"No hay decisiones buenas y malas, solo hay decisiones y somos esclavos de ellas." (Ntros.Ant.)

sábado, 23 de octubre de 2010

MITOLOGIA NORDICA -LA SAGA DE LOS GROENLANDESES-

MITOLOGIA NORDICA
LA SAGA DE LOS GROENLANDESES



PRÓLOGO
Las sagas islandesas constituyen uno de los fenómenos más llamativos de la historia de la literatura, la Saga de los Groenlandeses y la Saga de Eirik el Rojo, ocupan entre ellas un lugar destacado ya que nos narran el descubrimiento e intento de colonización de América por los escandinavos hacia el año 1000. El tema de estas sagas se presta a la polémica y ha provocado múltiples y encontradas pasiones, por lo que se ha escrito más acerca de ellas que sobre cualquier otra saga islandesa; pero a menudo se las ha utilizado para defender una teoría preconcebida, de forma sensacionalista y poco objetiva, olvidando el espíritu con que fueron escritas y contribuyendo así al oscurecimiento y desprestigio de las narraciones de unos hechos cuyo fondo de verdad parece indudable. Nacidas en el siglo X, en las largas veladas al amor del fuego que los prolongados inviernos de Islandia propician, las sagas permanecieron recluidas en la tradición oral durante mucho tiempo: los sagnamenn las repetían de memoria en banquetes, sermones y asambleas, y alguna vez añadían frases de su cosecha. Sólo a partir de finales del siglo XII o principios del XIII, cuando los acontecimientos que narran han quedado alejados en el tiempo, se convierten en literatura escrita. La palabra saga es afín a los verbos sagen y say, decir y narrar en alemán e inglés, y significa relato en la lengua de los noruegos: relato de cosas sucedidas, historia registrada en palabras. Este término se aplica especialmente a las narraciones en prosa de las biografías, hechos y gestas de los islandeses, y luego también de los reyes de Noruega; las sagas son epopeyas en prosa, aunque a veces se intercala en el texto algún grupo aislado de versos.


LA SAGA DE LOS GROENLANDESES
(Texto)

por Antón y Pedro Casariego Córdoba.




I
EIRIK EXPLORA GROENLANDIA
Había un hombre llamado Thorvald, el hijo de Asvald, el hijo de Ulf, el hijo de Bueyes-Thorir. Thorvald era el padre de Eirik el Rojo. Él y Eirik abandonaron su hogar de Jaederen, en Noruega, a causa de unas muertes, y fueron a Islandia, que ya había sido ampliamente poblada por aquel entonces.
Empezaron por establecerse en Drangar (Rocas Altas), en Hornstrandir. Thorvald murió allí, y Eirik el Rojo se casó con Thjodhild, la hija de Jorund Ulfsson y de Thorbjorg-Pecho de Barco, que por entonces estaba casada con Thorbjorn el del Valle de Hauka, y se mudó al sur, para avecindarse en Eiriksstadir, junto al saliente de Vatn. Tuvieron un hijo llamado Leif.
Eirik fue desterrado de Haukadal (el Valle de Hauka) por haber dado muerte a Eyjolf Saur y a Hrafn el Duelista, así que se fue al oeste hacia Breidafjord (Fiordo Amplio) y se asentó en Oxney (la Isla de los Bueyes) en Eiriksstadir. Prestó las tablas de su sitial a Thorgest el de Breidabolstad. pero cuando pidió a éste que se las devolviera, no fue atendido, lo que dio pie a las riñas y disputas que los enfrentaron, tal como cuenta la saga de Eirik. StyrThorgrimsson, Eyjolf, de la Isla de Svin, Thorbjorn Vifilsson y los hijos de Thorbrand, de Alptafjord, se pusieron de la parte de Eirik; Thorgeir el del Valle de Hitar, y los hijos de Thord Gellir, respaldaban a Thorgest.
Eirik fue declarado proscrito y sentenciado al destierro en la Asamblea de Thorsnes. Aparejó su barco en Eiriksvag (la Bahía de Eirik) y, cuando estuvo preparado para hacerse a la mar, Styr y los otros le dieron escolta hasta más allá de las islas. Eirik les dijo que iría en busca de la tierra que Gunnbjorn Ulf-Krakason (el hijo de Ulf Cuervo) había avistado cuando, perdido el rumbo y arrastrado hacia el oeste a través del océano descubrió Gunnbjarnasker (los Islotes de Gunnbjorn); añadió que volvería para visitar a sus amigos si encontraba aquel país.
Se hizo a la mar pasado Snaefellsjokul (el Glaciar de Snaefell). Dio con el país que andaba buscando, y desembarcó cerca del glaciar que denominó Midjokul (Glaciar Medio) y que hoy se conoce con el nombre de Blaserk ,(o de la Camisa Azul).
Desde ese lugar navegó con rumbo sur a lo largo de la costa, para averiguar si el país era allí habitable. Pasó el primer invierno en Eiriksey (la Isla de Eirik) que está situada cerca del corazón de la Colonia Oriental. Cuando llegó la primavera, fue a Eiriksfjord, donde decidió establecerse. Aquel verano exploró el yermo que había hacia el oeste, y dio nombre a los lugares más sobresalientes. Pasó el segundo invierno en las islas de Eiriksholmar, cerca de Hvarfsgnipa. Durante el tercer verano navegó hacia el norte, siguiendo todo el camino hasta Snaefell, y se adentró en Hrafnsfjord, donde estimó que se encontraba más al interior que la cabecera de Eiriksfjord.
Regresó entonces y pasó el tercer invierno en Eiriksey, frente a la embocadura de Eiriksfjord.
Navegó de vuelta a lslandiaxal verano siguiente y arribó al puerto de Breidafjord. Y dio al país que había descubierto el nombre de Groenlandia (Tierra Verde), porque decía que la gente se sentiría mucho más tentada de ir allí si el lugar tenía un nombre atractivo.
Eirik pasó el invierno en Islandia, y al verano siguiente partió para colonizar Groenlandia, y se estableció en Brattahlid (Ladera Pronunciada), en Eiriksfjord.
Dicen los hombres leídos que durante el mismo verano en que Eirik se marchó a colonizar Groenlandia, veinticinco barcos salieron navegando de Breidafjord y Borgarfjord hacia la Tierra Verde, pero sólo catorce alcanzaron su destino; algunos hubieron de regresar y otros se perdieron en la mar. Esto acontecía quince años antes de que el cristianismo fuera adoptado por ley como religión en Islandia, y el mismo verano en que el obispo Fridrek y Thor-vald Kodransson salieron del país.
Los hombres cuyos nombres siguen abandonaron el país junto con Eirik y tomaron posesión de tierras en Groenlandia: Herjolf Bardarson tomó posesión de Herjolfsfjord y se estableció en Herjolfsnes; Ketil tomó posesión de Ketilsfjord; Hrafn, de Hrafnsfjord; Solvi, de Solvadal (el Valle de Solvi); Helgi Thorbrandsson, de Alptafjord; Thorbjorn Glora, de Siglufjord; Einar, de Einarsfjord; Hafgrim, de Hafgrimsfjord y de Vatnahverfi (el distrito de Vat-na); y Arnlaug de Arnlaugfjord. Otros fueron a la Colonia Occidental.

II
BJARNI AVISTA TIERRA AL OESTE
Herjolf era el hijo de Bard, el hijo de Herjolf, un pariente de Ingolf, el primer colono de Islandia, que había dado a su familia la tierra entre Vog y Reykjanes. Herjolf Bardarson había vivido durante algún tiempo en Drepstokk; su mujer se llamaba Thorgerd y tenían un hijo llamado Bjarni.
Bjarni era un joven muy prometedor. Desde su primera juventud había ansiado navegar a tierras extrañas; ganó para sí riquezas y buena reputación, y solía pasar un invierno fuera de su país y el siguiente en Islandia en compañía de su padre.
Pronto tuvo un barco mercante propio.
Durante el último invierno que Bjarni pasó en .Noruega, su padre, Herjolf, vendió su granja y emigró a Groenlandia con Eirik el Rojo. A bordo de la nave de Herjolf viajaba un cristiano de las Hébridas, el poeta que compuso el Hafgerdingadrapa (el Poema de las Olas Rompientes) que contiene esta estrofa:
Ruego al inmaculado Señor de los monjes
Que guíe mis viajes;
Que el Señor de los altos cielos
Mantenga sobre mí su firme mano.
Herjolf se estableció en Herjolfsnes; era un hombre de gran categoría.
Eirik el Rojo vivía en Brattahlid, y todos los groenlandeses le respetaban y reconocían su autoridad. Tenía tres hijos: Leif, Thorvald y Thorstein. También tenía una hija, llamada Freydis, que estaba casada con un hombre llamado Thorvard. Vivían en Cardar, donde está hoy la sede episcopal. Freydis era una mujer altanera y dominante; su marido, por el contrario, era más bien débil; ella se había casado con él principalmente por su dinero.
Por aquel entonces Groenlandia era todavía un país pagano.
Bjarni llegó a Eyrar, en Islandia, en el verano del año en que su padre se había ido a Groenlandia. La noticia de la partida de su padre dejó anonadado a Bjarni, que se negó a que descargaran su barco. Su tripulación le preguntó qué se proponía hacer, y él contestó que pretendía mantenerse fiel a la costumbre de disfrutar de la hospitalidad que su padre le brindaba en invierno, «por lo que deseo gobernar mi nave hasta Groenlandia, si vosotros estáis dispuestos a acompañarme».
Todos respondieron que harían lo que él juzgara mejor. Entonces Bjarni dijo:
«Este nuestro viaje será considerado temerario, porque ninguno de nosotros ha navegado jamás por el mar de Groenlandia».
Pese a ello, se hicieron a la mar tan pronto como estuvieron preparados y navegaron durante tres días hasta que la tierra se perdió de vista debajo del horizonte.
Amainaron entonces los vientos favorables y aparecieron los vientos del norte y la bruma; durante muchos días fueron a la deriva sin saber cuál era su rumbo. Al fin volvieron a ver el sol y fueron capaces de orientarse con su ayuda; tendieron velas y al acabar el día avistaron tierra.
Discutieron entre ellos acerca de qué país podría ser aquél. Bjarni dijo que no pensaba que fuera Groenlandia. La tripulación le preguntó si quería desembarcar allí o no. Bjarni contestó: «Por lo pronto, acerquémonos más a la costa».
Así lo hicieron, y en seguida pudieron ver que el país no era montañoso, pero sí arbolado y con bajas colinas. Se hicieron a la mar nuevamente, dejando la tierra a babor; y después de navegar durante dos días avistaron tierra una vez más.
Los hombres de Bjarni le preguntaron si creía que aquello era ya Groenlandia. Él dijo que no pensaba que lo fuera más que la vez anterior, «porque se dice que hay gigantescos glaciares en Groenlandia».
Se aproximaron velozmente a la tierra y vieron que era llana y boscosa. Cesó entonces el viento y toda la tripulación se manifestó a favor de desembarcar allí, pero Bjarni se opuso a ello. Argumentaron que andaban escasos de leña y agua, a lo que Bjarni repuso diciendo: «No os falta ninguna de las dos cosas». Sus palabras merecieron la censura de sus hombres.
Les ordenó izar la vela, y así lo hicieron. Viraron y pusieron proa al mar y navegaron tres singladuras por delante de un viento del sudoeste hasta que avistaron una tercera tierra. Ésta era alta y montañosa; un glaciar la coronaba.
Otra vez preguntaron a Bjarni si quería desembarcar, a lo que él replicó: «No, porque en mi opinión esta tierra no vale nada».
Esta vez no arriaron la vela, sino que ciñeron la línea de la costa, y vieron que habían rodeado una isla.
Una vez más viraron en redondo y dejaron la tierra a popa, y penetraron el mar por delante del mismo viento favorable. Entonces se enfurecieron los vientos, y Bjarni mandó a sus hombres que apocaran la vela y que no exigieran al barco y al aparejo más de lo que podían aguantar. Navegaron así durante cuatro días, hasta que avistaron una cuarta tierra.
Los hombres preguntaron a Bjarni si creía que aquello era por fin Groenlandia.
«Esto concuerda mucho más con lo que me han contado sobre Groenlandia», respondió Bjarni, «y aquí sí desembarcaremos».
Con el crepúsculo se acercaron y tomaron tierra junto a un promontorio en el que había una barca varada. Era allí donde vivía Herjolf, el padre de Bjarni, y por ello el lugar se ha venido llamando Herjolfsnes desde entonces.
A partir de aquel día, Bjarni permaneció al lado de su padre y abandonó el comercio. A la muerte de Herjolf continuó viviendo de aquellas tierras como su sucesor.

III
LEIF EXPLORA VINLANDIA
Algún tiempo después, Bjarni Herjolfsson navegó desde Groenlandia a Noruega y visitó al conde Eirik, que lo recibió con los brazos abiertos. Bjarni le contó la historia de su viaje y le habló de las tierras que había visto. La gente pensó que había mostrado una extraordinaria falta de curiosidad, ya que nada podía decirles acerca de aquellos países, y fue criticado por ello. Bjarni entró al servicio del conde, y dejó la corte al verano siguiente para retornar a Groenlandia.
A la sazón se hablaba mucho de ir en busca de nuevas tierras. Leif, el hijo de Eirik el Rojo de Brattahlid, fue a ver a Bjarni Herjolfsson, le compró su barco y contrató una tripulación compuesta por treinta y cinco miembros.
Leif pidió a su padre que capitaneara también aquella expedición, pero Eirik se resistía a asumir la responsabilidad del viaje; decía que estaba envejeciendo y que cada vez le costaba más arrostrar penalidades y rigores. Leif argüyó que la buena estrella de Eirik seguía brillando más que las del resto de sus parientes y que su buena suerte no le había olvidado. Finalmente Eirik dejó a Leif salirse con la suya.
Tan pronto como estuvieron preparados, Eirik cabalgó hacia el barco, que estaba a corta distancia de allí; pero el caballo que montaba tropezó, y Eirik fue arrojado a tierra, hiriéndose en la pierna.
«No estoy llamado a descubrir más países que éste en el que ahora vivo», dijo.
«Aquí ha terminado el viaje, para mí al menos». Eirik volvió a su casa de Brattahlid, pero Leif prosiguió su camino y subió a bordo de la nave, junto con sus treinta y cinco compañeros. Entre ellos había un hombre del sur, un alemán llamado Tyrkir.
Aparejaron su barco y se hicieron a la mar. La nave recaló por primera vez frente al último país que Bjarni había avistado. Navegaron derechos hacia la costa y echaron anclas; entonces arriaron un bote y desembarcaron. No había pasto a la vista, el interior estaba cubierto de grandes glaciares, y entre los glaciares y la costa la tierra semejaba una inmensa laja. El país les pareció estéril y sin valor alguno.
Entonces dijo Leif: «Ya hemos mejorado lo que hizo Bjarni en lo que a este país se refiere; nosotros, al menos, hemos plantado nuestros pies en él. Le daremos nombre y lo llamaremos Helluland (Tierra de Piedras Llanas)».
Volvieron a su nave y se hicieron a la vela y, algún tiempo después, avistaron una segunda tierra. Otra vez se acercaron directamente a ella y echaron anclas, arriaron un bote y fueron a tierra. Aquel país era llano y arbolado, con blancas playas de arena por doquier, y la tierra se inclinaba suavemente hacia el mar.
Leif dijo: «Este país ha de recibir un nombre que hable de su naturaleza: deberá ser llamado Markland (Tierra de Forestas)».
Dicho esto volvieron a su nave tan aprisa como les fue posible, y el barco zarpó empujado por un viento del noreste, y dos días después avistaron otra tierra.
Navegaron hacia ella y llegaron a una isla situada al norte.
Bajaron a tierra y miraron en torno. Hacía muy buen tiempo y el rocío vestía la hierba, y lo primero que hicieron fue recoger unas gotas con sus manos y humedecerse con ellas los labios. Y aquel rocío les pareció la cosa más dulce que habían probado jamás. Volvieron luego al barco y navegaron por el estrecho que separaba la isla del cabo que apuntaba hacia el norte.
Gobernaron la nave con rumbo oeste y rodearon el cabo. Había allí amplios bajíos y con la marea baja su barco quedó en seco y en alto, y el mar casi fuera del alcance de la vista. Pero se sentían tan impacientes por desembarcar que no fueron capaces de esperar a que la marea subiera y pusiera el barco a flote; se apresuraron a bajar a tierra y se encaminaron hacia un lugar donde un río nacía de un lago. Tan pronto como la marea liberó la nave, los que habían quedado a bordo la condujeron río arriba hasta llegar al lago, donde echaron anclas. Tomaron tierra llevando consigo sus sacos de dormir y levantaron cabanas. Decidieron poco después invernar allí, y para ello construyeron varias casas grandes.
Los salmones no faltaban ni en el río ni en el lago; eran los salmones más grandes que habían visto nunca. El país se les antojó tan agradable que no juzgaron necesario almacenar forraje para que el ganado pudiera afrontar el invierno. Y acertaron, pues nunca heló durante el invierno, y la hierba apenas se marchitó.
En aquel país la duración del día y de la noche variaba menos que en Islandia y en Groenlandia; allí la noche no era nunca tres veces más larga que el día.
Cuando hubieron terminado de erigir sus casas, Leif dijo a sus compañeros:
«Quiero dividir nuestra compañía en dos partidas para explorar el país; la mitad de la tripulación ha de permanecer aquí en las casas mientras la otra mitad sale a explorar la región. Pero éstos no deben alejarse tanto que no puedan regresar antes de la anochecida, y tampoco deben separarse nunca los unos de los otros».
Así obraron durante algún tiempo; el propio Leif iba unas veces con el grupo de los exploradores y permanecía otras en el campamento.
Leif era alto y fuerte, de impresionante apariencia; era hombre perspicaz y de conducta siempre moderada.

IV
LEIF VUELVE A GROENLANDIA
Un día, al caer la noche, llegó la noticia de que uno de los hombres había desaparecido: se trataba de Tyrkir, el Hombre del Sur. Aquello disgustó mucho a Leif, pues Tyrkir había convivido con su familia durante largo tiempo, y había cuidado a Leif, cuando éste era niño, con gran dedicación. Leif reprendió severamente a sus hombres y se dispuso a iniciar la búsqueda en compañía de
doce de ellos. Cuando todavía se encontraban cerca de las casas, Tyrkir vino a su encuentro andando y le dispensaron una calurosa bienvenida. Leif advirtió inmediatamente que Tyrkir estaba de excelente humor.
Tyrkir tenía una frente prominente, furtiva la mirada, y apenas una cara debajo; era bajo y de aspecto enfermizo pero muy hábil con las manos.
Leif le dijo: «¿Por qué llegas tan tarde, padre adoptivo?, ¿cómo es que te separaste de tus compañeros?». Tyrkir le respondió, pero al principio nadie podía entender lo que iba diciendo, pues hablaba en alemán, haciendo muecas y girando los ojos en todas direcciones. Al cabo de un rato se calló, y luego habló en islandés:
«No fui mucho más allá que vosotros», dijo. «Traigo buenas nuevas: he encontrado vides y uvas.»
«¿Es eso cierto, padre adoptivo?», inquirió Leif.
«Desde luego que lo es», respondió él. «Donde yo nací abundaban las viñas y las uvas.»
Durmieron durante lo que quedaba de noche y, a la mañana siguiente, Leif se dirigió a sus hombres: «Ahora tenemos dos tareas entre manos. Un día cortaremos cepas y recogeremos uvas, y al siguiente talaremos árboles, para cargar mi barco con todo ello».
Así se hizo, y se dice que el bote de remolque se colmó de uvas y que el barco se llenó de madera. Y en primavera, una vez estuvo todo dispuesto, zarpó la nave.
Leif dio al país un nombre que recordaba las excelencias que su naturaleza ofrecía, y lo llamó Vinlandia (Tierra del Vino).
Salieron a alta mar y disfrutaron de vientos favorables durante toda la travesía hasta que avistaron Groenlandia y sus montañas coronadas por el hielo. Entonces uno de los viajeros habló, y le dijo a Leif: «¿Por qué haces que el barco se acerque tanto al viento, aminorando así nuestra marcha?». «Tengo un ojo puesto en el timón», respondió Leif, «y el otro más allá de la nave. ¿No veis nada extraño?».
Dijeron que no veían nada de particular.
«No estoy seguro de qué es lo que veo», dijo Leif, «si un barco o un arrecife».
Entonces también lo vislumbraron ellos y opinaron que se trataba de un arrecife.
Como la vista de Leif era mucho más aguda que la de los otros, pudo distinguir varias personas sobre las rocas:
«Quiero hurtar el viento, y navegando en su contra llegar hasta esas gentes», dijo; «si necesitan ayuda, es nuestro deber proporcionársela, pero si se muestran hostiles, les haremos ver que tenemos todas las bazas a nuestro favor.»
Se acercaron al arrecife, arriaron la vela, anclaron y bajaron otro pequeño bote que habían traído con ellos. Tyrkir preguntó a los hombres quién era el que mandaba el grupo.
Su jefe respondió diciendo que su nombre era Thorir, y que era de origen noruego, y a su vez preguntó: «¿Cómo te llamas tú?».
Leif se lo dijo.
«¿Eres hijo de Eirik el Rojo de Brattahlid?»
Leif contestó que lo era. «Y ahora», añadió, «quiero invitaros a todos vosotros a subir a bordo con tantas de vuestras pertenencias como mi barco pueda llevar».
Aceptaron el ofrecimiento, y todos juntos navegaron hacia Eiriksfjord en tan cargada nave. Cuando alcanzaron Brattahlid descargaron el barco.
Leif invitó a Thorir y a Gudrid, su mujer, junto con otros tres hombres, a quedarse en su casa, y encontró alojamiento para el resto de los que habían viajado en su barco, tanto los hombres de Thorir como su propia tripulación.
Leif había rescatado quince personas del arrecife. Desde entonces le llamaron Leif el Afortunado, y prosperó tanto en fama como en riquezas.
Aquel invierno una grave enfermedad brotó entre los hombres de Thorir y el propio Thorir y muchos de sus compañeros murieron a causa de ella. Eirik el Rojo también murió aquel invierno.
Mucho se hablaba por aquel entonces acerca del viaje de Leif a Vinlandia, y su hermano Thorvald pensaba que el país no había sido suficientemente explorado.
Leif dijo a Thorvald: «Puedes disponer de mi nave para ir a Vinlandia, si así lo deseas; pero antes quiero enviarla a recoger la madera que Thorir abandonó en el arrecife».
Y así se hizo.

V
THORVALD EXPLORA VINLANDIA
Thorvald hizo los preparativos de su expedición, contando para ello con los sabios consejos de su hermano Leif, y tomó a su servicio una tripulación de treinta hombres. Cuando el barco estuvo aparejado, se hicieron a la mar, y no se conserva relato alguno del viaje hasta que llegaron a Leifsbudir (las Casas de Leif), en Vinlandia. Allí vararon la nave y se dispusieron a pasar el invierno, y pescaron peces para comer.
En primavera, Thorvald dijo que deberían aparejar el barco, y que, mientras esto se hacía, una pequeña partida de hombres debería coger el bote y navegar en él con rumbo oeste a lo largo de la costa, para explorar la región durante el verano.
El país les pareció muy hermoso, con bosques que se extendían hasta casi alcanzar la costa y con blancas playas de arena; había un sinfín de islas, y bajíos por doquier. No encontraron huella alguna que delatara la presencia de hombres o animales, excepto en una isla situada al oeste, donde encontraron un pajar muy humilde, y de entre todo lo que vieron, sólo aquello había nacido de la mano del hombre. Y con el otoño volvieron a las Casas de Leif.
Al verano siguiente, y con la mayoría de sus hombres, Thorvald navegó en su nave con rumbo este y después gobernó al norte siguiendo la línea costera.
Toparon con un temporal frente a un cabo y fueron arrastrados a tierra. Como la quilla se había hecho añicos, tuvieron que permanecer allí mucho tiempo para repararla.
Thorvald dijo a sus compañeros: «Quiero clavar aquí en el cabo la vieja quilla, y llamar Kjalarnes (Cabo de la Quilla) a este lugar».
Una vez hecho esto, se alejaron navegando hacia el este siguiendo el litoral.
Pronto se encontraron en la boca que compartían dos fiordos, y en ella se adentraron hasta llegar al promontorio que entre ellos se alzaba; en el promontorio verdeaban numerosos árboles. Amarraron el barco de modo que quedara paralelo a la línea de la tierra, sacaron la pasarela, y por ella Thorvald y todos los hombres que le habían acompañado abandonaron la nave.
«Es éste un hermoso paraje», dijo, «y aquí me gustaría levantar mi hogar».
En el camino de vuelta al barco, distinguieron tres bultos en la playa de arena que había frente al promontorio. Cuando estuvieron más cerca comprobaron que se trataba de tres canoas de cuero, cada una de ellas con tres hombres debajo.
Thorvald y sus compañeros dividieron sus fuerzas y los capturaron a todos excepto a uno, que pudo escapar en su canoa. Mataron a los otros ocho y se apresuraron a retornar al promontorio, desde el cual otearon el país que los rodeaba. Divisaron un cierto número de bultos fiordo arriba y dedujeron que se trataba de viviendas.
Entonces se sintieron abrumados por una somnolencia tal que no pudieron permanecer despiertos, y todos cayeron dormidos. Nada perturbó su sueño hasta que les despertó una voz que gritaba: «¡En pie, Thorvald, tú y todos tus hombres, si queréis seguir vivos! ¡Ve a tu nave con toda tu compañía y marchaos tan rápidamente como podáis!».
Un gran enjambre de danoas de cuero bajaba por el fiordo y apuntaba hacia ellos.
«Levantemos parapetos en las bordas», ordenó Thorvald, «y defendámonos lo mejor posible, pero no respondáis a sus ataques a menos que os veáis obligados a ello».
Así lo hicieron. Los skraelingar les arrojaron flechas durante un tiempo, y luego enseñaron la espalda y huyeron tan velozmente como les fue posible.
Thorvald preguntó a sus hombres si alguno había resultado herido; todos ellos contestaron que habían salido ilesos de la batalla.
«Tengo una herida en la axila», dijo entonces Thorvald. «Una flecha voló entre la borda y mi escudo y se detuvo bajo mi brazo. He aquí la flecha que me llevará a la muerte.»
«Os aconsejo que regreséis a las Casas de Leif tan pronto como podáis. Pero antes quiero que carguéis con mi cuerpo hasta el promontorio donde tanto me hubiera gustado vivir. Me parece que di con la verdad cuando dije que moraría allí por algún tiempo. Enterradme allí, hincad cruces sobre mi cabeza y a mis pies, y dejad que el lugar se llame Krossanes por siempre jamás.»
Dicho esto, Thorvald expiró, y sus hombres lo enterraron tal como les había pedido. Cuando Thorvald murió, Groenlandia había sido ya convertida al cristianismo; Eirik el Rojo, su padre, murió antes de la conversión.
Y para cumplir enteramente con lo que Thorvald les había dicho, retornaron a las Casas de Leif, donde se reunieron con el resto de la expedición, y se contaron unos a otros lo que de notable les había ocurrido.
Pasaron allí el invierno y recogieron uvas y vides para cargar con ellas la nave. En primavera salieron de viaje hacia Groenlandia y desembarcaron en Eiriksfjord con muchas noticias que dar a Leif.

VI
THORSTEIN EIRIKSSON MUERE
Mientras tanto, en Groenlandia, Thorstein Eiriksson de Eiriksfjord se había casado con Gudrid Thorbjarnardottir, la hija de Thorbjorn, la viuda de Thorir el Oriental, todos ellos mencionados antes.
Thorstein Eiriksson estaba ahora deseoso de ir a Vinlandia para recuperar el cuerpo de su hermano Thorvald. Aparejó el mismo barco y eligió a veinticinco hombres, los más grandes y fuertes de entre los que conocía, para que tomaran parte en la expedición junto con él mismo y su mujer Gudrid.
Cuando todos estuvieron dispuestos, se hicieron a la mar, y pronto se perdieron de vista. Pero durante todo aquel verano estuvieron a merced del tiempo, de sus caprichos y tormentas, y no supieron nunca adonde se dirigían. Una semana antes de la llegada del invierno, se encontraron fortuitamente frente a Lysufjord, en la Colonia Occidental de Groenlandia, y allí desembarcaron. Thorstein buscó alojamiento, y encontró hospedaje para toda su tripulación, pero nada encontró para sí y para su mujer, por lo que ellos dos hubieron de permanecer a bordo del barco durante algunos días.
Por aquel tiempo el cristianismo aún daba sus primeros pasos en Groenlandia.
Una mañana temprano, algunas personas se acercaron a la tienda de campaña que los cobijaba, y su jefe preguntó quién había dentro.
«Dos personas», respondió Thorstein. «¿Quién quiere saberlo?»
«Me llamo Thorstein», dijo el otro, «y me llaman Thorstein el Negro. He venido aquí para invitaros a ti y a tu esposa a acompañarme y compartir mi casa».
Thorstein Eiriksson dijo que deseaba consultar a su esposa antes de dar una contestación; pero Gudrid dejó la decisión en sus manos y él aceptó la invitación.
«Entonces volveré mañana con un carro para recogeros», dijo Thorstein el Negro.
«No nos faltan cosas que ofreceros, pero encontraréis aburrida la vida en mi casa, porque allí estamos'solos nosotros dos, mi mujer y yo, y yo soy un hombre muy huraño. Profeso además una fe que no es la vuestra, aunque considero que la vuestra es mejor que la mía».
A la mañana siguiente volvió con el carro a recogerlos. Se trasladaron a su casa y allí los trataron bien.
Gudrid era una mujer muy bien parecida; era inteligente y sabía bien cómo comportarse entre extraños.
Al comienzo de aquel invierno, una enfermedad brotó entre la tripulación de Thorstein Eiriksson, y muchos de los hombres murieron. Thorstein ordenó que fabricaran ataúdes para los muertos e hizo que amortajaran los cuerpean el barco.
«Porque quiero que todos los cuerpos estén en Eiriksfjord para el verano», dijo.
No mucho después la enfermedad invadió también la casa de Thorstein el Negro, y la primera en caer enferma fue su mujer, Grimhild. Era una mujer inmensa, tan fuerte como cualquier hombre, pero la enfermedad la derribó igual que a todos.
Thorstein Eiriksson contrajo pronto el mismo mal, y durante algún tiempo los dos estuvieron enfermos y en cama, hasta que Grimhild murió. Entonces su marido, Thorstein el Negro, salió a buscar una tabla para tender el cadáver en ella.
«No tardes demasiado, mi buen amigo», dijo Gudrid.
Él dijo que volvería en seguida.
Entonces dijo Thorstein Eiriksson: «Hay algo muy extraño en Grimhild. Se incorpora apoyándose en el codo, saca los pies de la cama y busca a tientas su calzado».
En ese preciso momento Thorstein el Negro volvió a la habitación, y Grimhild se desplomó sobre su cama tan pesadamente que todas las vigas de la casa crujieron.
Thorstein el Negro hizo un ataúd para el cuerpo de Grimhild, la amortajó, y se la llevó para que fuera enterrada. Era un hombre grande y vigoroso, pero necesitó de toda su fuerza para sacarla de la casa.
La enfermedad de Thorstein Eiriksson se fue agravando hasta que murió. Los tres estaban juntos en la habitación cuando Thorstein expiró; Gudrid quedó desolada sentada en un taburete junto a la cama de su marido. Thorstein el Negro la cogió entre sus brazos, la llevó al banco que acababa de abandonar, y volvió a sentarse en él, con ella en su regazo. Trató de reconfortarla y consolarla de mil maneras distintas, y prometió que la llevaría a Eiriksfjord junto con el cuerpo de su marido y los de los hombres de su tripulación.
«Y haré venir aquí algunos sirvientes más», dijo él, «para tu mayor comodidad y bienestar».
Ella se lo agradeció. Mas entonces el cadáver de Thorstein Eiriksson se incorporó súbitamente hasta quedar sentado y habló: «¿Dónde está Gudrid?».
Repitió estas palabras tres veces, pero Gudrid no dio respuesta alguna. Entonces ella preguntó a Thorstein el Negro: «¿Debería responderle?».
Él le aconsejó que no lo hiciera. Entonces cruzó la habitación, tomó asiento en el taburete, con Gudrid en sus rodillas, y dijo: «¿Qué es lo que quieres, tocayo?».
Tras una pausa, Thorstein Eiriksson respondió: «Ansio revelar a Gudrid su destino, para que ella pueda resignarse más fácilmente a mi muerte, porque estoy ahora en un feliz lugar de reposo. Tengo esto que decirte, Gudrid: te desposarás con un islandés, disfrutaréis de una larga vida juntos, y vuestra prole será sana y numerosa, clara y excelente, dulce y fragante. Tú y tu marido iréis de Groenlandia a Noruega, y de allí a Islandia, donde levantaréis vuestro hogar y viviréis durante largo tiempo. Sobrevivirás a tu marido e irás en peregrinación a Roma, y de allí retornarás a tu granja en Islandia; allí se construirá una iglesia y harás los votos de monja y allí permanecerás hasta que mueras».
Entonces Thorstein se desplomó. Su cuerpo fue amortajado y llevado al barco.
Thorstein el Negro cumplió todas las promesas que había hecho a Gudrid. En primavera vendió su granja y su ganado, llevó a Gudrid con todas sus posesiones al barco, aparejó éste, reclutó una tripulación, y entonces navegó a Eiriksfjord.
Todos los muertos fueron enterrados en la iglesia que hay allí.
Gudrid fue a Brattahlid para quedarse con su hermano político, Leif Eiriksson.
Thorstein el Negro se estableció en Eiriksfjord y vivió allí durante el resto de sus días.
Fue considerado como un hombre de espíritu recto.

VII
KARLSEFNI EN VINLANDIA
Aquel mismo verano arribó a Groenlandia una nave que procedía de Noruega. Su capitán era un hombre llamado Thorfinn Karlsefni, el hijo de Thord Cabeza de Caballo, el hijo de Snorri, el hijo de Thord de Hofdi. Era un hombre que poseía considerables riquezas. Pasó el invierno en Brattahlid con Leif Eiriksson.
Muy pronto Karlsefni se prendó de Gudrid y le declaró su amor, pero ella pidió a Leif que respondiera en su nombre. Ella se prometió en matrimonio a Karlsefni y la boda se celebró aquel mismo invierno.
Aún se hablaba tanto como antes acerca de los viajes a Vinlandia y todo el mundo, incluida Gudrid, seguía instando a Karlsefni a que partiera hacia aquellas tierras. Finalmente éste decidió emprender la travesía y reunió una compañía compuesta por sesenta hombres y cinco mujeres. Llegó con su tripulación al acuerdo de que todos participarían por igual de los beneficios que la expedición pudiera producir, cualesquiera que éstos fueran. Llevaron consigo ganado de todas clases, ya que pretendían crear allí una colonia permanente, si ello era posible.
Karlsefni preguntó a Leif si podía quedarse con sus casas de Vinlandia; Leif dijo que se las prestaba gustoso, pero que no quería regalárselas.
Se hicieron a la mar y arribaron sanos y salvos a las Casas de Leif, y llevaron a tierra sus sacos de dormir. Pronto tuvieron víveres en abundancia, ya que un rorcual grande y hermoso había sido arrastrado a la playa; hacia allí bajaron y lo descuartizaron, y así no hubo escasez de alimento.
Sacaron el ganado al pasto y los machos se tornaron retozones y difíciles de manejar. Habían traído un toro con ellos.
Karlsefni ordenó talar árboles y que los cortaran a lo largo para cargar con ellos el barco en su momento, y mientras tanto la madera se dejó sobre un peñasco para que el aire la fuera curando. Se sirvieron de todo lo que la naturaleza del país había puesto a su alcance, uvas y caza de todas clases y otros regalos.
El primer invierno dio paso al verano, y entonces tuvieron su primer encuentro con los skraelingar, cuando un gran número de ellos salió del bosque un día. La vacada pacía por allí cerca y el toro empezó a bramar y mugir con gran vehemencia. Esto aterrorizó a los skraelingar que huyeron llevando consigo sus fardos llenos de cuero, pieles de marta y otras muchas pieles. Se dirigieron hacia las casas de Karlsefni y trataron de entrar en ellas, pero Karlsefni había atrancado las puertas para impedirles el paso. Ningún bando podía entender la lengua del otro.
Entonces los skraelingar dejaron sus fardos en el suelo, los abrieron y ofrecieron su contenido, preferiblemente a cambio de armas; pero Karlsefni prohibió a sus hombres comerciar con éstas. Entonces tuvo la idea de ordenar a las mujeres que sacaran leche para dársela a los indígenas, y cuando éstos la vieron no querían comprar otra cosa. Y de este modo el resultado de su expedición comercial fue que los skraelingar se llevaron sus compras en el estómago y que dejaron sus fardos y sus pieles a Karlsefni y sus hombres.
Después de aquello Karlsefni mandó que se erigiera una fuerte empalizada alrededor de las casas, y allí dentro permanecieron.
Por esta época la mujer de Karlsefni, Gudrid, dio a luz a un hijo varón, y le llamaron Snorri.
Al comienzo del invierno siguiente, volvieron los skraelingar, esta vez mucho más numerosos, trayendo consigo las mismas mercancías que la vez anterior. Karlsefni dijo a las mujeres: «Debéis sacarles lo mismo que ellos tanto apreciaron la última vez, y ninguna otra cosa».
Tan pronto como los skraelingar vieron la leche, arrojaron sus fardos por encima de la empalizada.
Gudrid estaba en su casa, sentada frente a la puerta, junto a la cuna de su hijo Snorri, cuando una sombra cruzó el umbral y entró una mujer vestida con una túnica negra ceñida; era menuda y una cinta rodeaba sus cabellos castaños. De pálida tez, tenía los ojos más grandes que nadie haya visto nunca en cabeza humana. Caminó hacia Gudrid y dijo: «¿Cómo te llamas?».
«Me llamo Gudrid. ¿Y tú?»
«Me llamo Gudrid.»
Entonces Gudrid, la mujer de Karlsefni, le indicó con un gesto que se acercara y se sentara a su lado; pero de repente se oyó un gran ruido y la mujer desapareció, y en el mismo instante uno de los hombres de Karlsefni dio muerte a un skraeling que intentaba robar algunas armas. Los skraelingar se dieron a la fuga tan rápidamente como les fue posible, abandonando sus ropas y mercancías. Nadie a excepción de Gudrid había visto a la mujer.
«Ahora debemos planear algo», dijo Karlsefni, «porque supongo que nos harán una tercera visita, y esta vez acudirán en mayor número y se mostrarán hostiles. He aquí lo que debemos hacer: diez hombres han de ir al promontorio y hacerse allí bien visibles, mientras el resto de nosotros se interna en la foresta y hace allí un claro, donde podamos ocultar la vacada cuando los skraelingar salgan del bosque. Apartaremos el toro y lo enfrentaremos a ellos».
El lugar donde se proponían combatir con los skraelingar tenía el lago a un lado y los bosques al otro.
El plan de Karlsefni se puso en práctica y los skraelingar fueron derechos al lugar que Karlsefni había elegido para la batalla. Comenzó la lucha, y muchos de los indígenas encontraron la muerte. Había un hombre alto y gallardo entre los skraelingar, y Karlsefni estimó que debía de ser su jefe. Uno de los skraelingar había recogido un hacha del suelo, y después de haberla examinado durante un momento, la arrojó contra un hombre que estaba junto a él, y que cayó a tierra como fulminado por un rayo. El hombre alto se hizo entonces con el hacha, la miró durante un momento, y luego la tiró al agua tan lejos como pudo. Entonces los skraelingar huyeron por el bosque tan rápidamente como les fue posible, y así terminó el combate.
Karlsefni y sus hombres pasaron allí todo el invierno, pero en la primavera Karlsefni anunció que no tenía ningún deseo de seguir durante más tiempo allí, y que quería volver a Groenlandia. Se aprestaron al viaje y llevaron con ellos muchos productos de valor, vides y uvas y pieles. Se hicieron a la mar y llegaron sanos y salvos a Eiriksfjord y pasaron el invierno allí.

VIII
FREYDIS EN VINLANDIA
Se hablaba entonces con renovado interés de los viajes a Vinlandia, porque se pensaba que esas expediciones eran buenas fuentes de fama y fortuna.
El verano en que Karlsefni volvió a Vinlandia, arribó a Groenlandia, procedente de Noruega, un barco capitaneado por dos hermanos llamados Helgi y Finnbogi.
Pasaron el invierno en Groenlandia. Eran islandeses de origen, y provenían de los Fiordos del Este.
Un día Freydis Eiriksdottir (hija de Eirik) emprendió viaje desde su casa de Cardar para visitar a los hermanos Helgi y Finnbogi. Les preguntó si se unirían a ella, aportando su barco, para dirigirse a Vinlandia, y si estarían de acuerdo en compartir, a partes iguales, todos los beneficios que de la expedición pudieran derivarse. Ellos respondieron afirmativamente. Entonces ella marchó a ver a su hermano Leif y le pidió que le diera las casas que él había construido en Vinlandia; pero Leif dio la misma respuesta que la otra vez: se las prestaba gustosamente, pero no estaba dispuesto a regalárselas.
Los dos hermanos y Freydis llegaron al acuerdo de que cada parte debía reunir a bordo de su nave treinta hombres sanos de cuerpo, sin contar las mujeres. Pero Freydis traicionó el acuerdo inmediatamente añadiendo a su partida cinco hombres más, a los que mantuvo ocultos. Los hermanos no se enteraron de sus manejos hasta que llegaron a Vinlandia.
Así que se hicieron a la mar, no sin antes haber acordado que navegarían agrupados si ello era posible. Nunca les separó una gran distancia, pero los hermanos llegaron a Vinlandia un poco antes que Freydis, y ya habían transportado su carga a las Casas de Leif cuando Freydis desembarcó. La tripulación de ésta descargó su barco y trasladó todo a las casas.
«¿Por qué habéis metido aquí vuestros trastos?», preguntó Freydis.
«Porque habíamos pensado que nuestro acuerdo sería respetado en su totalidad», respondieron los hermanos.
«Leif me prestó estas casas a mí, y no a vosotros», dijo ella.
Entonces, dijo Helgi: «Nosotros, los hermanos, nunca podremos rivalizar contigo en maldad».
Sacaron fuera sus bienes y se construyeron su propia casa más al interior, a orillas de un lago, y allí se instalaron cómodamente. Entretanto, Freydis hacía que talaran árboles para ir formando su cargamento.
Cuando llegó el invierno los hermanos sugirieron la organización de juegos y otros entretenimientos. Se ejercitaron en ellos durante algún tiempo, hasta que surgieron diferencias, y los malos sentimientos se interpusieron entre las dos partidas. Se abandonaron los juegos y cesaron las visitas entre las dos casas.
Este estado de cosas se prolongó durante casi todo el invierno.
Una mañana temprano Freydis se levantó y se vistió, pero no calzó sus pies.
Afuera el rocío lo humedecía todo. Se puso la capa de su marido y se encaminó a la puerta de la casa de los hermanos. Alguien acababa de salir dejando la puerta entornada. Ella la abrió del todo y permaneció en el umbral durante un rato sin pronunciar palabra. Finnbogi estaba echado en la cama más alejada de la entrada; estaba despierto y le dijo: «¿Qué buscas aquí, Freydis?».
«Quiero que te levantes y que salgas conmigo», le respondió. «Quiero hablarte.»
Caminaron hacia un tronco de árbol que yacía junto al muro de la casa, y se sentaron en él.
«¿Cómo te van las cosas?», preguntó ella.
«Me gusta este generoso país», respondió él, «pero me disgustan los malos sentimientos que se han interpuesto entre nosotros, porque no veo razón alguna que justifique su existencia».
«Tienes toda la razón», dijo ella, «y siento lo mismo que tú acerca de todo ello.
Pero el motivo por el cual vengo a verte es que quiero cambiar mi nave por la que es tuya y de tu hermano, ya que la vuestra es mayor que la mía y yo quiero irme de aquí».
«No me opondré a ello», respondió él, «si ello te hace feliz».
Y así se separaron. Finnbogi volvió a su cama y Freydis anduvo hasta su casa.
Cuando se metió en su lecho, tenía los pies fríos y su marido Thorvard se despertó, y le preguntó por qué estaba tan fría y mojada. Ella respondió con gran indignación: «Fui a ver a los hermanos para ofrecerme a comprar su barco, pues yo necesito uno mayor; y esto los enfureció de tal manera que me golpearon y me manosearon brutalmente. Pero tú, infeliz, nunca vengarás mi humillación ni la tuya propia. ¡Ahora me doy cuenta de lo lejos que estoy de mi hogar en Groenlandia! Y a menos que tomes venganza de esto, me divorciaré de ti».
Thorvard no pudo aguantar por más tiempo sus puyas y ordenó a sus hombres que se levantaran inmediatamente y que cogieran sus armas. Así lo hicieron y fueron derechos a la casa de los hermanos; irrumpieron en ella cuando todos los hombres estaban dormidos, los agarraron y los ataron, y los arrastraron fuera uno a uno. Y Freydis los hizo matar a medida que iban saliendo.
Todos los hombres fueron asesinados de esta manera, y pronto sólo quedaron las mujeres, pero nadie estaba dispuesto a matarlas.
Freydis dijo: «Dadme un hacha».
Empuñó el hacha y ella misma mató a las mujeres, a las cinco que había.
Después de aquella monstruosa acción volvieron a su casa, y era evidente que Freydis pensaba que había dado prueba de su astucia haciendo lo que hizo. Se dirigió a sus compañeros: «Si alguna vez logramos volver a Groenlandia, haré matar a todo aquel que deje escapar una sola palabra acerca de lo que acaba de pasar. Contaremos que esta gente seguía aquí cuando nos fuimos».
Al principio de la primavera aparejaron la nave que había pertenecido a los dos hermanos y la cargaron con todos los productos que pudieron obtener y que el barco era capaz de transportar.
Hecho esto se hicieron a la mar. Tuvieron un buen viaje y arribaron a Eiriksfjord a comienzos del verano.
Karlsefni seguía allí cuando llegaron. Su nave estaba lista para navegar y lo único que esperaba para partir era un viento favorable. Se dice que ningún barco ha levado anclas en Groenlandia tan ricamente cargado como aquel que Karlsefni capitaneaba.

IX
LOS DESCENDIENTES DE KARLSEFNI
Freydis volvió a su granja, que no había sufrido ningún daño durante su ausencia.
Repartió dinero entre todos sus compañeros de viaje, ya que quería que mantuvieran sus crímenes en secreto, y entonces se estableció en su granja.
Pero no todos sus compañeros eran lo suficientemente discretos como para no decir nada acerca de aquellos perversos crímenes y evitar así que salieran a la luz. Ciertos rumores llegaron por casualidad a oídos de su hermano Leif, y lo que oyó le pareció una historia espantosa. Apresó a tres de los hombres de Freydis y los torturó hasta que revelaron todo lo que había sucedido; sus relatos coincidieron palabra por palabra.
«No tengo coraje», dijo Leif, «para castigar a mi hermana Freydis como se merece, pero profetizo que sus descendientes no prosperarán nunca».
Y desde entonces todos tuvieron de ella y de su familia la peor de las opiniones.
Mientras tanto Karlsefni había aparejado su nave y en ella se había marchado.
Tras una feliz travesía alcanzó Noruega sano y salvo. Pasó allí el invierno, y vendió su cargamento, y él y su esposa fueron tenidos en mucho por los más notables de aquel país. A la primavera siguiente, aparejó su nave para emprender viaje a Islandia; cuando estaba completamente dispuesto para navegar, y su barco descansaba en el muelle a la espera de vientos favorables, un hombre del sur fue a verle, un hombre de Bremen, en Sajonia.
Aquel hombre preguntó a Karlsefni si le vendería el bien trabajado mascarón que tenía en su barco.
«No quiero venderlo», contestó Karlsefni.
«Te daría por él medio marco de oro», dijo el hombre del sur.
Karlsefni pensó que aquella era una buena oferta; la venta se llevó a cabo y el hombre del sur se fue con el mascarón. Karlsefni no sabía de qué clase de madera estaba hecho: era de arce y había venido desde Vinlandia.
Karlsefni se hizo a la mar y llegó al norte de Islandia, recalando en Skagafjord, donde varó la nave para que el invierno no hiciera mella en ella. A la primavera siguiente compró las tierras de Glaumbaer y se estableció allí; cultivó aquello durante el resto de sus días y fue considerado como un hombre de gran valía.
Muchas gentes de alta condición descienden de él y de su mujer Gudrid.
Tras la muerte de Karlsefni, Gudrid y su hijo Snorri, que habla nacido en Vinlandia, se hicieron cargo de la granja. Cuando Snorri tomó esposa, Gudrid marchó en peregrinación a Roma; y a su vuelta a la granja de su hijo se encontró con que éste había erigido una iglesia en Glaumbaer. Después. Gudrid se hizo monja y allí permaneció como anacoreta durante el resto de sus días.
Snorri tuvo un hijo llamado Thorgeir, que luego sería el padre de Yngvild, la madre del obispo Brand. Snorri tuvo también una hija llamada Hallfrid, que luego sería la mujer de Runolf, el padre del obispo Thorlak.
Karlsefni y Gudrid tuvieron otro hijo, al que llamaron Bjorn, y que luego sería el padre de Thorunn, la madre del obispo Bjorn.
Gran cantidad de gente desciende de Karlsefni; ha venido a ser el origen de un linaje prolífico.
Fue el propio Karlsefni quien narró, con más lujo de detalles que ningún otro, la historia de todos estos viajes, que aquí ha sido rememorada con alguna extensión.

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