"No hay decisiones buenas y malas, solo hay decisiones y somos esclavos de ellas." (Ntros.Ant.)

viernes, 29 de octubre de 2010

MITOLOGIA NORDICA -SAGA DE EIRIK EL ROJO-

MITOLOGIA NORDICA
LA SAGA DE EIRIK EL ROJO


PRÓLOGO
Las sagas islandesas constituyen uno de los fenómenos más llamativos de la historia de la literatura, y las dos que aquí se presentan, la Saga de los Groenlandeses y la Saga de Eirik el Rojo, ocupan entre ellas un lugar destacado ya que nos narran el descubrimiento e intento de colonización de América por los escandinavos hacia el año 1000.
El tema de estas sagas se presta a la polémica y ha provocado múltiples y encontradas pasiones, por lo que se ha escrito más acerca de ellas que sobre cualquier otra saga islandesa; pero a menudo se las ha utilizado para defender una teoría preconcebida, de forma sensacionalista y poco objetiva, olvidando el espíritu con que fueron escritas y contribuyendo así al oscurecimiento y desprestigio de las narraciones de unos hechos cuyo fondo de verdad parece indudable.
Nacidas en el siglo X, en las largas veladas al amor del fuego que los prolongados inviernos de Islandia propician, las sagas permanecieron recluidas en la tradición oral durante mucho tiempo: los sagnamenn las repetían de memoria en banquetes, sermones y asambleas, y alguna vez añadían frases de su cosecha.
Sólo a partir de finales del siglo XII o principios del XIII, cuando los acontecimientos que narran han quedado alejados en el tiempo, se convierten en literatura escrita.
La palabra saga es afín a los verbos sagen y say, decir y narrar en alemán e inglés, y significa relato en la lengua de los noruegos: relato de cosas sucedidas, historia registrada en palabras. Este término se aplica especialmente a las narraciones en prosa de las biografías, hechos y gestas de los islandeses, y luego también de los reyes de Noruega; las sagas son epopeyas en prosa, aunque a veces se intercala en el texto algún grupo aislado de versos.

LA SAGA DE EIRIK EL ROJO
(texto)

por Antón y Pedro Casariego Córdoba.


I
LOS ANTEPASADOS DE GUDRID
Había un rey guerrero llamado Olaf el Blanco, que era el hijo del rey Ingjald, el hijo de Helgi, el hijo de Olaf, el hijo de Gudrod, el hijo de Halfdan Pierna Blanca, rey de los hombres de las Tierras Altas. Olaf fue en una expedición vikinga a las Islas Británicas, donde conquistó Dublín y los territorios vecinos, y se hizo proclamar rey de aquellas tierras. Casó con Aud la Meditabunda, la hija de Ketil Nariz Aplastada, el hijo de Bjorn Buna, un hombre excelente de Noruega; tuvieron un hijo llamado Thorstein el Rojo.
Olaf encontró la muerte en una batalla allá en Irlanda, y entonces Aud y Thorstein el Rojo marcharon a las Hébridas. Allí Thorstein tomó por esposa a Thurid, la hija de Eyvind el Oriental, y la hermana de Helgi el Flaco; tuvieron muchos hijos.
Thorstein el Rojo se convirtió en un rey guerrero y sumó sus fuerzas a las del conde Sigurd el Poderoso, el hijo de Eystein el Ruidoso; juntos conquistaron Caithness, Sutherland, Ross y Moray, y más de la mitad de Argyll. Thorstem rigió aquellos territorios y fue su rey hasta que fue traicionado por los escoceses y muerto en batalla.
Aud la Meditabunda estaba en Caithness cuando se enteró de la muerte de Thorstein. Tenía una nave, que habían construido en secreto para ella en un bosque, y en cuanto aquella estuvo aparejada, partió hacia las Oreadas. Allí entregó en matrimonio a Groa, hija de Thorstein el Rojo, la madre de aquella Grelod que se casó con el conde Thorfinn Quebrantacráneos.
Después de aquello Aud navegó hacia Islandia, con veinte hombres nacidos libres a bordo de su nave. Llegó a Islandia y pasó el primer invierno en compañía de su hermano Bjorn en Bjarnarhofn. Entonces tomó posesión de todo el distrito de los Valles, entre los ríos Dogurdar y Skraumuhlaups y formó su hogar en Hvamm.
Solía ir a rezar a las Colinas de la Cruz, donde había hecho levantar cruces, ya que había sido bautizada y era una devota cristiana.
Muchos hombres bien nacidos que habían sido hechos cautivos por los vikingos en las Islas Británicas y que eran ahora esclavos habían venido a Islandia con ella. Uno de ellos se llamaba Vifil y era de noble cuna. Había sido hecho prisionero en las Islas Británicas y fue esclavo hasta que Aud le devolvió la libertad.
Cuando Aud dio tierras a algunos miembros de la tripulación, Vifil le preguntó por qué no le cedía a él alguna tierra, tal como había hecho con los otros. Aud le respondió diciendo que aquello no tenía ninguna importancia, y le dijo que él sería considerado como un hombre de calidad dondequiera que estuviese. Le dio el Valle de Vifil y allí se estableció él. Se casó y tuvo dos hijos llamados Thorbjorn y Thorgeir; ambos eran jóvenes prometedores y crecieron al lado de su padre.

II
EIRIK EXPLORA GROENLANDIA
Había un hombre llamado Thorvald, el hijo de Asvald, el hijo de Ulf, el hijo de Bueyes-Thorir. Thorvald era el padre de Eirik el Rojo. Él y Eirik abandonaron su hogar de Jaederen, a causa de unas muertes, y fueron a Islandia. Tomaron posesión de tierras en Hornstrandir, y se establecieron en Drangar (Rocas Altas).
Thorvald murió allí y entonces Eirik el Rojo se casó con Thjodhild, la hija de Jorund Ulfsson y de Thorbjorg Pecho de Barco, que por entonces estaba casada con Thorbjorn el del Valle de Hauka. Eirik se mudó al sur, al valle de Hauka; roturó aquellas tierras y se avecindó en Eiriksstadir, junto al Saliente de Vatn.
Los esclavos de Eirik provocaron un alud que destruyó la granja de un hombre llamado Valthjof, en Valthjofsstadir; por ello Eyjolf Saur, uno de los parientes de Valthjof, dio muerte a los esclavos en Skeidsbrekkur, encima del Saliente de Vatn.
Y por esto Eirik mató a Eyjolf Saur; también mató a Hrafn el Duelista, en Leikskalar.
Geirstein y Odd el de Jorvi, que eran parientes de Eyjolf, hicieron procesar a Eirik por estas muertes, y fue desterrado del Valle dé Hauka.
Entonces Eirik tomó posesión de Brokey (la Isla de Brok) y de Oxney (la Isla de los Bueyes) y pasó el primer invierno en Tradir, en Sudrey (la Isla del Sur). Prestó las tablas de su sitial a Thorgest el de Breidabolstad. Hecho esto Eirik se trasladó a la Isla de los Bueyes y se estableció en Eiriksstadir. Entonces pidió a Thorgest que le devolviera las tablas de su sitial, pero no fue atendido; así que marchó a Breidabolstad y se hizo con ellas. Thorgest salió en su persecución y libraron una batalla cerca de la granja de Drangar. Dos de los hijos de Thorgest y algunos otros hombres encontraron allí la muerte.
Desde entonces Eirik y Thorgest mantuvieron sendas partidas de guerreros en sus casas. Styr Thorgrimsson, Eyjolf el de la Isla de Svin, Thorbjorn Vifilsson y los hijos de Thorbrand el de Alptafjord se pusieron de parte de Eirik; Thorgeir el del Valle de Hitar, Aslak el del Valle de Langa, y su hijo lllugi y los hijos de Thord Gellir, respaldaban a Thorgest.
Eirik y sus hombres fueron declarados proscritos y sentenciados al destierro en la Asamblea de Thorsnes. Aparejó su barco en Eiriksvag (la Bahía de Eirik) y Eyjolf el de la Isla de Svin le ocultó en Dimunarvag, mientras Thorgest y sus hombres batían las islas en su busca.
Thorbjorn Vifilsson, Styr y Eyjolf le dieron escolta hasta más allá de las islas, y allí se despidieron como buenos amigos. Eirik prometió que les devolvería su ayuda si ello estaba a su alcance y si alguna vez lo necesitaban. Les dijo también que iría en busca de la tierra que Gunnbjorn, el hijo de Ulf Cuervo, había avistado cuando, perdido el rumbo y arrastrado hacia el oeste a través del océano, descubrió Gunnbjarnasker (los Islotes de Gunnbjorn) añadió que volvería para visitar a sus amigos si encontraba aquel país.
Se hizo a la mar pasado el glaciar de Snaefell, y desembarcó cerca del glaciar que se conoce con el nombre de Blaserk o de la Camisa Azul. Desde ese lugar navegó con rumbo sur para averiguar si el país era allí habitable. Pasó el primer invierno en Eiriksey (la Isla de Eirik) que está situada cerca del corazón de la Colonia Oriental. Cuando llegó la primavera, fue a Eiriksfjord, donde decidió establecerse.
Aquel verano exploró el yermo que había hacia el oeste, y dio nombre a los lugares más sobresalientes. Pasó el segundo invierno en Eiriksholm, islas situadas cerca de Hvarfsgnipa. Durante el tercer verano navegó hacia el norte, siguiendo todo el camino hasta Snaefell, y se adentró en Hrafnsfjord, donde estimó que se encontraba más al interior que la cabecera de Eiriksfjord. Regresó entonces y pasó el tercer invierno en Eiriksey, frente a la embocadura de Eiriksfjord. Navegó de vuelta a Islandia al verano siguiente y arribó al puerto de Breidafjord.
Pasó el invierno junto a Ingolf de Holmlatur. En la primavera libró una batalla contra Thorgest de Breidabolstad y fue derrotado. Más tarde se reconciliaron.
Aquel verano Eirik partió para colonizar el país que había descubierto; lo llamó Groenlandia (Tierra Verde) porque decía que la gente se sentiría mucho más tentada de ir allí si el lugar tenía un nombre atractivo.

III
GUDRID VA A GROENLANDIA
Thorgeir Vifilsson se casó con Arnera, la hija de Einar de Laugarbrekka, el hijo de Sigmund, el hijo de Ketil Cardo, que había poblado Thistilsfjord.
Thorbjorn Vifilsson se casó con otra de las hijas de Einar, la llamada Hallveig, y de este modo adquirió algunas tierras en Hellisvellir, en Laugarbrekka, y se mudó allí.
Thorbjorn se convirtió en un hombre de gran prestigio; era un godordsmadr y poseía una gran granja. Tenía una hija llamada Gudrid, que era muy hermosa y mujer excepcional en todos los aspectos.
Un hombre llamado Orm vivía en Arnarstapi; tenía una mujer llamada Halldis. Orm era un buen granjero. Él y Thorbjorn Vifilsson eran grandes amigos, y Gudrid vivió en Arnarstapi, como hija adoptiva de Orm, durante largo tiempo.
Había un hombre llamado Thorgeir, que residía en Thorgeirsfell; era un liberto y se había hecho muy rico. Tenía un hijo llamado Einar, que era un hombre apuesto y cortés que gustaba del lujo; Einar era un próspero comerciante acostumbrado a largos viajes por mar, y solía pasar un invierno en Islandia y el siguiente en Noruega.
Ocurrió un otoño, cuando Einar estaba en Islandia, que hizo un viaje comercial a lo largo de Snaefellsnes y llegó con su mercancía a Arnarstapi, donde Orm lo invitó a quedarse; Einar aceptó porque sostenían relaciones amistosas. Sus mercancías fueron llevadas a un almacén junto a la casa.
Einar abrió sus fardos y mostró su contenido a Orm y su familia, y dijo a Orm que podía tomar todo aquello que quisiera. Éste no rechazó la oferta, y calificó a Einar de mercader distinguido y hombre desprendido y de buena estrella. Mientras estaban examinando los géneros, una mujer pasó por delante del vano de la puerta. Einar preguntó a Orm quién era la hermosa mujer que acababa de pasar frente a la entrada del almacén, y añadió: «Nunca la había visto».
«Es mi hija adoptiva, Gudrid, la hija de Thorbjorn de Laugarbrekka», respondió Orm.
«Ha de ser un excelente partido», observó Einar. «Supongo que muchos habrán pretendido su mano».
«Ciertamente ha habido pretendientes, amigo mío» dijo Orm, «pero pedir su mano no significa obtenerla. Es evidente que ella es muy especial a la hora de elegir marido, y también lo es su padre».
«Sea como fuere», dijo Einar, «ella es la mujer a cuya mano aspiro, y te agradecería que hablaras del asunto con su padre en mi nombre y que hicieras todo lo que esté en tu mano para convencerle. Te corresponderé con la amistad más firme. Thorbjorn debería darse cuenta de que una alianza familiar tal nos convendría mucho a ambos; él es hombre de buena posición y tiene una granja excelente, pero he oído que su fortuna mengua rápidamente; por el contrario ni a mí ni a mi padre nos faltan tierras o dineros. Y por ello la celebración de este matrimonio favorecería mucho a Thorbjorn».
«En verdad me considero tu amigo», dijo Orm, «pero aun así me siento poco dispuesto a trasladar tu proposición a Thorbjorn, ya que es un hombre orgulloso, y muy ambicioso por añadidura».
Einar le insistió en que hiciera llegar la oferta de matrimonio a oídos de Thorbjorn, y Orm consintió en que se saliera con la suya. Entonces viajó al sur de vuelta a casa.
Algún tiempo después Thorbjorn celebró la fiesta del otoño, con motivo de la cosecha, como era su costumbre, ya que era hombre muy espléndido. Orm de Arnarstapi estaba presente, junto con otros muchos amigos de Thorbjorn. Orm encontró la ocasión de hablar brevemente con el anfitrión, y le contó que Einar de Thorgeirsfell lo había visitado recientemente y cómo había probado ser un joven prometedor; y entonces le presentó la oferta de matrimonio en nombre de Einar, aduciendo que la unión sería muy conveniente por muchas y buenas razones:
«Podría ser muy ventajosa para ti, Thorbjorn, sobre todo por el dinero que traería consigo».
Thorbjorn replicó de este modo: «Nunca hubiera esperado oír de ti un consejo como éste, ¡que debería casar a mi hija con el hijo de un esclavo! ¡Mi falta de dinero debe ser para ti muy evidente! Y puesto que has juzgado a mi hija digna de un partido tan mezquino, ella no volverá a tu casa contigo».
Cuando Orm y todos los otros invitados regresaron a sus casas, Gudrid se quedó con su padre, y permaneció a su lado durante todo el invierno.
En la primavera Thorbjorn celebró otra suntuosa fiesta en honor de sus amigos.
Muchos eran los presentes y la reunión se desarrollaba a gusto de todos. En cierto momento Thorbjorn pidió silencio y dijo: «He vivido aquí durante mucho tiempo; he gozado del favor y la amistad de todos, y puedo decir que con todos me he llevado siempre bien».
«Pero ahora me encuentro con problemas de dinero. Nunca hasta hoy mi casa ha sido tenida por humilde, y prefiero abandonar mi granja a perder mi dignidad, dejar mi país a deshonrar a mis parientes. He decidido recurrir a la promesa que me hizo mi amigo Eirik el Rojo cuando nos despedimos el uno del otro en Breidafjord, y si las cosas salen como espero, iré a Groenlandia este verano».
Aquella revelación afectó mucho a todos, pues Thorbjorn había sido siempre un hombre muy apreciado, pero comprendieron que, habiendo anunciado su partida tal como lo había hecho, resultaría de todo punto inútil tratar de disuadirlo.
Luego Thorbjorn repartió regalos entre los convidados, y poco después la fiesta tocó a su fin y todos regresaron a sus hogares.
Thorbjorn vendió sus tierras y compró una nave que descansaba en el Estuario de Hraunhafnar. Treinta personas decidieron acompañarlo a Groenlandia; entre ellas se contaban Orm de Arnarstapi y su esposa, junto con otros amigos de Thorbjorn que no habían querido separarse de él.
Se hicieron a la mar y empezaron la travesía con buen tiempo, pero en cuanto llegaron a alta mar el viento favorable los abandonó; se vieron envueltos en furiosas tormentas y poco pudieron avanzar durante aquel verano. La enfermedad apareció a bordo de la nave, y pronto pereció la mitad de la tripulación, incluyendo a Orm y su mujer Halldis. Entonces los mares se embravecieron aún más, y los supervivientes sufrieron terriblemente de desabrigo y otras penalidades. A pesar de todo, arribaron a Herjolfsnes justo al comienzo del invierno.
Thorkel, el granjero de Herjolfsnes, era hombre de valía y muy capaz. Invitó a Thorbjorn y a toda su tripulación a pasar con él todo el invierno, y cumplió holgadamente con lo que se esperaba de su hospitalidad. Thorbjorn y sus hombres disfrutaron mucho durante aquellos meses.

IV
LA PEQUEÑA SIBILA Y GUDRID

Por aquel tiempo hubo verdadera hambre en Groenlandia. Aquellos que habían partido en expediciones de caza habían tenido poco éxito y algunos de ellos ni siquiera volvieron.
Había en la Colonia una mujer que se llamaba Thorbjorg; era profetisa y la conocían con el nombre de la Pequeña Sibila. Había tenido nueve hermanas, pero ella era la única que seguía viva. Era su costumbre asistir a las fiestas en invierno; la invitaban siempre, especialmente aquellos que sentían una mayor curiosidad por conocer su propio porvenir o las perspectivas de la estación. Siendo Thorkel de Herjolfsnes el principal granjero del distrito, se pensaba que era suya la responsabilidad de averiguar cuándo llegarían a su fin las penalidades por las que atravesaban.
Así pues, Thorkel invitó a la adivina a su casa y preparó para ella un buen recibimiento, como era costumbre cuando se recibía a una mujer de su condición.
Se dispuso un sitial para ella y se colocó en él un cojín, relleno, como debía, de plumas de gallina.
Llegó al caer la noche con el hombre que había sido enviado a escoltarla. Iba vestida de esta manera: llevaba una capa azul atada con tiras de cuero, toda ella adornada con gemas hasta el dobladillo; tenía un collar de cuentas de vidrio; cubría su cabeza una capucha negra de piel de cordero, forrada con la piel de un gato blanco. Llevaba un bastón con empuñadura de cobre incrustada de piedras preciosas. Rodeaba su cintura un cinto de yesca, del cual pendía una bolsa grande y en ésta guardaba los talismanes que necesitaba para su magia. Calzaba sus pies con peludos zapatos de piel de becerro cuyos largos y gruesos cordones terminaban en grandes botones de latón. Enfundaba sus manos en guantes de piel de gato forrados de piel blanca.
Cuando ella entró en la sala, todos se sintieron obligados a darle una respetuosa bienvenida, y Thorbjorg respondió a cada uno según la opinión que le merecía. Thorkel la tomó de la mano y la condujo al asiento que habían preparado para ella.
Le pidió entonces que posara la mirada sobre su casa, su familia y sus rebaños.
Por el momento ella tenía poco que decir.
Más tarde sirvieron las mesas; y esto es lo que tuvo de comida la profetisa: le dieron gachas hechas con leche de cabra, y un segundo plato de corazones de las varias clases de animales de que allí se podía disponer. Usó una cuchara de latón, y un cuchillo con mango de colmillo de morsa montado con dos anillos de cobre, y con la punta de la hoja rota.
Cuando hubieron recogido las mesas, Thorkel se acercó a Thorbjorg y le preguntó si la habían complacido su casa y el comportamiento de los presentes, y que cuánto tardaría en responder a la pregunta cuya respuesta todos ansiaban conocer. Ella replicó que no daría respuesta alguna hasta la mañana siguiente, una vez hubiera pasado allí la noche durmiendo.
Avanzado el día siguiente, la proveyeron de todos los preparados que necesitaba para sus brujerías. Solicitó la ayuda de aquellas mujeres que recordaran los conjuros, conocidos por el nombre de Vardlokur (Cantos de Vardlok), de los que precisaba para hacer su magia, pero ninguna tenía noción alguna de aquella ciencia. Así que se hicieron averiguaciones entre toda la gente de la granja para ver si alguien conocía los cantos.
Entonces Gudrid dijo: «No soy ni una hechicera ni una bruja, pero cuando vivía en Islandia mi madre adoptiva, Halldis, me enseñó conjuros a los que llamaba Cantos de Vardlok».
Thorbjorg dijo: «Entonces es ésta una buena oportunidad de aprovechar tus conocimientos».
«Ésta es la clase de saber y ceremonia con la que no quiero tener nada que ver», dijo Gudrid, «porque soy cristiana».
«Bien pudiera ser», dijo Thorbjorg, «que con esto sirvieras de ayuda a otros, y no por ello serías una mujer peor. Pero lo dejaré en manos de Thorkel, puesto que él es quien debe proveerme de todo lo necesario».
Así que Thorkel hizo valer la ascendencia que tenía sobre Gudrid, y ésta consintió en hacer lo que él deseaba.
Las mujeres formaron un círculo en torno a la plataforma ritual, sobre la que tomó asiento la propia Thorbjorg. Entonces Gudrid cantó los cantos tan bien y tan bellamente que los presentes estaban seguros de que jamás habían oído voz más hermosa. La profetisa le dio las gracias por su canto.
«Hay ahora aquí muchos espíritus», dijo Thorbjorg, «a los que hechizó el cantar, y que antes habían intentado rehuirnos para no debernos obediencia. Y ahora se me revelan muchas cosas que antes permanecían ocultas, tanto para mí como para los otros».
«Y os digo que esta hambre no durará mucho más, y que todo mejorará con la llegada de la primavera. La epidemia, que ha persistido durante tanto tiempo, remitirá antes de lo esperado.»
«Y en cuanto a ti, Gudrid, te recompensaré en este mismo instante por la ayuda que nos has prestado, pues ahora puedo ver tu entero destino con gran claridad.
Contraerás el más distinguido de los matrimonios, aquí en Groenlandia, pero no durará mucho ya que todos tus caminos conducen a Islandia. Allí iniciarás un linaje grande y eminente, y sobre tu progenie brillará una luz muy clara. Y ahora, hija mía, adiós y que la suerte te acompañe.»
Entonces todos se acercaron a la profetisa y cada uno preguntaba aquello que más deseaba saber. Ella les respondió de buena gana, y hubo pocas cosas que no sucedieran tal como ella había predicho.
Luego llegó un mensajero desde una granja vecina buscando a Thorbjorg y ella marchó con él. En cuanto la profetisa se hubo ido enviaron a por Thorbjorn, que se había negado a quedarse en la casa mientras se llevaban a cabo tales prácticas paganas.
El tiempo mejoró rápidamente a medida que se acercaba la primavera, tal como Thorbjorg había anunciado. Thorbjorn aparejó su nave y partió hacia Brattahlid, donde Eirik el Rojo lo recibió con los brazos abiertos, y dijo que le alegraba su llegada. Thorbjorn y su familia pasaron con Eirik el invierno siguiente.
Y ya en primavera Eirik dio a Thorbjorn tierras en Stokkaness, donde éste construyó una buena casa en la que vivió de entonces en adelante.

V
LEIF DESCUBRE VINLANDIA
Eirik estaba casado con una mujer llamada Thjodhild, y tenía dos hijos, Thorstein y Leif; ambos eran jóvenes muy prometedores. Thorstein vivía en casa con su padre, y nadie en Groenlandia era juzgado tan prometedor, en aquel tiempo. En verano Leif había partido de Groenlandia con destino a Noruega, donde residiría junto al rey Olaf Tryggvason. Pero durante el viaje su nave fue arrastrada fuera de rumbo, yendo a parar a las Hébridas. Él y sus hombres permanecieron allí durante la mayor parte del verano en espera de vientos favorables.
Leif se enamoró allí de una mujer llamada Thorgunna; era de noble cuna, y Leif se dio cuenta de que era dueña de una especial sabiduría. Cuando estaba a punto de partir, Thorgunna le preguntó si podía ir con él. Leif preguntó a su vez si sus parientes lo consentirían, y ella le respondió diciendo que no le importaba. Leif replicó que no juzgaba prudente raptar a una mujer tan bien nacida en un país extraño, «porque no somos suficientes para salir con bien de la empresa».
«No estoy segura de que prefieras seguir el otro camino», dijo Thorgunna.
«Correré ese riesgo», replicó Leif.
«Entonces debo revelarte», dijo Thorgunna, «que estoy embarazada, y que tú eres responsable del niño que espero. Presiento que daré a luz un hijo varón, cuando llegue el momento, y aun cuando tú te niegues a dejar que ello te afecte, me propongo criar al niño y enviártelo a Groenlandia tan pronto como pueda viajar en compañía de otros. Tengo la sensación de que tener un hijo conmigo te disgustará más de lo que te complace abandonarme. Y de cualquier modo yo también tengo la intención de ir a Groenlandia alguna vez».
Leif le dio un anillo de oro, una capa de lana groenlandesa tejida en casa y un cinturón de marfil de morsa.
El niño, al que llamaron Thorgils, llegó tiempo más tarde a Groenlandia, y Leif lo reconoció como hijo suyo. Algunas gentes cuentan que este Thorgils llegó a Islandia el verano anterior a que acontecieran las Maravillas del río Frod. Thorgils marchó después a Groenlandia, y dicen que desde entonces y para siempre algo misterioso pareció acompañarle.
Leif y sus hombres salieron navegando de las Hébridas y llegaron a Noruega en otoño. Se unió a la corte del rey Olaf Tryggvason, que lo honró grandemente y lo juzgó hombre de talento.
En cierta ocasión el rey habló con Leif y le dijo: «¿Tienes la intención de ir en tu nave a Groenlandia este verano?»
«Sí», respondió Leif, «si dais vuestro consentimiento».
«Pienso que sería una buena idea», dijo el rey. «Has de ir allí con la misión que ahora te encomiendo: predicar el cristianismo en Groenlandia.»
Leif dijo que era propio del rey mandar, pero añadió que en su opinión era esa una misión difícil de llevar a buen término en Groenlandia.
El rey replicó que no se le ocurría nadie mejor dotado que él para llevar a cabo aquella empresa, «y tu buena estrella te ayudará».
«Ello sólo será así», dijo Leif, «si también cuento con el amparo de la vuestra».
Leif se hizo a la vela en cuanto estuvo dispuesto; tropezó con sucesivas dificultades en el mar, y finalmente dio con unas tierras cuya existencia nunca hubiera sospechado. Había allí campos de trigo silvestre, «trigo que se sembró a sí mismo», y vides, y arces entre otros muchos árboles. Tomaron muestras de todas aquellas cosas.
Leif se encontró con algunos marinos cuyo barco había naufragado y los llevó con él a su casa y les brindó su hospitalidad, acogiéndolos durante todo el invierno.
Mostró su gran magnanimidad y bondad rescatando a aquellos náufragos, e iguales cualidades probaría tener más tarde al introducir el cristianismo en el país.
Desde entonces se le conoció con el nombre de Leif el Afortunado.
Leif desembarcó en Eiriksfjord y volvió a su hogar en Brattahlid donde lo recibieron con los brazos abiertos. En seguida comenzó a predicar el cristianismo y la fe católica por todo el país, revelando a las gentes el mensaje del rey Olaf Tryggvason y descubriéndoles cuánta excelencia y cuánta gloria había en esta fe.
Eirik se resistía a abandonar su vieja religión, pero su mujer, Thjodhild, se convirtió muy pronto e hizo que construyeran una iglesia, aunque no demasiado cerca de la granja. La llamaron Iglesia de Thjodhild, y allí ella y otros muchos que también habían abrazado el cristianismo elevaban sus plegarias. Thjodhild se negó a seguir viviendo con su marido una vez se hubo convertido, y esto apenó mucho a Eirik. Se hablaba entonces mucho de ir en busca de aquel país que Leif había descubierto. El que en ello más destacaba era su hermano Thorstein Eiriksson, hombre popular y bien informado. Muchos abordaban también a Eirik el Rojo, pues tenían gran fe en su previsión y buena estrella. Eirik estaba al principio poco dispuesto, pero no pudo negarse cuando sus amigos lo apremiaron.
Así que aparejaron la nave que Thorbjorn Vifilsson había traído de Islandia y enrolaron una tripulación de veinte hombres. Llevaron consigo poco ganado, pero muchas armas y provisiones.
La mañana en que Eirik abandonó su casa para embarcarse, cogió un cofre lleno de oro y plata y lo ocultó. Después partió a caballo, pero antes de que hubiera ido muy lejos fue arrojado a tierra por su montura, se rompió algunas costillas, se hirió en el hombro y gritó: «A-aay». A raíz de ello envió un mensaje a su mujer pidiéndole que desenterrara el tesoro que había ocultado, pues creía que había sido castigado por esconderlo.
Entonces se hicieron a la mar desde Eiriksfjord. Se sentían felices e ilusionados por lo que esperaban encontrar, pero hubieron de lidiar con el mal tiempo, y fueron incapaces de alcanzar los mares que buscaban. Un día avistaban Islandia; al otro veían pájaros que venían de Irlanda. Su nave fue zarandeada de un lado a otro a través del océano. En otoño emprendieron el regreso a Groenlandia y arribaron a Eiriksfjord al comienzo del invierno, derrotados por el desabrigo y la fatiga.
Entonces dijo Eirik: «En verano, cuando navegabais alejándoos del fiordo, estabais mucho más alegres de lo que estamos ahora, pero, por si sirve de consuelo, diré que creo que todavía hay muchas cosas buenas aguardándonos».
«Sería un noble gesto»,opinó Thorstein, «proporcionar lo indispensable a todos aquellos que lo han perdido todo, y encontrarles alojamiento para el invierno».
«Hay mucha verdad en el dicho que afirma que uno nunca sabe hasta que le responden», dijo Eirik, «y así ha ocurrido en este caso. Se hará como tú propones».
Todos aquellos que no tenían adonde ir bajaron a tierra y se alojaron en la casa de Eirik con éste y con su hijo.

VI
THORSTEIN EIRIKSSON MUERE

Sucedió que Thorstein Eiriksson pidió la mano de Gudrid Thorbjarnardottir; la petición fue bien recibida tanto por ella como por su padre, Thorbjorn. Se llegó a un acuerdo, y Thorsíein tomó por esposa a Gudrid en Brattahlid, en otoño. El banquete de bodas estuvo muy concurrido y fue del gusto de todos.
Thorstein poseía una granja en Lysufjord, en la Colonia Occidental. Otro hombre, también llamado Thorstein, era dueño de la mitad de aquella propiedad, y tenía una mujer llamada Sigrid.
Thorstein Eiriksson, junto con su mujer Gudrid, se mudó a Lysufjord en otoño para pasar el invierno con su tocayo, y allí se les dio una cálida bienvenida.
A comienzos del invierno una enfermedad brotó entre los habitantes de la granja.
El capataz, un hombre impopular llamado Gardi, fue el primero en caer enfermo y en morir. En seguida muchos otros contrajeron el mismo mal, y fueron muriendo uno tras otro. También enfermaron Thorstein Eiriksson y Sigrid, la mujer de su tocayo.
Una noche Sigrid quiso salir al retrete que había frente a la puerta principal. Gudrid la acompañó. Mientras aún estaban fuera, mirando hacia la puerta, Sigrid gritó:
«¡Oh!».
«Hemos sido muy imprudentes», dijo Gudrid. «No deberías haber salido con este frío. Apresurémonos a entrar en casa.»
«No voy a entrar ahora», replicó Sigrid, «porque todos los muertos están alineados ante la puerta. Puedo ver a tu marido Thorstein entre ellos y también puedo verme
a mí misma allí. ¡Qué horrible visión!».
Pero aquello pasó y Sigrid dijo: «Ya no los veo».
También se había desvanecido el capataz muerto, a quien ella creía haber visto azotando a los otros con un látigo. Tras esto las mujeres volvieron adentro.
A la mañana siguiente Sigrid ya había muerto, e hicieron un ataúd para ella.
Aquel mismo día algunos hombres salieron de pesca, y Thorstein de Lysufjord los acompañó hasta el embarcadero; al anochecer bajó otra vez a ver cuánto habían pescado. Entonces Thorstein Eiriksson le envió un mensaje pidiéndole que volviera en seguida porque el desorden reinaba en la casa, y el cadáver de Sigrid trataba de levantarse para meterse en la cama con él. Cuando Thorstein de Lysufjord regresó, ella ya estaba junto al lecho de su tocayo; la agarró con fuerza y le clavó un hacha en el pecho.
Thorstein Eiriksson murió al anochecer. El otro Thorstein le dijo a Gudrid que se acostara y que durmiera, asegurándole que él velaría los cadáveres hasta el día siguiente. Ella se metió en la cama y cayó dormida al instante. Recién entrada la noche, el cadáver de Thorstein Eiriksson se incorporó y habló; dijo que quería que Gudrid acudiera a su presencia, pues deseaba hablar con ella: «Es la voluntad de Dios que a mí se me conceda esta hora para que pueda arrepentirme de lo que hice en vida».
El otro Thorstein fue en busca de Gudrid y la despertó. Le dijo que se santiguara y que rezara pidiendo ayuda a Dios. «Thorstein Eiriksson me ha dicho que quiere hablarte», dijo. «Debes decidir qué hacer por ti misma; yo no puedo señalarte el camino».
Gudrid contestó: «Es muy probable que este misterioso acontecimiento termine en algo que se recuerde para siempre. Pero confío en la protección divina, y contando con la misericordia de Dios, correré el riesgo de hablar con él, pues nunca podría evitar sufrir daño si ello es a lo que se me ha destinado, y peor aún sería que su cadáver echase a andar y nos siguiese rondando, como sospecho que sucedería si yo eligiera el camino más fácil».
Así que Gudrid fue a ver a Thorstein, y le pareció que estaba derramando lágrimas. Thorstein le susurró al oído unas pocas palabras que sólo ella pudo oír, y entonces dijo: «Benditos sean aquellos que son fieles a su fe, porque hallarán salvación y misericordia; pero», añadió, «hay muchos que no cumplen como deben con los preceptos de su fe».
«Es una mala costumbre la que se ha adquirido aquí en Groenlandia tras la llegada del cristianismo, dar sepultura a la gente en tierra no consagrada, sin apenas honras fúnebres. Quiero que me llevéis a la iglesia en compañía de aquellos otros que han muerto aquí, todos excepto Gardi, a quien quiero que quemen en una pira tan pronto como sea posible, porque es él el responsable de todos los encantamientos que han tenido lugar aquí este invierno.»
También le habló a Gudrid acerca de su futuro y le predijo un destino magnífico, pero le advirtió que no debía casarse con un groenlandés. Por último la instó a que donara el dinero de ambos a la Iglesia o lo repartiese entre los pobres; y, dicho esto, se desplomó por segunda vez.
Era costumbre en Groenlandia, desde la llegada del cristianismo, enterrar a la gente en suelo no consagrado, cerca de las granjas donde hubieran muerto; se hincaba en la tierra una estaca encima del pecho del difunto, y más tarde, cuando llegaban los sacerdotes, arrancaban la estaca y derramaban agua bendita en el hoyo, y se celebraban las exequias, sin que importara el tiempo transcurrido desde el entierro.
Llevaron los cuerpos a la iglesia de Eiriksfjord y los sacerdotes oficiaron los funerales.
Algún tiempo después murió Thorbjorn Vifilsson, y su hija Gudrid lo heredó todo. Eirik el Rojo la acogió en Brattahlid y cuidó bien de ella y de todos sus asuntos.

VII
KARLSEFNI EN GROENLANDIA
Había un hombre llamado Thorfinn Karlsefni, que era el hijo de Thord Cabeza de Caballo, y que vivía en el norte de Islandia, en Skagafjord, en un lugar antes llamado Reynines y que hoy se llama Stad. Karlsefni era un hombre muy rico y de noble linaje; su madre se llamaba Thorunn.
Era un mercader al que su oficio llevaba a mares lejanos, y tenía buena reputación como tal. Un verano aparejó su nave para emprender viaje a Groenlandia; Snorri Thorbrandsson de Alptafjord se unió a él, y reunieron cuarenta hombres entre los dos.
Un hombre llamado Bjarni Grimolfsson, de Breidafjord, y su socio, un hombre llamado Thorhall Gamlason, de los fiordos del Este, aparejaron también su nave para viajar a Groenlandia aquel mismo verano, con otros cuarenta hombres a bordo.
Cuando todo estuvo preparado, los dos barcos se hicieron a la mar. No hay relato alguno que diga cuánto tiempo estuvieron en el mar, pero ambas naves arribaron a Eiriksfjord en otoño.
Eirik y algunos otros colonos bajaron a caballo hasta donde descansaban las naves, y el comercio que siguió contentó a todos. Los capitanes invitaron a Eirik a que tomara lo que quisiera de entre sus mercancías; Eirik no iba a ser menos en lo que a generosidad se refiere e invitó a ambas tripulaciones a que se alojaron en Brattahlid durante todo el invierno. Los comerciantes aceptaron su oferta y fueron a casa de Eirik. Acarrearon sus mercaderías a Brattahlid, donde había bastantes almacenes, todos ellos amplios y apropiados, y allí las guardaron.
Los comerciantes pasaron un agradable invierno en compañía de Eirik, pero, a medida que se acercaba la Navidad, éste mostraba cada vez mayor tristeza.
Un día Karlsefni habló a Eirik y dijo: «¿Hay algo que marche mal, Eirik? Siento que estás mucho más decaído que antes. Nos has brindado la hospitalidad más sincera y es nuestro deber corresponder a tu amabilidad lo mejor que podamos.
Cuéntame, ¿cuál es la causa de tus preocupaciones?».
«Habéis aceptado mi hospitalidad con cortesía y buenas maneras», respondió Eirik, «y no se me ocurre a mí pensar que nuestro mutuo trato vaya a traeros descrédito alguno, sino muy al contrario. Estoy triste porque no me gustaría que se dijera que soportasteis una Navidad tan miserable como la que ahora se anuncia».
«No hay razón para tus temores, Eirik», dijo Karlsefni. «Trajimos con nosotros malta, harina y trigo en abundancia, y se encuentra a tu disposición todo lo que de ello precises para preparar un banquete tan copioso como tu generosidad exige.»
Eirik aceptó la oferta, y se hicieron los preparativos para la fiesta de Navidad, y ésta resultó tan completa que los convidados pensaron que pocas veces habían asistido a una tan magnífica.
Pasada la Navidad Karlsefni se acercó a Eirik y le pidió la mano de Gudrid Thorbjarnardottir, a quien creía bajo la tutela de Eirik, porque pensaba que era una mujer hermosa y capaz. Eirik le aseguró que respaldaría firmemente su petición, y dijo que ella era merecedora del mejor partido. «Y es probable que ella cumpla su destino casándose contigo», dijo. Añadió que había oído a muchos elogiar a Karlsefni.
Transmitieron a Gudrid la oferta de matrimonio y ella consintió en aceptar el consejo de Eirik, y, para no hacer de ello una larga historia, el resultado fue que se celebró el matrimonio, y que a la fiesta de Navidad sucedió la fiesta de bodas.
Aquel invierno en Brattahlid les regaló días felices, y jugaron al ajedrez, se contaron historias y gozaron de los muchos entretenimientos que dan calor a una familia.

VIII
KARLSEFNI VA A VINLANDIA

Durante ese mismo invierno se habló mucho en Brattahlid acerca de partir en busca de Vinlan-dia, donde, se decía, había excelentes tierras por ocupar. A resultas de ello, Karlsefni y Snorri Thorbrandsson aparejaron su nave y se aprestaron a salir en busca de Vinlandia aquel verano.
Bjarni Grimolfsson y Thorhall Gamlason decidieron sumarse a la expedición con su propio barco y con la tripulación que habían traído de Islandia.
Había un hombre llamado Thorvard, que era el yerno de Eirik el Rojo.
Había otro hombre llamado Thorhall, que era conocido por el nombre de Thorhall el Cazador; había estado al servicio de Eirik durante largo tiempo, ocupándose de cazar para él en verano, y de otros muchos cometidos. Era un hombre inmenso, moreno y tosco. Cada vez más viejo, malhumorado y marrullero, casi siempre taciturno, pero deslenguado cuando hablaba, fue siempre un buscarruidos. No había tenido mucho trato con el cristianismo desde la llegada de éste a Groenlandia. No era muy popular, pero él y Eirik habían sido siempre buenos amigos. Acompañó a Thorvald, el hijo de Eirik, y a los otros porque había pasado por la experiencia de recorrer más de una región salvaje.
Disponían del barco que Thorbjorn Vifilsson había traído de Islandia, y cuando se unieron a Karlsefni los groenlandeses formaban el grupo más numeroso de la tripulación. Un total de ciento sesenta personas iba a tomar parte en aquella expedición.
Marcharon primero hacia la Colonia Occidental. Luego fueron a Bjarneyjar (Islas del Oso). Desde allí navegaron delante de un viento del norte, y después de dos días en el mar avistaron tierra, decidieron explorarla, y se dirigieron a ella remando en sus botes.
Hallaron allí muchas lajas tan grandes que dos hombres con los pies enfrentados hubieran podido dormir sobre ellas. Entre los animales de aquellas tierras, eran los zorros los que más destacaban por su número. Dieron nombre a aquel país, y lo llamaron Helluland (Tierra de Piedras Llanas).
Desde allí navegaron otros dos días con viento norte, hasta que avistaron tierra a proa; era un país densamente arbolado, y en él abundaban los animales.
Había una isla hacia el sureste donde encontraron osos, por lo que la llamaron Bjarney (Isla del Oso). También dieron nombre a la arbolada de tierra firme, Markland (Tierra de Forestas).
Dos días después volvieron a avistar tierra, y hacia ella mantuvieron el rumbo; era un promontorio aquello a lo que se acercaban. Viraron para bordear el litoral, dejando la tierra a estribor.
Era una costa abierta y no ofrecía puerto natural alguno, sino largas playas y arenales. Fueron a tierra en sus botes y encontraron la quilla de un barco y por ello dieron el nombre de Kjalarnes (Cabo de la Quilla) a aquel lugar. Llamaron Furdustrandir (Riberas Maravillosas) a esa parte de la costa, por lo mucho que habían tardado en recorrerla.
De pronto el litoral mostró, los dientes y hubo entonces bahías; los viajeros entraron en una de ellas.
Tiempo atrás, cuando Leif Eiriksson compareció ante el rey Olaf Tryggvason y éste le pidió que predicase el cristianismo en Groenlandia, el propio rey le dio una pareja de escoceses, un hombre llamado Haki y una mujer llamada Hekja. El rey le dijo a Leif que los empleara especialmente en aquellas misiones que requiriesen la mayor celeridad, ya que podían correr más velozmente que los ciervos. Leif y Eirik se los habían cedido a Karlsefni para aquella expedición.
Cuando las naves hubieron sobrepasado Furdustrandir, los dos escoceses fueron bajados a tierra y les mandaron correr en dirección sur para explorar el país y los recursos que ofrecía, y que volvieran antes de que hubiera acabado el tercer día.
Llevaban sendos «bjafal» por vestido; el «bjafal» tenía una capucha y aberturas en los costados, carecía de mangas y se abrochaba entre las piernas con un lazo y un botón.
Echaron anclas allí y se quedaron esperando, y a los tres días los escoceses volvieron corriendo a la orilla; uno de ellos traía algunos racimos de uvas, y el otro unas pocas espigas de trigo silvestre. Dijeron a Karlsefni que creían que habían dado con una buena tierra.
Fueron conducidos a bordo, y reemprendieron la navegación hasta llegar a un fiordo, en el que entraron con sus naves. En su embocadura había una isla alrededor de la cual fluían muy poderosas corrientes, y por ello la llamaron Straumsey (Isla de las Corrientes). Había allí tantos pájaros que uno apenas podía plantar el pie entre sus huevos.
Los marinos siguieron fiordo adentro, y lo llamaron Straumfjord (Fiordo de la Corriente), descargaron sus barcos y dispusieron lo necesario para establecerse allí. Habían llevado con ellos ganado de todas clases, y miraron en torno para ver qué les podía proporcionar la naturaleza. Había montañas y el país era hermoso de contemplar, pero a ellos no les interesaba nada sino explorarlo. La hierba, muy alta, crecía por doquier .
Pasaron allí aquel invierno, que resultó ser un invierno muy duro; durante el verano no habían hecho acopio de víveres para mejor afrontarlo, y ahora andaban escasos de comida y faltaba la caza. Se trasladaron a la isla con la esperanza de que les ofreciera caza, o alguna ballena embarrancada, pero allí había poca comida que encontrar, salvo para el ganado. Entonces rogaron a Dios que les enviara algo que comer, pero la respuesta no llegó tan prontamente como ellos hubieran deseado.
Entretanto, Thorhall el Cazador desapareció y salieron en su busca. Lo buscaron durante tres días, y al cuarto Karlsefni y Bjarni lo localizaron en lo alto de un farallón. Miraba fijamente al cielo, muy abiertos los ojos, la boca y las ventanas de la nariz, y se arañaba, se pellizcaba y murmuraba.
Le preguntaron qué estaba haciendo allí; él replicó que no era asunto suyo, y les dijo que no debían sorprenderse, y que ya tenía edad suficiente como para cuidar de sí mismo sin su ayuda. Le instaron a que volviera a casa con ellos y así lo hizo.
Un poco más tarde, embarrancó una ballena y se apresuraron a descuartizarla.
Nadie fue capaz de decir qué clase de ballena era, ni siquiera Karlsefni, que conocía a fondo estos animales. Los cocineros cocieron la carne, pero en cuanto los hombres la hubieron comido cayeron enfermos.
Entonces Thorhall el Cazador se adelantó y dijo: «¿Acaso no se ha manifestado Barbarroja con más poder que vuestro Cristo? Ésta es la recompensa que recibo por haber compuesto un poema para mayor gloria de Thor, mi patrón; él me ha fallado pocas veces».
Cuando los otros comprendieron el significado de lo que decía se negaron a volver a comer la carne de la ballena, y la arrojaron desde un acantilado y se encomendaron a Dios. Entonces el tiempo les concedió una tregua que les permitió salir de pesca, y después de aquello no hubo más escasez de alimentos.
En primavera regresaron a Straumfjord e hicieron acopio de víveres: caza de tierra firme, huevos de la isla y peces traídos del mar.

IX
THORHALL SE SEPARA
Discutieron entonces el camino que se debía tomar y presentaron sus planes respectivos. Thorhall el Cazador quería ir hacia el norte, más allá de Furdustrandir y Kjalarnes, para buscar Vinlandia; Karlsefni, por el contrario, quería ceñir la costa en dirección sur, porque creía que el país mejoraría a medida que se alejaran hacia el sur, y juzgaron conveniente poner a prueba ambos proyectos.
Thorhall aparejó su barco en el lugar más abrigado de la isla; sólo nueve hombres se habían unido a él, el resto de los viajeros acompañó a Karlsefni.
Un día, tras beber un sorbo del barril de agua que acarreaba a bordo de su barco, Thorhall recitó:
«Estos guerreros de corazón de roble
con un cebo me atrajeron a esta tierra,
con la promesa de bebidas indecibles;
¡ahora podría maldecir este país!
pues yo, el que lleva yelmo,
debo ahora hincarme de rodillas ante un manantial
y arrastrar un barril de agua;
ni una gota de vino ha tocado mis labios.»
Entonces se hicieron a la mar y Karlsefni los acompañó hasta que llegaron a la altura de la isla. Antes de izar la vela Thorhall cantó:
«Regresemos ahora
al hogar de nuestros compatriotas;
deja que nuestra nave que cruza el océano a zancadas
explore las anchas regiones de la mar
mientras estos ansiosos hombres-espada
que alaban estas tierras
se establecen en Furdustrandir
y cuecen ballenas.»
Y con esto se dividieron en dos grupos. Thorhall y su tripulación navegaron rumbo al norte, más allá de Furdustrandir y Kjalarnes, y trataron de virar hacia el oeste desde allí. Pero toparon con furiosos vientos de proa que se apoderaron del barco y lo llevaron a Irlanda. Allí fueron cruelmente vencidos y esclavizados; y allí murió Thorhall.

X
KARLSEFNI VIAJA HACIA EL SUR
Karlsefni navegó con rumbo sur ciñendo la costa, en compañía de Snorri, Bjarni y el resto de la expedición. Navegaron durante largo tiempo y el azar los llevó a un río que se deshacía en un lago, renacía y moría en el mar. Frente a la desembocadura del río se extendían amplios bancos de arena, por lo que sólo podían acceder a ella con la marea alta.
Karlsefni y sus hombres penetraron el estuario, y llamaron Hope (Bahía de la Marea) a aquel lugar. Allí encontraron trigo silvestre que crecía en las tierras bajas, y vides en las tierras más altas. Los peces bullían en todos los arroyos.
Cavaron zanjas en la marca que había dejado la marea alta al retirarse; subió la marea, y cuando volvió a bajar había halibuts atrapados en las zanjas. En los bosques vivía un gran número de animales de todas clases, y el ganado seguía con ellos.
Permanecieron allí durante quince días; olvidados de las penas gozaron de todo.
Pero una mañana temprano miraron en torno y distinguieron nueve canoas de cuero. Los hombres que iban en ellas agitaban palos que producían un sonido semejante al que hacen los mayales desgranando maíz; el movimiento de los palos seguía el camino del sol.
Karlsefni preguntó: «¿Qué puede significar esto?».
«Bien pudiera ser una señal de paz», respondió Snorri. «Cojamos un escudo blanco y vayamos con él a su encuentro.»
Así lo hicieron. Los recién llegados remaron hacia ellos y los miraron con asombro cuando llegaron a tierra. Eran pequeños y de malvada apariencia y su pelo descuidado; tenían ojos grandes y anchos pómulos. Se quedaron donde estaban durante un rato, maravillándose, y luego se alejaron remando hacia el sur y rodearon el promontorio.
Karlsefni y sus hombres habían construido su poblado sobre una cuesta que daba al lago; algunas de las casas tocaban casi el agua, otras estaban un poco más lejos. Pasaron allí todo aquel invierno. No nevó una sola vez y el ganado sobrevivió sin ayuda.

XI
LOS SKRAELINGAR ATACAN
De pronto, una mañana temprano, en primavera, vieron un gran enjambre de canoas de cuero que se acercaba desde el sur, rodeando el promontorio, una horda tan densa que parecía que el estuario estaba sembrado de carbón, y se blandían palos en todas las canoas. Los hombres de Karlsefni alzaron sus escudos y los dos grupos se entregaron al comercio.
La tela roja era la mercancía que más deseaban comprar los nativos; también querían comprar espadas y lanzas, pero Karlsefni y Snorri prohibieron esa venta.
A cambio de las telas entregaban pieles grises. Los nativos tomaban un palmo de paño rojo por cada piel y ataban las telas alrededor de sus cabezas. El trueque se desarrolló de ese modo durante algún tiempo, hasta que la tela empezó a escasear; entonces Karlsefni y sus hombres las cortaron en piezas que no eran más anchas que un dedo, pero los skraelingar pagaron por ellas tanto o más que antes.
Entonces sucedió que un toro que pertenecía a Karlsefni y sus hombres salió a la carrera de los bosques, bramando furiosamente. El terror se apoderó de los skraelingar, que corrieron a sus canoas y se alejaron remando hacia el sur y rodearon el promontorio.
Después de aquel suceso los skraelingar no dieron señales de vida durante tres semanas enteras. Pero a su término los hombres de Karlsefni vieron un enorme número de canoas que se acercaban desde el sur, derramándose como un torrente. Esta vez blandían los palos en la dirección opuesta a la que sigue el sol y todos los skraelingar aullaban. Karlsefni y sus hombres alzaron entonces escudos rojos y avanzaron hacia ellos.
Cuando se produjo el choque nació una feroz batalla, y una granizada de proyectiles partió de las catapultas de los skraelingar y vino volando sobre ellos.
Karlsefni y Snorri vieron cómo izaban una gran esfera de color azul oscuro a un poste. La esfera pasó volando sobre las cabezas de los hombres de Karlsefni y produjo un horrible estrépito cuando dio contra el suelo. Aquello causó en Karlsefni y los suyos espanto tan grande que su único pensamiento fue el de huir, y se retiraron subiendo por las márgenes del río. No se detuvieron hasta alcanzar unos riscos, donde se aprestaron a ofrecer firme resistencia.
Se aventuró Freydis a salir de su refugio y presenció la huida, y gritó: «¿Por qué vosotros, hombres tan osados, emprendéis tan vergonzosa fuga ante enemigos tan miserables como éstos? Deberíais ser capaces de degollarlos como si de ganado se tratara. Si yo tuviera algún arma estoy segura de que podría enfrentarlos mejor que cualquiera de vosotros».
Los hombres no prestaban atención alguna a lo que iba diciendo. Freydis trató de unirse a sus compañeros, pero no podía reducir la distancia que la separaba de ellos porque estaba embarazada. Cuando penetró en los bosques en pos de ellos, los skraelingar estaban ya muy cerca. Frente a ella yacía un hombre muerto, Thorbrand Snorrason, con una piedra incrustada en la cabeza y con su espada a los pies. Agarró la espada y se dispuso a defenderse. Cuando los skraelingar vinieron corriendo hacia ella, sacó uno de sus pechos del corpino y dio en él con su espada. Al ver aquello cundió el pánico entre los skraelingar, que corrieron a sus canoas y huyeron a toda prisa.
Karlsefni y los suyos se acercaron a Freydis y encomiaron su bravura. Dos de ellos habían perecido y cuatro de los skraelingar habían corrido la misma suerte, a pesar de que los enemigos de Karlsefni y sus hombres eran mucho más numerosos.
Retornaron a sus casas y se preguntaron acerca de la fuerza que había atacado desde el interior. Se dieron cuenta, entonces, de que los únicos atacantes habían sido aquellos que habían venido en canoa, y que la otra fuerza no había sido sino ilusión.
Los skraelingar hallaron al segundo normando muerto, cuya hacha reposaba a su lado. Uno de ellos golpeó una roca con ella y la hoja se quebró; y juzgando al hacha carente de valor porque no había podido aguantar el choque con la piedra, la arrojó lejos.
Karlsefni y los demás ya habían tenido ocasión de comprender que, a pesar de que la tierra aquella era excelente, no podrían disfrutar allí de una vida tranquila y libre de temores a causa de los nativos. En consecuencia se aprestaron a abandonar el lugar y volver a casa. Se marcharon navegando en dirección norte a lo largo de la costa. Tropezaron con cinco skraelingar que dormían envueltos en pieles; junto a ellos había varios recipientes llenos de tuétano de ciervo mezclado con sangre. Los hombres de Karlsefni supusieron que habían sido expulsados del grupo que los había atacado, y los mataron.
Llegaron entonces a un promontorio en el que había numerosos ciervos; el promontorio semejaba un gigantesco pastel de estiércol, ya que los animales solían invernar allí.
Poco después Karlsefni y sus hombres llegaron a Straumfjord, donde abundaba todo aquello de lo que necesitaban.
Según cuentan algunos, Bjarni Grimolfsson y Freydis se habían quedado atrás, en Straumfjord, con cien personas, mientras Karlsefni y Snorri navegaban al sur junto con cuarenta hombres y, después de pasar dos meses escasos en Hope, volvían aquel mismo verano.
Karlsefni salió en su nave en busca de Thorhall el Cazador, mientras el resto de los expedicionarios permanecía donde estaba. Navegó con rumbo norte hasta sobrepasar Kjalarnes y entonces viró hacia el oeste, dejando la tierra a babor. Era aquella una región boscosa, salvaje y desierta, y cuando la hubieron atravesado en su mayor parte llegaron a un río que corría en dirección este-oeste hasta perderse en el mar. Penetraron en la desembocadura del río y se pusieron al pairo junto a la ribera sur.

XII
THORVALD EIRIKSSON MUERE
Un día, por la mañana, Karlsefni y sus hombres vieron que algo resplandecía en la parte más distante del claro, y vocearon para llamar su atención. Aquello se movió y resultó ser un Unípede que se acercó brincando a la nave donde Thorvald, el hijo de Eirik el Rojo, estaba sentado al timón. El Unípedo le disparó una flecha que lo alcanzó en la ingle.
Thorvald se arrancó la flecha y dijo: «Es un país rico este que hemos encontrado; una capa de grasa viste mis entrañas».
Poco después la herida acababa con él.
El Unípedo escapó velozmente en dirección norte. Karlsefni y sus hombres trataron de darle caza y lo vislumbraron más de una vez mientras proseguía su huida. Finalmente desapareció dentro de un arroyo y los perseguidores se resignaron al fracaso y regresaron. Uno de los hombres recitó esta estrofa:
«Sí, es cierto,
nuestros hombres acosaron
al Unípedo
camino del mar;
la sobrenatural criatura
corría como el viento
por encima de la tierra más áspera;
escucha esto, Karlsefni.»
Entonces se alejaron navegando con rumbo norte, y pensaron que podían visitar la Tierra del Unípedo, pero decidieron no arriesgar más veces la vida de la tripulación. Calcularon que las montañas que tenían al alcance de la vista se correspondían a grandes rasgos con aquellas que había en Hope, y que todas formaban parte de la misma cordillera, y estimaron que ambas regiones equidistaban de Straumfjord.
Regresaron a Straumfjord y pasaron allí el tercer invierno. Pero entonces las riñas se desataban con reiterada frecuencia; aquellos que seguían solteros importunaban continuamente a los hombres casados.
Transcurría el primer otoño cuando nació Snorri, el hijo de Karlsefni; tenía tres años cuando se marcharon.
Se hicieron a la mar delante de un viento del sur y llegaron a Markland, donde toparon con cinco skraelingar, un hombre barbado, dos mujeres y dos niños.
Karlsefni y sus hombres capturaron a los dos niños, pero los otros lograron zafarse y desaparecieron debajo de la tierra.
Llevaron a los niños con ellos, les enseñaron a hablar su lengua y los bautizaron.
Los niños dijeron que su madre se llamaba Vaetild y su padre Ovaegir. Contaron que dos reyes, uno de los cuales se llamaba Avaldamon y el otro Valdidida, reinaban en el país de los skraelingar. Dijeron que allí no había casas y que la gente vivía en cuevas o en hoyos excavados en la tierra, y que también había un país al que se accedía atravesando el suyo, en el que la gente iba por todas partes vestida de blanco y profería alaridos y llevaba palos de los que pendían pedazos de tela. Se piensa que ese país era Hvitra-mannaland (la Tierra de los Hombres Blancos). Por fin arribaron a Groenlandia y pasaron el invierno en compañía de Eirik el Rojo.

XIII
LA MUERTE DE BJARNI GRIMOLFSSON
El barco de Bjarni Grimolfsson fue arrastrado por el viento al Mar de Groenlandia.
Se habían metido, inopinadamente, en aguas infestadas de gusanos y, antes de darse cuenta, el vientre del barco estaba acribillado bajo sus pies y empezó a hundirse.
Discutieron acerca de lo que debían hacer. Disponían de un bote que habían protegido con brea hecha con grasa de foca; se dice que los gusanos de concha no pueden penetrar la madera calafateada tal como aquélla lo había sido. La mayor parte de la tripulación opinó que debían cargar ese bote con tanta gente como pudiera soportar. Pero cuando comprobaron la cabida del bote vieron que éste sólo podía llevar a la mitad de ellos.
Entonces Bjarni dijo que los ocupantes del bote debían ser elegidos por sorteo y no atendiendo a su rango.
Pero, desoyendo a Bjarni, todos intentaban meterse en el bote. Éste, sin embargo, no podía acogerlos a todos, y, comprobado este extremo, acordaron al fin aceptar la idea de echar a suertes las plazas disponibles. Cuando se efectuó el sorteo, la fortuna decidió que el propio Bjarni, junto con cerca de la mitad de la tripulación, ganara una plaza, y todos ellos abandonaron el barco para ir en el bote.
Cuando estuvieron en él, un joven islandés que había sido compañero de a bordo de Bjarni le preguntó: «¿Vas a dejarme aquí, Bjarni?».
«Así ha de ser», contestó Bjarni.
«Pero no es eso lo que prometiste cuando dejé la granja de mi padre en Islandia para ir contigo», dijo el joven.
«No veo ninguna otra salida», dijo Bjarni. «¿Se te ocurre a ti algo mejor?»
«Propongo cambiar nuestros puestos; que tú subas aquí y que yo baje ahí.»
«Así se hará», dijo Bjarni. «Puedo ver que no escatimarás esfuerzo alguno para salvar tu vida, y también veo tu temor a la muerte.»
Así que intercambiaron sus sitios. El islandés entró en el bote y Bjarni volvió a bordo de la nave. Y se dice que Bjarni y todos los que permanecieron con él en el barco perecieron en el Mar de los Gusanos.
Aquellos que pudieron entrar en el bote se alejaron navegando y tocaron tierra, y allí contaron esta historia.

XIV
LOS DESCENDIENTES DE KARLSEFNI
Dos veranos más tarde, Karlsefni regresó a Islandia en compañía de su hijo Snorri, y se dirigió a su granja de Reynines. Su madre juzgó que se había casado con una mujer indigna de él, y no se quedó aquel primer invierno en la casa de su hijo. Pero, cuando tuvo ocasión de comprobar que Gudrid era una mujer excepcional, volvió a casa y se llevó bien con ella.
Snorri Karlsefnisson, el hijo de Karlsefni, tuvo una hija llamada Hallfrid, que sería la madre del obispo Thorlak Runolfsson.
Karlsefni y Gudrid tuvieron otro hijo, llamado Thorbjorn, que sería el padre de Thorunn, la madre del obispo Bjorn.
Snorri Karlsefnisson tuvo un hijo llamado Thorgeir, que sería el padre de Yngvild, la madre del primer obispo Brand.
Y aquí termina esta saga.

martes, 26 de octubre de 2010

ADIOS ZECHARIA SITCHIN (1920-2010)

Adiós Zecharia






por Sergio Omar Marco

Hay personas, que sin conocerlas, nos marcan en la vida. Entre otras, podría nombrar en este momento a tres. El primero, recuerdo que yo era un adolecente cuando lo “conocí”, es Carl Sagan. Con su serie Cosmos me abrió un universo que yo ansiaba y no conocía, brindó una interrelación y popularización de las ciencias fascinante.
Sobre el segundo, también siendo joven, recuerdo haberme reído burlonamente del titulo de uno de sus libros: “Recuerdos del futuro”, jajá… pensé, como alguien va a recordar algo que no pasó. Creo que llegué a conseguir todos sus libros publicados en Argentina…soy fanático.
Y por último, al que conocí tan solo algunos años atrás al ver ciertos documentales: el maestro Zecharia Sitchin.
La claridad y la pasión con la explicó sus teorías, el mostrar con mayor minuciosidad los detalles de la misma, el desempolvar, como un experimentado arqueólogo, a la cultura sumeria, al la cual seguramente amaba, hizo que yo también la amara.
Sitchin, el que en las primeras páginas de su libro, el “12 º Planeta”, da la clave a toda su teoría abriendo un abanico de interpretaciones insospechadas, me dio la pauta para la publicación de mi primer artículo publicado en este blog bajo mi nombre.
Que se puede decir de una mente brillante que la prensa hoy ignora su desaparición. Muchos lo recordaremos como un “maestro”, otros ni siquiera sabrán que existió.

Zecharia… amigo al que no conocí, te guardaré siempre en mi corazón.

QEPD

***

En la página oficial de Erich Von Daniken puede leerse el siguiente comunicado:

“Zecharia Sitchin 1920-2010 Con gran pesar informamos que nuestro amigo y colega Zecharia Sitchin falleció el 9 de octubre. Que descanse en paz y continúe el viaje, en todas las circunstancias! "Nada es nunca totalmente perdido. Lo que es excelente, sigue siendo para siempre una parte de este Universo. " ~ Ralph Waldo Emerson. Un mensaje de Giorgio Tsoukalos R.: Es con gran tristeza que puedo informar a usted que Zecharia Sitchin ha fallecido, el 9 de octubre (!). La noticia sólo me ha llegado hace unos minutos y estoy fuera de mí por el dolor. RIP, Zach. Fue un honor haber sido su colega y, sobre todo, amigo. En la reflexión sombría, Giorgio 10/25/2010”

***

A modo de pequeña biografía(1):
Zecharia Sitchin (11 de Julio 1920 - 9 Octubre 2010) Autor y estudioso que promueve la teoría de los antiguos astronautas, el supuesto origen extraterrestre de la humanidad, la cual atribuye la creación de la cultura sumeria a los Anunnaki (o Nefilim) que proceden del planeta llamado Nibiru en el sistema solar.
Afirma que la Mitología sumeria refleja este punto de vista; contrariamente sus especulaciones han sido descartadas por bastantes científicos, historiadores y arqueólogos, que están en desacuerdo tanto en su traducción de textos antiguos como en su comprensión de la física.
Nacido en Rusia y educado en Palestina es licenciado en Historia Económica por la London School of Economics and Political Science, conoce en profundidad el hebreo clásico y el moderno, y lee el sumerio así como otros idiomas antiguos de oriente. Ha traducido y reinterpretado antiguas tablillas e inscripciones de los pueblos donde surgieron las primeras civilizaciones. Tenía su residencia en Nueva York, donde participó en programas de televisión y radio. Sus libros han sido traducidos a 26 lenguas.
A partir de su interpretación de poemas sumerios y acadios, de inscripciones hititas y de tablillas sumerias, acadias, babilonias y cananeas, además de los jeroglíficos egipcios, mezclándolo y relacionándolo todo con los libros del Antiguo Testamento, el Libro de los Jubileos y otras fuentes, ha llegado a conclusiones que en su opinión, le permiten abordar la historia de la humanidad y del planeta Tierra desde una óptica absolutamente distinta a la establecida oficialmente.

(1) - (Esta biografía está tomada de Wikipedia, a la que para este articulo tuve que realizarle alguna corrección)

sábado, 23 de octubre de 2010

MITOLOGIA NORDICA -LA SAGA DE LOS GROENLANDESES-

MITOLOGIA NORDICA
LA SAGA DE LOS GROENLANDESES



PRÓLOGO
Las sagas islandesas constituyen uno de los fenómenos más llamativos de la historia de la literatura, la Saga de los Groenlandeses y la Saga de Eirik el Rojo, ocupan entre ellas un lugar destacado ya que nos narran el descubrimiento e intento de colonización de América por los escandinavos hacia el año 1000. El tema de estas sagas se presta a la polémica y ha provocado múltiples y encontradas pasiones, por lo que se ha escrito más acerca de ellas que sobre cualquier otra saga islandesa; pero a menudo se las ha utilizado para defender una teoría preconcebida, de forma sensacionalista y poco objetiva, olvidando el espíritu con que fueron escritas y contribuyendo así al oscurecimiento y desprestigio de las narraciones de unos hechos cuyo fondo de verdad parece indudable. Nacidas en el siglo X, en las largas veladas al amor del fuego que los prolongados inviernos de Islandia propician, las sagas permanecieron recluidas en la tradición oral durante mucho tiempo: los sagnamenn las repetían de memoria en banquetes, sermones y asambleas, y alguna vez añadían frases de su cosecha. Sólo a partir de finales del siglo XII o principios del XIII, cuando los acontecimientos que narran han quedado alejados en el tiempo, se convierten en literatura escrita. La palabra saga es afín a los verbos sagen y say, decir y narrar en alemán e inglés, y significa relato en la lengua de los noruegos: relato de cosas sucedidas, historia registrada en palabras. Este término se aplica especialmente a las narraciones en prosa de las biografías, hechos y gestas de los islandeses, y luego también de los reyes de Noruega; las sagas son epopeyas en prosa, aunque a veces se intercala en el texto algún grupo aislado de versos.


LA SAGA DE LOS GROENLANDESES
(Texto)

por Antón y Pedro Casariego Córdoba.




I
EIRIK EXPLORA GROENLANDIA
Había un hombre llamado Thorvald, el hijo de Asvald, el hijo de Ulf, el hijo de Bueyes-Thorir. Thorvald era el padre de Eirik el Rojo. Él y Eirik abandonaron su hogar de Jaederen, en Noruega, a causa de unas muertes, y fueron a Islandia, que ya había sido ampliamente poblada por aquel entonces.
Empezaron por establecerse en Drangar (Rocas Altas), en Hornstrandir. Thorvald murió allí, y Eirik el Rojo se casó con Thjodhild, la hija de Jorund Ulfsson y de Thorbjorg-Pecho de Barco, que por entonces estaba casada con Thorbjorn el del Valle de Hauka, y se mudó al sur, para avecindarse en Eiriksstadir, junto al saliente de Vatn. Tuvieron un hijo llamado Leif.
Eirik fue desterrado de Haukadal (el Valle de Hauka) por haber dado muerte a Eyjolf Saur y a Hrafn el Duelista, así que se fue al oeste hacia Breidafjord (Fiordo Amplio) y se asentó en Oxney (la Isla de los Bueyes) en Eiriksstadir. Prestó las tablas de su sitial a Thorgest el de Breidabolstad. pero cuando pidió a éste que se las devolviera, no fue atendido, lo que dio pie a las riñas y disputas que los enfrentaron, tal como cuenta la saga de Eirik. StyrThorgrimsson, Eyjolf, de la Isla de Svin, Thorbjorn Vifilsson y los hijos de Thorbrand, de Alptafjord, se pusieron de la parte de Eirik; Thorgeir el del Valle de Hitar, y los hijos de Thord Gellir, respaldaban a Thorgest.
Eirik fue declarado proscrito y sentenciado al destierro en la Asamblea de Thorsnes. Aparejó su barco en Eiriksvag (la Bahía de Eirik) y, cuando estuvo preparado para hacerse a la mar, Styr y los otros le dieron escolta hasta más allá de las islas. Eirik les dijo que iría en busca de la tierra que Gunnbjorn Ulf-Krakason (el hijo de Ulf Cuervo) había avistado cuando, perdido el rumbo y arrastrado hacia el oeste a través del océano descubrió Gunnbjarnasker (los Islotes de Gunnbjorn); añadió que volvería para visitar a sus amigos si encontraba aquel país.
Se hizo a la mar pasado Snaefellsjokul (el Glaciar de Snaefell). Dio con el país que andaba buscando, y desembarcó cerca del glaciar que denominó Midjokul (Glaciar Medio) y que hoy se conoce con el nombre de Blaserk ,(o de la Camisa Azul).
Desde ese lugar navegó con rumbo sur a lo largo de la costa, para averiguar si el país era allí habitable. Pasó el primer invierno en Eiriksey (la Isla de Eirik) que está situada cerca del corazón de la Colonia Oriental. Cuando llegó la primavera, fue a Eiriksfjord, donde decidió establecerse. Aquel verano exploró el yermo que había hacia el oeste, y dio nombre a los lugares más sobresalientes. Pasó el segundo invierno en las islas de Eiriksholmar, cerca de Hvarfsgnipa. Durante el tercer verano navegó hacia el norte, siguiendo todo el camino hasta Snaefell, y se adentró en Hrafnsfjord, donde estimó que se encontraba más al interior que la cabecera de Eiriksfjord.
Regresó entonces y pasó el tercer invierno en Eiriksey, frente a la embocadura de Eiriksfjord.
Navegó de vuelta a lslandiaxal verano siguiente y arribó al puerto de Breidafjord. Y dio al país que había descubierto el nombre de Groenlandia (Tierra Verde), porque decía que la gente se sentiría mucho más tentada de ir allí si el lugar tenía un nombre atractivo.
Eirik pasó el invierno en Islandia, y al verano siguiente partió para colonizar Groenlandia, y se estableció en Brattahlid (Ladera Pronunciada), en Eiriksfjord.
Dicen los hombres leídos que durante el mismo verano en que Eirik se marchó a colonizar Groenlandia, veinticinco barcos salieron navegando de Breidafjord y Borgarfjord hacia la Tierra Verde, pero sólo catorce alcanzaron su destino; algunos hubieron de regresar y otros se perdieron en la mar. Esto acontecía quince años antes de que el cristianismo fuera adoptado por ley como religión en Islandia, y el mismo verano en que el obispo Fridrek y Thor-vald Kodransson salieron del país.
Los hombres cuyos nombres siguen abandonaron el país junto con Eirik y tomaron posesión de tierras en Groenlandia: Herjolf Bardarson tomó posesión de Herjolfsfjord y se estableció en Herjolfsnes; Ketil tomó posesión de Ketilsfjord; Hrafn, de Hrafnsfjord; Solvi, de Solvadal (el Valle de Solvi); Helgi Thorbrandsson, de Alptafjord; Thorbjorn Glora, de Siglufjord; Einar, de Einarsfjord; Hafgrim, de Hafgrimsfjord y de Vatnahverfi (el distrito de Vat-na); y Arnlaug de Arnlaugfjord. Otros fueron a la Colonia Occidental.

II
BJARNI AVISTA TIERRA AL OESTE
Herjolf era el hijo de Bard, el hijo de Herjolf, un pariente de Ingolf, el primer colono de Islandia, que había dado a su familia la tierra entre Vog y Reykjanes. Herjolf Bardarson había vivido durante algún tiempo en Drepstokk; su mujer se llamaba Thorgerd y tenían un hijo llamado Bjarni.
Bjarni era un joven muy prometedor. Desde su primera juventud había ansiado navegar a tierras extrañas; ganó para sí riquezas y buena reputación, y solía pasar un invierno fuera de su país y el siguiente en Islandia en compañía de su padre.
Pronto tuvo un barco mercante propio.
Durante el último invierno que Bjarni pasó en .Noruega, su padre, Herjolf, vendió su granja y emigró a Groenlandia con Eirik el Rojo. A bordo de la nave de Herjolf viajaba un cristiano de las Hébridas, el poeta que compuso el Hafgerdingadrapa (el Poema de las Olas Rompientes) que contiene esta estrofa:
Ruego al inmaculado Señor de los monjes
Que guíe mis viajes;
Que el Señor de los altos cielos
Mantenga sobre mí su firme mano.
Herjolf se estableció en Herjolfsnes; era un hombre de gran categoría.
Eirik el Rojo vivía en Brattahlid, y todos los groenlandeses le respetaban y reconocían su autoridad. Tenía tres hijos: Leif, Thorvald y Thorstein. También tenía una hija, llamada Freydis, que estaba casada con un hombre llamado Thorvard. Vivían en Cardar, donde está hoy la sede episcopal. Freydis era una mujer altanera y dominante; su marido, por el contrario, era más bien débil; ella se había casado con él principalmente por su dinero.
Por aquel entonces Groenlandia era todavía un país pagano.
Bjarni llegó a Eyrar, en Islandia, en el verano del año en que su padre se había ido a Groenlandia. La noticia de la partida de su padre dejó anonadado a Bjarni, que se negó a que descargaran su barco. Su tripulación le preguntó qué se proponía hacer, y él contestó que pretendía mantenerse fiel a la costumbre de disfrutar de la hospitalidad que su padre le brindaba en invierno, «por lo que deseo gobernar mi nave hasta Groenlandia, si vosotros estáis dispuestos a acompañarme».
Todos respondieron que harían lo que él juzgara mejor. Entonces Bjarni dijo:
«Este nuestro viaje será considerado temerario, porque ninguno de nosotros ha navegado jamás por el mar de Groenlandia».
Pese a ello, se hicieron a la mar tan pronto como estuvieron preparados y navegaron durante tres días hasta que la tierra se perdió de vista debajo del horizonte.
Amainaron entonces los vientos favorables y aparecieron los vientos del norte y la bruma; durante muchos días fueron a la deriva sin saber cuál era su rumbo. Al fin volvieron a ver el sol y fueron capaces de orientarse con su ayuda; tendieron velas y al acabar el día avistaron tierra.
Discutieron entre ellos acerca de qué país podría ser aquél. Bjarni dijo que no pensaba que fuera Groenlandia. La tripulación le preguntó si quería desembarcar allí o no. Bjarni contestó: «Por lo pronto, acerquémonos más a la costa».
Así lo hicieron, y en seguida pudieron ver que el país no era montañoso, pero sí arbolado y con bajas colinas. Se hicieron a la mar nuevamente, dejando la tierra a babor; y después de navegar durante dos días avistaron tierra una vez más.
Los hombres de Bjarni le preguntaron si creía que aquello era ya Groenlandia. Él dijo que no pensaba que lo fuera más que la vez anterior, «porque se dice que hay gigantescos glaciares en Groenlandia».
Se aproximaron velozmente a la tierra y vieron que era llana y boscosa. Cesó entonces el viento y toda la tripulación se manifestó a favor de desembarcar allí, pero Bjarni se opuso a ello. Argumentaron que andaban escasos de leña y agua, a lo que Bjarni repuso diciendo: «No os falta ninguna de las dos cosas». Sus palabras merecieron la censura de sus hombres.
Les ordenó izar la vela, y así lo hicieron. Viraron y pusieron proa al mar y navegaron tres singladuras por delante de un viento del sudoeste hasta que avistaron una tercera tierra. Ésta era alta y montañosa; un glaciar la coronaba.
Otra vez preguntaron a Bjarni si quería desembarcar, a lo que él replicó: «No, porque en mi opinión esta tierra no vale nada».
Esta vez no arriaron la vela, sino que ciñeron la línea de la costa, y vieron que habían rodeado una isla.
Una vez más viraron en redondo y dejaron la tierra a popa, y penetraron el mar por delante del mismo viento favorable. Entonces se enfurecieron los vientos, y Bjarni mandó a sus hombres que apocaran la vela y que no exigieran al barco y al aparejo más de lo que podían aguantar. Navegaron así durante cuatro días, hasta que avistaron una cuarta tierra.
Los hombres preguntaron a Bjarni si creía que aquello era por fin Groenlandia.
«Esto concuerda mucho más con lo que me han contado sobre Groenlandia», respondió Bjarni, «y aquí sí desembarcaremos».
Con el crepúsculo se acercaron y tomaron tierra junto a un promontorio en el que había una barca varada. Era allí donde vivía Herjolf, el padre de Bjarni, y por ello el lugar se ha venido llamando Herjolfsnes desde entonces.
A partir de aquel día, Bjarni permaneció al lado de su padre y abandonó el comercio. A la muerte de Herjolf continuó viviendo de aquellas tierras como su sucesor.

III
LEIF EXPLORA VINLANDIA
Algún tiempo después, Bjarni Herjolfsson navegó desde Groenlandia a Noruega y visitó al conde Eirik, que lo recibió con los brazos abiertos. Bjarni le contó la historia de su viaje y le habló de las tierras que había visto. La gente pensó que había mostrado una extraordinaria falta de curiosidad, ya que nada podía decirles acerca de aquellos países, y fue criticado por ello. Bjarni entró al servicio del conde, y dejó la corte al verano siguiente para retornar a Groenlandia.
A la sazón se hablaba mucho de ir en busca de nuevas tierras. Leif, el hijo de Eirik el Rojo de Brattahlid, fue a ver a Bjarni Herjolfsson, le compró su barco y contrató una tripulación compuesta por treinta y cinco miembros.
Leif pidió a su padre que capitaneara también aquella expedición, pero Eirik se resistía a asumir la responsabilidad del viaje; decía que estaba envejeciendo y que cada vez le costaba más arrostrar penalidades y rigores. Leif argüyó que la buena estrella de Eirik seguía brillando más que las del resto de sus parientes y que su buena suerte no le había olvidado. Finalmente Eirik dejó a Leif salirse con la suya.
Tan pronto como estuvieron preparados, Eirik cabalgó hacia el barco, que estaba a corta distancia de allí; pero el caballo que montaba tropezó, y Eirik fue arrojado a tierra, hiriéndose en la pierna.
«No estoy llamado a descubrir más países que éste en el que ahora vivo», dijo.
«Aquí ha terminado el viaje, para mí al menos». Eirik volvió a su casa de Brattahlid, pero Leif prosiguió su camino y subió a bordo de la nave, junto con sus treinta y cinco compañeros. Entre ellos había un hombre del sur, un alemán llamado Tyrkir.
Aparejaron su barco y se hicieron a la mar. La nave recaló por primera vez frente al último país que Bjarni había avistado. Navegaron derechos hacia la costa y echaron anclas; entonces arriaron un bote y desembarcaron. No había pasto a la vista, el interior estaba cubierto de grandes glaciares, y entre los glaciares y la costa la tierra semejaba una inmensa laja. El país les pareció estéril y sin valor alguno.
Entonces dijo Leif: «Ya hemos mejorado lo que hizo Bjarni en lo que a este país se refiere; nosotros, al menos, hemos plantado nuestros pies en él. Le daremos nombre y lo llamaremos Helluland (Tierra de Piedras Llanas)».
Volvieron a su nave y se hicieron a la vela y, algún tiempo después, avistaron una segunda tierra. Otra vez se acercaron directamente a ella y echaron anclas, arriaron un bote y fueron a tierra. Aquel país era llano y arbolado, con blancas playas de arena por doquier, y la tierra se inclinaba suavemente hacia el mar.
Leif dijo: «Este país ha de recibir un nombre que hable de su naturaleza: deberá ser llamado Markland (Tierra de Forestas)».
Dicho esto volvieron a su nave tan aprisa como les fue posible, y el barco zarpó empujado por un viento del noreste, y dos días después avistaron otra tierra.
Navegaron hacia ella y llegaron a una isla situada al norte.
Bajaron a tierra y miraron en torno. Hacía muy buen tiempo y el rocío vestía la hierba, y lo primero que hicieron fue recoger unas gotas con sus manos y humedecerse con ellas los labios. Y aquel rocío les pareció la cosa más dulce que habían probado jamás. Volvieron luego al barco y navegaron por el estrecho que separaba la isla del cabo que apuntaba hacia el norte.
Gobernaron la nave con rumbo oeste y rodearon el cabo. Había allí amplios bajíos y con la marea baja su barco quedó en seco y en alto, y el mar casi fuera del alcance de la vista. Pero se sentían tan impacientes por desembarcar que no fueron capaces de esperar a que la marea subiera y pusiera el barco a flote; se apresuraron a bajar a tierra y se encaminaron hacia un lugar donde un río nacía de un lago. Tan pronto como la marea liberó la nave, los que habían quedado a bordo la condujeron río arriba hasta llegar al lago, donde echaron anclas. Tomaron tierra llevando consigo sus sacos de dormir y levantaron cabanas. Decidieron poco después invernar allí, y para ello construyeron varias casas grandes.
Los salmones no faltaban ni en el río ni en el lago; eran los salmones más grandes que habían visto nunca. El país se les antojó tan agradable que no juzgaron necesario almacenar forraje para que el ganado pudiera afrontar el invierno. Y acertaron, pues nunca heló durante el invierno, y la hierba apenas se marchitó.
En aquel país la duración del día y de la noche variaba menos que en Islandia y en Groenlandia; allí la noche no era nunca tres veces más larga que el día.
Cuando hubieron terminado de erigir sus casas, Leif dijo a sus compañeros:
«Quiero dividir nuestra compañía en dos partidas para explorar el país; la mitad de la tripulación ha de permanecer aquí en las casas mientras la otra mitad sale a explorar la región. Pero éstos no deben alejarse tanto que no puedan regresar antes de la anochecida, y tampoco deben separarse nunca los unos de los otros».
Así obraron durante algún tiempo; el propio Leif iba unas veces con el grupo de los exploradores y permanecía otras en el campamento.
Leif era alto y fuerte, de impresionante apariencia; era hombre perspicaz y de conducta siempre moderada.

IV
LEIF VUELVE A GROENLANDIA
Un día, al caer la noche, llegó la noticia de que uno de los hombres había desaparecido: se trataba de Tyrkir, el Hombre del Sur. Aquello disgustó mucho a Leif, pues Tyrkir había convivido con su familia durante largo tiempo, y había cuidado a Leif, cuando éste era niño, con gran dedicación. Leif reprendió severamente a sus hombres y se dispuso a iniciar la búsqueda en compañía de
doce de ellos. Cuando todavía se encontraban cerca de las casas, Tyrkir vino a su encuentro andando y le dispensaron una calurosa bienvenida. Leif advirtió inmediatamente que Tyrkir estaba de excelente humor.
Tyrkir tenía una frente prominente, furtiva la mirada, y apenas una cara debajo; era bajo y de aspecto enfermizo pero muy hábil con las manos.
Leif le dijo: «¿Por qué llegas tan tarde, padre adoptivo?, ¿cómo es que te separaste de tus compañeros?». Tyrkir le respondió, pero al principio nadie podía entender lo que iba diciendo, pues hablaba en alemán, haciendo muecas y girando los ojos en todas direcciones. Al cabo de un rato se calló, y luego habló en islandés:
«No fui mucho más allá que vosotros», dijo. «Traigo buenas nuevas: he encontrado vides y uvas.»
«¿Es eso cierto, padre adoptivo?», inquirió Leif.
«Desde luego que lo es», respondió él. «Donde yo nací abundaban las viñas y las uvas.»
Durmieron durante lo que quedaba de noche y, a la mañana siguiente, Leif se dirigió a sus hombres: «Ahora tenemos dos tareas entre manos. Un día cortaremos cepas y recogeremos uvas, y al siguiente talaremos árboles, para cargar mi barco con todo ello».
Así se hizo, y se dice que el bote de remolque se colmó de uvas y que el barco se llenó de madera. Y en primavera, una vez estuvo todo dispuesto, zarpó la nave.
Leif dio al país un nombre que recordaba las excelencias que su naturaleza ofrecía, y lo llamó Vinlandia (Tierra del Vino).
Salieron a alta mar y disfrutaron de vientos favorables durante toda la travesía hasta que avistaron Groenlandia y sus montañas coronadas por el hielo. Entonces uno de los viajeros habló, y le dijo a Leif: «¿Por qué haces que el barco se acerque tanto al viento, aminorando así nuestra marcha?». «Tengo un ojo puesto en el timón», respondió Leif, «y el otro más allá de la nave. ¿No veis nada extraño?».
Dijeron que no veían nada de particular.
«No estoy seguro de qué es lo que veo», dijo Leif, «si un barco o un arrecife».
Entonces también lo vislumbraron ellos y opinaron que se trataba de un arrecife.
Como la vista de Leif era mucho más aguda que la de los otros, pudo distinguir varias personas sobre las rocas:
«Quiero hurtar el viento, y navegando en su contra llegar hasta esas gentes», dijo; «si necesitan ayuda, es nuestro deber proporcionársela, pero si se muestran hostiles, les haremos ver que tenemos todas las bazas a nuestro favor.»
Se acercaron al arrecife, arriaron la vela, anclaron y bajaron otro pequeño bote que habían traído con ellos. Tyrkir preguntó a los hombres quién era el que mandaba el grupo.
Su jefe respondió diciendo que su nombre era Thorir, y que era de origen noruego, y a su vez preguntó: «¿Cómo te llamas tú?».
Leif se lo dijo.
«¿Eres hijo de Eirik el Rojo de Brattahlid?»
Leif contestó que lo era. «Y ahora», añadió, «quiero invitaros a todos vosotros a subir a bordo con tantas de vuestras pertenencias como mi barco pueda llevar».
Aceptaron el ofrecimiento, y todos juntos navegaron hacia Eiriksfjord en tan cargada nave. Cuando alcanzaron Brattahlid descargaron el barco.
Leif invitó a Thorir y a Gudrid, su mujer, junto con otros tres hombres, a quedarse en su casa, y encontró alojamiento para el resto de los que habían viajado en su barco, tanto los hombres de Thorir como su propia tripulación.
Leif había rescatado quince personas del arrecife. Desde entonces le llamaron Leif el Afortunado, y prosperó tanto en fama como en riquezas.
Aquel invierno una grave enfermedad brotó entre los hombres de Thorir y el propio Thorir y muchos de sus compañeros murieron a causa de ella. Eirik el Rojo también murió aquel invierno.
Mucho se hablaba por aquel entonces acerca del viaje de Leif a Vinlandia, y su hermano Thorvald pensaba que el país no había sido suficientemente explorado.
Leif dijo a Thorvald: «Puedes disponer de mi nave para ir a Vinlandia, si así lo deseas; pero antes quiero enviarla a recoger la madera que Thorir abandonó en el arrecife».
Y así se hizo.

V
THORVALD EXPLORA VINLANDIA
Thorvald hizo los preparativos de su expedición, contando para ello con los sabios consejos de su hermano Leif, y tomó a su servicio una tripulación de treinta hombres. Cuando el barco estuvo aparejado, se hicieron a la mar, y no se conserva relato alguno del viaje hasta que llegaron a Leifsbudir (las Casas de Leif), en Vinlandia. Allí vararon la nave y se dispusieron a pasar el invierno, y pescaron peces para comer.
En primavera, Thorvald dijo que deberían aparejar el barco, y que, mientras esto se hacía, una pequeña partida de hombres debería coger el bote y navegar en él con rumbo oeste a lo largo de la costa, para explorar la región durante el verano.
El país les pareció muy hermoso, con bosques que se extendían hasta casi alcanzar la costa y con blancas playas de arena; había un sinfín de islas, y bajíos por doquier. No encontraron huella alguna que delatara la presencia de hombres o animales, excepto en una isla situada al oeste, donde encontraron un pajar muy humilde, y de entre todo lo que vieron, sólo aquello había nacido de la mano del hombre. Y con el otoño volvieron a las Casas de Leif.
Al verano siguiente, y con la mayoría de sus hombres, Thorvald navegó en su nave con rumbo este y después gobernó al norte siguiendo la línea costera.
Toparon con un temporal frente a un cabo y fueron arrastrados a tierra. Como la quilla se había hecho añicos, tuvieron que permanecer allí mucho tiempo para repararla.
Thorvald dijo a sus compañeros: «Quiero clavar aquí en el cabo la vieja quilla, y llamar Kjalarnes (Cabo de la Quilla) a este lugar».
Una vez hecho esto, se alejaron navegando hacia el este siguiendo el litoral.
Pronto se encontraron en la boca que compartían dos fiordos, y en ella se adentraron hasta llegar al promontorio que entre ellos se alzaba; en el promontorio verdeaban numerosos árboles. Amarraron el barco de modo que quedara paralelo a la línea de la tierra, sacaron la pasarela, y por ella Thorvald y todos los hombres que le habían acompañado abandonaron la nave.
«Es éste un hermoso paraje», dijo, «y aquí me gustaría levantar mi hogar».
En el camino de vuelta al barco, distinguieron tres bultos en la playa de arena que había frente al promontorio. Cuando estuvieron más cerca comprobaron que se trataba de tres canoas de cuero, cada una de ellas con tres hombres debajo.
Thorvald y sus compañeros dividieron sus fuerzas y los capturaron a todos excepto a uno, que pudo escapar en su canoa. Mataron a los otros ocho y se apresuraron a retornar al promontorio, desde el cual otearon el país que los rodeaba. Divisaron un cierto número de bultos fiordo arriba y dedujeron que se trataba de viviendas.
Entonces se sintieron abrumados por una somnolencia tal que no pudieron permanecer despiertos, y todos cayeron dormidos. Nada perturbó su sueño hasta que les despertó una voz que gritaba: «¡En pie, Thorvald, tú y todos tus hombres, si queréis seguir vivos! ¡Ve a tu nave con toda tu compañía y marchaos tan rápidamente como podáis!».
Un gran enjambre de danoas de cuero bajaba por el fiordo y apuntaba hacia ellos.
«Levantemos parapetos en las bordas», ordenó Thorvald, «y defendámonos lo mejor posible, pero no respondáis a sus ataques a menos que os veáis obligados a ello».
Así lo hicieron. Los skraelingar les arrojaron flechas durante un tiempo, y luego enseñaron la espalda y huyeron tan velozmente como les fue posible.
Thorvald preguntó a sus hombres si alguno había resultado herido; todos ellos contestaron que habían salido ilesos de la batalla.
«Tengo una herida en la axila», dijo entonces Thorvald. «Una flecha voló entre la borda y mi escudo y se detuvo bajo mi brazo. He aquí la flecha que me llevará a la muerte.»
«Os aconsejo que regreséis a las Casas de Leif tan pronto como podáis. Pero antes quiero que carguéis con mi cuerpo hasta el promontorio donde tanto me hubiera gustado vivir. Me parece que di con la verdad cuando dije que moraría allí por algún tiempo. Enterradme allí, hincad cruces sobre mi cabeza y a mis pies, y dejad que el lugar se llame Krossanes por siempre jamás.»
Dicho esto, Thorvald expiró, y sus hombres lo enterraron tal como les había pedido. Cuando Thorvald murió, Groenlandia había sido ya convertida al cristianismo; Eirik el Rojo, su padre, murió antes de la conversión.
Y para cumplir enteramente con lo que Thorvald les había dicho, retornaron a las Casas de Leif, donde se reunieron con el resto de la expedición, y se contaron unos a otros lo que de notable les había ocurrido.
Pasaron allí el invierno y recogieron uvas y vides para cargar con ellas la nave. En primavera salieron de viaje hacia Groenlandia y desembarcaron en Eiriksfjord con muchas noticias que dar a Leif.

VI
THORSTEIN EIRIKSSON MUERE
Mientras tanto, en Groenlandia, Thorstein Eiriksson de Eiriksfjord se había casado con Gudrid Thorbjarnardottir, la hija de Thorbjorn, la viuda de Thorir el Oriental, todos ellos mencionados antes.
Thorstein Eiriksson estaba ahora deseoso de ir a Vinlandia para recuperar el cuerpo de su hermano Thorvald. Aparejó el mismo barco y eligió a veinticinco hombres, los más grandes y fuertes de entre los que conocía, para que tomaran parte en la expedición junto con él mismo y su mujer Gudrid.
Cuando todos estuvieron dispuestos, se hicieron a la mar, y pronto se perdieron de vista. Pero durante todo aquel verano estuvieron a merced del tiempo, de sus caprichos y tormentas, y no supieron nunca adonde se dirigían. Una semana antes de la llegada del invierno, se encontraron fortuitamente frente a Lysufjord, en la Colonia Occidental de Groenlandia, y allí desembarcaron. Thorstein buscó alojamiento, y encontró hospedaje para toda su tripulación, pero nada encontró para sí y para su mujer, por lo que ellos dos hubieron de permanecer a bordo del barco durante algunos días.
Por aquel tiempo el cristianismo aún daba sus primeros pasos en Groenlandia.
Una mañana temprano, algunas personas se acercaron a la tienda de campaña que los cobijaba, y su jefe preguntó quién había dentro.
«Dos personas», respondió Thorstein. «¿Quién quiere saberlo?»
«Me llamo Thorstein», dijo el otro, «y me llaman Thorstein el Negro. He venido aquí para invitaros a ti y a tu esposa a acompañarme y compartir mi casa».
Thorstein Eiriksson dijo que deseaba consultar a su esposa antes de dar una contestación; pero Gudrid dejó la decisión en sus manos y él aceptó la invitación.
«Entonces volveré mañana con un carro para recogeros», dijo Thorstein el Negro.
«No nos faltan cosas que ofreceros, pero encontraréis aburrida la vida en mi casa, porque allí estamos'solos nosotros dos, mi mujer y yo, y yo soy un hombre muy huraño. Profeso además una fe que no es la vuestra, aunque considero que la vuestra es mejor que la mía».
A la mañana siguiente volvió con el carro a recogerlos. Se trasladaron a su casa y allí los trataron bien.
Gudrid era una mujer muy bien parecida; era inteligente y sabía bien cómo comportarse entre extraños.
Al comienzo de aquel invierno, una enfermedad brotó entre la tripulación de Thorstein Eiriksson, y muchos de los hombres murieron. Thorstein ordenó que fabricaran ataúdes para los muertos e hizo que amortajaran los cuerpean el barco.
«Porque quiero que todos los cuerpos estén en Eiriksfjord para el verano», dijo.
No mucho después la enfermedad invadió también la casa de Thorstein el Negro, y la primera en caer enferma fue su mujer, Grimhild. Era una mujer inmensa, tan fuerte como cualquier hombre, pero la enfermedad la derribó igual que a todos.
Thorstein Eiriksson contrajo pronto el mismo mal, y durante algún tiempo los dos estuvieron enfermos y en cama, hasta que Grimhild murió. Entonces su marido, Thorstein el Negro, salió a buscar una tabla para tender el cadáver en ella.
«No tardes demasiado, mi buen amigo», dijo Gudrid.
Él dijo que volvería en seguida.
Entonces dijo Thorstein Eiriksson: «Hay algo muy extraño en Grimhild. Se incorpora apoyándose en el codo, saca los pies de la cama y busca a tientas su calzado».
En ese preciso momento Thorstein el Negro volvió a la habitación, y Grimhild se desplomó sobre su cama tan pesadamente que todas las vigas de la casa crujieron.
Thorstein el Negro hizo un ataúd para el cuerpo de Grimhild, la amortajó, y se la llevó para que fuera enterrada. Era un hombre grande y vigoroso, pero necesitó de toda su fuerza para sacarla de la casa.
La enfermedad de Thorstein Eiriksson se fue agravando hasta que murió. Los tres estaban juntos en la habitación cuando Thorstein expiró; Gudrid quedó desolada sentada en un taburete junto a la cama de su marido. Thorstein el Negro la cogió entre sus brazos, la llevó al banco que acababa de abandonar, y volvió a sentarse en él, con ella en su regazo. Trató de reconfortarla y consolarla de mil maneras distintas, y prometió que la llevaría a Eiriksfjord junto con el cuerpo de su marido y los de los hombres de su tripulación.
«Y haré venir aquí algunos sirvientes más», dijo él, «para tu mayor comodidad y bienestar».
Ella se lo agradeció. Mas entonces el cadáver de Thorstein Eiriksson se incorporó súbitamente hasta quedar sentado y habló: «¿Dónde está Gudrid?».
Repitió estas palabras tres veces, pero Gudrid no dio respuesta alguna. Entonces ella preguntó a Thorstein el Negro: «¿Debería responderle?».
Él le aconsejó que no lo hiciera. Entonces cruzó la habitación, tomó asiento en el taburete, con Gudrid en sus rodillas, y dijo: «¿Qué es lo que quieres, tocayo?».
Tras una pausa, Thorstein Eiriksson respondió: «Ansio revelar a Gudrid su destino, para que ella pueda resignarse más fácilmente a mi muerte, porque estoy ahora en un feliz lugar de reposo. Tengo esto que decirte, Gudrid: te desposarás con un islandés, disfrutaréis de una larga vida juntos, y vuestra prole será sana y numerosa, clara y excelente, dulce y fragante. Tú y tu marido iréis de Groenlandia a Noruega, y de allí a Islandia, donde levantaréis vuestro hogar y viviréis durante largo tiempo. Sobrevivirás a tu marido e irás en peregrinación a Roma, y de allí retornarás a tu granja en Islandia; allí se construirá una iglesia y harás los votos de monja y allí permanecerás hasta que mueras».
Entonces Thorstein se desplomó. Su cuerpo fue amortajado y llevado al barco.
Thorstein el Negro cumplió todas las promesas que había hecho a Gudrid. En primavera vendió su granja y su ganado, llevó a Gudrid con todas sus posesiones al barco, aparejó éste, reclutó una tripulación, y entonces navegó a Eiriksfjord.
Todos los muertos fueron enterrados en la iglesia que hay allí.
Gudrid fue a Brattahlid para quedarse con su hermano político, Leif Eiriksson.
Thorstein el Negro se estableció en Eiriksfjord y vivió allí durante el resto de sus días.
Fue considerado como un hombre de espíritu recto.

VII
KARLSEFNI EN VINLANDIA
Aquel mismo verano arribó a Groenlandia una nave que procedía de Noruega. Su capitán era un hombre llamado Thorfinn Karlsefni, el hijo de Thord Cabeza de Caballo, el hijo de Snorri, el hijo de Thord de Hofdi. Era un hombre que poseía considerables riquezas. Pasó el invierno en Brattahlid con Leif Eiriksson.
Muy pronto Karlsefni se prendó de Gudrid y le declaró su amor, pero ella pidió a Leif que respondiera en su nombre. Ella se prometió en matrimonio a Karlsefni y la boda se celebró aquel mismo invierno.
Aún se hablaba tanto como antes acerca de los viajes a Vinlandia y todo el mundo, incluida Gudrid, seguía instando a Karlsefni a que partiera hacia aquellas tierras. Finalmente éste decidió emprender la travesía y reunió una compañía compuesta por sesenta hombres y cinco mujeres. Llegó con su tripulación al acuerdo de que todos participarían por igual de los beneficios que la expedición pudiera producir, cualesquiera que éstos fueran. Llevaron consigo ganado de todas clases, ya que pretendían crear allí una colonia permanente, si ello era posible.
Karlsefni preguntó a Leif si podía quedarse con sus casas de Vinlandia; Leif dijo que se las prestaba gustoso, pero que no quería regalárselas.
Se hicieron a la mar y arribaron sanos y salvos a las Casas de Leif, y llevaron a tierra sus sacos de dormir. Pronto tuvieron víveres en abundancia, ya que un rorcual grande y hermoso había sido arrastrado a la playa; hacia allí bajaron y lo descuartizaron, y así no hubo escasez de alimento.
Sacaron el ganado al pasto y los machos se tornaron retozones y difíciles de manejar. Habían traído un toro con ellos.
Karlsefni ordenó talar árboles y que los cortaran a lo largo para cargar con ellos el barco en su momento, y mientras tanto la madera se dejó sobre un peñasco para que el aire la fuera curando. Se sirvieron de todo lo que la naturaleza del país había puesto a su alcance, uvas y caza de todas clases y otros regalos.
El primer invierno dio paso al verano, y entonces tuvieron su primer encuentro con los skraelingar, cuando un gran número de ellos salió del bosque un día. La vacada pacía por allí cerca y el toro empezó a bramar y mugir con gran vehemencia. Esto aterrorizó a los skraelingar que huyeron llevando consigo sus fardos llenos de cuero, pieles de marta y otras muchas pieles. Se dirigieron hacia las casas de Karlsefni y trataron de entrar en ellas, pero Karlsefni había atrancado las puertas para impedirles el paso. Ningún bando podía entender la lengua del otro.
Entonces los skraelingar dejaron sus fardos en el suelo, los abrieron y ofrecieron su contenido, preferiblemente a cambio de armas; pero Karlsefni prohibió a sus hombres comerciar con éstas. Entonces tuvo la idea de ordenar a las mujeres que sacaran leche para dársela a los indígenas, y cuando éstos la vieron no querían comprar otra cosa. Y de este modo el resultado de su expedición comercial fue que los skraelingar se llevaron sus compras en el estómago y que dejaron sus fardos y sus pieles a Karlsefni y sus hombres.
Después de aquello Karlsefni mandó que se erigiera una fuerte empalizada alrededor de las casas, y allí dentro permanecieron.
Por esta época la mujer de Karlsefni, Gudrid, dio a luz a un hijo varón, y le llamaron Snorri.
Al comienzo del invierno siguiente, volvieron los skraelingar, esta vez mucho más numerosos, trayendo consigo las mismas mercancías que la vez anterior. Karlsefni dijo a las mujeres: «Debéis sacarles lo mismo que ellos tanto apreciaron la última vez, y ninguna otra cosa».
Tan pronto como los skraelingar vieron la leche, arrojaron sus fardos por encima de la empalizada.
Gudrid estaba en su casa, sentada frente a la puerta, junto a la cuna de su hijo Snorri, cuando una sombra cruzó el umbral y entró una mujer vestida con una túnica negra ceñida; era menuda y una cinta rodeaba sus cabellos castaños. De pálida tez, tenía los ojos más grandes que nadie haya visto nunca en cabeza humana. Caminó hacia Gudrid y dijo: «¿Cómo te llamas?».
«Me llamo Gudrid. ¿Y tú?»
«Me llamo Gudrid.»
Entonces Gudrid, la mujer de Karlsefni, le indicó con un gesto que se acercara y se sentara a su lado; pero de repente se oyó un gran ruido y la mujer desapareció, y en el mismo instante uno de los hombres de Karlsefni dio muerte a un skraeling que intentaba robar algunas armas. Los skraelingar se dieron a la fuga tan rápidamente como les fue posible, abandonando sus ropas y mercancías. Nadie a excepción de Gudrid había visto a la mujer.
«Ahora debemos planear algo», dijo Karlsefni, «porque supongo que nos harán una tercera visita, y esta vez acudirán en mayor número y se mostrarán hostiles. He aquí lo que debemos hacer: diez hombres han de ir al promontorio y hacerse allí bien visibles, mientras el resto de nosotros se interna en la foresta y hace allí un claro, donde podamos ocultar la vacada cuando los skraelingar salgan del bosque. Apartaremos el toro y lo enfrentaremos a ellos».
El lugar donde se proponían combatir con los skraelingar tenía el lago a un lado y los bosques al otro.
El plan de Karlsefni se puso en práctica y los skraelingar fueron derechos al lugar que Karlsefni había elegido para la batalla. Comenzó la lucha, y muchos de los indígenas encontraron la muerte. Había un hombre alto y gallardo entre los skraelingar, y Karlsefni estimó que debía de ser su jefe. Uno de los skraelingar había recogido un hacha del suelo, y después de haberla examinado durante un momento, la arrojó contra un hombre que estaba junto a él, y que cayó a tierra como fulminado por un rayo. El hombre alto se hizo entonces con el hacha, la miró durante un momento, y luego la tiró al agua tan lejos como pudo. Entonces los skraelingar huyeron por el bosque tan rápidamente como les fue posible, y así terminó el combate.
Karlsefni y sus hombres pasaron allí todo el invierno, pero en la primavera Karlsefni anunció que no tenía ningún deseo de seguir durante más tiempo allí, y que quería volver a Groenlandia. Se aprestaron al viaje y llevaron con ellos muchos productos de valor, vides y uvas y pieles. Se hicieron a la mar y llegaron sanos y salvos a Eiriksfjord y pasaron el invierno allí.

VIII
FREYDIS EN VINLANDIA
Se hablaba entonces con renovado interés de los viajes a Vinlandia, porque se pensaba que esas expediciones eran buenas fuentes de fama y fortuna.
El verano en que Karlsefni volvió a Vinlandia, arribó a Groenlandia, procedente de Noruega, un barco capitaneado por dos hermanos llamados Helgi y Finnbogi.
Pasaron el invierno en Groenlandia. Eran islandeses de origen, y provenían de los Fiordos del Este.
Un día Freydis Eiriksdottir (hija de Eirik) emprendió viaje desde su casa de Cardar para visitar a los hermanos Helgi y Finnbogi. Les preguntó si se unirían a ella, aportando su barco, para dirigirse a Vinlandia, y si estarían de acuerdo en compartir, a partes iguales, todos los beneficios que de la expedición pudieran derivarse. Ellos respondieron afirmativamente. Entonces ella marchó a ver a su hermano Leif y le pidió que le diera las casas que él había construido en Vinlandia; pero Leif dio la misma respuesta que la otra vez: se las prestaba gustosamente, pero no estaba dispuesto a regalárselas.
Los dos hermanos y Freydis llegaron al acuerdo de que cada parte debía reunir a bordo de su nave treinta hombres sanos de cuerpo, sin contar las mujeres. Pero Freydis traicionó el acuerdo inmediatamente añadiendo a su partida cinco hombres más, a los que mantuvo ocultos. Los hermanos no se enteraron de sus manejos hasta que llegaron a Vinlandia.
Así que se hicieron a la mar, no sin antes haber acordado que navegarían agrupados si ello era posible. Nunca les separó una gran distancia, pero los hermanos llegaron a Vinlandia un poco antes que Freydis, y ya habían transportado su carga a las Casas de Leif cuando Freydis desembarcó. La tripulación de ésta descargó su barco y trasladó todo a las casas.
«¿Por qué habéis metido aquí vuestros trastos?», preguntó Freydis.
«Porque habíamos pensado que nuestro acuerdo sería respetado en su totalidad», respondieron los hermanos.
«Leif me prestó estas casas a mí, y no a vosotros», dijo ella.
Entonces, dijo Helgi: «Nosotros, los hermanos, nunca podremos rivalizar contigo en maldad».
Sacaron fuera sus bienes y se construyeron su propia casa más al interior, a orillas de un lago, y allí se instalaron cómodamente. Entretanto, Freydis hacía que talaran árboles para ir formando su cargamento.
Cuando llegó el invierno los hermanos sugirieron la organización de juegos y otros entretenimientos. Se ejercitaron en ellos durante algún tiempo, hasta que surgieron diferencias, y los malos sentimientos se interpusieron entre las dos partidas. Se abandonaron los juegos y cesaron las visitas entre las dos casas.
Este estado de cosas se prolongó durante casi todo el invierno.
Una mañana temprano Freydis se levantó y se vistió, pero no calzó sus pies.
Afuera el rocío lo humedecía todo. Se puso la capa de su marido y se encaminó a la puerta de la casa de los hermanos. Alguien acababa de salir dejando la puerta entornada. Ella la abrió del todo y permaneció en el umbral durante un rato sin pronunciar palabra. Finnbogi estaba echado en la cama más alejada de la entrada; estaba despierto y le dijo: «¿Qué buscas aquí, Freydis?».
«Quiero que te levantes y que salgas conmigo», le respondió. «Quiero hablarte.»
Caminaron hacia un tronco de árbol que yacía junto al muro de la casa, y se sentaron en él.
«¿Cómo te van las cosas?», preguntó ella.
«Me gusta este generoso país», respondió él, «pero me disgustan los malos sentimientos que se han interpuesto entre nosotros, porque no veo razón alguna que justifique su existencia».
«Tienes toda la razón», dijo ella, «y siento lo mismo que tú acerca de todo ello.
Pero el motivo por el cual vengo a verte es que quiero cambiar mi nave por la que es tuya y de tu hermano, ya que la vuestra es mayor que la mía y yo quiero irme de aquí».
«No me opondré a ello», respondió él, «si ello te hace feliz».
Y así se separaron. Finnbogi volvió a su cama y Freydis anduvo hasta su casa.
Cuando se metió en su lecho, tenía los pies fríos y su marido Thorvard se despertó, y le preguntó por qué estaba tan fría y mojada. Ella respondió con gran indignación: «Fui a ver a los hermanos para ofrecerme a comprar su barco, pues yo necesito uno mayor; y esto los enfureció de tal manera que me golpearon y me manosearon brutalmente. Pero tú, infeliz, nunca vengarás mi humillación ni la tuya propia. ¡Ahora me doy cuenta de lo lejos que estoy de mi hogar en Groenlandia! Y a menos que tomes venganza de esto, me divorciaré de ti».
Thorvard no pudo aguantar por más tiempo sus puyas y ordenó a sus hombres que se levantaran inmediatamente y que cogieran sus armas. Así lo hicieron y fueron derechos a la casa de los hermanos; irrumpieron en ella cuando todos los hombres estaban dormidos, los agarraron y los ataron, y los arrastraron fuera uno a uno. Y Freydis los hizo matar a medida que iban saliendo.
Todos los hombres fueron asesinados de esta manera, y pronto sólo quedaron las mujeres, pero nadie estaba dispuesto a matarlas.
Freydis dijo: «Dadme un hacha».
Empuñó el hacha y ella misma mató a las mujeres, a las cinco que había.
Después de aquella monstruosa acción volvieron a su casa, y era evidente que Freydis pensaba que había dado prueba de su astucia haciendo lo que hizo. Se dirigió a sus compañeros: «Si alguna vez logramos volver a Groenlandia, haré matar a todo aquel que deje escapar una sola palabra acerca de lo que acaba de pasar. Contaremos que esta gente seguía aquí cuando nos fuimos».
Al principio de la primavera aparejaron la nave que había pertenecido a los dos hermanos y la cargaron con todos los productos que pudieron obtener y que el barco era capaz de transportar.
Hecho esto se hicieron a la mar. Tuvieron un buen viaje y arribaron a Eiriksfjord a comienzos del verano.
Karlsefni seguía allí cuando llegaron. Su nave estaba lista para navegar y lo único que esperaba para partir era un viento favorable. Se dice que ningún barco ha levado anclas en Groenlandia tan ricamente cargado como aquel que Karlsefni capitaneaba.

IX
LOS DESCENDIENTES DE KARLSEFNI
Freydis volvió a su granja, que no había sufrido ningún daño durante su ausencia.
Repartió dinero entre todos sus compañeros de viaje, ya que quería que mantuvieran sus crímenes en secreto, y entonces se estableció en su granja.
Pero no todos sus compañeros eran lo suficientemente discretos como para no decir nada acerca de aquellos perversos crímenes y evitar así que salieran a la luz. Ciertos rumores llegaron por casualidad a oídos de su hermano Leif, y lo que oyó le pareció una historia espantosa. Apresó a tres de los hombres de Freydis y los torturó hasta que revelaron todo lo que había sucedido; sus relatos coincidieron palabra por palabra.
«No tengo coraje», dijo Leif, «para castigar a mi hermana Freydis como se merece, pero profetizo que sus descendientes no prosperarán nunca».
Y desde entonces todos tuvieron de ella y de su familia la peor de las opiniones.
Mientras tanto Karlsefni había aparejado su nave y en ella se había marchado.
Tras una feliz travesía alcanzó Noruega sano y salvo. Pasó allí el invierno, y vendió su cargamento, y él y su esposa fueron tenidos en mucho por los más notables de aquel país. A la primavera siguiente, aparejó su nave para emprender viaje a Islandia; cuando estaba completamente dispuesto para navegar, y su barco descansaba en el muelle a la espera de vientos favorables, un hombre del sur fue a verle, un hombre de Bremen, en Sajonia.
Aquel hombre preguntó a Karlsefni si le vendería el bien trabajado mascarón que tenía en su barco.
«No quiero venderlo», contestó Karlsefni.
«Te daría por él medio marco de oro», dijo el hombre del sur.
Karlsefni pensó que aquella era una buena oferta; la venta se llevó a cabo y el hombre del sur se fue con el mascarón. Karlsefni no sabía de qué clase de madera estaba hecho: era de arce y había venido desde Vinlandia.
Karlsefni se hizo a la mar y llegó al norte de Islandia, recalando en Skagafjord, donde varó la nave para que el invierno no hiciera mella en ella. A la primavera siguiente compró las tierras de Glaumbaer y se estableció allí; cultivó aquello durante el resto de sus días y fue considerado como un hombre de gran valía.
Muchas gentes de alta condición descienden de él y de su mujer Gudrid.
Tras la muerte de Karlsefni, Gudrid y su hijo Snorri, que habla nacido en Vinlandia, se hicieron cargo de la granja. Cuando Snorri tomó esposa, Gudrid marchó en peregrinación a Roma; y a su vuelta a la granja de su hijo se encontró con que éste había erigido una iglesia en Glaumbaer. Después. Gudrid se hizo monja y allí permaneció como anacoreta durante el resto de sus días.
Snorri tuvo un hijo llamado Thorgeir, que luego sería el padre de Yngvild, la madre del obispo Brand. Snorri tuvo también una hija llamada Hallfrid, que luego sería la mujer de Runolf, el padre del obispo Thorlak.
Karlsefni y Gudrid tuvieron otro hijo, al que llamaron Bjorn, y que luego sería el padre de Thorunn, la madre del obispo Bjorn.
Gran cantidad de gente desciende de Karlsefni; ha venido a ser el origen de un linaje prolífico.
Fue el propio Karlsefni quien narró, con más lujo de detalles que ningún otro, la historia de todos estos viajes, que aquí ha sido rememorada con alguna extensión.