"No hay decisiones buenas y malas, solo hay decisiones y somos esclavos de ellas." (Ntros.Ant.)

sábado, 24 de abril de 2010

MITOLOGIA -EN EL CAOS ESTA EL ORIGEN DE TODAS LAS COSAS--

MITOLOGIA
En el Caos está el origen de todas las cosas



“En el principio era el Caos”, cuenta el poeta Hesiodo. Era el espacio abierto, la pura extensión ilimitada, el abismo.
Súbitamente, del Caos surgió la primera realidad sólida: Gaia o Gea, la Tierra (Tellus). Fue ella quien dio sentido y un orden al Caos, al limitarlo, e instaló en él el suelo, escenario de la vida.
Después vino la Noche, la tiniebla profunda. Y debajo de la Tierra se constituyó el Erebo o Érebos (el crepúsculo), morada de las sombras.
Quedaba todavía, sobre Gaia, un espacio vacío. Para llenarlo, ella “creó un ser igual a sí misma, capaz de cubrirla por entero”. Por sí misma creo a Urano, el Cielo estrellado.
En soledad originó también a las Montañas y a Ponto, el Mar inquieto y profundo.
Como la Tierra –es decir, sin unirse a fuerza alguna- la Noche engendró al Éter –luz que iluminaria a los dioses en las más altas regiones de la atmósfera- y el Día, claridad de los mortales que, en el espacio, se alterna con su madre para no cansarla.
Por ese entonces rondaba en el Caos el poderoso Eros, el amor Universal. A partir de entonces ninguna fuerza podría engendrar nada sola.
Movida por Eros, Gaia se unió a Urano, su primogénito, engendrando con él muchos y muchos hijos. Una raza violenta pobló la Tierra y la animó con nuevas formas de vida.
(El escenario del mundo está listo. Los personajes se preparan para vivir su drama).

viernes, 23 de abril de 2010

MITOLOGIA -LOS VIENTOS LIBERTAN EL ALMA DE PATROCLO-

MITOLOGIA
Los Vientos libertan el alma de Patroclo


En lo alto de la pira, el cuerpo inerte de Patroclo espera el momento de ser devorado por las llamas, para que el alma del héroe se libere y encuentre la paz.
En vano los griegos tratan de que las maderas prendan fuego. La leña no enciende.
Afligidos por la suerte del amigo muerto, el bravo Aquiles se aleja de sus compañeros y ruega a Bóreas y Céfiro que vengan desde lejos a inflamar la gran pira.
Los Vientos no lo escuchan, pero la veloz Iris, mensajera del Olimpo, oye las desesperadas súplicas del bravo guerrero y sin demora parte hacia la morada de Céfiro.
En el umbral de la puerta se detiene emocionada la mensajera. Los Vientos, que participaban de un banquete, al verla se levantan respetuosamente y la invitan a sentarse a su mesa en el sitio de honor de los huéspedes.
Iris, diosa del arco de todos los colores que une el cielo con la tierra, rehúsa y explica la razones de su venida: “Aquiles implora a Bóreas y al impetuoso Céfiro que vengan, y les promete hermosas ofrendas, para que soplen la llama en la pira donde se encuentra Patroclo, que todos los aqueos lloran”.
Enseguida va a reunirse con Aquiles. Y los Vientos se ponen en camino, empujando las nubes a su paso. Sin demora llegan a los campos de Troya, se lanzan sobre la pira de Patroclo y durante toda la noche hacen crepitar enormes llamas.
Al surgir la aurora, el cuerpo de Patroclo es sólo cenizas, y el alma del héroe, se encamina, libre, al reino de las sombras.
Entonces Bóreas y Céfiro dejan morir las llamas y regresan a su reino, llevándose la gratitud de Aquiles y los loores de los griegos.

domingo, 18 de abril de 2010

MITOLOGIA -BOREAS Y LA TRAGEDIA DE FINEO-

MITOLOGIA
Bóreas y la tragedia de Fineo


Fineo, el rey de Tracia, suspiraba enamorado por la graciosa Cleopatra, hija del viento Norte. Y tan intenso era su amor por ella, tan suplicante su voz al pedirla en matrimonio, que Bóreas consintió en la unión.
Al principio la pareja vivió feliz, con cariño y risas. Después de nacerle dos hijos –Plexípo y Pandión- vino la amargura. Sin explicación alguna, Fineo repudió a Cleopatra y se unió a Idea, bella princesa de Dardania.
Dignamente, Cleopatra se retiró para siempre de la vida de su esposo. Con él dejó, sin embargo, a las criaturas nacidas de su breve amor.
Voluntariosa y egoísta, Idea no aprobaba las actitudes cariñosas de Fineo hacia los dos niños. Y poco a poco fue preparando aviesos planes para separarlo de sus hijos.
Por fin decidió enfrentar padre contra hijos: falsamente declaró a su marido que Plexípo y Pandión, poco más que niños, habían intentado violarla.
Sin manera de defenderse, los muchachos estaban paralizados de espanto ante el padre temible que avanza hacia ellos, puñal en mano, y en un gesto de odio les vacía los ojos.
Tanteando en la súbita oscuridad, gimiendo de dolor, los niños salen por el camino rumbo al palacio de Bóreas. El viento Norte se estremece de cólera ante su desgracia. Y decide vengarse, infligiendo a Fineo el mismo de sombras y desencantos.
Después de segar al cruel soberano, Bóreas lo entrega a las torturas de las Harpías y para culminar la tragedia, desparraman penurias y hambre por todo el reino de Tracia.

viernes, 16 de abril de 2010

MITOLOGIA -LOS VIENTOS DESTRUYEN EL SUEÑO DE ENEAS-

MITOLOGIA
Los vientos destruyen el sueño de Eneas


El odio de Juno (Hera) hacia el pueblo troyano venía de lejos. Venía del día en que Eris, la Discordia, irritada por no haber sido invitada a las bodas de Peleo y Tetis, arrojara entre los presentes una manzana con la inscripción: “Para la mas bella”.
Tres eran las diosas más bellas del Olimpo: la misma Juno, Venus (Afrodita) y Minerva (Atenea). Sin embargo, ningún inmortal se arriesgaba a elegir. Con su prudencia, Júpiter resolvió confiar el encargo al joven Paris, príncipe pastor de Troya.
El mozo eligió a Venus. Minerva, diosa de la sabiduría, acepto la derrota. Pero Juno jamás perdono al mortal.
Cuando Paris rapto a Helena, esposa de Menelao, rey de Esparta, el odio de la soberana olímpica creció aún más. Por ser Juno la protectora de los matrimonios, no podía admitir el adulterio.
Así, al desencadenarse la guerra de Troya, resolvió ayudar a los griegos y, para vengarse de la afrenta de Paris, arrasarlo junto con su pueblo, solidario con el príncipe.
Pero los duros combates también terminaron. Troya es una ruina. El pueblo vencido, conducido por el pío Eneas –que había aconsejado devolver a Helena- parte en busca de otra patria. En busca de pan y ropas, de justicia. Eneas está dispuesto a cruzar todos los mares y todas las tierras para encontrar un lugar sin recuerdos, sin luchas, donde poder iniciar una nueva vida. Quiere paz. Olvido.
El mar es un desconocido, pero está calmo. No lleve, no truena, no hay tormenta. Los troyanos cantan y ríen. Y desde lo alto del Olimpo la majestuosa Juno se estremece de furor. Decidida a matar hasta la última alegría de los troyanos, la diosa va a Eolia a conspirar con el rey de los Vientos. Le suplica que haga naufragar los navíos de Eneas. A cambio, le ofrece doce hermosas ninfas para que lleven un poco de alegría a la isla.
Eolo no puede rehusarse al pedido de Juno: fue ella quien lo envió al Olimpo y pidió a Júpiter (Zeus) que lo hiciese rey de los Vientos.
Eolo reúne a sus súbditos y les ordena que se lancen sin piedad sobre la flota de Eneas. Los Vientos parten inmediatamente en busca de las embarcaciones troyanas.
Nubes negras rodean los navíos. Los pilotos no consiguen recuperar el rumbo. Desorientados, ciegos, comienzan a lamentarse de no haber muerto con sus parientes y camaradas.
Una ráfaga furiosa alcanza la vela y quiebra los remos. La proa cambia de rumbo ofreciendo el flanco a las ondas furiosas. Soplan vientos de todos lados. Es el terror, el pánico.
Tres navíos son arrojados contra las rocas. El viento Noto arrastra otros tres y los destroza contra las piedras.
Neptuno (Poseidón) oye el ruido del naufragio, empuña el tridente y sube a la superficie de las aguas. Profundamente irritado por invasión de su imperio, y conmovido por la tragedia de los troyanos, llama a Euro y Céfiro, y les dice: “¿Tamaña osadía os da vuestra estirpe? ¿Os atrevéis, Vientos, a confundir el cielo y la tierra sin mi venia, y a levantar esas masas enormes? Conviene que aplaquéis ya las ondas agitadas. Más tarde pagaréis el mal que habéis hecho. Apresuraos a huir e id a decir a vuestro rey que no es a él sino a mí a quien cupo por destino el imperio del mar y el terrible tridente. El tiene las enormes rocas vuestra morada. Que Eolo se enorgullezca de su palacio y reine en la cárcel donde se aprisiona a los Vientos”.
Dicho esto, calma las aguas revueltas y aleja las negras nubes de la tempestad. Los barcos de Eneas se reúnen nuevamente. Los Vientos vuelven a su cárcel y explican a Eolo lo ocurrido. Eolo no puede hacer nada contra Neptuno, tan poderoso como él.
Ayudada por el dios de los mares, la flota troyana prosigue su camino rumbo a la nueva patria.


sábado, 10 de abril de 2010

REFLEXIONES SOBRE JESUS - PARTE III (f): ¿QUE PODEMOS SABER CON SEGURIDAD ACERCA DE JESUS?

REFLEXIONES SOBRE JESUS
PARTE III (f)
¿QUÉ PODEMOS SABER CON
SEGURIDAD ACERCA DE JESÚS? (1)

por César Vidal Manzanares

La cuestión acerca de aquello que podemos conocer con certeza acerca de la vida de Jesús es sustancial a todo intento de intentar comprender al personaje. Las respuestas han sido muy variadas yendo desde el “nada” de R. Bultmann hasta el “optimismo moderado” sobre las posibilidades de acceder a un conocimiento del Jesús histórico de Geza Vermes, pasando por el análisis certero del historiador M. Grant o la visión, poco menos que triunfalista, de G.R. Habermas.
Desde luego, debemos empezar por reconocer que multitud de datos acerca de su vida permanecerán ocultos para nosotros presumiblemente siempre. Seguramente nunca sabremos cuáles fueron sus gustos o aficiones –algo que suele ocupar tanto lugar en las biografías modernas–, cómo transcurrió la mayor parte de su infancia y adolescencia, cómo fue su relación con José y el resto de su familia antes de iniciarse su ministerio (iniciado éste, ya sabemos que fue de incredulidad, hasta que Santiago tuvo una visión de Jesús resucitado), dónde se educó o en qué trabajó durante su vida privada, etc. A todas esas preguntas, sólo se pueden intentar responder mediante conjeturas con escasos visos de certeza plena. Los materiales que han llegado a nosotros acerca de Jesús sólo nos permiten acceder a sus últimos años de vida y alguna referencia a la infancia. Dentro de este período de la vida de Jesús, la respuesta en cuanto a si podemos reconstruir su vida es, con diferencias de matiz no pequeñas, afirmativa en la opinión de los historiadores contemporáneos. Paradójicamente, ésta no es la de aquellos que trabajan con metodologías que no podemos calificar de
científicas como es el caso de filósofos y teólogos (2). En estos dos últimos casos, da la sensación de que existe un mayor interés por presentar una figura de Jesús que encaje en la última corriente (¿nos atrevemos a decir “moda”?) que por plantearse seriamente lo que las fuentes nos dicen sobre él. Gracias a ello, hemos “padecido” a Cristos marxistas, hegelianos “guerrilleros”, existencialistas o nihilistas, por sólo citar a unos cuántos, así como un uso de las fuentes intolerable desde una perspectiva histórica.
Pero volviendo a nuestra pregunta inicial, ¿qué podemos saber con certeza histórica acerca de Jesús?
E. P. Sanders (3) ha señalado la existencia de ocho “hechos indiscutibles” (indiscutible facts) relacionados con la vida de Jesús. Éstos son los siguientes:
1. Jesús fue bautizado por Juan Bautista.
2. Jesús fue un galileo que predicaba y sanaba.
3. Jesús llamó a sus discípulos y entre ellos nombró doce.
4. Jesús confirmó su actividad a Israel.
5. Jesús se implicó en una controversia acerca del Templo.
6. Jesús fue crucificado fuera de Jerusalén por las autoridades romanas.
7. Después de la muerte de Jesús sus seguidores continuaron como un movimiento identificable.
8. Al menos algunos judíos persiguieron a partes del nuevo movimiento y parece que tal persecución duró como mínimo hasta un tiempo cercano al final de la carrera de Pablo.
Junto con estas afirmaciones, Sanders acepta como histórico buena parte del material contenido en los Evangelios acerca de Jesús (parábolas, proverbios, enseñanzas, etc.) a la vez que el hecho de que Jesús se aplicó
algunos de los títulos que le atribuyen los Evangelios.
A propuesta de Sanders ha tenido eco en cierto sector del mundo académico y no es de extrañar que, muy recientemente, F. J. Murphy la haya convertido en la base para discutir la historicidad de Jesús y que, a la vez, la haya aceptado sustancialmente.
En otro extremo del panorama, podríamos situar a autores como GR. Habermas (4) que ha llegado a considerar como históricamente fiables ciento diez afirmaciones acerca de Jesús de las cuales algunas resultan cuando menos muy dudosas (prescindiendo de lo que se crea, ¿cómo se puede considerar históricamente comprobable que Jesús nació de una virgen, como lo hace Habermas?)
Ante unas diferencias de resultados tan espectaculares ¿qué podemos saber de Jesús? Mi opinión es que tal problema –que es histórico– sólo puede ser abordado desde una metodología correcta por historiadores y que resulta muy dudoso (como mínimo) y prescindiendo de sus valores en otras áreas que pueda ser enfocado desde la perspectiva de la filosofía, la teología o incluso la filología. Ciertamente, por mencionar un caso, el análisis lingüístico del filólogo es útil para el historiador, pero nunca lo puede sustituir. Hacerlo sería como afirmar que, puesto que las radiografías resultan inútiles para el cirujano la intervención quirúrgica debería realizarla el radiólogo en lugar de él. (5)
Partiendo de un criterio meramente histórico, a mi juicio, se puede afirmar que las fuentes, tanto cristianas como judías y paganas, nos permiten conocer y dar como ciertos buen número de datos acerca de la vida de Jesús, en un grado de exactitud que supera en bastantes ocasiones a personajes famosos de la Antigüedad.
Estos datos son, como mínimo, los siguientes (6):
1. Jesús pertenecía a la estirpe davídica aunque seguramente, a una rama secundaria de la familia (Mateo, Lucas, Eusebio).
2. Su nacimiento no fue normal. Esto sería utilizado por sus adversarios con propósitos denigratorios, mientras que dos de los Evangelios lo presentarían a la luz de la “concepción virginal” (Mateo, Lucas, Juan, el Talmud).
3. Estuvo en Egipto (Mateo, el Talmud).
4. Se crió en Galilea (Sinópticos, Juan).
5. Tuvo hermanos y hermanas y sus parientes vivieron, de hecho, hasta el s. III (Mateo, Marcos, Juan, Flavio Josefo, Hegesipo, Eusebio, Tertuliano, etc).
6. Fue bautizado por Juan el Bautista (los cuatro Evangelios).
7. Inició su ministerio en Galilea (los cuatro Evangelios).
8. Sus hermanos no creían en él (Juan, Mateo, Marcos).
9. Predicó un Evangelio centrado en la venida del reino de Dios y en la necesidad de arrepentirse y aceptarlo a él para obtener la salvación.
Parte esencial de ese Evangelio es que las fuerzas demoníacas ya están siendo vencidas con su ministerio. En sus palabras y en sus actos, se percibe una nota de autoridad inexistente en paralelos judíos de la época. No menos sin paralelo es su llamada a los pecadores (y su disposición a recibirlos y a comer con ellos) y la aceptación de mujeres en su grupo. Su ética era radical incluyendo el rechazo total de la violencia, la pureza sexual, la negativa a pronunciar juramentos y la confianza incondicional en la Providencia. Aunque su predicación se restringió a Israel, hay muestras de que contempló la apertura futura del Reino a los no judíos (Mateo, Marcos, Lucas, etc.)
10. Realizó curaciones y otros hechos que tanto él como sus discípulos y contemporáneos interpretaron como expulsión de demonios (Evangelios, Hechos, el Talmud).
11. Realizó varias bajadas a Jerusalén (Juan).
12. Se negó a ser un mesías de corte guerrero lo que ocasionó, entre otras razones, su fracaso en Galilea y el abandono de algunos de sus discípulos. Se identificó, de hecho, con el Siervo de Isaías y el Hijo del hombre (Juan, Mateo, Marcos, Lucas) y muy especialmente, consideró que Dios era su Padre de una manera sin paralelos, hasta el punto de que equivalió para sus oyentes a “hacerse igual a Dios” (Sinópticos, Juan, Hechos, el Talmud, etc).
13. En la última etapa de su vida se centró fundamentalmente en el grupo más íntimo de los discípulos de entre los que nombró a Doce, posiblemente, como referencia al numero de las tribus de Israel. Muy posiblemente, fue también en esta etapa cuando comenzó a anunciar su muerte en armonía con su visión de sí mismo a la luz del Antiguo Testamento y de otros escritos judíos de la época (Sinópticos, Juan, etc).
14. También por esta época desarrolló un ministerio de predicación en Perea (Lucas).
15. Realizó una limpieza del Templo (Cuatro Evangelios) si bien no podemos saber con certeza el momento exacto en que ésta se produjo (los Sinópticos la sitúan en su última semana de vida y Juan al inicio de su ministerio. Resulta improbable la tesis de que el hecho se produjo dos veces).
16. Profetizó la destrucción del Templo, un hecho que sería empleado en su proceso (Juan, Sinópticos).
17. Acudió a Jerusalén con sus discípulos durante una Pascua, lo más seguro la del año 30 d. de C. En el curso de la misma celebró una cena preñada de contenido escatológico y en la que debió evidenciarse la conciencia que tenía de su muerte cercana. Previamente, había anunciado que el triunfo del Reino y su regreso debería ir precedido por su padecimiento y por un periodo de persecución padecido por sus seguidores. Con ello, se hacía eco, probablemente, de la idea judía del mesías que aparece y es retirado para luego regresar.
18. Fue traicionado por uno de sus discípulos, llamado Judas, abandonado por los restantes, prendido, sometido a una reunión, plagada de irregularidades, de uno de los tribunales del Sanedrín y entregado a Pilato.
19. Éste lo envió a Herodes Antipas para posteriormente intentar ponerlo en libertad acogiéndose a una tradición legal de liberar a un preso en la Pascua. Tras flagelarlo, quizá con la intención de contentar a sus enemigos, procedió a ordenar su crucifixión (Evangelios, Sinópticos, Juan, Hechos, Flavio Josefo, el Talmud, Tácito, etcétera).
20. En su condena influyó su pretensión de ser el mesías (de hecho, de eso le acusa el cartel colocado en la cruz por Pilato) así como, muy posiblemente, otras que lo situaban por encima de la mera humanidad. Con todo, no cabe duda de que la conjunción de intereses contrarios a él fue decisiva en el curso de su procedimiento.
21. Muerto en la cruz, fue sepultado en una tumba que, tres días después,
se encontró vacía (I Corintios, Sinópticos, Juan).
22. Los discípulos afirmaron haberlo visto resucitado de tal manera que su conducta cambió y que incluso algunos incrédulos –como su hermano Santiago o el luego apóstol Pablo– aceptaron la nueva fe tras ser objeto de alguna de sus apariciones (Sinópticos, Juan, Hechos, Josefo, Gálatas, I Corintios, etc).
23. La única respuesta de sus adversarios a estos hechos fue la de que el cadáver había sido robado (Mateo, Celso, etc.)
24. Sus discípulos siguieron existiendo como un movimiento identificable (Tácito, Hechos, Flavio Josefo, etc).
En cuanto a sus enseñanzas, no cabe duda de que el Documento Q nos presenta un estrato muy primitivo de la presentación de las mismas, pero sin duda, no completo. Las parábolas de los Evangelios tienen el mismo matiz de autenticidad que esta fuente pese a no estar incluidas en la misma. Con todo, ese tema excede del objeto de este libro y no entraremos en él. Sí resulta obligado señalar que, en términos textuales, ninguna obra de la Antigüedad tiene un mayor número de apoyatura de manuscrito ni tan primitivos (un argumento al que el historiador es muy sensible) que el Nuevo Testamento. Como señaló el profesor de Manchester F. F. Bruce:
“Para la Guerra de las Galias de César (compuesta entre el 58 y el 50 a. De C.) hay varios manuscritos, pero sólo nueve o diez son buenos, y el más antiguo es de 900 años más tarde que la época de César. De los 142 libros de la Historia romana de Livio sólo nos han llegado 35; éstos nos son conocidos a partir de no más de 20 manuscritos de poco valor, sólo uno de los cuales, y ése conteniendo fragmentos de los Libros III–IV, es del s. IV. De los 14 libros de las Historias de Tácito sólo sobreviven cuatro y medio; de los 16 libros de sus Anales, 10 sobreviven completos y dos en parte. El texto de las porciones que restan de sus grandes obras históricas depende enteramente de dos manuscritos, uno del s. IX y el otro del s. XI.” (7)
Frente a esto, el historiador cuenta con cerca de cinco mil manuscritos griegos del Nuevo Testamento y trece mil copias manuscritas de porciones del mismo. Su datación va del s. I al s. IV d. de C. (8)
Posiblemente pocos han sabido captar como el profesor David Flusser lo que podemos esperar de los evangelios como fuentes históricas.
Su afirmación resulta aún más sugestiva porque, además, no arranca de un cristiano, sino de un estudioso judío especializado en el período del Segundo Templo. Dice así:
“Los discípulos de Jesús que relataron las palabras y hechos del maestro... no podían por menos de aspirar a la máxima veracidad y exactitud, pues para ellos se trataba de la fidelidad a un imperativo religioso y no les era lícito apartarse de lo realmente sucedido; debían transmitir con la mayor exactitud las palabras del maestro... pues, de no atenerse fielmente a los hechos, hubieran puesto en peligro su salvación eterna. No les era lícito mentir.” (9)
Es ésta una opinión que podríamos suscribir en su totalidad.
Resumiendo, pues, podemos decir que a la pregunta de si podemos conocer quién fue Jesús, lo que hizo y lo que enseñó acerca de sí mismo y de otras cuestiones, el historiador debe responder, dentro de los matices y límites expresados en este mismo apéndice, con una respuesta afirmativa.

Notas:
(1) Un estudio mío del tema en C. Vidal Manzanares, “Jesús” en Diccionario de las Tres religiones, Madrid, 1993.
(2) Una crítica ácida pero veraz y realista de esto en J. Arce “Prefacio” en A. Momigliano y otros. El conflicto entre el paganismo y el cristianismo en el siglo IV, Madrid, 1989, pp13ss.
(3) E. P. Sanders, Jesus and Judaism, Filadelfia, 1985, p. 11.
(4) G. R. Habermas, Ancient Evidence for the life of Jesús, Nashville, 1984.
(5) En un sentido muy similar se han pronunciado W. Meeks, F. F. Bruce y más recientemente, M. Hengel, The Pre–Christian Paul, Londres y Filadelfia, 1991.
(6) En el margen señalamos las fuentes que atestiguan los mismos.
(7) F. F. Bruce, The New Testament Documents, Downers Groves, 1964, pgs. 179–180.
(8) Un análisis a fondo sobre el tema en B. Metzger, The Text of the New Testament, Oxford, 1992.
(9) D. Flusser, Jesús, Madrid, 1975, p.148


REFLEXIONES SOBRE JESUS - PARTE III (e): LAS ENSEÑANZAS DE JESUS EN EL DOCUMENTO Q

REFLEXIONES SOBRE JESUS
PARTE III (e)
LA ENSEÑANZA DE JESÚS, EN EL
DOCUMENTO Q

por César Vidal Manzanares

Al igual que sucede con la persona de Jesús, su enseñanza ha sido desfigurada en multitud de ocasiones con la finalidad de amoldarla a un esquema eclesiológico concreto o de privarla de algunos aspectos que no se consideran especialmente adecuados para el paladar del público al que se dirigen. No siempre hay mala fe detrás de conductas de este tipo. En
muchos casos, simplemente se pretende hacer más accesible a un sector determinado lo que se considera que es esencial en el mensaje de Jesús. Pero, con ello, se está haciendo un flaco servicio a la causa de la veracidad.
Por otro lado, es algo que nunca puede permitirse un historiador. La misión de éste consiste en transmitir la información que encuentra en las fuentes prescindiendo de que la misma encaje o no con lo que puede resultar atractivo o repulsivo para el hombre de su tiempo. El enfrentamiento con este tipo de situación es algo que encontraremos al analizar a continuación la enseñanza de Jesús en el Documento Q.

1. La Nueva Era y los poderes del mal
La primera característica de la enseñanza de Jesús, como ha sido recogida en Q, es que éste consideró que su época era central para la historia universal. Posiblemente iniciada con la recepción del Espíritu Santo por Jesús en el momento de su bautismo (Q 3, 16 b), en ella había venido el Reino (Q 17, 20–21).
Quizá lo más chocante de toda la visión de Jesús es que la misma estaba impregnada hasta la médula de una perspectiva espiritual. Existían fuerzas del bien y del mal, problemas y causas de los mismos, pero todos eran puramente espirituales. Quizá alguien esperaría ver a Jesús culpando de los males de su tiempo al imperialismo romano o a la pésima distribución de la riqueza en la Palestina de su época, pero apenas puede encontrarse una imagen más lejana de la realidad que ésa.
Sin duda, puede provocar malestar en una época de secularismo (al menos, aparente) como la nuestra enfrentarse con una cosmovisión de este tipo, pero lo cierto es que, para Jesús, el adversario número uno es el Diablo y sus huestes demoníacas. Quien se enfrenta a Jesús en el desierto no es la crisis de identidad, la angustia vital o la duda. Según Q4, 2–13, es Satanás en persona tentándole con sugerencias muy concretas, y no resulta lícito ver como simbólico desde nuestro siglo algo que en el siglo I d. de C, se interpretó como rigurosamente literal. Podrá convencernos o no, pero no
es honesto alterarlo para que encaje mejor en nuestras propias ideas o prejuicios.
La misma política es descrita también en Q como un sistema controlado por Satanás. El Diablo, bastante interesado en llevar a Jesús a su terreno, le ofrece el dominio de todos los reinos de la tierra que él posee por derecho propio (Q 4, 5–7). Ninguno de los dos discute en el Documento Q tal afirmación. Los dos son conscientes de que es verdad.
Es precisamente por esto por lo que buena parte del ministerio de Jesús está relacionado con la expulsión de demonios. (1) Los demonios no pueden enfrentarse con expectativas de éxito a Jesús (Q 10, 18–20) y en Q 11, 14 ss se nos dice incluso como la realidad de tal práctica era admitida por sus propios enemigos, si bien éstos la achacaban a algún pacto de tipo satánico establecido entre Belcebú y Jesús. Éste, por el contrario, les contesta que sus expulsiones de demonios son una prueba de que el Reino de Dios ya ha llegado.
No, Jesús, no parece haberse tomado a la ligera la cuestión de la existencia de seres demoníacos. Q 11, 24–26, incluso enseña que los mismos, si no son sustituidos por la aceptación del mensaje que Jesús predicaba, pueden regresar después de haber sido expulsados de alguien y que, entonces, la situación del infeliz sería mucho peor.
La segunda gran fuerza del mal que Jesús percibe como enemiga suya es la auto–justificación religiosa. Hoy en día, también existe un sentimiento generalizado de aprecio (o desprecio) por todas las religiones en conjunto. Todas tienen cosas buenas y malas, podría decir el hombre de la calle. La enseñanza de Jesús reflejada en Q es que toda aquella teología o práctica religiosa que no apuntara a él como camino de salvación y, por el contrario, buscara ésta en las propias obras era condenable.
Las referencias en Q son muy numerosas. Jesús arremete contra aquellos que abruman a la gente con preceptos religiosos (Q 11, 46); que gustan de los primeros lugares y de la pompa en las celebraciones religiosas (Q 11, 43); que han monopolizado la enseñanza de la Palabra de Dios pero sin enseñar al pueblo ni tampoco aprender ellos (Q 11, 52); que obedecen reglas externas de limpieza ritual pero no se han preocupado de que su corazón sea limpio (Q 11, 37–39a); que se centran en preceptos legalistas olvidando lo más importante de la ley de Dios, Su justicia y Su
amor (Q 11, 42); y que están dispuestos, en suma, a acabar con todos aquellos que se les opongan directamente (Q 11, 43–54).
Que este tipo de enseñanza debió crearle enemigos a Jesús es algo que cuesta negar. Por un lado, identificaba detrás de la maldad un impulso diabólico. El hombre seguía siendo responsable pero no por ello era menor la influencia demoníaca sobre él. Por otro lado, insistía –y esto era más grave– en que para acercarse a Dios había que ir a través del Hijo, que es el único que lo conoce (Q 10, 21–22) y no dejarse enredar por otros mensajes
religiosos.
En otras palabras, existía una realidad negativa controlada por el Diablo pero, a la vez, estaba la realidad positiva del Reino que se percibía en las obras de Jesús, fundamentalmente expulsiones de demonios (Q 17, 20–21) y curaciones (Q 13, 32). De hecho, cuando los discípulos de Juan el Bautista acudieron a Jesús para preguntarle si era el que había de venir, la respuesta de Jesús fue contundente: curaba enfermos y expulsaba demonios y bienaventurado aquel que no se escandalizara de él (Q 7, 21). Por lo tanto, sería correcto decir que Jesús sé enfrentaba con el mal, pero el punto de controversia viene cuando descubrimos que el mal combatido por Jesús dista mucho de encajar en nuestros parámetros mentales.

2. La decisión
Aún más chocante para la mentalidad contemporánea es el segundo aspecto de la enseñanza de Jesús. Si, por un lado, insistía en que existía una lucha feroz entre el mal (Satanás y sus acólitos) y el bien (Jesús y el Reino iniciado por él), por el otro pretendía que todo el mundo debía tomar partido en semejante confrontación y que no podían existir personajes neutrales en la lid. Ése es, sin lugar a duda, el elemento que resulta más patente en todo el Documento Q. Jesús, con unas pretensiones de autoridad sin paralelo, insiste en que el hombre tiene que tomar partido por él y que
no hacerlo sólo puede terminar en desastre.
El tipo de persona que se acercara resultaba indiferente. De hecho, Jesús partía de la base –como evidencian las parábolas de la oveja perdiday de la dracma perdida (Q 15, l–7 y Q 15, 8–10)– de que todos se habían extraviado y que su misión era recuperarlos. Como ha recogido el Evangelio de Lucas 5, 31–2, al igual que el médico atiende a los enfermos y no a los sanos, él había venido a buscar a los pecadores y no a los justos. De hecho, estaba dispuesto a abrir las puertas del Reino a los que no eran judíos si tenían la fe suficiente como para aceptar la oferta. Tal y como señala Q 13, 28 ss, lo dramático iba a ser que muchos judíos, los «hijos del Reino», se iban a quedar fuera, mientras que no–judíos venidos de los cuatro puntos cardinales estarían a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob.
El relato del centurión de Cafarnaum, cuyo criado fue sanado por Jesús, es otro ejemplo de esta misma perspectiva (Q 7,2–10). Jesús llamaba a todos y, muy especialmente, a los perdidos y extraviados, una expresión que debemos considerar extensible a todos por cuanto aquellos que se consideraban buenos, al estilo de los fariseos, eran los que más lejos estaban de poder entrar en el Reino. (2) ¿Qué sucedería con los que se excusaran, con los indiferentes, con los apáticos? Jesús da respuesta a esa pregunta en la parábola del banquete (Q 14, 15 ss), así como en otros pasajes: se quedarían fuera y padecerían el suplicio del infierno (Q 10, 15; 12, 5).
Ni siquiera Israel, el milenario pueblo de Dios, podía esperar otro juicio. Se le pediría cuenta de los profetas rechazados (Q 11, 49–51) y, finalmente, su Templo en Jerusalén sería arrasado (Q 13, 34–5) por no haber escuchado a Jesús.
Puede que una visión como ésta no encaje con el retrato acaramelado (y radicalmente falso) que algunas personas transmiten acerca de Jesús. Ya hemos hecho referencia a cómo cada época se forja su retrato de Jesús y la nuestra no es una excepción. Dado que la tolerancia y la permisividad son dos valores especialmente apreciados en nuestro tiempo, pensamos que lo mismo sucedería con Jesús, pero es el que nos proporcionan las fuentes y, en este caso, el Documento Q. Jesús había venido a enfrentarse con las fuerzas demoníacas y a salvar a los perdidos. Habría gente que se excusaría, que no respondería o que consideraría suficiente (o incluso superior) su propia práctica religiosa. Estos debían saber que tal actitud no sólo no era aceptable sino que además tendría como única cosecha la ruina eterna.

3. La nueva vida
Si el aceptar a Jesús y seguirlo tenía como consecuencia la posesión del Reino que, un día, sería consumado, ¿qué significaba seguir a Jesús en términos prácticos?
No parece que Jesús fuera un legalista al uso. Ciertamente, insistió en la importancia de orar y enseñó a sus discípulos cómo hacerlo (Q 11, 1– 4; 11, 5–13), incluso dio por bueno y vigente el contenido de la Torah (Q 16, 17). Pero, al lado de esto, se manifestó intolerablemente flexible en lo que al sábado se refería (Q 14, 1–6) y subordinó el mandato del diezmo a las cosas más importantes de la Ley de Dios, Su justicia y Su amor (Q 11, 42).
Del Documento Q se desprende que Jesús parece haber concebido la vida de sus seguidores –que sólo eran los que habían reconocido su situación pecaminosa y habían acudido a él arrepentidos y dispuestos a seguirle– girando en torno a tres ejes: la presencia del Espíritu Santo, la fe en el cuidado de Dios y el amor en un sentido radical del término.
Era una creencia común en la época de Jesús la de que ya no existía revelación del Espíritu Santo y que ésta quedaba reservada para los tiempos finales. (3)
El concepto de Espíritu Santo (también Espíritu de Dios, Espíritu de Yahveh o simplemente Espíritu) no era nuevo en el judaísmo. De hecho, podía retrotraerse al Antiguo Testamento donde aparece, (4) en ocasiones, como un poderoso impulso procedente de Dios (Jueces 13, 25; 14, 6); pero al que, en otros casos, se le atribuyen propiedades que presuponen una clara personalidad (I Samuel 10,10; 11, 6; 19,20), siendo incluso difícil no ver en el mismo una hipóstasis del mismo Dios (II Samuel 23, 2; Nehemías 9, 20; Salmo 104, 30; 139, 7; Isaías 40, 13; Ezequiel 8, 3; 11, 5; etc.). Esto último es claramente palpable en la literatura sapiencial (Job 32, 8; 33, 4; Sabiduría 1, 7; 8, 1; (5) etc.).
Tampoco eran novedosas las referencias acerca del hecho de cómo ese Espíritu se iba a derramar sobre toda carne en los últimos días extendiendo su acción a sectores inimaginables de la misma como las mujeres, los jóvenes, los ancianos o los esclavos (Joel 3), habitando en los corazones de los fieles (Ezequiel 36, 27; 37, 14).
El Documento Q muestra cómo Jesús ordenó a sus discípulos que pidieran el Espíritu Santo en la oración (Q 11, 13), ya que era lo mejor que podían recibir de Dios. Asimismo, resulta obvio (Q 10, 9 ss) que Jesús esperaba que sus discípulos predicaran su mensaje, pero que, a la vez, esa predicación fuera unida a fenómenos pneumáticos (6) como la curación de enfermos. El Espíritu Santo debía ser su guía (Q 12, 11–12), aunque podrían estar seguros de que la gente blasfemaría contra el mismo (Q 12, D 10). Lo primero, pues, que debía caracterizar a los seguidores de Jesús era
una vivencia del Espíritu Santo que tendría como resultado manifestaciones de poder, pero de un poder espiritual, pneumático.
Esta vivencia tenía que manifestarse asimismo en una fe absoluta en el cuidado divino. El discípulo (Q 12, 22 ss) no debería agobiarse por el día de mañana ni tampoco por las posesiones materiales o su seguridad personal. Si estaba viviendo la vida del Reino, debía confiar en que el Dios que se hacía cargo de vestir a las flores o alimentar a los pájaros haría lo mismo con él. Lo que primero debía buscar el discípulo era el Reino de Dios y una justicia digna del mismo. Lo otro ya lo daría Dios (Q 12, 31).
Finalmente, el discípulo debía llevar una vida de amor, entendiendo éste de una manera muy específica. Para empezar, el amor debería hacerse extensivo a los enemigos (Q 6, 27). No cabe duda de que esta enseñanza es propia de Jesús y no se da en ninguna otra enseñanza moral. Como mucho, tanto judíos como no–judíos habían llegado a la fórmula, por otro lado admirable, de «no hagas a otro lo que no deseas que te hagan a ti». No es extraño porque, a fin de cuentas, ¿quién tiene deseo –no digamos capacidad humana– de amar a sus enemigos?
Pero la enseñanza de Jesús iba mucho más allá. Implicaba amar al enemigo, hacer el bien a los que nos aborrecen, bendecir a los que nos maldicen, orar por los que nos denigran y renunciar a todo tipo de violencia incluida la defensiva. Se podrá argumentar, y así lo hizo en su día J. Klausner, (7) que «esta ética individualista y extremista... ni la sociedad, ni el Estado, ni la nación estaban en condiciones de soportar(la)». Tal objeción es válida y, a juzgar por las fuentes, se corresponde con una interpretación rigurosamente exacta de la enseñanza de Jesús. Ciertamente, no hay Estado que pueda mantenerse en el principio de ofrecer la otra mejilla, orar por los enemigos o bendecir al que lo denigra. Pero, con todo, ése es un tema que no debió preocupar a Jesús, quien consideraba que todos los gobiernos
estaban bajo el control del Diablo (Q 4, 5 ss).
Él se consideraba investido de una autoridad divina y presentaba ante el ser humano la opción de aceptarlo o rechazarlo. El que lo aceptara tendría que llevar una vida con arreglo al carácter del Dios predicado por Jesús, un Dios que era bueno y misericordioso incluso con los malos (Q 6, 35 y Q 6, 36), y cuya mayor prueba de amor era que Jesús había venido en busca de los que se habían extraviado (Q 15, 4–7 y Q 15, 8–10). El uso de la violencia quedaba, por lo tanto, descartado.

4. El regreso del Hijo del hombre y la consumación de los tiempos
A todo lo anterior, hay que unir el hecho de que el Documento Q nos presenta la enseñanza de Jesús acerca de la consumación de los tiempos. Que Jesús previo un tiempo intermedio, de duración indeterminada, entre el inicio de su predicación y su regreso como Hijo del hombre para juzgar al mundo es algo que resulta difícil de cuestionar. (8) Parábolas, como las del grano de mostaza y la levadura, que aparecen en Q 13, 18–21, hacen referencia a un inicio sencillo del Reino que sólo con el paso del tiempo llegaría a su consumación definitiva. No era original en este punto de vista porque el judaísmo también creía en un mesías que se manifestaría, para luego desaparecer y quedar oculto, y regresar finalmente. De nuevo, su originalidad radicó en afirmar que el personaje en cuestión era él.
En ese tiempo intermedio, deberían de producirse dos hechos de especial importancia. El primero sería el rechazo y la muerte de Jesús, mencionado en Q 17, 25. A menos que esto aconteciera, no se produciría la consumación. Como ya vimos en un capítulo anterior, esta visión era algo también presente en el canto del Siervo de Isaías 53. Hasta que éste no hubiera muerto en expiación por los pecados, ni vería «luz», ni disfrutaría del resultado de su esfuerzo.
El segundo acontecimiento sería una persecución (Q 17, 22 ss) de los discípulos, una persecución en medio de la cual se les intentaría desorientar con anuncios falsos o de perspectivas engañosas. Si ellos se mantenían fieles, podrían contemplar el triunfo del Hijo del hombre en su venida.
La consumación sería entonces total. Los apóstoles juzgarían a las Doce tribus de Israel (Q 22, 28–30) y los que hubieran aceptado el ofrecimiento de Jesús reinarían con él recibiendo su recompensa en los cielos donde ya estaban escritos sus nombres (Q 6, 23; 10, 20; 12, 33). Para aquellos que no hubieran aceptado a Jesús o que se hubiesen apartado de la fidelidad plena a sus enseñanzas en este periodo intermedio sólo quedaría la horrible expectativa del juicio y la condenación (Q 10, 13–15; Q 12, 4–6; Q 17, 22 ss).

Conclusión
La enseñanza de Jesús, de acuerdo al Documento Q, se nos aparece cargada de sencillez y, al mismo tiempo, cubriendo todos los ángulos de la vida. De acuerdo con la misma, la Humanidad yace bajo el control, más o menos evidente, del Diablo y sus demonios. Esta dinámica, sin embargo, venía a romperse con el inicio del ministerio de Jesús, un ministerio acompañado necesariamente de milagros y expulsiones de demonios que evidencian que el Diablo está siendo vencido y que el Reino ha llegado.
Pero la enseñanza de Jesús no se limita a enfrentarse con el Diablo. Insiste en que el ser humano está en una situación de extravío y de perdición. Él precisamente había venido para reunir a todos los extraviados, aunque fueran no–judíos, a fin de llevarlos a Dios. Frente a esa llamada sólo cabe una respuesta: el arrepentimiento. La palabra griega original, «metanoia», implica un cambio radical de mentalidad y no cabe la menor duda de que no era menos lo necesario para acometer el destino de seguir a Jesús.
Aquel que optara por el arrepentimiento, por el volverse hacia Dios, por seguir a Jesús, entraría, según el Documento Q, en una dinámica vital diferente. Se convertiría en lo que, con expresión lucidísima, J. Driver denominó «militantes para un mundo nuevo». (9) Se trataría de una vivencia estrecha de la presencia del Espíritu Santo, de una confianza absoluta en la Providencia y de un amor tan ilimitado que incluiría al enemigo y rechazaría la violencia incluso en su forma defensiva. No se puede negar que esto implicaría una forma de vida que no puede ser sostenida por medios humanos y que, seguramente, Jesús consideró posible sólo en la medida en que existiera una relación muy fuerte con Dios, precisamente el Dios cuyo carácter debían manifestar los seguidores de Jesús que vivieran la vida del Reino.
Este Reino se consumaría un día con el regreso del Hijo del hombre. Como el grano de mostaza que se convierte en árbol, como la levadura que llena toda la masa, un día ese Reino se implantaría en toda la tierra. Entonces el drama cósmico llegaría a su fin, porque los que hubieran aceptado la llamada, judíos y no–judíos, se sentarían a la mesa del banquete celestial, y los que no lo hubieran aceptado serían castigados eternamente.
Pero antes de que todo llegara a su consumación, el Hijo del hombre debería ser rechazado y morir llevando el pecado de los hombres sobre sí mismo; el Templo de Jerusalén debía ser asolado y los discípulos pasar por períodos de prueba en los que ansiarían el retorno de Jesús y escucharían engañosos cantos de sirena. Que aquel mensaje se mantuvo vivo entre los primeros seguidores de Jesús es indiscutible. Los mismos oraban a Jesús con fervor en el curso de sus reuniones específicas utilizando una expresión preñada de significado: «Maranaza» (Ven, Señor).

Notas:
(1) En puridad, no puede calificarse de «exorcismo» tales actos. El exorcismo requiere un ritual mínimamente elaborado. En el caso de Jesús, se nos dice que los demonios salían mediante una simple
(2) Un análisis muy lúcido de esta cuestión en J. Jeremías, La promesa de Jesús para los paganos, Madrid, 1974
(3) Al respecto ver: Salmo 74, 9; Apocalipsis de Baruc 85,1–3; Tosefta de Sota 13,2. Estudios sobre el tema en Strack–Billerbeck, Oc, IV–2, pgs. 1229 ss y H. Gunkel, Die Wirkungen des Heiliges Geistes nach der populären Anschauung des apostolischen Zeit und der Lehre des Apostels Paulus, 1909, pgs. 50 ss.
(4) P. van Immschoot, «L'action de l'esprit de Jahvé dans l'Ancien Testament» en Rev. Sc. ph. th, 23, 1934, pgs. 553–587; Idem, «L'Esprit de Jahvé source de vie dans l'Ancien Testament» en Revue Biblique, 44, 1935, pgs. 481–501; Idem, «L'Esprit de Jahvé et l'alliance nouvelle dans l'Ancien Testament» en Ephem. Théol. Lovan, 22, 1936, pgs. 201–226; Idem, «Sagesse et Esprit dans l'Ancien Testament» en Revue Biblique, 47, 1938, pgs. 23–49; D. Lys, Ruach: le Souffle dans l'Ancien Testament, París, 1962; Y. Congar, El Espíritu Santo, Barcelona, 1983, pgs. 29 ss.
(5) De hecho, es difícil saber si el libro de la Sabiduría no llega a identificar a ésta con el Espíritu. En cualquiera de los casos, ambas realidades presentan un contenido hipostático. Al respecto, ver: D. Colombo, «Pneuma Sophias eiusque actio in mundo in Libro Sa–pientiae» en Studii Biblici Franciscani Liber Annuus, I, 1950–1, pgs. 107–60; C. Larcher, Études surle Livre de la Sagesse, París, 1969, pgs. 329–414; M. Gilbert, «Volonté de Dieu et don de la sagesse (Sg 9, 17 sv)» en Nouvelle Revue Théologique, 93, 1971, pgs. 145–66.
(6) El término deriva de «pneuma» (Espíritu). Serían por lo tanto aquellos fenómenos cuyo origen puede retrotraerse al Espíritu Santo.
(7) J. Klausner, Jesús de Nazaret, Buenos Aires, 1971, p. 405.
(8) En este mismo sentido, ver: F. F. Bruce, New Testament History, Nueva York, 1980, p. 177.
(9) J. Driver, Militantes para un mundo nuevo, Barcelona, 1977.


sábado, 3 de abril de 2010

REFLEXIONES SOBRE JESUS - PARTE III (d): JESUS EN EL DOCUMENTO Q

REFLEXIONES SOBRE JESUS
PARTE III (d)
JESUS EN EL DOCUMENTO Q

¿QUIÉN FUE JESÚS
SEGÚN EL DOCUMENTO Q? (I)

por César Vidal Manzanares

Si realizáramos una encuesta acerca de quién fue Jesús, las opiniones vertidas en el curso de la misma resultarían indudablemente variadas...y, en buen número de casos, carentes de todo fundamento. La figura de Jesús se ha convertido en multitud de ocasiones en sólo un espejo sobre el que proyectar las inclinaciones de aquellos que escribían sobre él. En nuestro siglo, sin ir más lejos, hemos asistido al Cristo ario de los nacionalsocialistas alemanes, cuyo padre habría sido no un judío sino un legionario romano; al Cristo «revolucionario» de la Teología de la Liberación que partía de un sistema marxista de lectura de la realidad; al Cristo de la Nueva Era que ha combinado rasgos de la ciencia–ficción con otros del ocultismo de los ss. XVIII y XIX, y así podríamos continuar una lista lamentable en la que todo parecido con el Jesús de la Historia es pura coincidencia. El Documento Q nos permite acceder a la forma en que Jesús se presentó y definió a sí mismo y, de manera quizá no tan extraña, veremos que utilizó a tal fin una serie de categorías que no son familiares al hombre del s. XX. Sin embargo, las mismas eran comprensibles para sus contemporáneos judíos, entre otras cosas porque eran las mismas que ellos utilizaban para calificar y dar nombre a determinadas esperanzas futuras. Son todas ellas categorías propias del judaísmo y, en el sendero histórico seguido por las diversas iglesias cristianas, se fueron perdiendo en multitud de ocasiones, pero si deseamos captar quién dijo Jesús que era y con quién lo identificaron los primeros cristianos debemos profundizar en las mismas.

Jesús, el Siervo (1)
El Documento Q atribuye en diversas ocasiones a Jesús el título de «siervo». En Q 22, 27 Jesús se define a sí mismo como «el que sirve» y en Q 14, 16–24, se presenta a sí mismo bajo la figura del «siervo» enviado por el señor que da un banquete (Dios) para llamar a la gente a entrar en él.
Una lectura superficial de cualquiera de estos dos pasajes nos llevaría a pensar que Jesús sólo está haciendo referencia a su humildad o a su disposición a obedecer al Padre. Sin duda, ambas ideas están presentes, pero además, Jesús se estaba atribuyendo el papel de un personaje, no exento de cierto misterio, conocido como el «Siervo» en el libro de Isaías.
El título de «Siervo» es una traducción del hebreo «Ebed Yahveh» (siervo de Yahveh) (2) al que se hace referencia en los cantos de Isaías 42, 1– 4; 49, 1–7; 50, 4–11 y 52, 13–53, 12. Este siervo, cuya muerte tenía un significado sacrificial y expiatorio, ya había sido identificado con el Mesías antes del nacimiento de Jesús y se había afirmado incluso que su muerte sería en favor de los impíos. (3) Vamos a citar a continuación del cuarto canto del siervo para comprender lo que implicaba la mencionada figura:
«¿Quién ha creído en nuestro anuncio y sobre quién se ha manifestado el brazo de Yahveh?
»Subirá cual renuevo ante él, y como una raíz que brota en tierra seca. No existe en él atractivo ni belleza. Lo veremos pero no con atractivo suficiente como para que lo deseemos.
»Despreciado y desechado por los hombres, hombre de dolores, que experimentará sufrimiento. Fue despreciado cuando escondimos nuestro rostro de él y no lo apreciamos.
»En verdad llevó él nuestras enfermedades y sufrió nuestras dolencias; y nosotros pensamos que era azotado, herido por Dios y abatido.
» Pero lo cierto es que fue herido por nuestras rebeliones, aplastado por nuestros pecados. El castigo que produciría nuestra paz estuvo sobre él y fuimos curados por su llaga.
»Todos nosotros nos descarriamos como ovejas. Cada uno por su camino. Pero Yahveh cargó sobre él el pecado de todos nosotros.
»Aunque sufría angustia y aflicción, no abrió la boca. Fue llevado al matadero como un cordero. Como una oveja que se halla ante los que la trasquilan, quedó mudo sin abrir la boca.
»Fue quitado por juicio y prisión. ¿Quién contará su generación?
Porque fue arrancado de la tierra de los seres vivos, y fue herido por la rebelión de mi pueblo.
»Y se pensó sepultarlo con los impíos, pero, una vez muerto, estuvo entre ricos. Aunque nunca hizo mal, ni en su boca existió engaño.
»Pese a todo, Yahveh quiso quebrantarlo, sometiéndolo al sufrimiento. Después de poner su vida en expiación por el pecado, verá su descendencia, vivirá largos días, y la voluntad de Yahveh será prosperada en él.
»Tras la aflicción de su alma, verá la vida, (4) y quedará satisfecho.
Mediante su conocimiento justificará mi siervo a muchos, y llevará sus pecados.» (Isaías 53, 1–11.)
El pasaje anterior, al igual que los otros tres cantos del Siervo, fue escrito varios siglos antes de Jesús (ocho o cinco, según el autor al que se atribuya) y para su época ya contaba con una exégesis muy amplia. Su contenido parece claro. Un personaje, inocente y sin pecado, llevaría sobre sí los pecados de Israel extraviado. No se opondría a los que lo mataran y, de esta manera, expiaría las culpas de todos los descarriados. Aunque se pensaría en enterrarlo con criminales, una vez muerto estaría al lado de ricos. Su muerte no sería, sin embargo, el final de la historia. Después de poner su vida como expiación del pecado, «vería luz», es decir, viviría, resucitaría, y serviría de salvación a muchos. ¿Quién pensaban los judíos de la época que era este «Siervo de Yahveh»? El Enoc etíope, una obra pseudoepigráfica del período, identificaba al «Siervo de Yahveh» con el «Hijo del hombre» (13, 32–7; 14, 9; 13, 26 con Isaías 49, 2), un personaje al que nos referiremos en seguida. Éste sería «luz para las naciones», «elegido», «justo», etc.
En la literatura rabínica, por otra parte, no es raro encontrarse con la idea del «siervo» al que se identifica con un mesías que sufre. Así, por citar sólo algunos ejemplos, el siervo de Isaías 42 fue identificado con el mesías por el Targum de Isaías (5) al igual que por el Midrash sobre el salmo 2. El Targum veía también en el siervo de Isaías 43, 10 a «mi siervo el Mesías».
De la misma manera el siervo de Isaías 49 es identificado con el mesías en repetidas ocasiones. Isaías 49, 21, donde vuelve a hablarse del siervo, es citado también como un texto mesiánico en Midrash sobre Lamentaciones, en relación con el Salmo 11, 12. Isaías 49, 23 es conectado con el mesías en Levítico R. 27 y en el Midrash del Salmo 2, 2.
El canto de Isaías 52, 13 a 53, 12, tiene también claras resonancias mesiánicas en la literatura judía. Isaías 52, 13 es relacionado expresamente con el mesías por el Targum. Isaías 53 es conectado específicamente con el mesías en el Targum aunque se excluyera la idea del sufrimiento de éste, posiblemente como reacción frente al cristianismo. (6) No fue ésa, sin embargo, una postura generalizada. Así, Isaías 53,5 se conecta con el mesías en Midrash sobre Samuel y se hace referencia específica a los sufrimientos del mesías. Este mismo punto de vista aparece reflejado en el Talmud (Sanh 98b), donde los discípulos de Judá ha–nasi todavía conectan Isaías 53, 4 con el mesías. En cuanto al Midrash sobre Rut 2, 14, refiere este pasaje a los sufrimientos del mesías, al igual que lo hace Pesiqta Rabbati 36.
Puede verse, pues, que el «Siervo» era una figura que los contemporáneos de Jesús no sólo asociaban con humildad, sino con un mesías cuyas características eran muy específicas: pacífico, sufriente, justo, no–resistente y muriendo en expiación por el pecado de otros. Que tal idea aparece luego en el Nuevo Testamento es algo que no admite discusión (Hebreos 9–11; I Pedro 1, 18 ss; 2,24–5; 3,18; Romanos 4, 25; II Corintios 5, 21; Filipenses 2, 7, etc). En el mismo, se repite hasta la saciedad que Jesús murió como víctima inocente pagando con su muerte por los pecados de la Humanidad. Lo importante, sin embargo, aquí, es que el Documento Q sitúa esa identificación ya en vida de Jesús. Él tenía conciencia de que era el Siervo y, lógicamente, de lo que eso iba a implicar en su futuro inmediato.

Jesús, el Hijo del hombre (7)
Quizá el título relacionado con Jesús que aparece más veces en el Documento Q sea el de Hijo del hombre. Jesús pronuncia una bienaventuranza sobre aquellos que sean denigrados por causa del Hijo del hombre (Q 6, 22); menciona la acusación de comilón y borracho que se lanza contra él (y con ello se identifica como Hijo del hombre) (Q 7, 34); indica que, como Hijo del hombre, carece de posesiones (Q 9, 57–8); afirma que, como Hijo del hombre, es una señal (Q 11, 29 ss); advierte de que si alguien le niega, será negado por Dios (Q 12, 8–9); anuncia que regresará como Hijo del hombre (Q 12, 40), aunque antes deberá padecer mucho y ser rechazado por la gente (Q 17, 22 ss).
De la lectura de todos estos textos, se desprende que fue la expresión preferida de Jesús para referirse a sí mismo y que tenía un contenido de no poca envergadura. Jesús, como Hijo del hombre, llamaba a la gente a seguirlo (aunque él mismo no tenía nada) y advertía de que ese seguimiento implicaría críticas y mofas. No había, sin embargo, alternativa. Sólo
aquellos que lo hubieran reconocido en público, serían reconocidos por Él delante de Dios, cuando él regresara. Pero, antes, tenía que padecer mucho y ser rechazado por aquella generación.
¿Quién era el Hijo del Hombre? Como ya vimos, el Enoc etíope identificaba al Siervo con el Hijo del Hombre. Ahora bien, ¿qué implicaba este título? En los últimos años, ha existido una abundante discusión científica acerca de este tema, convirtiéndose en una de las cuestiones
esenciales en relación con la cristología. Para algunos autores, el término
«Hijo del hombre» no tenía ningún significado especial sino que se trataba meramente de una circunlocución aramea equivalente, aproximadamente, a «hombre» (H. Lietzmann, (8) J. Wellhausen (9) o a «yo mismo».(10) Tales tesis, que ya han sido estudiadas también por mí con anterioridad, (11) fueron en su día, refutadas por G. Dalman, (12) P. Fiebig (13) y J. jeremías. (14) Lo cierto es que «Hijo del hombre» es un título que aparece por primera vez en daniel 7, 13.
El pasaje dice así:
«Miraba yo en la visión de la noche, y venía con las nubes del cielo uno como un hijo de hombre, que llegó hasta el Anciano de días, (15) y le hicieron acercarse ante Él.
»Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran. Su dominio es un dominio eterno, que nunca concluirá, y su reino es un reino que nunca será destruido.» (Daniel 7, 13–4.)
Escritos judíos de la época de Jesús, como el Enoc etíope o 4 Esdras identificaban, dada la estructura del pasaje, al «Hijo del hombre» con el mesías. ¿Qué otro podía ser si de él se decía que su reino duraría eternamente y que sería indestructible? Así, en 4 Esdras, el «Hijo del hombre» es descrito volando con las nubes del cielo (4 Esdras 13, 3), aniquilando al enemigo con el hálito de su boca (4 Esdras 13,8 ss, pasaje que recoge además resonancias mesiánicas de Isaías 11,4) y reuniendo a una multitud pacífica (4 Esdras 13, 12–3).
Este «Hijo del hombre» es «aquel al que el Altísimo ha estado guardando durante muchos tiempos, el que salvará personalmente Su creación» (4 Esdras 13, 26), aquel al que Dios llama «mi hijo» (4 Esdras 13,32,37y 52) y vencerá a los enemigos de Dios (4 Esdras 13, 33 ss).
Asimismo, el «Hijo del hombre» es identificado con el siervo isaíano de Dios (13, 32–37; 14, 9), al que se preserva (13, 26 con Isaías 49, 2). Como tendremos ocasión de ver, no sólo en este escrito aparecen unidas las ideas de «Hijo del hombre», «Hijo de Dios», «Siervo» y «Mesías».
En el Enoc etíope, el «Hijo del hombre» provoca la caída de reyes y poderosos (46, 4), tiene su asiento en el trono de la gloria (45, 3; 55, 4; 61, 8; 62, 2; 69, 27), administra juicio (45, 3; 49, 4; 55, 4; 61, 8; 62, 3; 69, 27), será apoyo de los justos y de los santos, luz de las naciones y esperanza de los oprimidos (48, 4); los justos y elegidos disfrutarán de la comunión con él en mesa y vida (62, 14). El Enoc etíope describe asimismo al «Hijo del hombre» con pasajes tomados de los cantos del siervo de Yahveh. Así es «luz de las naciones» (48, 4 con Isaías 42,6; 49,6), «elegido» (39,6; 40, 5 con Isaías 42, 1), «el justo» (38, 2; 53, 6 con Isaías 53, 11), su nombre es
pronunciado antes de la creación «en presencia del Señor de los espíritus» (48, 3 con Isaías 49, 1), estaba oculto ante Dios (48, 6; 62, 7 con Isaías 49, 2) y se describe la derrota de reyes y poderosos a sus manos (46, 4; 62, 1 con Isaías 49, 7; 52, 13–5).
Esta identificación del «Hijo del hombre» con el mesías no se limita en el judaísmo exclusivamente a la literatura apocalíptica. En el Talmud (Sanh 98 a) se considera el texto de Daniel 7, 13 como una referencia al mesías que, de haberse portado Israel dignamente, habría venido en las nubes del cielo; mientras que, en caso contrario, estaría obligado a venir
humilde y cabalgando en un asno. (16)
De manera similar, Daniel 7, 9 fue interpretado como una referencia al trono de Dios y al del mesías por Aquiba (Hag 14a) y Daniel 7,27 es entendido en Números R. 11 como relativo a los tiempos del mesías.
A nuestro juicio, son precisamente estos últimos pasajes los que nos proporcionan la clave para entender el contenido que el Documento Q proporciona al título de «Hijo del hombre». Éste era el mesías, pero no cualquier mesías, sino un mesías como el descrito según los cantos isaíanos del siervo, un mesías que concluiría la historia atrayendo hacia sí no sólo a los judíos, sino también a los no–judíos, un tema sobre el que volveremos al tratar la enseñanza de Jesús en el documento Q. Jesús se estaba proclamando mesías, pero con unas características que no serían del agrado de todo el mundo. Lejos de presentarse como un dirigente político o un guerrero, Jesús se veía como el mesías descrito en la visión de Isaías acerca del Siervo. Humilde, pacífico, inocente, moriría por los pecados del pueblo (padecería y sería rechazado, según sus palabras en Q 17, 20 ss), pero, finalmente, regresaría como vencedor (al igual que anunciaba la profecía de Isaías 53) y llevaría a su consumación un reino indestructible que, como veremos, ya había comenzado. Precisamente porque él era Hijo del Hombre exigía, desde ahora, que la gente se definiera sobre él, porque –y esto debía quedar claro– sólo los que lo siguieran serían bien recibidos por Dios (Q 12, 10 ss).

Notas:
(1) Sobre el Siervo, con exposición de distintas posturas y bibliografía, ver: M. D. Hooker, Jesus and the Servant, Londres, 1959; B. Gerhardsson, «Sacrificial Service and Atonement in the Gospel of Matthew» en R. Banks (ed.), Reconciliation and Hope, Grand Ra–pids, 1974, pgs. 25–35; O. Cullmann, The Christology of the New Testament, Londres, 1975, pgs. 51 ss; D. Juel, Messianic Exegesis: Christological Interpretation of the Old Testament in Early Christianity, Filadelfia, 1988; F. F. Bruce, New Testament Development of Old Testament Themes, Grand Rapids, 1989, pgs. 83–99; J. B. Green, «The Death of Jesus, God's Servant» en D. D. Sylva (ed.), Reimaging the Death of the Lukan Jesus,Frankfurt del Main, 1990, pgs. l–28y 170–3.
(2) Para un estudio de este título desde una perspectiva veterotestamentaria, ver: C. R. North, The Suffering Servant in Deutero–Isaiah, Oxford, 1956; V. de Leeuw, De Ebed Jahweh Profetieen, Lovaina–París, 1956; H. H. Rowley, The Servant of the Lord and other essays on the Old Testament, Oxford, 1965, pgs. 1–93. Sobre la utilización del título por parte de la iglesia primitiva, ver: A. Harnack, Die Bezeichnung Jesu als Knecht Gottes und ihre Geschichte in der alten Kirche, Berlín, 1926, pgs. 212 ss; G. Vermes, Jesús el judío, Barcelona, 1977, pgs, 171 ss; O. Cullmann, Christology of the New Testament, Londres, 1975, pgs. 51 ss; Idem, «Gésu, Servo di Dio» en Protestantesimo, 3, 1948, pgs. 49 ss; W. Zimmerli y J. Jeremías, «The Servant of God»
en SBT, 20, 1957, pgs. 43 ss; T. W. Manson, The Servant–Messiah. A Study of public ministry of Jesus, Manchester, 1953 y César Vidal Manzanares, «Siervo de Yahveh» en Diccionario de las Tres religiones, Madrid, 1993.
(3) G. H. Dix, «The Messiah ben Joseph» en JTS, 27, 1926, pgs. 136 ss; W. D. Davies, Paul and Rabbinic Judaism, Londres, 1948, pgs. 247 ss.
(4) Lit: «luz», según el rollo de Isaías de Qumran y la LXX.
(5) P. Humbert, «Le Messie dans le Targoum des prophètes» en Revue de Théologie et Philosophie, 43, 1911, pgs. 5 ss; G. Kittel, «Jesu Worte über sein Sterben» en DT, 9, 1936, p. 177; P. Seidelin, «Der Ebed Jahve und die Messiasgestalt im Jesajatargum» en ZNW, 35, 1936, pgs. 197 ss; H. Hegermann, Jesaja 53 in Hexapla, Targum und Peschitta, Gütersloh, 1954.
(6) En ese sentido, ver: J. Jeremías, The Servant..., p. 71.
(7) La literatura a propósito del Hijo del Hombre es muy extensa. Para discusión de las diversas posturas con abundante bibliogra–fía, ver: A. Bentzen, Messias, Moses redivivus, Menschensohn, Zurich, 1948; M. Black, «The Son of Man in the Old Biblical Literature» en Expository Times, 40, 1948, pgs. ll–15;Idem, «The Son of Man in Man Imagery» enJTS, 8, 1958, pgs. 225–43; J. Coppens y L. Deque–ker, Le Fils de l'homme et les Saints du Très Haut en Daniel VII, dans les Apocryphes et dans le Nouveau Testament, Lovaina, 1961; O. Cullmann, Christology..., pgs. 137 ss; S. Kim, The Son of Man as the Son of God, Grand Rapids, 1983; B. Lindars, Jesus Son of Man, Grand Rapids, 1983; R. J. Bauckham, «The Son of Man: A Man in my Position or Someone» en JSNT, 2, 1985, pgs. 23–33 (una respuesta de B. Lindars en Ibidem, p. 35–41); C. C. Caragounis. The Son of Man, Tubinga, 1986; M. Casey, Son of Man, Londres, 1979;
Idem, «General, Generic and Indefinite: The Use of the Term Son of Man in Aramaic Sources and in the Teaching of Jesus» en JSNT, 29, 1987, p.21–56; R. Leivestad, O. c, 1987, pgs. 165 ss; I. H. Marshall, «Son of Man» en DJG, 1992, p. 775–781; C. Vidal Manzanares, «Hijo del hombre» en Diccionario de las Tres religiones, Madrid, 1993.
(8) H. Litzmann, Der Menschensohn. Ein Beitag zur neutesta–mentchen Theologie, Berlín, 1896.
(9) J. Wellhausen, Skizzen und Vorarbeiten, VI, Berlín, 1899, pgs. 187 ss.
(10) M. Black, «servant of the Lord and Son of Man» en SJT, 6, 1953, pgs. 1–11; Idem, «The Son of Man problemin recent research and debate» en BJRL, 45, 1963, pgs. 305– 18; G. vermes, «The use of br ns/ br ns in Jewish Aramaic» en M. Black, An Aramaic approach to the Gospels and Acts, Oxford, 1967, pgs. 310–328; Idem, Jesús el judío, Barcelona, 1977, pgs. 174 ss. Un acercamiento bastante cercano al de Vermes en B. Lindars, O.c, y M. casey O.c. Tanto Vermes como Lindars y Casey han establecido qué dichos del Hijo del hombre resultan auténticos descartando inicialmente los referidos a Daniel 7. Tal tesis nos parece, a falta de una justificación convincente, cargada de arbitrariedad. J.D.G. Dunn, Christology in the Making, Filadelfia, 1980, ha formulado una muy sugestiva hipótesis al indicar que Jesús podría haber utilizado desde el
principio la expresión «Hijo del hombre» referida a sí mismo llegándola él mismo a asociar con el tiempo al «Hijo del hombre» de Daniel 7, en base a la vindicación que esperaba para sí procedente de Dios. Con todo, esta cuestión excede de los límites de nuestro estudio.
(11) Ver: C. Vidal Manzanares, De Pentecostés.....e Idem, «Hijo del hombre» en Diccionario de las Tres religiones, Madrid, 1993.
(12) G. Dalman, Die Worte Jesu, Leipzig, 1898 y 1930.
(13) P. Fiebig, Der Menschensohn, Jesu Selbstzeichnung mit besonderer Berücksichtigung des aramäischen Sprachgebrauchs für Mensch, Tubinga, 1901.
(14) J. Jeremías, Teología del Nuevo Testamento, vol. I, Salamanca, 1980, pgs. 303 ss.
(15) Dios.
(16) Ver: Zacarías 9, 9 con Marcos 11, 1 ss y paralelos

***

¿QUIÉN FUE JESÚS
SEGÚN
EL DOCUMENTO Q? (II)

Como tuvimos ocasión de ver en el capítulo anterior, el Documento Q centraba la descripción de Jesús en torno a títulos conocidos por sus contemporáneos pero que, hoy en día, exigen una clara explicación que nos permitan captar su significado. Tras analizar los dos más utilizados, Hijo del hombre y siervo, de los que arrancan, como veremos, muchas de las características de los demás, en este capítulo, terminaremos de examinar los otros títulos ligados en Q a la figura de Jesús.

Jesús, el Hijo de Dios
Relacionado con los títulos que ya hemos examinado, pero vinculado aún más con los que veremos a continuación, se halla el de «Hijo de Dios». Él mismo sigue siendo de uso corriente, a diferencia de «siervo» o de «Hijo del hombre», al referirse a Jesús, pero no resulta evidente que su contenido se exprese de manera correcta, tal y como fue entendido por Jesús y sus
discípulos.
La expresión aparece en Q 3, 22, como palabras pronunciadas por Dios con ocasión del bautismo de Jesús. Es Dios el que llama Hijo a Jesús. ¿Se consideró éste «Hijo de Dios»? Si aceptamos como históricas sus palabras, tal y como aparecen en el Documento Q, no tenemos más remedio que contestar afirmativamente. La primera referencia la constituye el pasaje de Q 10, 21–22, de cuya autenticidad no podemos negar. En estos versículos, Jesús se reconoce como «Hijo» de Dios, al que llama Padre. El texto nos habla de que sólo existe un Padre (Dios) y el Hijo (Jesús). De hecho, este Hijo conoce al Padre y es el único que, realmente, puede decir que es así. En cuanto al Hijo, sólo es conocido por el Padre. El pasaje aparece tan preñado de exclusivismo que sería absurdo –como en su día hizo Gandhi– pensar que Jesús se presenta como un hijo más de Dios.
Él es «el» Hijo y lo es con exclusividad. De hecho, nadie puede conocer al Padre si no es porque él se lo revela.
En Q 22, 29, vuelve a insistirse en esta circunstancia que, de acuerdo a las palabras de Jesús, no admiten comparación con la situación de ningún otro ser. Dios es, según Jesús, «mi Padre» y eso implica que lo es en un sentido especial que no admite comparaciones ni paralelos con otra persona. ¿Qué quiso decir Jesús con esa expresión? El judaísmo de la época nos sirve de poca ayuda porque «Hijo de Dios» es un título referido al mesías de manera especial, pero no contiene ejemplos de nadie que considerara a Dios como Padre en el mismo sentido profundo que lo dijo Jesús. Sí debemos mencionar que el Midrash sobre I Samuel 16, 1, relaciona el título de «Hijo de Dios» con el canto del siervo de Isaías 53. El Midrash asocia también con la persona del mesías los textos de Éxodo 4, 22 (donde se habla del Hijo de Dios, que, evidentemente, se refiere en su
redacción originaria al pueblo de Israel), de Isaías 52, 13 y 42, 1 correspondientes a los cantos del siervo; el Salmo 110, 1 y una cita relacionada con «el hijo del hombre que viene con las nubes del cielo». Incluso se menciona el hecho de que Dios realizará un nuevo pacto. La conjunción no deja de ser muy interesante porque muestra ligados aspectos que también aparecen en el cristianismo: el mesías es el siervo, que es el Hijo de Dios, que es el Hijo del hombre, que realizará un Nuevo Pacto. Si además se añadiera que ese personaje es Jesús tendríamos toda una
confesión de fe cristiana.
Quizá para captar en profundidad cómo vieron los primeros cristianos esta afirmación de Jesús de ser el Hijo de Dios, tendríamos que recurrir al Evangelio de Juan. Para este evangelista, se trata del título preferido para referirse a Jesús, un título además que no se limita a tener
connotaciones mesiánicas sino que indica igualdad con Dios (Juan 5, 17–8; 10, 30 ss, etc.). Como dice el evangelista:
«Por esto sus dirigentes ansiaban todavía más matarlo, porque no sólo abolía el sábado, sino que además decía que Dios era su Padre, HACIÉNDOSE IGUAL A DIOS» (Juan 5, 18). (Las mayúsculas son nuestras.)
Sobre la cuestión de si Jesús se vio a sí mismo como una manifestación de Dios (tal y como lo acusaba el Talmud), tratan precisamente los títulos siguientes.

Jesús, el Señor (1)
El Documento Q relaciona con palabras de Jesús el título de «Señor» en varias ocasiones. En Q6, 46, recoge unas palabras de Jesús en las que éste insiste en que de nada sirve llamarle «Señor» si esa invocación no va unida a una obediencia de sus enseñanzas. En Q 9, 59–61, señala cómo una persona que desea seguirlo se refiere a él con ese apelativo. Pero quizá los dichos más interesantes de Jesús autodenominándose «Señor» sean aquellos relacionados con su regreso y el juicio. Así, en Q 12, 35–38 y Q 12, 43 ss, Jesús se presenta como el Señor que volverá y pedirá cuentas a sus siervos, y una enseñanza similar es la que aparece en la parábola de las diez minas contenidas en Q 19, 12–26. Si bien Q 9, 59–61, puede indicar meramente un tratamiento de
cortesía, similar a nuestro «señor», lo cierto es que todos los demás pasajes implican que Jesús se refiere a sí mismo como «el Señor». Para entender lo que implicaba tal afirmación debemos, una vez más, volvernos al contexto judío de la época.
El título «Señor» («mar») ya aparecía aplicado a Dios en las partes arameas del Antiguo Testamento. Daniel 2, 47 llama a Dios «mare malkim» (Señor de los reyes) y en 5,23 encontramos la expresión «mare shamaia» (Señor del cielo). En ambos casos, la traducción del Antiguo Testamento al griego, conocida como Septuaginta o Biblia de los Setenta, tradujo «mar» por la palabra griega «kyrios». En los textos de Elefantina, «mar» vuelve a aparecer como título divino (pps. 30 y 37). A. Vincent ha señalado incluso que este contenido conceptual ya se daba en el s. IX a. de C. (2) En escritos más tardíos «mar» sigue siendo una designación de Dios. El tratado Rosh ha–shanah 4a cita Esdras 6, 4 sustituyendo el «elah shamaia» (Dios de los cielos) masorético por «mar shamaia» (Señor de los cielos). En el Talmud aparece además la expresión «mare Abraham» (Señor de Abraham) (Eruv 75a; Sab 22a; Ket 2a; Baba Bat 134a) aplicada a Dios. Los midrashim palestinos contienen también buen número de referencias a Dios como «mar» (Señor) (Génesis R 13, 2; 22, 2, etc.).
De lo anterior, cabría esperar que el Documento Q hubiera utilizado ese título para referirse a Dios (y, efectivamente, así lo hizo) pero además, como hemos visto, también aparece en el mismo aplicado a Jesús. Él mismo se había presentado a sí mismo no sólo como siervo–Hijo del hombre–mesías, sino también como el Señor que volvería en algún momento a juzgar y a pedir cuentas. Una vez más, como en el caso del Hijo de Dios, Jesús se nos aparece con unas pretensiones que iban más allá de lo meramente humano. Esa conducta vuelve a ponerse de manifiesto en el título que examinaremos a continuación.

Jesús, la Sabiduría
El Documento Q recoge dos pasajes en los que Jesús se presenta a sí mismo como la «Sabiduría». En Q 7, 35, Jesús se lamenta de cómo sus contemporáneos rechazaron primero a Juan el Bautista, para luego hacer lo mismo con él. Con todo, señala, él (la Sabiduría) ha quedado justificado por sus hijos (u obras). El texto parece ser un eco de Eclesiástico 4, 11 y sobre él volveremos más adelante.
En Q 11, 49–51, Jesús vuelve a presentarse de nuevo como la Sabiduría que envía mensajeros a predicar el Evangelio, encontrando éstos una terrible oposición. ¿Al referirse a sí mismo como Sabiduría qué estaba diciendo Jesús? Desde luego, no estaba hablando de ningún tipo de «gnosis» ni de ninguna de las estrafalarias doctrinas a las que ahora nos está acostumbrando el
movimiento de la Nueva Era. Jesús se estaba refiriendo a un concepto muy conocido por sus contemporáneos y que no dejaría de resultarles familiar.
En el Antiguo Testamento se nos habla ya de la «Sabiduría» como una hipóstasis o manifestación de Dios. En Proverbios 8, 22 ss aparece este personaje como hijo amado de Dios, existente antes que todas las criaturas, increado y artífice de la creación, expresándose de la siguiente manera:
«Yahveh me poseía ya en el principio, antes de sus más antiguas creaciones.
»Eternamente tuve el principado, desde el inicio, antes de que existiera la tierra.
«Cuando formaba los cielos, allí estaba yo,
«cuando trazaba la esfera sobre la faz del abismo...
»Con Él estaba yo ordenándolo todo. Era su delicia día tras día y sin descanso me divertía en su presencia.» (Proverbios 8, 22–24, 27, 30.)
Esta figura alcanzaría en el judaísmo posterior una importancia
innegable, conservando las características ya señaladas (Eclesiástico 1, 9 ss; 24, 3 ss).
El libro de la Sabiduría la describe a ésta como «soplo de la fuerza de Dios», «efusión pura del fulgor del Todopoderoso» e «imagen de su bondad» (Sabiduría 7, 7–8, 16). Es «compañera de su vida» (la de Dios) (Sabiduría 8, 3), compañera de Su trono (9, 4), enviada bajo la figura del
Espíritu de Dios (9, 10; 7, 7) y actúa en la historia de Israel (7, 27).
Para Filón, esta sabiduría es «Hija de Dios» (Fuga 50 ss; Virt 62) e «Hija de Dios y madre primogénita de todo» (Quaest. Gen 4, 97).
Finalmente, algunos textos rabínicos identificaron a esta Sabiduría pre–existente con la Torah, «Hija de Dios», mediadora de la creación e hipóstasis. (3)
Una vez más, podemos ver que Jesús, de acuerdo al Documento Q, se proclamó con un título que iba más allá de una simple humanidad. Hijo de Dios–Señor–Sabiduría era un tríptico demasiado explosivo para algunos de sus contemporáneos y no es de extrañar que estas afirmaciones quedaran limitadas al círculo de los discípulos más íntimos. Jesús estaba diciendo de sí mismo cosas que sólo podían ser vistas como blasfemia y con ello ocasionarle la muerte.

Jesús, el que vuelve
Jesús se veía a sí mismo como mayor que Jonás y Salomón (Q 11, 29–32), como Hijo del hombre, mesías, Siervo, el Hijo de Dios, el Señor y la Sabiduría, pero no quedaban limitadas a eso sus pretensiones. El Documento Q nos muestra que además prometió volver. Él sabía, como ya
señalamos, que iba a ser despreciado y rechazado. Considerándose el Siervo, debía tener presente asimismo la idea de su muerte, pero tal visión no era el final de la historia. Volvería y juzgaría a la Humanidad.
Hay dos referencias que resultan especialmente explícitas al respecto en Q 12, 35–38 y en Q 13, 34–5. La primera contiene un mensaje de urgencia escatológica. Jesús regresaría, como Hijo del hombre, en el momento más inesperado. Tal llegada sería una bendición para aquellos que estuvieran preparados. La parábola de Q 12, 42 ss deja, por el contrario, de manifiesto que, para los desprevenidos, sólo sería un desastre calamitoso. En resumen: recompensa para los despiertos y condenación para los no–preparados.
La segunda referencia resulta también muy interesante y está ligada al destino futuro del pueblo judío. El templo de Jerusalén iba a ser destruido (y, efectivamente, eso sucedió en el año 70 d. de C.) como castigo al rechazo de los profetas y de los enviados, así como de los oídos sordos prestados a la predicación de Jesús. Pero el día en que reconocieran a éste como mesías, se produciría una manifestación clara de la gloria de Dios sobre el pueblo judío.
Jesús no daba por concluida la historia con su muerte futura. Al igual que el siervo de Yahveh del que se narra en Isaías 53, él esperaba volver a ver luz tras la muerte y contemplar su triunfo.

Conclusión
¿Qué pensó Jesús de sí mismo? La pregunta planteada ya por él al círculo más íntimo de sus discípulos (Marcos 8, 27 ss y par.) no ha dejado de ser una cuestión candente durante siglos y no parece, más bien todo lo contrario, que la controversia pueda acallarse en breve. El Documento Q
nos permite, empero, acercarnos al estrato más antiguo escrito acerca de Jesús y tratar de responder a esa pregunta no en base a vanas especulaciones sino al testimonio de una fuente histórica.
En primer lugar, hay que decir que Jesús pensó de sí mismo según los patrones de la cultura a la que pertenecía. Era por ello imposible que se viera como el Cristo ario de los nazis, o el Cristo al estilo del «Che» de la Teología de la Liberación, o el Cristo de los masones, por sólo citar algunos ejemplos. Todas ésas eran visiones ajenas medularmente a su medio y sin puntos de contacto con él. Jesús se contempló y entendió a sí mismo incardinado en conceptos del judaísmo de su época.
En primer lugar, se vio como Mesías, pero no un mesías cualquiera, sino el descrito como el Siervo de Yahveh e Hijo del hombre. Esto tenía implicaciones muy claras. Significaba que podía esperar la muerte y que esa muerte serviría para expiar los pecados de los descarriados. Pero, al
mismo tiempo, implicaba que, tras su muerte expiatoria, vería «luz», «viviría» y vería el fruto de su acción. Es decir, a la muerte le seguiría la resurrección y el triunfo. Desde este contexto, resulta verosímil que, como señalan los Evangelios, repitiera en varias ocasiones no sólo que iba a
morir sino que también esperaba resucitar.
En segundo lugar, Jesús se veía como el Hijo del hombre. Esto no es extraño porque ambas figuras aparecían en diversos medios de su época como títulos del mesías. La mezcla era tan evidente que no es raro encontrar al mesías descrito con ambos calificativos. El mismo documento Q muestra cómo Jesús aplica al Hijo del hombre tanto la idea de triunfo final (que es como aparece en Daniel 7) como la de muerte previa.
En tercer lugar, Jesús, de acuerdo a los datos que nos suministra el Documento Q, no se vio solamente como un hombre encargado de una misión salvadora. Él era la Sabiduría, el Señor y, muy especialmente, el Hijo de Dios. Sólo él podía llamar Padre a Dios en el sentido que él lo hacía.
Sólo él conocía al Padre y a él sólo el Padre podía conocerlo. Aquellos conceptos no eran nuevos en el judaísmo, pero lo auténticamente provocativo es que Jesús se los aplicaba a sí mismo, y eso, tarde o temprano, conllevaría el peligro de la muerte, una muerte que él vio cernirse en su futuro.
Desde el s. XIX, se ha insistido, de manera muchas más veces visceral que razonada, en afirmar que los aspectos relacionados con la pre– existencia y la Divinidad de Jesús eran medularmente anti–judíos; que, por lo tanto, no podían haber sido sostenidos por sus primeros discípulos judíos
y que su introducción en el seno del cristianismo se debió a una influencia helenística que cabría ligar a la persona de Pablo o incluso a comunidades anteriores al ministerio de éste. A la luz de lo contenido en el Documento Q (no digamos en otras fuentes que aquí no examinamos), todas esas
afirmaciones son radicalmente insostenibles. (4)
La visión que identifica al siervo sufriente de Isaías –cuyo sacrificio es visto ocasionalmente como expiatorio– con el mesías y a éste con el Hijo del hombre es algo que aparece en el judaísmo pre–cristiano. Para absorber estos puntos de vista, el cristianismo ni tuvo que dirigirse a las religiones paganas o mistéricas (5) ni tuvo que esperar a Pablo. En realidad, se limitó a asimilar la propia visión de Jesús sobre sí mismo que, a su vez, procedía de una interpretación de la Escritura ya existente.
Cuando, durante los siglos III y IV, algunos judíos de fe cristiana, según nos informa el Talmud, deseen convencer a sus compatriotas de que Jesús no era sólo un hombre sino que en él se había encarnado el Dios creador del Antiguo Testamento, seguirán recurriendo a pasajes de éste y
especialmente a aquellos que describen a Dios hablando en plural. (6) Lejos de obtener sus puntos de vista del paganismo (¡mucho menos del paulinismo!) aquellos judeo–cristianos de Palestina habían seguido guardando fielmente la creencia en la divinidad de Jesús y ahondado en el Antiguo Testamento para deducir aún más argumentos en favor de la misma.
Él uso de títulos como «kyrios» o «Sabiduría» no proceden de un ámbito pagano ni tampoco de un cristianismo helenizado. Los hallamos referidos a Dios en el judaísmo pre–cristiano e incluso en el último caso, al igual que en el de la Sabiduría, ligados a una interpretación hipostática de los mismos. Una vez más, al admitirlos en su interior, el cristianismo recibía las palabras de Jesús, tal y como aparecen en Q, y éste se limitaba a aplicarse a sí mismo enseñanzas comunes en el judaísmo de la época.
Jesús aparece, pues, en el Documento Q como sujeto de unas pretensiones que no podían dejar indiferentes a sus contemporáneos (y es dudoso que pudieran causar diferente efecto en los nuestros). En el mismo paquete, si se nos permite la gráfica expresión, aparecía como el mesías
que, mediante su muerte expiatoria, llevaba la carga de pecado de la Humanidad y como Señor; como Sabiduría y como Siervo; como el Hijo de Dios y como el que ha de venir a juzgar a la Humanidad, dotado de una autoridad incomparable. Es ese «paquete» el que él exigía tomar o dejar. Pero no hubiera considerado lícito el que sólo se aceptara una parte (la menos escandalosa para cada cual) o el que se usara su figura como capa de otras formas de pensar. En ese sentido, Jesús fue de una radicalidad pasmosa, de una negativa al compromiso inquebrantable y de una rigidez incondicional. Por ello, a la pregunta de quién era, sólo se podía responder, desde su punto de vista, diciendo que era el Mesías, el Hijo de Dios (Mateo 16, 16), y actuando en consecuencia.

Notas:
(1) Sobre este título, con expresión de las diversas posturas y bibliografía, ver: W. Bousset, Kyrios Christos, Nashville, 1970; J. A. Fitzmyer, «New Testament Kyrios and Maranatha and Their Aramaic Background» en To Advance the Gospel, Nueva York, 1981, pgs. 218–35; L. W. Hurtado, One God, One Lord: Early Christian Devotion and Ancient Jewish Monotheism, Filadelfia, 1988; B. Witherington III, «Lord» en DJG, pgs. 484–492; C. Vidal Manzanares, «Nombres de Dios» en Diccionario de las Tres religiones, Madrid, 1993.
(2) A. Vicent, La religion des Judéo–araméens d'Eléphantine, París, 1937, p. 114
(3) Ver: Strack y Billerbeck, Oc, II, pgs. 353 ss y III, p. 131
(4) En el mismo sentido de identificar los títulos referidos a la pre–existencia de Jesús no con el paganismo sino con el judaísmo de la época, ver: D. Flusser, El Hijo del hombre en A. Toynbee (ed.), El crisol del cristianismo, Madrid, 1988, pgs. 328ss y 337ss.
(5) En este mismo sentido, R. H. Nash, Christianity and the Hellenistic world, Grand Rapids, 1984, pgs. 113 ss. Ver también: H. Koster. Introducción al Nuevo Testamento, Salamanca, 1988, pgs. 230 ss.
(6) Ver, en este sentido, TJ Taanit 65b; Jalq. Shim 766 y TJ Ber. 12d, 13 a.

viernes, 2 de abril de 2010

REFLEXIONES SOBRE JESUS - PARTE III (c): TEXTO DEL DOCUMENTO Q

REFLEXIONES SOBRE JESUS
PARTE III (c)
TEXTO DEL DOCUMENTO Q
(TRADUCCIÓN)

por César Vidal Manzanares

Q 3:2
Juan vino a toda la región cercana al Jordán.
Q 3:7–9
Y dijo a las multitudes que acudían a ser bautizadas por él: «¡Estirpe de víboras! ¿Quién os aconsejó que huyérais de la ira venidera? Dad fruto propio de arrepentimiento y no empecéis a decir dentro de vosotros mismos, 'Tenemos a Abraham por padre'; porque yo os digo que de estas piedras Dios puede levantar hijos a Abraham. Ya está el hacha colocada junto a la raíz de los árboles. Por lo tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y arrojado al fuego.»
Q 3:16b–17
Yo, ciertamente, os bautizo con agua, pero Aquel que viene después que yo –que es más fuerte que yo y cuyas sandalias no soy digno de desatar– os bautizará (1) en Espíritu Santo y fuego. Lleva en la mano el aventador para limpiar su era y reunir el trigo en su granero, y quemará la paja en un fuego inextinguible.
Q 3, 21–2
Sucedió que cuando todo el pueblo era bautizado, también fue bautizado Jesús; y, mientras estaba orando, el cielo se abrió, y descendió el Espíritu Santo sobre él corporalmente, como una paloma, y vino una voz del cielo que decía: Tu eres mi Hijo amado; en ti me complazco.
Q 4: 1–13
Jesús, lleno de Espíritu Santo, regresó del Jordán y fue llevado por el Espíritu al desierto, siendo tentado allí por el Diablo durante cuarenta días.
Y no comió nada durante esos días, y cuando concluyeron, tuvo hambre. El Diablo le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan». Y Jesús le contestó, «Está escrito: No sólo de pan vivirá el hombre».
Lo condujo entonces (el Diablo) a Jerusalén, y lo situó en el pináculo del templo y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, lánzate desde aquí, porque está escrito, Ordenará a sus ángeles que te guarden, y, Te sostendrán sobre sus manos, para que no tropiece tu pie en piedra». Jesús le contestó: «Se dijo, no tentarás al Señor, tu Dios».
Entonces tomándolo el Diablo, le mostró todos los reinos de la Tierra en un instante, y le dijo, «A ti te daré toda esta autoridad y su gloria, porque me ha sido entregada y yo se la doy a quien quiero. Por lo tanto, si tu me adoras, será toda tuya». Y Jesús le contestó: «Está escrito, Adorarás al Señor tu Dios y a Él sólo servirás.»
Y habiendo concluido toda tentación, el Diablo se apartó de él hasta que llegara una ocasión más apropiada.
Q 6: 20–23, 24–26
En aquellos días, subió al monte a orar; y pasó la noche orando a Dios. Y cuando descendió, se detuvo en un lugar en compañía de una multitud de sus discípulos y de una gran muchedumbre de gente. Y alzando los ojos hacia sus discípulos, dijo:
Bienaventurados sois los pobres, porque vuestro es el reino de Dios.
Bienaventurados sois los que tenéis hambre, porque seréis saciados.
Bienaventurados sois los que lloráis porque reiréis.
Bienaventurados sois cuando la gente os odie, y cuando os aparte de sí y os insulte, y rechace vuestro nombre como malo, a causa del Hijo del Hombre.
Alegraos en ese día, y saltad de alegría, porque, ciertamente, vuestra recompensa es grande en el cielo; porque así hicieron sus antepasados (2) con los profetas. Pero, ¡ay de vosotros, ricos, porque habéis recibido vuestra consolación!
¡Ay de vosotros que ya estáis llenos, porque estaréis hambrientos!
¡Ay de vosotros que ahora reís, porque os lamentaréis y lloraréis!
¡Ay de vosotros, cuando toda la gente hable bien de vosotros, porque igual se comportaron sus antepasados (3) con los falsos profetas!,
Q 6: 27–35
Sin embargo, a los que escucháis os digo: «Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian.
Cuando alguien te golpee en la mejilla derecha, ofrécele también la otra; y si alguno te quita el manto, no le niegues la túnica.
Da a todo el que te pida; y al que te quite tus pertenencias, no le pidas que
te lo devuelva.
Y así como deseáis que os hagan los hombres, hacedles vosotros
igualmente.
Porque si amáis a los que os aman, ¿qué hacéis de particular? Porque hasta los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien a los que os hacen bien, ¿qué hacéis de particular? También hacen lo mismo los pecadores.
Y si prestáis a aquellos de los que esperáis recibir el pago, ¿qué hacéis de particular? También los pecadores prestan a los pecadores porque esperan recibir lo mismo.
Más bien, amad a vuestros enemigos, y haced bien, y prestad, sin esperar nada; y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo, porque Él es bueno (también) con los ingratos y los malos.
Q 6: 36–37b, 38 c
Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso.
No juzgad y no seréis juzgados. No condenéis y no seréis condenados. Perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará. Colocará en vuestro regazo una medida llena, apretada, removida, rebosante. Porque con la medida con que midáis, seréis medidos.
Q6: 39b–40
¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán ambos en un hoyo?
Un discípulo no puede estar por encima de su maestro, pero todo aquel que reciba una educación completa será como su maestro.
Q 6: 41–42
¿Porqué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no ves la viga que está en tu propio ojo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: «déjame que te quite la paja que tienes en el ojo», cuando tu mismo no ves la viga que está en tu propio ojo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás para poder quitar la viga que está en el ojo de tu hermano.
Q 6: 43–45
Porque ningún árbol bueno da mal fruto, ni tampoco un árbol podrido da buen fruto, sino que se puede conocer cada árbol por su propio fruto. Porque no se recogen higos de los espinos, ni se cosechan uvas de los zarzales.
El hombre bueno del tesoro bueno del corazón saca lo que es bueno; y el hombre malo saca lo que es malo del mal tesoro de su corazón; porque la boca habla de acuerdo a lo que tiene el corazón en abundancia.
Q 6: 46–49
¿Porqué me llamáis «Señor, Señor» y no hacéis lo que os digo? Os mostraré a qué se asemeja todo aquel que viene a mí y escucha mis palabras y las pone en práctica. Es como un hombre que al edificar una casa, cavó y ahondó y colocó el cimiento sobre la roca; y cuando llegó la riada, el torrente se estrelló contra aquella casa, pero no la pudo derribar, porque estaba cimentada sobre la roca.
Pero aquel que las escucha y no las pone en práctica es como una persona que edificó una casa sin cimientos sobre un terreno. El torrente se estrelló contra ella e, inmediatamente, se vino abajo, y la ruina de aquella casa fue grande.
Q 7: 1–10
Y después de haber terminado de pronunciar todas sus palabras a oídos de la gente, entró en Cafarnaum. (4) Había (allí) cierto centurión que tenía un siervo, al que apreciaba mucho, enfermo y a punto de morir.
Cuando oyó hablar acerca de Jesús, le envió ancianos de los judíos, para que le pidieran que viniera a sanar a su siervo. Cuando (éstos) llegaron ante Jesús, se lo rogaron insistentemente, diciendo: «Es digno de que se lo concedas, porque ama a nuestro pueblo y hasta nos ha edificado una sinagoga a sus expensas.» Jesús fue con ellos.
Cuando estaba ya a no mucha distancia de la casa, el centurión le envió unos amigos para decirle, «Señor, no te molestes, porque yo no soy digno de que entres bajo mi techo. Por eso, no me considero digno de salir a tu encuentro.(5) Pero di una palabra, y mi siervo se curará. Porque yo mismo soy un hombre situado bajo una autoridad, con soldados que me están subordinados, y digo a uno: «Ve» y va; y al otro: «Ven», y viene; y a mi siervo: «Haz esto», y lo hace.»
Cuando Jesús escuchó esto, se maravilló de él, y volviéndose a la multitud que le seguía, dijo: «Os digo que no he encontrado una fe así ni siquiera en Israel.»
Y cuando regresaron a la casa los que habían sido enviados encontraron que el siervo había sido sanado.
Q 7: 18–23
Los discípulos de Juan (6) le contaron todas aquellas cosas y Juan, llamando a dos de sus discípulos, los envió al Señor para que le dijeran (7)
«¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?» Cuando los hombres llegaron, le dijeron: «Juan el Bautista nos envió a ti diciendo, ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?»
En esa misma hora sanó a muchos de enfermedades y dolencias, y de espíritus inmundos, y dio la vista a muchos ciegos.
Y él les respondió: «Id y decid a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos recuperan la vista, los cojos caminan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados y el Evangelio es anunciado a los pobres; y bienaventurado es aquel que no halla ocasión de tropiezo en mí.»
Q 7: 24–28
Cuando los mensajeros de Juan se hubieron marchado, comenzó a hablar a las muchedumbres en relación a Juan: «¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? ¿Un hombre vestido con ropas lujosas? Ciertamente los que llevan ropas lujosas están en los palacios de los reyes. Entonces, ¿qué salisteis a ver? ¿Un profeta? Sí, os digo, y más que un profeta. Éste es aquel del que está escrito:
«He aquí que envío mi mensajero delante de tu rostro, el cual preparará tu camino delante de ti.»
Os digo que entre todos los nacidos de mujer no hay ninguno mayor que Juan, pero el más pequeño en el Reino de Dios es mayor que él.»
Q 16:16
La Ley y los profetas fueron hasta Juan. Desde entonces se proclama el Reino de Dios, y todos se oponen con violencia al mismo.
Q 7: 31–35
¿A qué compararé a la gente de esta generación (8) y a qué se asemeja?
Son como los niños sentados en la plaza que se dicen los unos a los otros:
«Os tocamos la flauta y no danzásteis; os entonamos una lamentación y no os lamentásteis». Porque Juan el Bautista no comía pan ni bebía vino, y decís, «Tiene un demonio». El Hijo del Hombre vino comiendo y bebiendo, y decís: «Ése es un comilón y un borracho, un amigo de los recaudadores de impuestos y de los pecadores.» Sin embargo, la Sabiduría es declarada justa por todos sus hijos.
Q 9: 57–62
Y mientras iban por el camino, alguien le dijo: «Te seguiré adonde quiera que vayas». Y Jesús le dijo: «Las zorras tienen guaridas y las aves del cielo tienen nidos; pero el Hijo del hombre no tiene dónde apoyar la cabeza.»
Y a otro le dijo, «Sígueme». Pero éste le dijo: «Señor, déjame que vaya antes a enterrar a mi padre.» Y Jesús le dijo: «Deja que los muertos entierren a sus muertos.»
También le dijo otro: «Te seguiré, Señor, pero déjame primero despedirme de los que están en mi casa.» Jesús le dijo: «Nadie que pone su mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el reino de Dios.»
Q 10: 2–12
Y dijo entonces a sus discípulos: «La mies es mucha, pero los trabajadores son pocos. Rogad por lo tanto al señor de la mies que envíe trabajadores a su mies.
Ciertamente, os envío como a ovejas en medio de lobos.
No llevéis bolsa, ni alforja, ni calzado; y no os detengáis a saludar a nadie por el camino.
En cualquier casa donde entreis, decid en primer lugar: «La paz sea con esta casa.» Y si vive allí algún hijo de paz, vuestra paz descansará sobre él; pero si no es así, volverá de nuevo a vosotros.
Quedáos en la misma casa, comiendo y bebiendo lo que os ofrezcan, porque el trabajador es digno de su salario. No vayáis de casa en casa.
Y si entráis en una ciudad y se os da la bienvenida, comed lo que os presenten; y sanad a los enfermos que haya en ella y decidles: «El reino de Dios se ha acercado a vosotros.» Pero en cualquier ciudad donde entréis y no se os dé la bienvenida, salid por las calles y decid: 'Sacudimos contra vosotros hasta el polvo que se ha pegado a nuestros pies; pero sabed que el reino de Dios se ha acercado a vosotros.' Os digo que en aquel día (9) será más tolerable el castigo de Sodoma que el de esa ciudad.»
Q 10: 13–15
«¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si los milagros realizados en vosotras hubieran sido hechos en Tiro y Sidón, hace mucho tiempo que se hubieran arrepentido, vistiéndose de saco y cenizas. Por eso, será más tolerable el castigo de Tiro y Sidón en el juicio que el vuestro. Y tú, Cafarnaum, ¿serás exaltada hasta el cielo? ¡Al Hades (10) descenderás!»
Q 10:16
«Cualquiera que os escucha a vosotros, a mí me escucha, y cualquiera que os rechaza a vosotros, a mí me rechaza; y el que me rechaza a mí, rechaza al que me envió.»
Q 10:21–22
En aquella misma hora Jesús se regocijó en el Espíritu Santo y dijo:
«Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas de los sabios y de los instruidos, y se las has revelado a los niños. Sí, Padre, porque así resultó de Tu agrado. Todas las cosas me han sido entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo salvo el Padre, ni al Padre
salvo el Hijo y aquel a quien el Hijo desea revelárselo.»
Q 10: 23–4
«¡Bienaventurados son los ojos que ven lo que vosotros véis! Porque os digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que vosotros véis y no lo vieron, y desearon oír lo que vosotros oís, y no lo oyeron.»
Q 11: 2–4
Les dijo: «Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea Tu nombre; venga Tu reino; danos hoy nuestro pan cotidiano; y perdónanos nuestras deudas, igual que nosotros perdonamos a nuestros deudores; y no nos sometas a prueba.» (11)
Q 11:9–13
«Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abre.
¿Qué padre de entre vosotros, si su hijo le pide un pescado, le dará una piedra, o si le pide un huevo, le dará un escorpión? Por lo tanto, si vosotros, siendo egoístas, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!»
Q 11: 14–23
Y estaba arrojando un demonio que provocaba la mudez, (12) cuando el demonio salió, el mudo se puso a hablar y la gente se maravilló. Pero algunos de ellos decían: «Por Belzebú, el príncipe de los demonios, expulsa a los demonios.» Otros, para tentarlo, le pedían una señal del cielo. Pero él, conociendo sus pensamientos, les dijo: «Todo reino dividido contra sí mismo es devastado, y una casa dividida contra sí misma se hundirá. Y si Satanás expulsa a Satanás, es que él está dividido contra sí mismo y entonces ¿cómo resistirá su reino? Y si yo arrojo a los demonios por Belzebú, ¿por medio de quién los arrojan vuestros hijos? Por lo tanto, ellos serán vuestros jueces. Pero si es por el dedo de Dios que yo expulso a los demonios, entonces es que el Reino de Dios ha llegado.»
«Cuando un hombre fuerte, convenientemente armado, guarda su palacio, sus posesiones están seguras; pero cuando uno más fuerte viene y lo vence, le arrebata entonces la armadura en que confiaba y reparte el botín.»
«El que no está conmigo está contra mí, y el que no recoge conmigo desparrama.»
Q 11: 24–28
«Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, va por lugares áridos buscando un sitio donde reposar, y, al no hallarlo, dice: «Regresaré a mi casa de donde salí». Y cuando vuelve, la encuentra barrida y arreglada.
Entonces va y toma otros siete espíritus peores que él, y entran y moran allí; y la situación última de aquella persona es aún peor que la inicial.»
Mientras decía estas cosas, una mujer de la muchedumbre levantó su voz y le dijo: «¡Bienaventurado sea el vientre que te llevó y los pechos de los que mamaste!» Y Jesús dijo: «Bienaventurados son más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la guardan.»
Q 11: 16, 29–32
Otros para tentarle, le pedían una señal del cielo. Al comenzar a juntarse las multitudes, comenzó a decir: «Esta generación es una generación mala.
Busca una señal, y no se le dará ninguna señal salvo la señal de Jonás. Porque igual que Jonás fue un signo para los habitantes de Nínive, igualmente lo será el Hijo del hombre para esta generación.»
«La reina del Sur se alzará en el juicio con los hombres de esta generación y los condenará; porque ella vino desde los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y ciertamente aquí hay algo más grande que Salomón.»
«Los ninivitas se alzarán en el juicio con esta generación y la condenarán; porque ellos se arrepintieron a causa de la predicación de Jonás y, ciertamente, aquí hay algo más grande que Jonas.»
Q 11: 33–36
«Nadie coloca una luz encendida en un sitio oculto o bajo un almud, sino en el candelero, para que aquellos que entran puedan ver la luz.»
«La lámpara del cuerpo es el ojo; cuando el ojo es generoso, todo el cuerpo está lleno de luz; pero cuando es mezquino, el cuerpo está lleno de tinieblas. Cuídate, por lo tanto, de que la luz que hay en ti no sea tinieblas.
Por lo tanto, si todo tu cuerpo está lleno de luz, sin tener parte oscura, estará completamente iluminado, como cuando una lámpara te alumbra con su resplandor.»
Q 11: 37–52
Cuando terminó de hablar, le rogó un fariseo que comiera con él; y entrando Jesús en la casa, se puso a la mesa. El fariseo, cuando lo vio, se extrañó de que Jesús no se hubiera lavado antes de comer. Pero el Señor le dijo: « Lo cierto es que vosotros los fariseos limpiáis el exterior del vaso y
del plato, pero en vuestro interior estáis llenos de rapacidad y maldad.
¡Necios! ¿el que hizo el exterior, no hizo también el interior? Entregad vuestro interior (13) y entonces todo será limpio.
¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, porque diezmáis la menta y la ruda y toda verdura, y descuidáis la justicia y el amor de Dios! De esto último deberíais ocuparos sin dejar por ello lo otro.
¡Ay de vosotros, fariseos, que amais los primeros puestos en las sinagogas, y los saludos en las plazas!
¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas, que sois como los sepulcros que no se ven, de manera que los que los pisan, lo hacen sin saberlo!»
En respuesta, le dijo uno de los intérpretes de la Ley: «Maestro, al decir esto, también nos ofendes a nosotros.»
Y él dijo: «¡Ay de vosotros también, intérpretes de la Ley, porque cargáis a la gente con cargas que no pueden soportar, mientras que vosotros no tocáis las cargas ni siquiera con un dedo!
¡Ay de vosotros, que construís los sepulcros de los profetas que mataron vuestros padres! Así sois testigos y consentidores de las acciones de vuestros padres, porque ellos los mataron y vosotros construís sus sepulcros.
Por eso, la Sabiduría de Dios dijo: «Les enviaré profetas y apóstoles, y a algunos de ellos los matarán y a otros los perseguirán, para que se reclame de esta estirpe (14) la sangre de todos los profetas que ha sido
derramada desde la fundación del mundo, desde la sangre de Abel a la sangre de Zacarías que fue asesinado entre el altar y el santuario. En verdad os digo que se reclamará a esta estirpe.
¡Ay de vosotros, intérpretes de la Ley, porque os habéis apoderado de la llave del conocimiento! Vosotros mismos no entrásteis, e impedísteis que lo hicieran aquellos que lo deseaban.»
Q 12: 2–3
«Nada hay encubierto que no haya de ser revelado, ni nada oculto que no llegue a conocerse. Por lo tanto, lo que habléis en las tinieblas, será oído a la luz, y lo que habéis susurrado al oído en habitaciones secretas, será proclamado desde las azoteas.»
Q 12: 4–7
«Yo os digo, amigos míos, que no temáis a los que matan el cuerpo y después no pueden hacer nada más. Voy a señalaros a quién debeis temer.
Temed a aquel que, después de haber matado, tiene poder para arrojar en la Gehenna. (15) Sí, os digo, ¡a ése temed!
¿Acaso no se venden cinco pajarillos por dos «assaria»? (16) Aún así, Dios no se ha olvidado de ninguno de ellos. Pues incluso los cabellos de vuestra cabeza están contados. No temáis, porque vosotros valéis más que muchos pajarillos.»
Q 12: 8–9
«Os digo que todo aquel que me confiese delante de los hombres, el Hijo del hombre también lo confesará delante de los ángeles de Dios; pero cualquiera que me niegue delante de los hombres, será negado delante de los ángeles de Dios.»
Q 12:10
«Todo el que dijere una palabra contra el Hijo del hombre será perdonado; pero aquel que blasfeme contra el Espíritu Santo no será perdonado.»
Q 12:11–12
«Cuando os llevaren ante las sinagogas, y ante los gobernantes y las autoridades, no os preocupéis por cómo o qué debéis contestar o qué tenéis que decir; porque el Espíritu Santo os enseñará en la misma hora lo que debéis decir.»
Q 12: 13–14, 16–21
Alguien de la multitud le dijo, «Maestro, di a mi hermano que divida la herencia conmigo.» Pero él le dijo: «Hombre, ¿quién me ha puesto como juez o partidor sobre vosotros?»
Y les dijo: «Mirad, guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de bienes que posee.»
También les refirió una parábola, diciendo: «La propiedad de un hombre rico produjo en abundancia, y pensó para sus adentros, diciendo:
«¿Qué voy a hacer? porque ya no tengo dónde guardar las cosechas.» Y dijo: «Esto es lo que voy a hacer. Derribaré mis graneros y construiré otros mayores y almacenaré allí todo mi grano y mis posesiones; y diré a mi alma: 'Alma, tienes muchas cosas almacenadas para muchos años.
Descansa, come, bebe, diviértete–. Pero Dios le dijo: «¡Necio! Esta noche te pedirán tu alma, y ¿de quién será todo lo que has preparado?» Así es aquel que hace un tesoro para sí, y no es rico para con Dios.»
Q 12: 22–31
Dijo después a sus discípulos: «Por tanto os digo: no tengáis ansiedad por vuestra vida, por lo que comeréis, o por vuestro cuerpo, por lo que vestiréis. La vida vale más que la comida y el cuerpo más que el vestido. Considerad los cuervos. No siembran, ni siegan, ni tienen almacenes o graneros, y Dios los alimenta. ¿Acaso no valéis vosotros mucho más que las aves? ¿Quién de vosotros, a fuerza de preocuparse, conseguirá añadir un palmo (17) a su estatura? Y si no podéis lograr una cosa tan pequeña, ¿porqué os preocupáis por otras?
Considerad los lirios, cómo crecen. No trabajan ni hilan, pero os digo que ni Salomón con toda su gloria se vistió como uno de ellos. Y si Dios viste así la hierba que hoy está en el campo y que mañana es arrojada al horno, ¡cuánto más os vestirá a vosotros, hombres de poca fe!
Vosotros, por lo tanto, no os preocupéis por lo que comeréis o lo que beberéis, ni os dejéis llevar por la ansiedad. Porque los paganos (18) buscan estas cosas pero vuestro Padre ya sabe que las necesitáis. Buscad, por lo tanto, el Reino de Dios y todas estas cosas os serán añadidas.»
Q 12: 33–34
«Vended lo que poseéis y dad limosna. Procuraos bolsas que no se envejezcan, un tesoro inagotable en los cielos, donde no llega ningún ladrón ni causa destrozos ninguna polilla.»
Q 12: 35–38
«Estén ceñidas vuestras cinturas (19) y encendidas vuestras lámparas, y sed como gente que espera que su señor regrese a casa procedente de unas bodas, para que cuando llegue y llame, pueden abrirle inmediatamente la puerta. Bienaventurados son aquellos siervos a los que su señor encuentre velando cuando venga. En verdad os digo que se ceñirá, y hará que se
pongan a la mesa y vendrá a servirlos.
Y aunque venga en la segunda vigilia, o en la tercera, si los encuentra así, bienaventurados son aquellos siervos.»
Q 12: 39–40
«Pero sabed que si el padre de familia supiera en qué momento de la noche va a venir el ladrón, vigilaría y no permitía que le abrieran (20) la casa.
Vosotros también tenéis que estar preparados porque el Hijo del hombre viene a una hora que no esperáis.»
Q 12: 42b–46
«¿Quién es el mayordomo fiel y sabio a quien su señor pone a cargo de la casa para que les dé su alimento al tiempo debido? Bienaventurado es aquel siervo al que su señor, cuando venga, encuentre actuando de esa manera. En verdad os digo que le colocará al cuidado de todas sus posesiones.
Pero si ese siervo se dice a sí mismo: «Mi señor se retrasa», y empieza a golpear a los demás siervos y siervas, y a comer y a beber y a emborracharse, el señor de aquel siervo vendrá el día que no lo espera, y a una hora que no sabe, y le castigará severamente y le dará un lugar junto
con los hipócritas.»
Q 12: 49–53
«He venido a prender fuego a la tierra, y ¿qué más puedo desear, puesto que ya se ha encendido?
Tengo que ser bautizado con un bautismo y me siento agobiado hasta que eso suceda.
¿Creéis que he venido a traer la paz a la tierra? Pues os digo que no.
He venido a traer división. Porque desde ahora en adelante si hay cinco en una casa se encontrarán divididos: tres contra dos y dos contra tres. Estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre; la madre contra la hija y la hija contra la madre; la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.»
Q 12: 54–56
Y decía también a las multitudes: «Cuando véis una nube que se alza por el oeste, rápidamente decís: 'Va a llover'; y así sucede.
Y cuando sopla el viento del sur, decís: 'Hará calor'; y así sucede.
¡Hipócritas! Sabéis cómo interpretar la apariencia de la tierra y del cielo, ¿porqué no sabéis entonces interpretar esta época (21)
Q 12: 57–59
«¿Porqué no juzgáis por vosotros mismos lo que es justo?
Cuando vayas al juez junto con tu oponente, procura llegar a un arreglo con él mientras vais de camino, no sea que te arrastre al juez, y el juez te entregue al alguacil, y el alguacil te arroje en prisión.
Te digo que no saldrás de allí hasta que hayas pagado hasta el último Cuadrante (22)
Q 13: 18–21
Y dijo: «¿A qué es semejante el reino de Dios y a qué lo compararé?
Es como un grano de mostaza que alguien tomó y arrojó en su propio huerto, y creció y se convirtió en un árbol y las aves del cielo hicieron sus nidos en las ramas.
Y volvió a decir:
«El reino de Dios es como levadura que una mujer tomó y escondió en tres medidas de harina, hasta que toda la masa quedó fermentada.»
Q 13: 24–27
«Esforzáos por entrar por la puerta estrecha; porque os digo que muchos intentarán entrar y no podrán.
Una vez que el padre de familia se haya levantado y haya cerrado la puerta, empezaréis a llamar a la puerta desde fuera, diciendo: 'Señor, ábrenos'. El os contestará: 'No sé de donde sois.'
Entonces comenzaréis a decir: –Comimos y bebimos contigo, y tú enseñaste en nuestras calles.
Y él os dirá: 'Os digo que no sé de dónde sois. Apartaos de mí todos vosotros, hacedores de maldad.'»
Q 13: 28–30
«Y vendrá gente del este y del oeste y del norte y del sur y estarán a la mesa en el reino de Dios.
Y habrá llanto y crujir de dientes, cuando veáis a Abraham y a Isaac y a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, mientras vosotros quedáis excluidos.
Y, ciertamente, aquellos que son los primeros, serán los últimos y aquellos que son los últimos, serán los primeros.»
Q 13: 31–33 (23)
Llegaron unos fariseos y le dijeron: 'Sal y márchate de aquí, porque Herodes desea matarte.'
Y Jesús les dijo: 'Id y decid a esa zorra: (24) Ciertamente, expulso demonios y realizo curaciones hoy y mañana, y al tercer día concluyo mi obra.
Sin embargo, es preciso que hoy y mañana y pasado mañana continúe mi camino; porque no es posible que un profeta muera fuera de Jerusalén.'
Q 13: 34–35
«¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces he deseado reunir a tus hijos, como la gallina a sus polluelos debajo de sus alas, y no quisiste! Ciertamente, vuestro templo será desolado. Pero os digo que no me veréis hasta que
venga el tiempo en que digáis: 'Bendito el que viene en el nombre del Señor.»
Q 14: 1–6
Sucedió un sábado, que había entrado a comer en casa de un gobernante, que era fariseo. Éstos lo vigilaban.
Y sucedió que había delante de él un hombre hidrópico.
Entonces Jesús dijo a los intérpretes de la Ley y a los fariseos: «¿Es lícito curar en sábado?»
Pero ellos callaron. Y él, tomándolo, lo sanó y lo despidió.
Y dirigiéndose a ellos, les dijo: «¿Quién de vosotros, si su asno o su buey cae en un pozo, no lo saca inmediatamente, aunque suceda en sábado?»
Y no le podían contestar a estas palabras.
Q 14: 11–18: 14b
«Porque todo el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado.
Porque todo el que se ensalza será humillado, pero el que se humilla será ensalzado.»
Q 14: 16–24
Entonces Jesús le dijo: «Cierto hombre dio un gran banquete, e invitó a muchos, y envió a su siervo a la hora del banquete a decir a los invitados:
'Venid, que ya está todo preparado.'
Y uno a uno comenzaron a presentar sus excusas. El primero le dijo:
–He comprado una hacienda y tengo que ir a inspeccionarla. Te suplico que me disculpes.'
Y otro dijo: 'He comprado cinco yuntas de bueyes, y tengo que probarlos. Te suplico que me disculpes.'
Y otro dijo: 'Acabo de casarme y por tanto no puedo ir.'
Y el siervo vino y se lo dijo a su señor. Entonces el padre de familia se encolerizó y dijo a su siervo: 'Sal a las plazas y a las calles de la ciudad y trae a los pobres, a los mancos, a los cojos y a los ciegos.'
Y el siervo dijo: 'Señor, he hecho lo que me mandaste, y todavía queda sitio.' Y el señor le dijo al siervo: 'Sal por los caminos y las sendas y hazles entrar para que se llene mi casa. Porque te digo que ninguno de los que fueron invitados disfrutará de mi banquete.'»
Q 14: 26–27; 17: 33
«Si alguno acude a mí, y no me prefiere (25) a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a su propia vida, no puede ser mi discípulo.
El que no toma su cruz y me sigue no puede ser mi discípulo.
El que procura salvar su vida la perderá, pero el que la pierda, la salvará.»
Q 14: 34–35
«La sal es buena; pero si la sal se vuelve insípida, ¿con qué se le podrá devolver el sabor?
«No sirve ni para la tierra ni para el muladar. La tiran. El que tiene oídos para oír que oiga.»
Q 15: 4–10
«¿Qué hombre hay entre vosotros que teniendo cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va en busca de la perdida hasta que la encuentra. Y encontrándola, la coloca sobre sus hombros, lleno de alegría, y volviendo a casa, invita a sus amigos y vecinos, diciéndoles: 'Alegraos conmigo, porque he encontrado a mi oveja que se había perdido'?
De igual manera os digo que habrá más alegría en el cielo por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentimiento.
¿Qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una dracma, no enciende la lámpara y barre la casa y busca diligentemente hasta que la encuentra. Y al encontrarla, invita a sus amigos y vecinos, diciendo:
'Alegraos conmigo, porque he encontrado la dracma que se había perdido'?
De igual manera, os digo que se alegrarán los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente.»
Q 16: 13
«Nadie puede servir a dos señores, porque u odiará a uno y amará al otro, o será leal a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero.»
Q 16: 16–18
«La Ley y los profetas fueron hasta Juan. Desde entonces es proclamado el reino de Dios, y todos se oponen a él con violencia.
Pero es más fácil que pasen el cielo y la tierra que no que caiga una tilde de la Ley.
Todo aquel que se divorcia de su esposa y se casa con otra comete adulterio y el que se casa con una divorciada es un adúltero»
Q 17: 1–2
«Es imposible que no se produzcan tropiezos, pero ¡ay de aquel por quien vengan! Sería mejor para él que le colgaran del cuello una piedra de molino y lo arrojaran al mar, que el haber hecho extraviarse a uno de estos pequeños.»
Q 17:3b–4
«Si tu hermano peca, repréndele, y si se arrepiente, perdónale. Y si peca contra ti siete veces al día y se vuelve a ti las siete veces diciendo: – Me arrepiento', perdónale.»
Q 17:6b
«Si tenéis fe como un grano de mostaza, podríais decir a este sicómoro: –'Desarráigate y plántate en el mar', y os obedecería.»
Q 17: 23–37
«Os dirán: 'Aquí está o allí está.' No vayáis ni los sigáis. Porque igual que el relámpago resplandece desde un extremo del cielo hasta el otro, así será también el Hijo del hombre en su día. Pero antes es necesario que sufra mucho y sea rechazado por esta generación. Y le dijeron: '¿Dónde, Señor?' y les dijo: 'Donde está el cuerpo, se juntan los buitres.' (26)
En los días del Hijo del hombre sucederá como aconteció en los días de Noé. Comían, bebían, se casaban y se daban en matrimonio, hasta el día en que Noé entró en el arca, y vino el diluvio y los destruyó a todos.
Igual sucedió en los días de Lot. Comían, bebían, compraban, vendían, plantaban, construían; pero el día en que Lot salió de Sodoma llovió del cielo fuego y azufre, y los destruyó a todos.
Aquel día, el que esté en la azotea, y sus bienes se encuentren en casa, que no baje a por ellos; y el que se encuentre en el campo, que no vuelva.
Acordaos de la mujer de Lot.
Todo el que intente salvar su vida, la perderá; y todo el que la pierda, la salvará.
Os digo que en aquella noche habrá dos personas en una cama. Una será tomada, y la otra será dejada.
Dos mujeres estarán moliendo juntas; una será tomada y la otra será dejada.»
Q 19: 12–16
Por lo tanto, dijo: «Un hombre noble se fue a un país lejano, para recibir un reino, y después regresar.
Y llamando a diez siervos suyos, les dio diez minas (27) y les dijo:
'Negociad con ellas en lo que regreso.'
Y sucedió que cuando regresó, tras haber recibido su reino, dio la orden de llamar a estos siervos a los que había entregado el dinero, para saber como había negociado cada uno con él.
El primero vino y le dijo: 'Señor, tu mina ha producido diez minas.'
Y él le dijo: 'Bien hecho, buen siervo.¿ Porque fuiste digno de confianza en lo poco, tendrás autoridad sobre diez ciudades.'
Y el segundo vino y le dijo: 'Señor, tu mina ha producido cinco minas.' Y él le dijo también a éste: 'Tu estarás sobre cinco ciudades.'
Y el otro vino y le dijo: 'Señor, aquí está tu mina. La he tenido guardada en un pañuelo, porque tenía miedo de ti. Porque eres un hombre severo, que sacas de donde no pusiste, y cosechas de donde no sembraste.
Él le dijo: '¡Mal siervo, por tus propias palabras (28) te juzgo! Si sabías que yo soy un hombre severo que saca de donde no puso, y cosecha de donde no sembró, ¿porqué no entregaste mi dinero a un banco, para que cuando yo viniera, pudiera recibirlo con intereses?'
Y dijo a los que estaban presentes: 'Quitadle la mina y dádsela al que tiene diez minas.'
Y ellos le dijeron: 'Señor, ya tiene diez minas.'
Y él les dijo: 'Os digo que a todo el que produzca se le dará, y al que no produzca se le quitará incluso lo que ya tiene. Y al siervo inútil arrojadlo a las tinieblas de afuera. Allí será el llanto y el crujir de dientes.'»
Q 22: 27–30
«¿Cuál es mayor, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No es el que está a la mesa? Pues yo estoy con vosotros como el que sirve.
Pero vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas; y yo os asigno un reino como mi Padre me lo asignó a mí, para que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino, y os sentéis en tronos juzgando a las doce tribus de Israel.» (29)


Notas:
(1) O «sumergirá».
(2) Lit: «padres».
(3) Lit: «padres».
(4) O Capernaum.
(5) Lit: «hasta ti».
(6) Se refiere a Juan el Bautista, ver: Mateo 11, 2–6.
(7) Lit: «diciendo».
(8) O estirpe.
(9) El día del Juicio.
(10) En este caso, tiene la acepción de lugar de castigo consciente y eterno.
(11) O: «No nos conduzcas a la tentación».
(12) Lit: «que era mudo».
(13) O: «dad limosnas de lo que tenéis dentro»
(14) O: «generación».
(15) Lugar de castigo eterno y consciente destinado para los condenados. Equivale a «infierno».
(16) Monedas de escasa cuantía.
(17) Lit: «un codo».
(18) Lit: «las gentes del mundo».
(19) Lit: «vuestros lomos».
(20) Lit: «horadaran» o «perforaran». Se refiere a la acción de abrir un boquete en un muro para entrar en el interior del edificio y robar.
(21) Lit: «tiempo».
(22) Moneda de escaso valor.
(23) La adscripción de este pasaje a Q no es del todo segura.
(24) En el sentido de astucia pero, también, posiblemente, de insignificancia.
(25) Lit: «aborrece». Se trata de un semitismo con el significado de «preferir» o «anteponer».
(26) O "águilas". ¿Quizá una referencia a los estandartes romanos?
(27) Moneda que correspondía a cien dracmas.
(28) Lit: «por tu propia boca».
(29) Es posible que el Documento Q contara con su propia versión de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Desgraciadamente, resulta imposible reconstruir esta parte del Documento con certeza.