"No hay decisiones buenas y malas, solo hay decisiones y somos esclavos de ellas." (Ntros.Ant.)

sábado, 10 de abril de 2010

REFLEXIONES SOBRE JESUS - PARTE III (f): ¿QUE PODEMOS SABER CON SEGURIDAD ACERCA DE JESUS?

REFLEXIONES SOBRE JESUS
PARTE III (f)
¿QUÉ PODEMOS SABER CON
SEGURIDAD ACERCA DE JESÚS? (1)

por César Vidal Manzanares

La cuestión acerca de aquello que podemos conocer con certeza acerca de la vida de Jesús es sustancial a todo intento de intentar comprender al personaje. Las respuestas han sido muy variadas yendo desde el “nada” de R. Bultmann hasta el “optimismo moderado” sobre las posibilidades de acceder a un conocimiento del Jesús histórico de Geza Vermes, pasando por el análisis certero del historiador M. Grant o la visión, poco menos que triunfalista, de G.R. Habermas.
Desde luego, debemos empezar por reconocer que multitud de datos acerca de su vida permanecerán ocultos para nosotros presumiblemente siempre. Seguramente nunca sabremos cuáles fueron sus gustos o aficiones –algo que suele ocupar tanto lugar en las biografías modernas–, cómo transcurrió la mayor parte de su infancia y adolescencia, cómo fue su relación con José y el resto de su familia antes de iniciarse su ministerio (iniciado éste, ya sabemos que fue de incredulidad, hasta que Santiago tuvo una visión de Jesús resucitado), dónde se educó o en qué trabajó durante su vida privada, etc. A todas esas preguntas, sólo se pueden intentar responder mediante conjeturas con escasos visos de certeza plena. Los materiales que han llegado a nosotros acerca de Jesús sólo nos permiten acceder a sus últimos años de vida y alguna referencia a la infancia. Dentro de este período de la vida de Jesús, la respuesta en cuanto a si podemos reconstruir su vida es, con diferencias de matiz no pequeñas, afirmativa en la opinión de los historiadores contemporáneos. Paradójicamente, ésta no es la de aquellos que trabajan con metodologías que no podemos calificar de
científicas como es el caso de filósofos y teólogos (2). En estos dos últimos casos, da la sensación de que existe un mayor interés por presentar una figura de Jesús que encaje en la última corriente (¿nos atrevemos a decir “moda”?) que por plantearse seriamente lo que las fuentes nos dicen sobre él. Gracias a ello, hemos “padecido” a Cristos marxistas, hegelianos “guerrilleros”, existencialistas o nihilistas, por sólo citar a unos cuántos, así como un uso de las fuentes intolerable desde una perspectiva histórica.
Pero volviendo a nuestra pregunta inicial, ¿qué podemos saber con certeza histórica acerca de Jesús?
E. P. Sanders (3) ha señalado la existencia de ocho “hechos indiscutibles” (indiscutible facts) relacionados con la vida de Jesús. Éstos son los siguientes:
1. Jesús fue bautizado por Juan Bautista.
2. Jesús fue un galileo que predicaba y sanaba.
3. Jesús llamó a sus discípulos y entre ellos nombró doce.
4. Jesús confirmó su actividad a Israel.
5. Jesús se implicó en una controversia acerca del Templo.
6. Jesús fue crucificado fuera de Jerusalén por las autoridades romanas.
7. Después de la muerte de Jesús sus seguidores continuaron como un movimiento identificable.
8. Al menos algunos judíos persiguieron a partes del nuevo movimiento y parece que tal persecución duró como mínimo hasta un tiempo cercano al final de la carrera de Pablo.
Junto con estas afirmaciones, Sanders acepta como histórico buena parte del material contenido en los Evangelios acerca de Jesús (parábolas, proverbios, enseñanzas, etc.) a la vez que el hecho de que Jesús se aplicó
algunos de los títulos que le atribuyen los Evangelios.
A propuesta de Sanders ha tenido eco en cierto sector del mundo académico y no es de extrañar que, muy recientemente, F. J. Murphy la haya convertido en la base para discutir la historicidad de Jesús y que, a la vez, la haya aceptado sustancialmente.
En otro extremo del panorama, podríamos situar a autores como GR. Habermas (4) que ha llegado a considerar como históricamente fiables ciento diez afirmaciones acerca de Jesús de las cuales algunas resultan cuando menos muy dudosas (prescindiendo de lo que se crea, ¿cómo se puede considerar históricamente comprobable que Jesús nació de una virgen, como lo hace Habermas?)
Ante unas diferencias de resultados tan espectaculares ¿qué podemos saber de Jesús? Mi opinión es que tal problema –que es histórico– sólo puede ser abordado desde una metodología correcta por historiadores y que resulta muy dudoso (como mínimo) y prescindiendo de sus valores en otras áreas que pueda ser enfocado desde la perspectiva de la filosofía, la teología o incluso la filología. Ciertamente, por mencionar un caso, el análisis lingüístico del filólogo es útil para el historiador, pero nunca lo puede sustituir. Hacerlo sería como afirmar que, puesto que las radiografías resultan inútiles para el cirujano la intervención quirúrgica debería realizarla el radiólogo en lugar de él. (5)
Partiendo de un criterio meramente histórico, a mi juicio, se puede afirmar que las fuentes, tanto cristianas como judías y paganas, nos permiten conocer y dar como ciertos buen número de datos acerca de la vida de Jesús, en un grado de exactitud que supera en bastantes ocasiones a personajes famosos de la Antigüedad.
Estos datos son, como mínimo, los siguientes (6):
1. Jesús pertenecía a la estirpe davídica aunque seguramente, a una rama secundaria de la familia (Mateo, Lucas, Eusebio).
2. Su nacimiento no fue normal. Esto sería utilizado por sus adversarios con propósitos denigratorios, mientras que dos de los Evangelios lo presentarían a la luz de la “concepción virginal” (Mateo, Lucas, Juan, el Talmud).
3. Estuvo en Egipto (Mateo, el Talmud).
4. Se crió en Galilea (Sinópticos, Juan).
5. Tuvo hermanos y hermanas y sus parientes vivieron, de hecho, hasta el s. III (Mateo, Marcos, Juan, Flavio Josefo, Hegesipo, Eusebio, Tertuliano, etc).
6. Fue bautizado por Juan el Bautista (los cuatro Evangelios).
7. Inició su ministerio en Galilea (los cuatro Evangelios).
8. Sus hermanos no creían en él (Juan, Mateo, Marcos).
9. Predicó un Evangelio centrado en la venida del reino de Dios y en la necesidad de arrepentirse y aceptarlo a él para obtener la salvación.
Parte esencial de ese Evangelio es que las fuerzas demoníacas ya están siendo vencidas con su ministerio. En sus palabras y en sus actos, se percibe una nota de autoridad inexistente en paralelos judíos de la época. No menos sin paralelo es su llamada a los pecadores (y su disposición a recibirlos y a comer con ellos) y la aceptación de mujeres en su grupo. Su ética era radical incluyendo el rechazo total de la violencia, la pureza sexual, la negativa a pronunciar juramentos y la confianza incondicional en la Providencia. Aunque su predicación se restringió a Israel, hay muestras de que contempló la apertura futura del Reino a los no judíos (Mateo, Marcos, Lucas, etc.)
10. Realizó curaciones y otros hechos que tanto él como sus discípulos y contemporáneos interpretaron como expulsión de demonios (Evangelios, Hechos, el Talmud).
11. Realizó varias bajadas a Jerusalén (Juan).
12. Se negó a ser un mesías de corte guerrero lo que ocasionó, entre otras razones, su fracaso en Galilea y el abandono de algunos de sus discípulos. Se identificó, de hecho, con el Siervo de Isaías y el Hijo del hombre (Juan, Mateo, Marcos, Lucas) y muy especialmente, consideró que Dios era su Padre de una manera sin paralelos, hasta el punto de que equivalió para sus oyentes a “hacerse igual a Dios” (Sinópticos, Juan, Hechos, el Talmud, etc).
13. En la última etapa de su vida se centró fundamentalmente en el grupo más íntimo de los discípulos de entre los que nombró a Doce, posiblemente, como referencia al numero de las tribus de Israel. Muy posiblemente, fue también en esta etapa cuando comenzó a anunciar su muerte en armonía con su visión de sí mismo a la luz del Antiguo Testamento y de otros escritos judíos de la época (Sinópticos, Juan, etc).
14. También por esta época desarrolló un ministerio de predicación en Perea (Lucas).
15. Realizó una limpieza del Templo (Cuatro Evangelios) si bien no podemos saber con certeza el momento exacto en que ésta se produjo (los Sinópticos la sitúan en su última semana de vida y Juan al inicio de su ministerio. Resulta improbable la tesis de que el hecho se produjo dos veces).
16. Profetizó la destrucción del Templo, un hecho que sería empleado en su proceso (Juan, Sinópticos).
17. Acudió a Jerusalén con sus discípulos durante una Pascua, lo más seguro la del año 30 d. de C. En el curso de la misma celebró una cena preñada de contenido escatológico y en la que debió evidenciarse la conciencia que tenía de su muerte cercana. Previamente, había anunciado que el triunfo del Reino y su regreso debería ir precedido por su padecimiento y por un periodo de persecución padecido por sus seguidores. Con ello, se hacía eco, probablemente, de la idea judía del mesías que aparece y es retirado para luego regresar.
18. Fue traicionado por uno de sus discípulos, llamado Judas, abandonado por los restantes, prendido, sometido a una reunión, plagada de irregularidades, de uno de los tribunales del Sanedrín y entregado a Pilato.
19. Éste lo envió a Herodes Antipas para posteriormente intentar ponerlo en libertad acogiéndose a una tradición legal de liberar a un preso en la Pascua. Tras flagelarlo, quizá con la intención de contentar a sus enemigos, procedió a ordenar su crucifixión (Evangelios, Sinópticos, Juan, Hechos, Flavio Josefo, el Talmud, Tácito, etcétera).
20. En su condena influyó su pretensión de ser el mesías (de hecho, de eso le acusa el cartel colocado en la cruz por Pilato) así como, muy posiblemente, otras que lo situaban por encima de la mera humanidad. Con todo, no cabe duda de que la conjunción de intereses contrarios a él fue decisiva en el curso de su procedimiento.
21. Muerto en la cruz, fue sepultado en una tumba que, tres días después,
se encontró vacía (I Corintios, Sinópticos, Juan).
22. Los discípulos afirmaron haberlo visto resucitado de tal manera que su conducta cambió y que incluso algunos incrédulos –como su hermano Santiago o el luego apóstol Pablo– aceptaron la nueva fe tras ser objeto de alguna de sus apariciones (Sinópticos, Juan, Hechos, Josefo, Gálatas, I Corintios, etc).
23. La única respuesta de sus adversarios a estos hechos fue la de que el cadáver había sido robado (Mateo, Celso, etc.)
24. Sus discípulos siguieron existiendo como un movimiento identificable (Tácito, Hechos, Flavio Josefo, etc).
En cuanto a sus enseñanzas, no cabe duda de que el Documento Q nos presenta un estrato muy primitivo de la presentación de las mismas, pero sin duda, no completo. Las parábolas de los Evangelios tienen el mismo matiz de autenticidad que esta fuente pese a no estar incluidas en la misma. Con todo, ese tema excede del objeto de este libro y no entraremos en él. Sí resulta obligado señalar que, en términos textuales, ninguna obra de la Antigüedad tiene un mayor número de apoyatura de manuscrito ni tan primitivos (un argumento al que el historiador es muy sensible) que el Nuevo Testamento. Como señaló el profesor de Manchester F. F. Bruce:
“Para la Guerra de las Galias de César (compuesta entre el 58 y el 50 a. De C.) hay varios manuscritos, pero sólo nueve o diez son buenos, y el más antiguo es de 900 años más tarde que la época de César. De los 142 libros de la Historia romana de Livio sólo nos han llegado 35; éstos nos son conocidos a partir de no más de 20 manuscritos de poco valor, sólo uno de los cuales, y ése conteniendo fragmentos de los Libros III–IV, es del s. IV. De los 14 libros de las Historias de Tácito sólo sobreviven cuatro y medio; de los 16 libros de sus Anales, 10 sobreviven completos y dos en parte. El texto de las porciones que restan de sus grandes obras históricas depende enteramente de dos manuscritos, uno del s. IX y el otro del s. XI.” (7)
Frente a esto, el historiador cuenta con cerca de cinco mil manuscritos griegos del Nuevo Testamento y trece mil copias manuscritas de porciones del mismo. Su datación va del s. I al s. IV d. de C. (8)
Posiblemente pocos han sabido captar como el profesor David Flusser lo que podemos esperar de los evangelios como fuentes históricas.
Su afirmación resulta aún más sugestiva porque, además, no arranca de un cristiano, sino de un estudioso judío especializado en el período del Segundo Templo. Dice así:
“Los discípulos de Jesús que relataron las palabras y hechos del maestro... no podían por menos de aspirar a la máxima veracidad y exactitud, pues para ellos se trataba de la fidelidad a un imperativo religioso y no les era lícito apartarse de lo realmente sucedido; debían transmitir con la mayor exactitud las palabras del maestro... pues, de no atenerse fielmente a los hechos, hubieran puesto en peligro su salvación eterna. No les era lícito mentir.” (9)
Es ésta una opinión que podríamos suscribir en su totalidad.
Resumiendo, pues, podemos decir que a la pregunta de si podemos conocer quién fue Jesús, lo que hizo y lo que enseñó acerca de sí mismo y de otras cuestiones, el historiador debe responder, dentro de los matices y límites expresados en este mismo apéndice, con una respuesta afirmativa.

Notas:
(1) Un estudio mío del tema en C. Vidal Manzanares, “Jesús” en Diccionario de las Tres religiones, Madrid, 1993.
(2) Una crítica ácida pero veraz y realista de esto en J. Arce “Prefacio” en A. Momigliano y otros. El conflicto entre el paganismo y el cristianismo en el siglo IV, Madrid, 1989, pp13ss.
(3) E. P. Sanders, Jesus and Judaism, Filadelfia, 1985, p. 11.
(4) G. R. Habermas, Ancient Evidence for the life of Jesús, Nashville, 1984.
(5) En un sentido muy similar se han pronunciado W. Meeks, F. F. Bruce y más recientemente, M. Hengel, The Pre–Christian Paul, Londres y Filadelfia, 1991.
(6) En el margen señalamos las fuentes que atestiguan los mismos.
(7) F. F. Bruce, The New Testament Documents, Downers Groves, 1964, pgs. 179–180.
(8) Un análisis a fondo sobre el tema en B. Metzger, The Text of the New Testament, Oxford, 1992.
(9) D. Flusser, Jesús, Madrid, 1975, p.148


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