quien nada podía temerse.
Fue reforzado, pues, el ejército con dos legiones, ocho alas de caballería y diez cohortes, y Vespasiano partió llevando consigo entre sus legados a su hijo mayor.
Desde su llegada supo captarse la estimación de su provincia así como la de las provincias vecinas; restableció la disciplina militar, combatió por todas partes a la cabeza de sus tropas, y con tanto ardor que en el asedio de un fuertecillo fue herido en una rodilla de una pedrada, recibiendo numerosas Pechas en el escudo.
V. Después de Nerón y de Galba, mientras Otón y Vitelio se disputaban el Imperio, concibió Vespasiano la esperanza de alcanzarlo él mismo, esperanza que alimentaba desde antiguo y que fundaba en los siguientes prodigios: en una finca de campo perteneciente a los Flavios, situada cerca de Roma, existía una encina vieja consagrada a Marte; cada vez que Vespasia dio a luz allí, la encina produjo un retoño, indicio cierto de los destinos del niño que había nacido; el primero fue débil y se secó rápidamente; así la niña nacida no pasó del año; el segundo, robusto y grande, prometía gran prosperidad; el tercero fue tan fuerte como un árbol. Sabino, padre de Vespasiano, fue, a lo que dicen, bajo la fe de un arúspice, a anunciar a su madre que le había nacido un nieto que llegaría a emperador; de lo que rió la mujer, asombrada —contestó— de que su hijo chochease ya cuando ella conservaba su razón. Más adelante, cuando Vespasiano fue edil, furioso C. César porque no había mandado barrer las calles, hizo arrojarle fango, lo que ejecutaron los soldados, una parte del fango le cayó por dentro de la toga hasta el pecho, y testigos del caso, interpretaron el hecho diciendo que algún día, hollada la República, desgarrada por la guerra civil, se refugiaría bajo su protección y como en su seno. En otra ocasión, mientras estaba comiendo, un perro vagabundo entró hasta allí, trayendo de la calle una mano humana, que dejó bajo la mesa. Cierta noche, mientras cenaba, habiendo roto el yugo un buey de labor, se precipitó en el comedor, ahuyento a todos los esclavos, y dejándose caer de repente como vencido por el cansancio, a los pies de Vespasiano, bajó la cabeza ante él. En el campo de su abuelo, un ciprés que fuese arrancado de raíz y echado al suelo, sin que ocurriese esto por violencia de tempestad, a la mañana siguiente apareció plantado en el mismo sitio y más verde y robusto. En Acaya soñó Vespasiano que empezaría para él y los suyos una era de prosperidad el día en que extrajesen una muela a Nerón; a la mañana siguiente, cuando entró en la cámara de este príncipe, el médico le mostró una muela que acababa de extraerle. Mientras cerca de la Judea, consultaba el oráculo del dios del Carmelo (174), las suertes le contestaron que, por más grande que fuera la empresa que meditase, podía estar seguro del éxito. Josefo (175), uno de los prisioneros judíos más distinguidos, no cesó de afirmar mientras le cargaban de cadenas queno tardaría en devolverle la libertad el mismo Vespasiano. Vespasiano emperador.
También de Roma le anunciaban presagios favorables; le decían, por ejemplo, que Nerón, en sus últimos días, había sido advertido en sueños para que sacase del santuario la estatua de Júpiter Optimo Máximo, que la trasladase a casa deVespasiano y desde allí al Circo; que poco tiempo después, cuando Galba reunía los comicios para su segundo consulado la estatua de Julio César había dado la vuelta por sí misma hacia oriente; y, por último, que antes de la batalla de Betriácum, dos águilas habían peleado en presencia de los dos ejércitos y que después de haber vencido una de ellas, otra llegada de la parte de Oriente ahuyentó a la vencedora.
VI. No obstante y a pesar del ardor y de las instancias de sus partidarios, se necesitó para decidirle que el azar hiciera que se declarasen por él tropas lejanas y que ni siquiera le conocían. Dos mil hombres extraídos de las legiones del ejército de Misia y enviados en socorro de Otón, se enteraron por el camino de la derrota y muerte de este príncipe; sin embargo, no dejaron de avanzar hasta Aquileya, como si no hubiesen creído la noticia. Allí se entregaron por holganza a toda clase de excesos y rapiñas, y temiendo que al regreso se los obligase a dar cuenta de su conducta y se los castigase, adoptaron el partido de elegir un nuevo emperador; pues ¿eran ellos menos que las legiones de España que habían elegido a Galba? ¿Que los pretorianos que hablan proclamado a Otón? ¿Que el ejército de Germania que habla coronado a Vitelio? Pasaron, por lo tanto, revista a los nombres de todos los legados consulares, a cualquier ejército que perteneciesen entonces, y ya los habían rechazado por una u otra razón, cuando soldados de la tercera legión, que había pasado de la Siria a la Misia por el tiempo de la muerte de Nerón, nombraron a Vespasiano, haciendo de él grandes elogios. Aplaudieron todos, y el nombre de Vespasiano quedó grabado en sus enseñas. Esta elección no tuvo, sin embargo, consecuencias, porque aquellas cohortes volvieron a poco a la disciplina. Pero habiendo circulado la noticia, Tiberio Alejandro, prefecto de Egipto, fue el primero que hizo prestar a sus legiones juramento a Vespasiano; ocurrió el hecho en las calendas de julio, día que a partir de entonces se festejó religiosamente como el de su advenimiento. El ejército de Judea le juró fidelidad el 5 de los idus de julio (176).
Muchas circunstancias favorecieron a la vez su empresa: la copia, repartida con profusión, de una carta verdadera o supuesta de Otón a Vespasiano, en la que le encargaba al morir el cuidado de vengarle, manifestando a la vez su deseo de que acudiese en socorro de la República; el rumor que se difundió de que Vitelio, vencedor de Otón, proyectaba un cambio en los cuarteles de invierno de las legiones (177), haciendo pasar a Oriente las de Germania a fin de proporcionarle servicio más cómodo y reposado; el auxilio que encontró, en fin, en un gobernador de provincia, llamado Lucinio Muciano, y en Vologeso, rey de los partos. El primero de éstos, en efecto, adjurando la antigua y ruidosa enemistad que la envidia había hecho nacer entre ellos, le prometió entonces el ejército de Siria, mientras el otro le ofreció cuarenta mil arqueros.
VII. Se decidió, pues, Vespasiano, a empezar la guerra civil, y habiendo enviado sus legados a Italia con tropas, marchó él a Alejandría a fin de apoderarse de las fronteras del Egipto. Quiso allí consultar los oráculos sobre la duración de su reinado, y entró solo en el campo de Serapis, haciendo salir antes a todos. Después de hacerse propicio el dios volviese y creyó ver al liberto Basílides que le presentaba, según la costumbre del templo, tallos de verbena, coronas y pastelillos. Nadie, sin embargo, había introducido a Basílides, a quien una enfermedad nerviosa impedía andar hacía ya mucho tiempo, y a quien sabían todos muy lejos de allí. Recibió luego cartas anunciándole que las tropas de Vitelio habían sido vencidas enCremona y este príncipe muerto en Roma. Una circunstancia particular vino aimprimir a la persona de Vespasiano el sello de grandeza y majestad que faltaba aeste príncipe, nuevo aún, y en cierta manera improvisado. En efecto, dos hombres del pueblo, ciego el uno y cojo el otro, se presentaron juntos ante su tribunal,suplicándole los curase, pues decían que, estando dormidos, les había asegurado Serapis, al uno que recobraría la vista si el emperador le escupía en los ojos; al otro que caminaría recto si se dignaba tocarle con el pie. No podía creer en el éxito de aquel remedio, y ni siquiera se atrevía a intentarlo, pero al fin, vencido Vespasiano por las instancias de sus amigos, probó a hacer lo que le pedían delante de la asamblea, y los dos hombres fueron sanados. Por el mismo tiempo ordenaron los adivinos hacer excavaciones en Tegeo, en Arcadia, encontrándose enterrados en paraje sagrado vasos antiguos en los que estaba grabada una figura que se parecía a Vespasiano.
VIII. Con todo, la reputación de Vespasiano, cuando volvió a Roma y celebró su triunfo sobre los judíos, era ya muy grande. Añadió ocho consulados al primero que obtuvo y ejercitó también la censura. Durante su reinado, fue su principal empeño afirmar la República quebrantada y vacilante y asegurar luego su prosperidad. Los soldados, unos por el ardor de la victoria, otros por el despecho de la derrota, habían llegado al colmo de la licencia y de la audacia; en provincias reinaba un gran desorden, así como también en las ciudades libres y en algunos reinos. Vespasiano licenció gran parte de los soldados de Vitelio y reprimió a losotros. En cuanto a los que habían venido bajo su mando, estuvo tan lejos de concederles ninguna merced extraordinaria, que hasta les hizo esperar largo tiempo las recompensas que se les debían. No perdía ocasión para reformar las costumbres. Así, habiéndose presentado muy cargado de perfumes un joven a darle gracias por la concesión de una prefectura, volviese disgustado y le dijo con severidad: Preferiría que olieses a ajos, y revocó el nombramiento. Los marineros que, por turno, venían a pie desde Ostia y Puzzola a Roma (178), pedían que se les concediese en adelante una indemnización para calzado, Vespasiano no consideró bastante que se los despidiera sin respuesta y dispuso que en adelante recorrieran el camino descalzos, y así lo hacen todavía. Privó de la libertad a la Acaya, la Licia, Rodas, Bizancio y Samos, que redujo a provincias romanas, así como también la Tracia, la Cilicia y la Comagena, gobernadas hasta allí por reyes. Aumentó el número de las legiones de Capadocia, a causa de las continuas incursiones de los bárbaros, y envió, en vez de un caballero romano, un gobernador consular. Las ruinas e incendios antiguos daban a Roma un desagradable aspecto; Vespasianoprometió los terrenos abandonados a quien quisiera ocuparlos, y edificar en ellos si los propietarios descuidaban hacerlo. Emprendió por sí mismo la reconstrucción del Capitolio; puso la primera mano a la obra de descombro y acarreo piezas de bronce destruidas en el incendio del Capitolio, en las cuales estaban grabados, desde la fundación de Roma, los senadoconsultos y los plebiscitos sobre las alianzas, los tratados y privilegios concedidos a cada pueblo. Hizo, en fin, buscar por todas partes copias y reconstruyó así el monumento más hermoso y más antiguo del Imperio.
IX. Emprendió asimismo nuevas construcciones, entre ellas el templo de la Paz, cerca del Foro; el del emperador Claudio, sobre el monte Celio, que había sido empezado por Agripina, pero casi completamente destruido por Nerón, y mandó levantar un anfiteatro en medio de Roma, según los planos que había dejado Augusto. Matanzas sin cuento habían agotado los primeros órdenes del Estado y antiguos abusos habían empañado su esplendor. Vespasiano depuró y completó estos diferentes órdenes, estableciendo el censo de los senadores y de los caballeros; expulsó a los más indignos y admitió a los ciudadanos de Italia y de las provincias que gozaban de mejor reputación. Queriendo, en fin, que se comprendiese que la diferencia entre estos dos órdenes consistía menos en la libertad que en la dignidad, en una querella entre un senador y un caballero sentenció que no estaba permitido dirigir injurias a los senadores, pero que era justo y legal reprenderlos.
X. Había crecido por todas partes y en manera espantosa el número de procesos; los pleitos antiguos estaban suspendidos por motivo de la interrupción de la justicia y la perturbación de los tiempos había producido sin cesar otros nuevos.
Vespasiano estableció, en vista de ello, una comisión de jueces, elegidos por sorteo, con encargo de hacer restituir lo que se había arrancado por fuerza durante las guerras civiles, de tramitar rápidamente y reducir todo lo posible el número de los pleitos llevados ante los centunviros, que eran, en efecto, tan numerosos que parecía que había apenas de bastar para ellos la vida de los litigantes.
XI. No encontrando represión en parte alguna, el lujo y el desorden habían hecho rápidos progresos. Vespasiano hizo decretar al Senado que toda mujer que se casase con esclavo de otro sería considerada esclava, y que los usureros que prestasen a hijos de familia, no podrían en ningún caso exigir, el pago de sus créditos (179) ni siquiera después de la muerte de los padres.
XII. Mostró en todo lo demás gran moderación y bondad desde el principio hasta el fin de su reinado. Jamás ocultó lo humilde de su origen; y aun a veces se vanagloria de ello; ridiculizó a algunos aduladores que querían hacer remontar el origen de la casa Flavia a los fundadores de Reata, y hasta a un compañero de Hércules del que se ve todavía un monumento en la vía Salaria. Era tan poco inclinado a cuanto se refiere a la pompa exterior, que el día de su triunfo, fatigado por la lentitud de la marcha y cansado de la ceremonia, no pudo menos de decir que era un justo castigo por haber deseado neciamente, a su edad, el triunfo, como si aquel honor correspondiese a su nacimiento, o como si hubiese podido esperarlo alguna vez. Sólo mucho más adelante consintió en aceptar el poder tribunicio y el título de Padre de la Patria. En cuanto a la costumbre de registrar a los que iban a ver al emperador, la había suprimido desde el tiempo mismo de la guerra civil.
XIII. Soportaba con gran paciencia la franqueza de sus amigos, los atrevidos apóstrofes de los abogados y los denuestos de los filósofos. Licinio Muciano, cuyas costumbres infames eran harto conocidas, pero a quien habían enorgullecido sus servicios, le mostraba muy poco respeto; no obstante, el emperador nunca le reprendió más que en privado, y cuando hablaba de Liciano con alguno de sus amigos comunes, se contentaba con decir: Yo, cuando menos, soy hombre. Felicitó a Salvio Liberal por haberse atrevido a exclamar en la defensa de un rico cliente: ¿Qué importa a César que Hiparco tenga cien millones de sestercios? Cierto día halló sentado a su paso al cínico Demetrio, al que acababan de condenar los jueces; éste, en vez de levantarse a su presencia o de saludarle, empezó a ladrar injurias contra él; Vespasiano se contentó con llamarle perro.
XIV. No tenía memoria ni resentimiento para las ofensas y enemistades. Casó espléndidamente a la hija de Vitelio, enemigo suyo, la dotó y le hizo magníficos presentes. En tiempos de Nerón, en los días en que le estaba prohibida la entrada en la corte, un servidor de palacio, a quien preguntaba temblando qué haría o adónde iría en adelante, le replicó, poniéndole en la puerta: Vete a Morbonia.
Habiéndosele presentado después este hombre a pedirle perdón, Vespasiano le dio, sobre poco más o menos, la misma respuesta, y se creyó con ello bastante vengado.
Incapaz de sacrificar a nadie a sus temores o sospechas, hizo cónsul a Mecio Pomposiano, de quien sus amigos le habían aconsejado desconfiar porque, según decía, su horóscopo le llamaba al Imperio; si es así, decía el emperador, recordará los beneficios que le he dispensado.
XV. Difícilmente podría citarse un inocente castigado bajo su mando, a no ser en ausencia suya o sin saberlo él, y siempre contra su voluntad o porque le engañaron. Cuando regresó de Siria, Helvidio Prisco fue el único que saludó, llamándole sólo Vespasiano, y luego, durante su pretura, afectó no rendirle ningún homenaje ni nombrarle jamás en sus edictos. Vespasiano no se irritó hasta después de verse puesto en el último extremo y rebajado a la última clase de ciudadanos por la desenfrenada insolencia de sus denuestos. Es cierto que al pronto le desterró, que después mandó matarle, pero también lo es que hizo luego cuanto pudo por salvarle; que despachó en seguida correos encargados de detener a los ejecutores de la orden, y seguramente le hubiese salvado a no haberle hecho creer que era ya tarde. Por lo demás, lejos de regocijarse por la muerte de un hombre, deploraba hasta los suplicios aplicados con más justicia.
XVI. Lo único que se le censura, con razón, es su avidez de dinero. No satisfecho, en efecto, con restablecer los impuestos abolidos en tiempo de Galba, de crear otros y de los más gravosos, de aumentar los tributos de las provincias y de duplicarlos algunas veces, realizó a menudo tráficos deshonrosos hasta para un particular, comprando, por ejemplo, ciertas cosas en junto, con el único objeto de venderlas más caras al menudeo. Vendía las magistraturas a los candidatos y las absoluciones a los acusados, fuesen inocentes o culpables. Se pretende, asimismo, que concedía los mejores empleos a sus agentes más rapaces, con objeto de condenarlos cuando se hubiesen enriquecido. Se decía, generalmente, que eran para él como esponjas que sabía llenar y estrujar sucesivamente. Dicen algunos que esta avaricia era ingénita en él, y se la censuró un día cierto viejo vaquero, que, no pudiendo obtener gratuitamente la libertad, después de su advenimiento al Imperio, exclamó: que el zorro podía cambiar de piel, pero no de costumbre. Opinan otros,
por el contrario, que la extrema penuria del Tesoro y del Fisco hicieron para él una necesidad del pillaje y la rapiña; por este motivo había dicho al principio de su reinado, que necesitaba el Estado, para sostenerse, cuatro mil millones de sestercios. Esta opinión me parece tanto más verosímil, cuanto que empleó muy bien lo que había adquirido mal. 
XVII. Sus liberalidades se extendían a todos sin distinción; completó, en efecto, el censo de algunos senadores; estableció una renta anual de quinientos mil sestercios para los consulares pobres, y en todo el Imperio hizo reconstruir, más hermosas de lo que eran antes, gran número de ciudades destruidas por terremotos o incendios.
XVIII. Protegió de modo especial a los ingenios y las artes; fue el primero, en efecto, que constituyó sobre el Tesoro público una pensión anual de cien mil sestercios para los retóricos, griegos y latinos; concedió, asimismo, crecidas gratificaciones y magníficos regalos para los poetas célebres y artistas famosos, como, por ejemplo, al que hizo la Venus de Cose y al que reparó el Coloso. A un mecánico que se había comprometido a transportar con poco gasto al Capitolio columnas inmensas, Vespasiano le hizo abonar una importante suma por su proyecto, pero aplazó la ejecución, diciendo: Permitid que alimente al pobre pueblo.
XIX. En los juegos celebrados por la dedicación del teatro Marcelo, restaurado por él, hizo representar también obras antiguas. Regaló al trágico Apolinar cuatrocientos mil sestercios, a los músicos Terpno y Diodoro les dio doscientos mil; y cien mil a otros, y algunos hasta cuarenta mil, sin contar un crecido número de coronas de oro. Daba con frecuencia comidas, y las encargaba suntuosas y magníficas para proporcionar beneficios a los vendedores de comestibles. Hacía regalos de mesa a los hombres el día de las Saturnales, y a las mujeres el día de las calendas de marzo. Pero no pudo, a pesar de tales liberalidades, librarse de ser censurado de avaricia, y los habitantes de Alejandría le llamaron siempre Cybiosacto, del nombre de uno de sus reyes famoso por su avaricia. El día de sus funerales el jefe de los mímicos, llamado Favor, que representaba la persona del emperador, y parodiaba, según la costumbre, sus modales y su lenguaje, preguntó públicamente a los intendentes del difunto cuánto costaban sus exequias y pompas fúnebres, y cuando le contestaron diez millones de sestercios, exclamó: Dadme cien mil, y arrojadme, si queréis, al Tíber.
XX. Era de complexión cuadrada, miembros fuertes y robustos y el rostro como el del que hace violentos esfuerzos. Así sucedía que un satírico, al que estrechaba para que dijese sobre él un chiste, le contestó alegremente: Lo diré cuando acabes de descargar el vientre. Gozó siempre de excelente salud, aunque no hizo, para conservarla, otra cosa que frotarse por sí mismo, en una sala de gimnasia el cuello y los miembros cierto número de veces y observar dieta un día al mes.
XXI. Éste fue, aproximadamente, el orden de su vida: Desde su advenimiento al poder se levantaba siempre antes del amanecer y empezaba su trabajo. Una vez leídas todas las cartas y examinados los partes de los empleados de palacio, hacía entrar a sus amigos, y mientras recibía sus saludos, se calzaba y vestía por sí mismo. Después de despachar todos los asuntos, paseaba en litera; volvía luego a descansar un poco, teniendo a su lado, en el lecho, alguna de las numerosas concubinas, elegidas por él después de la muerte de Cenis para reemplazarla. De allí pasaba a la sala de baño y desde ésta al comedor; se asegura que éste era el momento en que se le veía de mejor humor y el que cuidaban de aprovechar las personas de su servicio para dirigirle sus peticiones.
XXII. En sus conversaciones usaba de gran familiaridad, principalmente a la mesa, donde continuamente decía chistes; era muy cáustico y hasta a veces descendía a groseras bufonadas, no conteniéndose siquiera de emplear las palabras más sucias. No obstante, se han conservado de él algunas agudezas como éstas: Al consular Mestrio Floro, que le había advertido un día que dijese plaustra (carretas) y no plostra, Vespasiano le saludó a la mañana siguiente con el nombre de Flaurus (180). A una mujer que había fingido violenta pasión por él y había triunfado de sus desdenes, se la hizo llevar y le dio por una noche cuatrocientos mil sestercios; preguntado por un intendente cómo debía inscribir aquel gasto en sus cuentas: Por Vespasiano amado, le contestó.
XXIII. Citaba con gran oportunidad versos griegos; así el que aplicó a uno muy alto, a quien, en cierto sentido, había tratado con generosidad la Naturaleza: Avanza a grandes pasos, blandiendo un largo dardo (181). Un liberto muy rico, llamado Cérulo, pretendía ser de condición libre, con objeto de defraudar más adelante los derechos del fisco; empezaba ya por esto, abandonando su nombre, a hacerse llamar Laches; Vespasiano exclamó en griego: ¡Oh, Laches, Laches, cuando estés muerto te encontrarás Cérulo como antes! (182). Buscaba sobre todo chistes a propósito de sus vergonzosas exacciones, con objeto de ocultar con rasgos de ingenio lo que tenían de odiosas y de unir a ellas el recuerdo de una agudeza. Por ejemplo, uno de sus criados a quien más quería, solicitaba una plaza de intendente para uno que decía ser su hermano; Vespasiano aplazó la contestación, llamó al mismo aspirante, se hizo entregar la cantidad que éste había ofrecido a su protector, y le concedió el empleo. Cuando el intermediario le recordó el asunto, le contestó: Busca otro hermano; el que creías tuyo, se ha convertido de pronto en mío. Durante un viaje vio detenerse de repente su muletero para hacer herrar las mulas; sospechó Vespasiano que con ello había querido dar tiempo a un litigante, a quien acababa de encontrar, para que le hablase de su asunto, y le preguntó cuánto había recibido por las herraduras, haciéndose entregar una parte de la cantidad. Su hijo Tito, le censuraba un día haber olvidado un impuesto hasta sobre la orina; Vespasiano le presentó delante de la nariz el primer dinero cobrado por aquel impuesto y le pregunto si olía mal. Contestándole Tito que no, sin embargo es orina, le dijo Vespasiano. Fueron unos diputados a anunciarle que sus conciudadanos le habían decretado la erección de una estatua colosal de mucho valor, y les contestó, señalándose el hueco de la mano: Que la coloquen aquí; preparado está el pedestal.
Ni el temor de la muerte ni siquiera la proximidad del momento fatal pudieron impedirle bromear. Entre otros prodigios que anunciaron su fin, el Mausoleo se abrió de repente y apareció en el cielo una estrella con cabellera; Vespasiano pretendía que el primero de estos presagios se refería a Funcia Calvina, que era de la familia de Augusto, y el otro al rey de los partos, que tenía larga cabellera. Al principio de su última enfermedad dijo: ¡Ay de mí, me parece que me hago dios!.
XXIV. Era cónsul por novena vez, y se hallaba en Campania cuando experimentó ligeros accesos de fiebre; en el acto regresó a Roma y desde allí marchó a Cutilias y a sus tierras de Reata, donde solía pasar el verano. Allí se le fue agravando la enfermedad, a causa del inmoderado uno de agua fría, que le destruía el estómago. No por esto dejó de cumplir los deberes de su cargo con tanta exactitud como antes, recibiendo hasta en el lecho las comisiones que le enviaban. Pero sintiéndose de pronto desfallecer a causa de un flujo de vientre, dijo: un emperador debe morir de pie, y en el instante en que procuraba levantarse expiró entre los brazos de los que le ayudaban, el 9 de las calendas de julio (183), a la edad de sesenta y nueve años, siete meses y siete días.
XXV. Todos concuerdan en decir que tenía tal confianza en los destinos prometidos a sus hijos y a él que, a pesar de las frecuentes conspiraciones contra su vida, no vaciló en afirmar en el Senado que tendría por sucesores a sus hijos o a nadie. Se dice también que en sueños vio una balanza suspendida en perfecto equilibrio en el vestíbulo del palacio, en un platillo de la cual estaban Claudio y Nerón, y en el otro sus hijos, igualdad que se encuentra en el cómputo de los años, puesto que unos y otros reinaron el mismo tiempo.

***

Notas

(171) 17 de noviembre.
(172) Tácito, dice todo lo contrario: “La integridad del proconsulado de Vitelio (en Africa) había dejado allí una impresión favorable; en cambio, el de Vespasiano fue odioso y desacreditado.”
(173) Flavio Sabino era el mayor, en la época en que ambos eran simples particulares, superaba a Vespasiano en crédito y riquezas, y se ha dicho que, arruinado Vespasiano, no pudo conseguir ayuda de su hermano mas que hipotecándole sus casas y sus tierras.
(174) Entre la Siria y la Judea se encuentra el Carmelo, nombre común a una montaña y a un dios. Este dios no tiene templo ni estatua pues así lo establece una antigua tradición un sencillo altar atrae allí la veneración de los nombres.
Vespasiano sacrificaba en él, en el tiempo en que acariciaba secretamente en su espíritu sus sueños de grandeza. El sacerdote llamado Basílides tras de examinar varias veces las entrañas, dijo a Vespasiano, “Sean cuales fueren tus designios, ya sea que pretendas construir o extender tus dominios, o multiplicar el número de tus esclavos los dioses te prometen residencia holgada, vastas tierras y gran número de hombres.”
(175) El celebre historiador de la Guerra de los Judíos.
(176) 17 de julio.
(177) Según Tácito nada inflamo tanto a la provincia y al ejercito como la seguridad dada por Muciano sobre el propósito de Vitelio de trasladar las legiones de Germania a las ricas y tranquilas guarniciones de la Siria, y destinar los soldados de la Siria al servicio de la Germania. Los habitantes de la provincia, con la costumbre de verlos, se habían aficionado a los soldados; la mayor parte estaban unidos por amistad y por matrimonio, sin contar con que, acostumbrados a su campamento por la larga permanencia en el, le tenían cariño como a sus penates.
(178) Cohortes establecidas en Puzzola y en Ostia para casos de incendio y que iban de vez en cuando a Roma para prestar allí el mismo servicio.
(179) Acerca de esto existía ya una ley (lex Loetoria) dada en 490 de Roma, y un senadoconsulto dado en 800 bajo el reinado de Claudio.
(180) Vespasiano no jugaba sólo con la pronunciación de la palabra Floro, sino que hacia a la vez un juego de palabras del griego en latín, pues la misma palabra significa en aquella lengua hombre malo.
(181) Ilíada, VII, 213.
(182) Parodia de un verso de Menandro.
(183) 23 de junio.

viernes, 20 de diciembre de 2013

SUETONIO (LOS DOCE CESARES) PARTE IX DE XII - A. VITELIO-

CAYO SUETONIO TRANQUILO
LOS DOCE CESARES

PARTE IX DE XII
A. VITELIO


I. Muchas y muy diversas tradiciones existen acerca del origen de Vitelio; unas pretenden que fue antiguo y noble; dicen otras que reciente, obscuro y hasta abyecto. Me atrevería a atribuir esta diversidad de opiniones a la adulación o a enemistad, si no remontase a una época muy anterior al reinado de Vitelio. Hay una obra de Q. Vitelio, cuestor del divino Augusto, en la que se afirma que los Vitelios proceden de Fauno, rey de los Aborígenes, y de Vitelia, que en muchos lugares fue adorada como divinidad; que reinaron en todo el Lacio; que sus sucesores pasaron del país de los sabinos a Roma, quedando aquí agregados a los patricios; que subsistieron por mucho tiempo rastros de su existencia, tales como la vía Vitelia, desde el Janículo al mar, y una colonia del mismo nombre, cuya defensa contra los equículos (161) emprendió en otro tiempo esta sola familia (162); dícese en ella por último, que en la época de la guerra con los sammitas, muchos Vitelios, enviados de guarnición a la Apulia, se establecieron en Nuceria y que sus descendientes, regresados a Roma mucho tiempo después, recuperaron su puesto en el orden de los senadores.
II. Por otra parte, algunos autores señalan como tronco de esta raza a un liberto, Casio Severo y otros muchos dicen que este liberto fue un zapatero, un hijo del cual, después de haber ganado algún dinero en ventas y tráficos, casó con una mujer de mala vida, hija de un panadero llamado Antíoco, de la que tuvo un hijo que llegó a ser caballero romano. No quiero discutir tales contradicciones; lo cierto es que P. Vitelio, ya procediese de rancia estirpe, ya de familia despreciable, fue caballero romano y administrador de los bienes de Augusto. Dejó cuatro hijos, que alcanzaron las dignidades más elevadas, y que llevando el mismo apellido, se distinguieron sólo por el nombre, y fueron Aulo, Quinto, Publio y Lucio. Aulo murió siendo cónsul con Domicio, padre del emperador Nerón; era un hombre pródigo, que se hizo célebre por la esplendidez de sus comidas; Quinto, fue eliminado del Senado cuando, a propuesta de Tiberio, se excluyó a todos los que no debían pertenecer a esta orden; Publio, compañero de armas de Germánico, acusó e hizo condenar a Cn. Pisón, enemigo y asesino de aquel joven príncipe; después de su pretura, le prendieron como cómplice de Seyano, y sometido a la custodia de su hermano, se abrió las venas con un buril; cediendo, sin embargo, a los ruegos de su familia, mucho más que al temor a la muerte, dejóse vendar y curar las heridas, y murió de enfermedad en la prisión. Lucio, después de su consulado, gobernó la Siria, Y a fuerza de habilidad decidió a Artabano, rey de los partos, a ir a visitarle y hasta a rendir homenaje a las águilas romanas. Fue luego dos veces cónsul ordinario y más adelante censor con el emperador Claudio, llegando hasta quedar encargado del Imperio en su ausencia, durante la expedición a Bretaña. Era un hombre desinteresado, activo, pero completamente deshonrado por su pasión hacia una  liberta, cuya saliva bebía mezclada con miel, como remedio contra una enfermedad de la garganta; y no hacia esto en secreto o rara vez, sino cotidianamente y delante de todos. Tenía, por otra parte, maravilloso talento para la adulación; siendo él el primero que imaginó adorar a Calígula como dios al regresar de Siria este emperador, no se atrevió a acercarse a él sino cubriéndose la cabeza, y después de girar varias veces sobre sí mismo, arrodillándose a sus pies. Viendo a Claudio gobernado por sus mujeres y libertos, y no desdeñando ningún artificio para asegurarse su favor, solicitó un día de Mesalina, como gracia excepcional, permiso para descalzarla; le quitó la sandalia derecha, que llevó constantemente entre la toga y la túnica, besándola de tiempo en tiempo. Entre sus dioses domésticos estaban colocadas las estatuas de Narciso y de Palas, y cuando Claudio celebró los juegos seculares, le dijo: que los celebres muchas veces.
III. Un ataque de parálisis le llevó al sepulcro en dos días. Dejó dos hijos nacidos de Sextilia, mujer de severa virtud y de ilustre nacimiento, y a los dos vio cónsules en el mismo año, habiendo sucedido por seis meses el menor al mayor. El Senado decretó los funerales públicos, haciéndole levantar frente a los Rostros una  estatua con esta inscripción: A la fidelidad inquebrantable hacia el príncipe. Su hijo, Aulio Vitelio, que fue emperador, nació el 8 de las calendas de octubre (163), o según otros el 7 de los idus de septiembre (164) bajo el consulado de Druso César y de Norbano Flaco. El horóscopo que de su nacimiento obtuvieron los astrólogos asustó de tal manera a la familia, que su padre hizo durante su vida increíbles esfuerzos para substraerle a los honores, y su madre, al verle al frente de un ejército y saber que había sido saludado emperador, comenzó a llorar como si ya le viese perdido. Pasó la infancia y la primera juventud en Capri entre las prostitutas de Tiberio, y fue marcado con el afrentoso nombre de Spintria, llegándose incluso a atribuir a sus repugnantes complacencias con el príncipe el favor que gozaba su Padre.
IV. En la edad siguiente continuó manchándose con toda suerte de infamias; consiguió el primer lugar en la corte, llegando a ser favorito de Calígula, con el que guió carros en el Circo, y de Claudio, jugando con él a los dados. Pero satisfizo mucho más a Nerón por las mismas complacencias, y especialmente por un mérito singular, y era que estando presidiendo los juegos Neronianos y viendo que elemperador, con vivos deseos de competir con los tocadores de lira, no se atrevía a hacerlo a pesar de las instancias de la multitud, saliendo incluso del teatro, él fue abuscarle como encargado de expresarle el ardiente anhelo del pueblo, de oírletambién, y le proporcionó de este modo el placer de dejarse convencer.
V. El favor de estos tres príncipes elevóle a la cumbre de los honores y hasta a las primeras dignidades del sacerdocio. Obtuvo el proconsulado de Africa y después la intendencia de los trabajos públicos. Su conducta, en estos dos cargos, fue muy distinta, como la reputación que adquirió en ellos. En su gobierno, que duró dos años consecutivos, dio pruebas de extraordinario desinterés, y sirvió como legado bajo el mando de su hermano, que le sucedió. En cambio, durante su administración en Roma, substrajo, según se dice, las ofrendas y ornamentos de los templos, colocando cobre y estaño en el lugar del oro y la plata.
VI. Casó con Petronia, hija de un varón consular, que le dio un hijo, Petroniano, a quien faltaba un ojo. Instituido heredero por su madre, a condición de que no permaneciera bajo la autoridad paterna, le emancipó Vitelio, aunque poco después le hizo perecer acusándole de parricidio, y pretendiendo que, agobiado por los remordimientos, había bebido el veneno dispuesto para el crimen. Casó después con Galerta Fundana, cuyo padre había sido pretor; de ésta tuvo un hijo y una hija,pero el varón balbuceaba hasta el punto de ser casi tenido por mudo.
VII. Contra la opinión general, Galba le concedió el mando de la Germania Inferior. Créese que debió este empleo a la influencia de T. Vinio, omnipotente a la sazón, y cuyo favor se había granjeado mucho antes, por razón de su común predilección por el bando de los azules (165). Entonces dijo Galba, que no hay gentes menos peligrosas que las que sólo piensan en comer y que Vitelio necesitaba las riquezas de una provincia para satisfacer su insaciable glotonería; por lo cual se ve evidentemente que en la designación de este príncipe entró más el desprecio que la consideración. Cosa sabida es que ni siquiera poseía el dinero preciso para el viaje. Estaban sus negocios tan mal parados, que su esposa y sus hijos que quedaron en Roma, se fueron a vivir en una casucha con objeto de alquilar su casa por el resto del año y que para los gastos del camino tuvo que empeñar una perla de los zarcillos de su madre. Por todas partes se veía perseguido por un tropel de acreedores que querían detenerle, entre otros los enviados de Simuesa y de Formio, cuyos impuestos había retenido en provecho propio; éstos cesaron sólo de perseguirle ante el temor de verse acusados por él de calumniadores, pues lo había hecho ya con un liberto que reclamaba una deuda con obstinada tenacidad. Vitelio le procesó en efecto, por ultraje, con el pretexto de que le había dado un puntapié, y no cedió hasta después de haber obtenido de él cincuenta sestercios de oro. El ejército que iba a mandar, mal dispuesto hacia el príncipe, y pronto a emprenderlotodo, le acogió con manifestaciones de regocijo y como presente de los dioses, considerándole hijo de un hombre que había sido cónsul tres veces, jefe joven, complaciente y disipador. Acababa de dar nuevas pruebas de su conocido carácter, besando en el camino a cuantos había encontrado, incluso a simples soldados, bromeando en todos los descansos y en todas las posadas con los caminantes ymuleteros, preguntando a cada uno, desde el amanecer, si había almorzado ya, yeructando ante ellos para demostrar que él ya lo había hecho.
VIII. Cuando entró en el campamento no negó nada a nadie y por autoridad propia perdonó la ignominia a los soldados degradados; a los acusados, perdonó la vergüenza del traje, y a los condenados el suplicio. Por este motivo, apenas transcurrido un mes, los soldados, sin tener para nada en cuenta el día y el momento, le sacaron una noche de su cámara de dormir y en el sencillo traje en que se encontraba le saludaron emperador. Le pasearon luego por los barrios más populosos, empuñando la espada de Julio César, que habían arrebatado del templo de Marte y ofrecido a él por un soldado durante las primeras aclamaciones. Cuando regresó al Pretorio, el comedor estaba ardiendo, por haberse incendiado la chimenea, presagio que consternó a todos: Valor —dijo entonces—; la luz brilla para nosotros. Ésta fue la arenga que dirigió a los soldados. Habiéndose manifestado en seguida por Vitelio las legiones de la Germania Superior, que habían ya abandonadoa Galba por el Senado, tomó el sobrenombre de Germánico, que por aclamación unánime se le confirió; no aceptó, sin embargo, al mismo tiempo el de Augusto, y rehusó para siempre el de César.
IX. Al enterarse de la muerte de Galba puso en orden los asuntos de Germania y dividió sus huestes en dos cuerpos: uno que se adelantó marchando contra Otón y otro cuyo mando se reservó. El primero partió bajo felices auspicios, pues cuando lo hacía, se presentó de pronto un águila por la derecha, giró alrededor de las enseñas y precedió a la legión por el camino que había de seguir. Pero cuando Vitelio puso en movimiento su ejército, las estatuas ecuestres que le habían erigido en muchos sitios, cayeron todas a la vez y se les rompieron las piernas; la corona delaurel que, con todas las ceremonias de la religión, se había colocado en la cabeza, se le cayó en un río, y en Viena, en fin, mientras administraba justicia sentado en su tribunal, se le posó un gallo en el hombro, pasándole de él a la cabeza. Los sucesos posteriores confirmaron tales presagios: sus legados le dieron, en efecto, el Imperio, pero él no pudo mantenerlo.
X. Se encontraba todavía en la Galia cuando se enteró de la victoria de Betriácum y de la muerte de Otón. Licenció, entonces, por edicto, a las cohortes pretorianas, por haber dado un funesto ejemplo, y se les mandó librar las armas a los tribunos. Hizo perseguir y castigar con la muerte a ciento veinte soldados, de los cuales había encontrado memoriales dirigidos a Otón pidiéndole recompensas por la parte que tomaron en el asesinato de Galba. Esta acción era hermosa, magnánima y en ella se anunciaba un gran príncipe, pero la continuación respondió más a las costumbres de su pasada existencia que a la majestad del Imperio. Durante todo el camino atravesó las ciudades montado en carro triunfal y los ríos en las más espléndidas barcas, cuidadosamente adornadas con flores y coronas y cargadas con el aparato de espléndidos festines. No se veía rastro de disciplina en su servidumbre, ni tampoco entre los soldados, y las violencias y robos que cometían eran para él objeto de risa. No contento con los festines que les brindaban todas las ciudades, ponían en libertad a los que quería, y el que se oponía a sus caprichos era al punto acometido a latigazos, herido a veces y hasta muerto. Llegado a la llanura donde se dio la batalla, vio a algunos de los suyos que retrocedían con horror ante los cadáveres en putrefacción; entonces dijo esta frase execrable: El enemigo muerto siempre huele bien, y mejor aún si es ciudadano. No obstante, para defenderse del hedor empezó a beber copiosamente vino puro al frente de sus tropas, haciendo distribuir del mismo a todos. Al ver la sencilla piedra donde estaba escrito: A la memoria de Otón, henchido de arrogancia y vanidad, exclamó: ¡Mausoleo digno de él! Envió a la colonia de Agripina (166), para consagrarlo a Marte, el puñal con que se dio muerte Otón, y en conmemoración de este acontecimiento celebró un sacrificio nocturno en las cumbres del Apenino.
XI. Entró al fin en Roma, al sonido de las trompetas, vestido con el manto de general, ceñida la espada y en medio de las águilas y los estandartes. Los de su comitiva llevaban el traje de guerra, y los soldados iban con las armas en la mano.
Mostró constantemente profundo desprecio por las leyes divinas y humanas; tomó posesión del pontificado máximo el día del aniversario de la batalla de Alía; dio las magistraturas por diez años y establecióse cónsul perpetuo. A fin de que se viese con claridad qué modelo había elegido para gobernar, envió al campo de Marte a todos los pontífices del Estado e hizo ofrendas fúnebres a los manes de Nerón. En medio de un festín solemne dijo en alta voz a un músico, cuya voz le había entusiasmado, que cantase también algunos pasajes de los poemas del maestro, y apenas hubo comenzado el canto llamado Neroniano cuando Vitelio se puso aaplaudir con calor
XII. Tales fueron los principios de este emperador, que en adelante no tuvo otra norma que los consejos y caprichos de los histriones más viles, de los aurigas y, especialmente, del liberto Asiático. Había éste permanecido en su juventud unido a Vitelio por comercio de mutua prostitución, pero no tardó en separarse de él disgustado. Hallado luego por su amo en Puzzola, donde vendía vino malo, le mandó prender, le puso en libertad en seguida y se sirvió de él como antes para sus placeres. Cansado de su carácter áspero y regañón, le vendió a un jefe de gladiadores ambulantes; arrebatóle de nuevo en el momento en que iba a presentarse en la arena al final de un espectáculo, y nombrado más adelante para el gobierno de una provincia, le manumitió. El primer día de su reinado, estando a la mesa, le dio el anillo de oro a pesar de que aquella misma mañana había contestado indignado a los que le pedían aquel favor para Asiático, que no quería manchar el orden ecuestre con semejante nombramiento.
XIII. Sus vicios principales eran la glotonería y la crueldad. Comía ordinariamente tres veces al día y a veces cuatro, designándolos almuerzo, comida, cena y colación. Podía hacer todas estas comidas por la costumbre que había adquirido de vomitar. Invitábase para un mismo día en casa de diferentes personas y ningún festín de éstos costó menos de cuatrocientos mil sestercios. El más famosofue la cena que le dio su hermano el día de su entrada en Roma; dícese, en efecto,que sirvieron en ella dos mil peces de los más exquisitos y siete mil aves. Su hermano colmó aquel día su esplendidez con la inauguración de un plato de enormes dimensiones, al que llamaba fastuosamente escudo de Minerva protectora.
Habían mezclado en él hígados de escaro, sesos de faisanes, lenguas de flamencos y huevos de lampreas. Barcas y trirremes habían ido a buscar estas cosas desde el país de los partos hasta el mar de España. Su voracidad no sólo no tenia limites, sino que era también sucia y desordenada, no pudiendo contenerse ni durante los sacrificios ni en los viajes. Comía sobre los mismos altares carnes y pastelillos, que mandaba cocer en ellos, y por los caminos tomaba en las tabernas platos humeando aún, o que, servidos el día anterior, estaban medio devorados.
XIV. Se le hallaba en todo momento dispuesto a ordenar asesinatos y suplicios, sin distinción de personas y por cualquier pretexto; así hizo morir de diferentes maneras a nobles romanos, en otro tiempo condiscípulos suyos y compañeros, atraídos a su lado por toda clase de agasajos y a los que hubo como si dijéramos asociado a él en el ejercicio del poder. Llegó hasta envenenar a uno de ellos por su propia mano, en un vaso de agua fresca que le pidió durante un acceso de fiebre. No perdonó a casi ninguno de los usureros y acreedores que en otro tiempo le habían exigido en Roma las cantidades que les debía, como tampoco a los recaudadores que en sus viajes le habían hecho pagar la tasa. A uno de ellos que se presentó a saludarla le envió al suplicio; pareciendo arrepentirse hizo que lo volvieran en seguida, y cuando todos celebraban ya su clemencia, mandó matarle a presencia suya, queriendo, según decía, dar satisfacción a sus ojos (167). Mandó ejecutar con otro a dos hijos suyos Tú eres mi heredero; quiso él entonces ver el testamento, y leyendo que un liberto de aquel caballero debía compartir con él la herencia, mandó degollar a los dos. Hizo matar a algunos hombres del pueblo por el delito de haberse manifestado en público contra el bando de los azules, audacia que significaba, según él, desprecio a su persona y esperanza de cambio de reinado.
Odiaba especialmente a bufones y astrólogos, a los cuales condenaba a muerte por denuncia de cualquiera y sin quererlos oír. Su furor contra ellos llegó al colmocuando, después del edicto en que ordenaba a los astrólogos salir de Roma y deItalia antes de las calendas de octubre, se publicó esta parodia: Salud a todos. Por orden de los caldeos, se prohíbe a Vitelio Germánico estar en ninguna parte delmundo para las calendas de octubre. Se sospechó también de él que había hechomorir de hambre a su madre enferma, porque una mujer del país de Cata, a la que prestaba fe como a un oráculo (168), le había anunciado un largo y tranquilo reinado si sobrevivía a su madre. Según otros testimonios, disgustada ella del presente y asustada por lo por venir, le pidió el veneno, que él le proporcionó sin dificultad.
XV. En el octavo mes de su reinado, se sublevaron contra él los ejércitos de Misia y de Panonia; se sublevaron asimismo los de Judea y de la Siria, al otro ladode los mares, y prestaron juramento a Vespasiano, presente o ausente. Vitelio, para asegurarse entonces la adhesión del resto de las tropas y del favor público, prodigosin medida dinero y honores en nombre del Estado y en el suyo propio. Hizo levas en Roma, prometiendo a los voluntarios no sólo la licencia después del triunfo, sino también las recompensas de los veteranos y las ventajas del servicio regular.
Estrechado por sus enemigos por mar y tierra, opúsoles, por un lado, a su hermano con una flota, milicias nuevas y un ejército de gladiadores, y por otro, a los generales y legiones que habían vencido en Betriácum. Pero vendido o derrotado en todas partes, trató con Flavio Sabino, hermanos de Vespasiano, no reservándose más que la vida con cien millones de sestercios; desde las gradas del palacio, declaró en el acto a los soldados reunidos que renunciaba al Imperio, del que se había hecho cargo contra su voluntad. Levantándose por todos lados oposiciones a semejante determinación, accedió a aplazarla, dejó pasar una noche y al amanecer, vestido con traje de luto, se dirigió a la tribuna de las arengas, donde, llorando, hizo la misma declaración, pero esta vez leyéndola en un escrito que tenía en la mano. El pueblo y los soldados le interpelaron de nuevo exhortándole a no dejarse vencer del abatimiento y prometiéndole todos a porfía ayudarle con todas sus fuerzas; recobró con esto su valor, atacó repentinamente a Sabino y a los otros partidarios de Vespasiano, que estaban confiados, los rechazó hasta el Capitolio, y allí los hizo perecer a todos incendiando el templo de Júpiter óptimo Máximo (169); entretanto, él, sentado a la mesa en casa de Tiberio, estuvo presenciando el combate y el incendio. Muy pronto se arrepintió de esta atrocidad, la culpa de la cual imputó a otros. Convocó al pueblo, e hizo jurar a todos y juró el primero no considerar nada tan sagrado como la tranquilidad pública. Desprendió entonces la espada que pendía de su cinto, la presentó primero al cónsul, y luego, por negativa de éste, a los demás magistrados y por último a cada senador; no quiso ninguno aceptarla, y cuando iba ya a depositarla en el templo de la Concordia, le gritaron muchos que él mismo era la Concordia. Volvió entonces sobre sus pasos, y declaró que conservaba la espada y aceptaba el sobrenombre de Concordia.
XVI. Invitó a los senadores a que enviasen legados con las vestales a pedir la paz, o cuando menos el tiempo necesario para deliberar. A la mañana siguiente, mientras esperaba la respuesta, llegó un explorador anunciando que se aproximaba el enemigo. Se ocultó en el acto en una silla gestatoria y acompañado sólo de su panadero y su cocinero se dirigió ocultamente al Aventino, a casa de sus padres, con la intención de pasar de allí a la Campania. Pero habiendo circulado en seguida el rumor, vago e incierto, de que se había hecho la paz, se dejó conducir de nuevo a palacio. Viendo allí que estaba todo desierto y que incluso los que le acompañaban desaparecían de su lado, ciñóse un cinturón lleno de monedas de oro, se refugió en la garita del portero, ató el perro delante de la puerta y la atrancó con una cama y un colchón.
XVII. Entraban ya los exploradores del ejército enemigo, y algunos, no encontrando a nadie, lo registraron todo según acostumbraban hacer. Sacáronle de su escondrijo y como no le conocían, le preguntaron, quién era y dónde estaba Vitelio; trató de engañarlos con mentiras, pero viéndose al fin reconocido, suplicó ardientemente que le dejaran en vida, aunque fuese en una prisión, pues tenía que revelar secretos de que dependía la existencia de Vespasiano. Lleváronle casi desnudo al Foro, con las manos atadas a la espalda, una cuerda al cuello y las ropas destrozadas, prodigándole los peores ultrajes por todo el trayecto de la vía Sacra: unos le tiraban de los cabellos hacia la espalda para levantarle la cabeza, como se hace con los criminales; otros, le empujaban la barba con la punta de la espalda para obligarle a mostrar la cara; arrojábanle éstos fango y excrementos; aquellos le llamaban borracho e incendiario; parte del pueblo hacia burlar hasta de sus defectos corporales, porque era, en efecto, extraordinariamente alto y tenía elrostro encendido y manchado por el abuso del vino, el vientre abultado y una pierna más delgada que la otra, a consecuencia de una herida que se infirió en otro tiempo en una carrera de carros, sirviendo de auriga a Calígula. Cerca ya de las Gemonias le desgarraron, en fin, a pinchazos con las espadas y por medio de un gancho lo arrastraron hasta el Tíber
XVIII. Murió con su hermano y su hijo (170) a los cincuenta y siete años de edad. El prodigio que le ocurrió en Viena y del que hemos hablado, se interpretó en el sentido de que algún día caería en poder de un galo; el suceso justificó la predicción, pues fue vencido por Antonio Primo, uno de los generales del ejército enemigo, nacido en Tolosa, y que había llevado en la infancia el epíteto de Becco, palabra que significaba pico de gallo.

***

Notas

(161) Los equículos o equicolos, llamados también Aequi, Eequanni, Aequiculani, eran una raza de montañeses salvajes, establecidos en las dos riberas del Anio, entre los marsos, peliños y sabelios.
(162) En esta tropa, formada por los miembros de la familia de los Vitelios, han de comprenderse los libertos y clientes.
(163) 24 de septiembre.
(164) 7 de septiembre .
(165) Según Chifilino se burlaron mucho de Vitelio, el cual, vestido de azul como los de este bando limpiaba los caballos en el Circo.
(166) Colonia.
(167) Estas mismas palabras le atribuye Tácito aplicadas en otras circunstancias: “Temiendo perderse, dice, dilatando la muerte de Bleso, o hacerse odioso ordenándola públicamente, eligió el veneno, y se vanaglorio de haberse dado satisfacción a sus ojos (son sus mismas palabras) con el espectáculo de un enemigo muerto”.
(168) Los germanos reconocían, en efecto, en las mujeres la facultad de adivinar el porvenir.
(169) “Se ignora, dice Tácito, si fueron los asaltantes los que pusieron fuego a las casas o si, como generalmente se supone, fueron los propios sitiados los que pusieron en práctica este medio, para contener los progresos del enemigo...” El Capitolio quedó por completo destruido.
(170) Muciano mandó dar muerte al hijo de Vitelio, alegando que las discusiones serían eternas si no se destruyan los gérmenes de la guerra.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

SUETONIO (LOS DOCE CESARES) PARTE VIII DE XII -M. SALVIO OTON-

CAYO SUETONIO TRANQUILO
LOS DOCE CESARES

PARTE VIII DE XII
M. SALVIO OTÓN


I. La familia de Otón, antigua y distinguida y una de las principales de la Etruria, era originaria de Ferentino. Su abuelo, M. Salvio Otón, hijo de un caballero romano y de una mujer de condición humilde, quizá servil, fue nombrado senador por influencia de Livia, esposa de Augusto, en cuya mansión había transcurrido su infancia, pero no pasó de la pretura. Por lo que toca a su padre, L. Otón, cuya madre era de ilustre cuna que estaba unida por numerosos lazos con las familias más ilustres de Roma fue tan querido del emperador Tiberio y de tal manera se le parecía, que fue tenido en general por hijo suyo. Desplegó gran severidad en las varias funciones que se le encargaron en Roma, en un preconsulado de Africa y en muchos gobiernos extraordinarios. En la sublevación de Camilo contra Claudio, varios soldados, arrepentidos de haber tomado parte en ella, dieron muerte a sus jefes como autores de la insurrección, a pesar que no ignoraban que Claudio los había ascendido por este mismo hecho a los grados superiores; Otón no vaciló en hacerlos decapitar a todos en Iliria, en medio de la plaza de armas (154) presenciando él las ejecuciones. Esta conducta aumentó su reputación, pero disminuyó su influencia, la que no tardó, sin embargo, en recuperar, al dar parte al emperador de una conspiración urdida contra su existencia por un caballero romano, que había sido denunciado por sus propios esclavos. El Senado le votó entonces una distinción muy rara; pues le mandó erigir una estatua en la cima del monte Palatino. Claudio, después de agregarle a los patricios, le elogió pomposamente, y añadió aún: Tal es su mérito, que ni siquiera puedo desear hijos que le superen. Tuvo de Albia Terencia, mujer de esclarecido linaje, dos hijos, L. Ticiano y Marco, que llevó el mismo sobrenombre que él; tuvo también una hija, la cual casó, apenas núbil con Druso, hijo de Germánico.
II. Nació el emperador Otón el 4 de las calendas de mayo (155), bajo el consulado de Camilo Arruncio y de Domicio Enobarbo. Desde su infancia fue tan pródigo y precoz que su padre tuvo que castigarle con mucha frecuencia. Se dice que vagaba de noche por las calles, lanzábase sobre los débiles y sobre los ebrios que encontraba, los tendía sobre un manto y los lanzaba al aire. Más adelante, después de la muerte de su padre, intimó, para conseguir favor, con una liberta de la corte, que gozaba de mucho prestigio, de la cual llegó a fingirse enamorado a pesar de ser vieja y casi decrépita. Por mediación de ella se introdujo entre los familiares de Nerón, que muy pronto le situó en el número de sus más íntimos amigos, gracias a la conformidad de sus gustos y, se añade aún, a la costumbre de prostituirse mutuamente; llegó a ser tan poderoso que, habiéndose encargado, mediante una crecida suma, de hacer restablecer a un varón consular condenado por contusión, no vaciló, antes aún de obtener la reintegración por el Senado, en llevarle a él para que diese las gracias.
III. Fue confidente de todos los designios y secretos de Nerón, y cuidó, el mismo día en que éste había de hacer perecer a su madre, de dar a los dos, y con el fin de evitar sospechas, una suntuosísima cena. Nerón le había confiado provisionalmente a su amante Popea Sabina, a la que acababa de quitar a su esposo, recibiéndola Otón en su casa como para casarse con ella. Pero no contento con seducirla, llegó a mostrarse celoso hasta tal punto que no consintió ni a Nerón por rival y negó la entrada a su casa a los que el emperador enviaba por ella; llegó incluso a dejarle a él mismo un día en la puerta reclamando su depósito y mezclando amenazas y súplicas inútilmente. Por estas causas se deshizo el matrimonio, y Otón fue alejado con la apariencia de una misión a Lusitania. Nerón creyó suficiente este castigo, pues temía que otro más severo revelase el escándalo de aquella comedia; sin embargo, estos dos versos que circularon después la dieron a conocer con claridad: Cur Otho mentito sit, quaeritis, exul honore?. Uxoris moechus, coeperat esse suae (156).
Administró su provincia durante diez años como cuestor, y con tanta moderación como desinterés.
IV. Con la empresa de Galba vio al fin, llegada la ocasión para vengarse, y fue el primero que se declaró por él. Desde aquel instante concibió también la esperanza de reinar, esperanza fundada por una parte en el estado a que habían llegado las cosas, pero fortalecida sobre todo, por la terminante promesa del astrólogo Seleuco. Este astrólogo, que en otra época le pronosticó que sobreviviría a Nerón, había ido entonces, en efecto, a buscarle inopinadamente, y le aseguró que no tardaría en ser emperador. Por este motivo no omitió nada, con el fin de atraerse por todas partes amigos y partidarios. Cuantas veces recibía al general a cenar daba una moneda de oro a cada individuo de la cohorte de guardia y variaba hasta lo infinito sus medios de seducción para con los soldados. Así sucedió, que, habiéndole uno de ellos elegido por árbitro en una cuestión que tenía con un vecino suyo acerca de unos linderos, compró todo el terreno en litigio y se lo dio libre de proceso. Con todo esto, no había casi nadie que no le creyese y proclamase el único digno de la sucesión imperial.
V. Había creído siempre que Galba le adoptarla, y diariamente esperaba que así lo hiciese. Pero cuando se vio defraudado en su esperanza por la preferencia concedida a Pisón, resolviese a apelar a la fuerza, impulsado a la vez por el deseo de venganza y la enormidad de sus deudas. Confesaba, en efecto, que no le quedaba otro recurso que el Imperio, y que prefería sucumbir en el combate ante sus enemigos, a caer bajo la persecución de sus acreedores en el Foro. Pocos días antes había recibido un millón de sestercios de un esclavo del emperador, por haberle hecho conseguir un cargo de intendente; ésta fue la base de su grande empresa. Al principio confió su proyecto a cinco conjurados, después lo comunicó a otros diez, habiendo traído dos cada uno de los primeros. Entrególes diez mil sestercios por persona, prometiéndoles cincuenta mil éstos le reclutaron además otros partidarios, aunque en número reducido, no dudando que encontrarían más en el momento de la acción.
VI. Fue su primera idea apoderarse del campamento en seguida después de la adopción de Pisón, y atacar luego a Galba en el palacio mientras estuviese a la mesa. Renunció a ello por consideración a la cohorte que estaba entonces de guardia; no quería hacerle demasiado odiosa por ser la misma que había dejado matar a Calígula y abandonado a Nerón. Presagios contrarios y consejos de Seleuco le contuvieron por otra parte algún tiempo más. Fijado al fin el día, dijo a sus cómplices que le aguardasen en el Foro, delante del templo de Saturno, cerca de la Miliaria de Oro (157), y por la mañana fue a saludar a Galba, que le acogió dándole el beso acostumbrado. Asistió asimismo al sacrificio celebrado por el emperador y oyó las predicciones del arúspice. Llegó entonces un liberto a decirle que habían llegado los arquitectos, que era la señal convenida. Otón se retiró como para ver una casa que estaba en venta, saliendo en el acto de palacio por una puerta situada en la parte de atrás, para acudir en seguida a la cita. Dicen otros que fingió padecer un acceso de fiebre, y que encargó a los que le rodeaban que si el emperador preguntaba por él, le diesen esta excusa. Montó en una litera de mujer, que mantuvo cerrada, y tomó el camino del campamento; pero faltaron las fuerzas a los portadores, y bajó de ella echando a correr. Se le rompió el calzado y se detuvo, y casi en el acto, impulsados por su misma impaciencia, los que le acompañaban le subieron sobre sus hombros y le saludaron emperador. Llegó así hasta la plaza de armas del campamento, entre las aclamaciones y rodeado de espadas desnudas, declarándose por él todos aquellos a quienes encontraba, como si perteneciesen a la conjuración. Empezó por hacer matar a Galba y a Pisón, y por atraerse en seguida con promesas, la fidelidad de los soldados, insistiendo en su arenga en que sólo conservarla lo que le dejasen.
VII. Declinaba ya el día cuando entró en el Senado; expuso en él brevemente su conducta, mostrándose como apresado entre la multitud y obligado a aceptar el Imperio, en el cual, dijo, no le guiaría otra regla que la voluntad general. Desde allí marchó al palacio; entre las felicitaciones y alabanzas que le prodigaban, oyóse a la plebe llamarle Nerón, sin que él diese muestras de disgusto; se dice incluso que añadió este nombre al suyo en los primeros diplomas y en las primeras cartas que escribió a los gobernadores de las provincias. Lo cierto es que permitió restablecer las estatuas de este emperador; que repuso en sus cargos a sus intendentes y libertos y que el primer uso que hizo de su autoridad fue dedicar cincuenta millones de sestercios a la terminación de la Casa de Oro. Se dice que en la noche siguiente tuvo un terrible sueño que le arrancó quejas y gritos; que los que acudieron le encontraron tendido en el suelo al lado del lecho; y que les dijo que había creído ver a Galba derribarle del trono y arrojarlo del palacio. Por este motivo recurrió a toda suerte de expiaciones para aplacar sus manes. Cuando a la mañana siguiente interrogaba los auspicios, levantóse una tempestad, y viéndose derribado violentamente, murmuró varias veces este proverbio griego: ¿Conviene la flauta a mis manos temblorosas?.
VIII. Por este tiempo los ejércitos de Germania prestaron juramento a Vitelio; cuando Otón se enteró del hecho, propuso al Senado mandar legados a aquellos ejércitos para notificarles que se había elegido un emperador y exhortarlos a la paz y concordia. Por su parte, mandó correos a Vitelio y le escribió ofreciéndole compartir con él el Imperio y proponiéndose para yerno suyo. Pero la guerra era inevitable, y se acercaban ya los generales y las tropas que Vitelio mandaba delante.
Los pretorianos dieron entonces a Otón una prueba de su fidelidad y valor, que estuvo a punto de producir el degüello del primer orden del Estado. Se había mandado, en efecto, llevar armas a las naves, encargando de ello a los marineros; introducían estas armas en el campamento al obscurecer, cuando algunos soldados, sospechando una traición, promovieron un violento tumulto y en el acto corrieron sin jefes al palacio pidiendo a gritos la muerte de los senadores, rechazaron a los tribunos que intentaban reprimir el movimiento, mataron a algunos, y cubiertos con su sangre, buscaron por todas partes al emperador; penetraron hasta el comedor, donde estaba él a la mesa, no calmandose hasta que le vieron por sus ojos. Otón se dispuso a la guerra con ardor y precipitación increíbles, sin tener en cuenta los usos religiosos ni tomarse tiempo para colocar en el templo de Marte los escudos sagrados (158), que habían paseado solemnemente, negligencia considerada desde remota antigüedad como funesto presagio; pero hizo todavía más: entró en campaña el mismo día en que los sacerdotes de Cibeles dan comienzo a sus cantos fúnebres (159). Arrostró, por último, hasta los peores auspicios, pues la víctima sacrificada a Plutón ofreció únicamente signos favorables, cuando, para ser felices, los signos en aquel sacrificio debían ser contrarios.
Desbordóse el Tíber retrasando su marcha desde el primer día, y a veinte millas de Roma encontró interceptado el camino por ruinas de gran número de edificios.
IX. Con idéntica temeridad, en vez de llevar despacio la guerra, como todos juzgaban necesario, y de destruir por grados a sus enemigos, que luchaban con la escasez y se veían comprometidos en posición desventajosa, resolvió dar inmediatamente el combate, ya fuera porque no pudiese soportar más tiempo la incertidumbre y esperase conseguir grandes ventajas antes de la llegada de Vitelio, ya porque le fuese imposible contener el ardor de sus tropas, que pedían a gritos la batalla. No estuvo presente, sin embargo, en ninguna acción: estaba en Brixéllum mientras sus delegados derrotaban al enemigo en tres encuentros sin importancia, cerca de los Alpes, en los alrededores de Plasencia y en el sitio llamado Cástor. Pero en Betriácum, donde se trabó el último encuentro y el decisivo, fue vencido por la astucia. Se había, en efecto, propuesto una entrevista; los ejércitos habían salido de sus campamentos como para presenciar las negociaciones, cuando el enemigo cargó de improviso, viéndose Otón obligado a combatir en el mismo momento en que acababan de cambiar los saludos militares. Al verse vencido, decidió darse muerte con la única idea, como han pensado muchos con razón, de no exponer más tiempo las legiones y el Imperio en interés de su grandeza. No tenia en efecto, motivos para desesperar de su causa ni para sospechar de la fidelidad de sus tropas; todas las que había mantenido en reserva para el caso de un nuevo ataque, estaban entonces a su lado; llegaban otras de Dalmacia, de la Panonia y de la Misia, y hasta las mismas que habían sido vencidas no lo habían sido tanto que no se mostrasen aún dispuestas a arrostrar solas todos los peligros y vengarse de la derrota.
X. A mi padre, Suetonio Lenis, que tomó parte en esta guerra como tribuno del angusticlavio en la decimotercia legión, le oí decir muchas veces que Otón, no siendo más que un simple particular, había manifestado ya aversión a la guerra civil; que habiendo un día hablado uno en la mesa del fin de Bruto y Casio, mostró profundo horror; que jamás se hubiese sublevado contra Galba, a no aguardar que todo terminaría sin combate; y finalmente, que lo que le inspiró de pronto disgusto de la existencia, fue la muerte de un soldado que, habiendo venido a anunciar la derrota del ejército y no encontrando más que incrédulos que le acusaban, unos de embustero y otros de cobarde desertor del campo de batalla, se traspasó con su espada cayendo a los Pies de Otón. El príncipe, decía mi padre, exclamó al verle que no expondría en adelante la vida de tales defensores. Exhortó, pues a su hermano, a su sobrino y a cada uno de sus amigos en particular a atender a su seguridad, estrechólos en sus brazos, les dio el último beso y los despidió. Una vez solo redactó dos cartas, una para su hermana, para consolarla; otra para Mesalina, la viuda de Nerón, con la que se proponía casarse, para recomendarle su memoria y el cuidado de sus funerales. Quemó después todas sus cartas, para que no perjudicasen a nadie ante el vencedor, y repartió entre sus criados todo el dinero que poseía.
XI. Preparábase de este modo a la muerte, único objeto de sus ciudades, cuando llegó hasta él el ruido de un tumulto y observó que detenían como desertores a los que, abandonándole se alejaban del campamento. Añadamos otra noche más a mi vida, dijo entonces (fueron sus mismas palabras), y prohibió que se hiciese a nadie la menor violencia. Su habitación permaneció abierta toda la noche y en ella recibió a cuantos quisieron hablarle. En cierto momento, teniendo sed, bebió agua fresca, cogió dos puñales cuya punta examinó, oculto uno debajo de la almohada, ordenó cerrar las puertas y durmió con sueño profundo. No despertó hasta el amanecer y apenas despertado se hirió de un solo golpe debajo de la tetilla izquierda. Acudieron apresuradamente a sus primeros gemidos, pero no tardó en expirar, ocultando y descubriendo alternativamente la herida. En el acto, y según sus deseos, fueron celebrados sus funerales (160). Encontrábase entonces en los treinta y ocho años de su edad y en el día noventa y cinco de su reinado.
XII. La estatura y exterior de Otón no respondían al valor que mostró en esta ocasión; dícese, en efecto, que era pequeño, que tenía los pies contrahechos y torcidas las piernas. Era cuidadoso de su traje, casi tanto como una mujer; se hacía depilar todo el cuerpo y cubría su cabeza, casi calva, con cabellos postizos, ajados y arreglados con tanto arte que nadie lo conocía. Afeitábase todos los días con sumo cuidado y se frotaba con pan mojado, costumbre que había adquirido desde jovencito, con objeto de no tener nunca barba. Se le vio en muchos ocasiones celebrar en público con toga de hilo y ornamentos sacerdotales, las ceremonias del culto de Isis. Sin duda por este motivo sorprendió más su muerte, que se parecía tan poco a su vida. Se vio a muchos de sus soldados que presenciaron sus últimos momentos besarle los pies y las manos, derramar copiosas lágrimas, y llamarle el más grande de los hombres y modelo de emperadores, matándose después al lado de su pira. Otros de los que no le vieron, agobiados por el dolor de la noticia, lucharon entre sí con sus propias armas hasta morir. Así, este príncipe, que durante su vida había sido profundamente odiado por casi todos, fue colmado de elogios después de su muerte, llegándose a decir que si había hecho perecer a Galba, había sido menos por reinar en su lugar, que por restablecer la República y la libertad.

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Nota

(154) Era el espacio abierto que se extendía por todo lo ancho del campamento, separando la parte alta donde se encontraba la tienda del general (questorium) de la inferior donde estaban las tropas. Allí estaba el tribunal donde el general administraba justicia, y desde allí arengaba a las tropas.
(155) 28 de abril.
(156) ¿Por qué se concede falsamente a Otón honor en el destierro? Porque se acostaba con su esposa.
(157) Augusto hizo elevar en el Foro, en 734, esta columna a la que afluían todos los caminos militares. Sin embargo, las millas no empezaban a contarse de  allá sino desde las puertas de la ciudad, y estaban marcadas con piedras hasta los límites del Imperio de aquí que la palabra lapis signifique milla.
(158) Un escudo redondo, llamado encile, caído del cielo en el reinado de Numa, era considerado como él escudo de Marte; los romanos lo tenían por símbolo de la perpetuidad del Imperio y a fin de impedir que lo arrebatasen, hicieron otros doce completamente iguales a aquél. Los sacerdotes de este dios (Salii) los llevaban en procesión por la ciudad durante cuatro días en el mes de marzo, siendo grave falta emprender algo importante durante este tiempo. La palabra movere era sacramental, lo mismo que la palabra condere. No se movía un objeto sagrado sino entre grandes ceremonias religiosas, ceremonias que se repetían para restablecerlo en su lugar.
(159) Se llamaba este día, día de la sangre, porque en las fiestas de Cibeles, los sacerdotes de esta diosa (Galli) se cortaban con piedras afiladas en memoria y ejemplo del joven Atis.
(160) Plutarco asegura haber visto en Brixellum un monumento modesto con esta inscripción: “A la memoria de Marco Otón.”