"No hay decisiones buenas y malas, solo hay decisiones y somos esclavos de ellas." (Ntros.Ant.)

viernes, 11 de septiembre de 2009

LOS CONCILIOS ECUMENICOS -II DE CONSTANTINOPLA-

LOS CONCILIO ECUMENICOS
II De Constantinopla. (553 d.c.)


Este concilio, segundo de Constantinopla, se convocó como para solucionar discrepancias y atraer a los descarriados monofisitas de los cuales se formaron muchas fracciones, sobre todo en el Medio Oriente y Norte de Africa. El gran interesado en la unión fue el emperador Justiniano. Después de interminables divisiones y discusiones se reunió el concilio y promulgó sus decretos.
Reunido por el emperador Justiniano, por ausencia del papa Vigilio. Contra los Tres Capítulos. Condenó los escritos de Teodoro de Mopsuestia y de Teodoro de Ciro contra San Cirilo y el Concilio de Efeso.
Se confirma la condenación de los errores precedentes (trinitarios y cristológicos), ratificando el sentido genérico de las definiciones conciliares. Se condenan también los errores derivados de Orígenes junto con los Tres Capítulos influidos de Nestorianismo.
A Sergio, patriarca de Constantinopla, se le atribuye esta nueva herejía, llamada (Monotelismo), una voluntad. Admitía en Cristo las dos naturalezas pero le reconocía una sola voluntad. Tenía en mente la idea de atraer a los monofisitas, al tiempo que pensaba no errar en cuanto a la verdad católica. Al tomar fuerza esta opinión y entrar en la polémica grandes personajes de la época, obligó a convocar el concilio.
En Cristo hay dos voluntades, como hay dos naturalezas, aunque sea una sola la Persona, que es la del Verbo.


Magisterio del C.E II de Constantinopla

V ecuménico (sobre los tres capítulos)
Sobre la tradición eclesiástica
Confesamos mantener y predicar la fe dada desde el principio por el grande Dios y Salvador nuestro Jesucristo a sus Santos Apóstoles y por éstos predicada en el mundo entero; también los Santos Padres y, sobre todo, aquellos que se reunieron en los cuatro santos concilios la confesaron, explicaron y transmitieron a las santas Iglesias. A estos Padres seguimos y recibimos por todo y en todo... Y todo lo que no concuerda con lo que fue definido como fe recta por los dichos cuatro concilios, lo juzgamos ajeno a la piedad, y lo condenamos y anatematizamos.

Anatematismos sobre los tres capítulos
[En parte idénticos con la Homología del Emperador, del año 551]
Can. 1. Si alguno no confiesa una sola naturaleza o sustancia del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y una sola virtud y potestad, Trinidad consustancial, una sola divinidad, adorada en tres hipóstasis o personas; ese tal sea anatema. Porque uno solo es Dios y Padre, de quien todo; y un solo Señor Jesucristo, por quien todo; y un solo Espíritu Santo, en quien todo.
Can. 2. Si alguno no confiesa que hay dos nacimientos de Dios Verbo, uno del Padre, antes de los siglos, sin tiempo e incorporalmente; otro en los últimos días, cuando Él mismo bajó de los cielos, y se encarnó de la santa gloriosa madre de Dios y siempre Virgen María, y nació de ella; ese tal sea anatema.
Can. 3. Si alguno dice que uno es el Verbo de Dios que hizo milagros y otro el Cristo que padeció, o dice que Dios Verbo está con el Cristo que nació de mujer o que está en Él como uno en otro; y no que es uno solo y el mismo Señor nuestro Jesucristo, el Verbo de Dios que se encarnó y se hizo hombre, y que de uno mismo son tanto los milagros como los sufrimientos a que voluntariamente se sometió en la carne, ese tal sea anatema.
Can. 4. Si alguno dice que la unión de Dios Verbo con el hombre se hizo según gracia o según operación, o según igualdad de honor, o según autoridad, o relación, o hábito, o fuerza, o según buena voluntad, como si Dios Verbo se hubiera complacido del hombre, por haberle parecido bien y favorablemente de Él, como Teodoro locamente dice; o según homonimia, conforme a la cual los nestorianos llamando a Dios Verbo Jesús y Cristo, y al hombre separadamente dándole nombre de Cristo y de Hijo, y hablando evidentemente de dos personas, fingen hablar de una sola persona y de un solo Cristo según la sola denominación y honor y dignidad y admiración; mas no confiesa que la unión de Dios Verbo con la carne animada de alma racional e inteligente se hizo según composición o según hipóstasis, como enseñaron los santos Padres; y por esto, una sola persona de Él, que es el Señor Jesucristo, uno de la Santa Trinidad; ese tal sea anatema. Porque, como quiera que la unión se entiende de muchas maneras, los que siguen la impiedad de Apolinar y de Eutiques, inclinados a la desaparición de los elementos que se juntan, predican una unión de confusión. Los que piensan como Teodoro y Nestorio, gustando de la división, introducen una unión habitual. Pero la Santa Iglesia de Dios, rechazando la impiedad de una y otra herejía, confiesa la unión de Dios Verbo con la carne según composición, es decir, según hipóstasis. Porque la unión según composición en el misterio de Cristo, no sólo guarda inconfusos los elementos que se juntan, sino que tampoco admite la división.
Can. 5. Si alguno toma la única hipóstasis de nuestro Señor Jesucristo en el sentido de que admite la significación de muchas hipóstasis y de este modo intenta introducir en el misterio de Cristo dos hipóstasis o dos personas, y de las dos personas por él introducidas dice una sola según la dignidad y el honor y la adoración, como lo escribieron locamente Teodoro y Nestorio, y calumnia al santo Concilio de Calcedonia, como si en ese impío sentido hubiera usado de la expresión "una sola persona"; pero no confiesa que el Verbo de Dios se unió a la carne según hipóstasis y por eso es una sola la hipóstasis de Él, o sea, una sola persona, y que así también el santo Concilio de Calcedonia había confesado una sola hipóstasis de nuestro Señor Jesucristo; ese tal sea anatema. Porque la santa Trinidad no admitió añadidura de persona o hipóstasis, ni aun con la encarnación de uno de la santa Trinidad, el Dios Verbo.
Can. 6. Si alguno llama a la santa gloriosa siempre Virgen María madre de Dios, en sentido figurado y no en sentido propio, o por relación, como si hubiera nacido un puro hombre y no se hubiera encarnado de ella el Dios Verbo, sino que se refiriera según ellos el nacimiento del hombre a Dios Verbo por habitar con el hombre nacido; y calumnia al santo Concilio de Calcedonia, como si en este impío sentido, inventado por Teodoro, hubiera llamado a la Virgen María madre de Dios; o la llama madre de un hombre o madre de Cristo, como si Cristo no fuera Dios, pero no la confiesa propiamente y según verdad madre de Dios, porque Dios Verbo nacido del Padre antes de los siglos se encarnó de ella en los últimos días, y así la confesó piadosamente madre de Dios el santo Concilio de Calcedonia, ese tal sea anatema.
Can. 7. Si alguno, al decir "en dos naturalezas", no confiesa que un solo Señor nuestro Jesucristo es conocido como en divinidad y humanidad, para indicar con ello la diferencia de las naturalezas, de las que sin confusión se hizo la inefable unión; porque ni el Verbo se transformó en la naturaleza de la carne, ni la carne pasó a la naturaleza del Verbo (pues permanece una y otro lo que es por naturaleza, aun después de hecha la unión según hipóstasis), sino que toma en el sentido de una división en partes tal expresión referente al misterio de Cristo; o bien, confesando el número de naturalezas en un solo y mismo Señor nuestro Jesucristo, Dios Verbo encarnado, no toma en teoría solamente la diferencia de las naturalezas de que se compuso, diferencia no suprimida por la unión (porque uno solo resulta de ambas, y ambas son por uno solo), sino que se vale de este número como si [Cristo] tuviese las naturalezas separadas y con personalidad propia, ese tal sea anatema.
Can. 8. Si alguno, confesando que la unión se hizo de dos naturalezas: divinidad y humanidad, o hablando de una sola naturaleza de Dios Verbo hecha carne, no lo toma en el sentido en que lo ensenaron los Santos Padres, de que de la naturaleza divina y de la humana, después de hecha la unión según la hipóstasis, resultó un solo Cristo; sino que por tales expresiones intenta introducir una sola naturaleza o sustancia de la divinidad y de la carne de Cristo, ese tal sea anatema. Porque al decir que el Verbo unigénito se unió según hipóstasis, no decimos que hubiera mutua confusión alguna entre las naturalezas, sino que entendemos más bien que, permaneciendo cada una lo que es, el Verbo se unió a la carne. Por eso hay un solo Cristo, Dios y hombre, el mismo consustancial al Padre según la divinidad, y el mismo consustancial a nosotros según la humanidad. Porque por modo igual rechaza y anatematiza la Iglesia de Dios, a los que dividen en partes o cortan que a los que confunden el misterio de la divina economía de Cristo.
Can. 9. Si alguno dice que Cristo es adorado en dos naturalezas, de donde se introducen dos adoraciones, una propia de Dios Verbo y otra propia del hombre; o si alguno, para destrucción de la carne o para confusión de la divinidad y de la humanidad, o monstruosamente afirmando una sola naturaleza o sustancia de los que se juntan, así adora a Cristo, pero no adora con una sola adoración al Dios Verbo encarnado con su propia carne, según desde el principio lo recibió la Iglesia de Dios, ese tal sea anatema.
Can. 10. Si alguno no confiesa que nuestro Señor Jesucristo, que fue crucificado en la carne, es Dios verdadero y Señor de la gloria y uno de la santa Trinidad, ese tal sea anatema.
Can. 11. Si alguno no anatematiza a Arrio, Eunomio, Macedonio, Apolinar, Nestorio, Eutiques y Origenes, juntamente con sus impíos escritos, y a todos los demás herejes, condenados por la santa Iglesia Católica y Apostólica y por los cuatro antedichos santos Concilios, y a los que han pensado o piensan como los antedichos herejes y que permanecieron hasta el fin en su impiedad, ese tal sea anatema.
Can. 12. Si alguno defiende al impío Teodoro de Mopsuesta, que dijo que uno es el Dios Verbo y otro Cristo, el cual sufrió las molestias de las pasiones del alma y de los deseos de la carne, que poco a poco se fue apartando de lo malo y así se mejoró por el progreso de sus obras, y por su conducta se hizo irreprochable, que como puro hombre fue bautizado en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y por el bautismo recibió la gracia del Espíritu Santo y fue hecho digno de la filiación divina; y que a semejanza de una imagen imperial, es adorado como efigie de Dios Verbo, y que después de la resurrección se convirtió en inmutable en sus pensamientos y absolutamente impecable; y dijo además el mismo impío Teodoro que la unión de Dios Verbo con Cristo fue como la de que habla el Apóstol entre el hombre y la mujer: Serán dos en una sola carne [Eph. 5, 31]; y aparte otras incontables blasfemias, se atrevió a decir que después de la resurrección, cuando el Señor sopló sobre sus discípulos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo [Ioh. 20, 22], no les dio el Espíritu Santo, sino que sopló sobre ellos sólo en apariencia ¡ éste mismo dijo que la confesión de Tomás al tocar l,as manos y el costado del Señor, después de la resurrección: Señor mío y Dios mío [Ioh. 20, 28], no fue dicha por Tomás acerca de Cristo, sino que admirado Tomás de lo extraño de la resurrección glorificó a Dios que había resucitado a Cristo.
Y lo que es peor, en el comentario que el mismo Teodoro compuso sobre los Hechos de los Apóstoles, comparando a Cristo con Platón, con Maniqueo, Epicuro y Marción dice que a la manera que cada uno de ellos, por haber hallado su propio dogma, hicieron que sus discípulos se llamaran platónicos, maniqueos, epicúreos y marcionitas; del mismo modo, por haber Cristo hallado su dogma, nos llamamos de Él cristianos; si alguno, pues, defiende al dicho impiísimo Teodoro y sus impíos escritos, en que derrama las innumerables blasfemias predichas, contra el grande Dios y Salvador nuestro Jesucristo, y no le anatematiza juntamente con sus impíos escritos, y a todos los que le aceptan y vindican o dicen que expuso ortodoxamente, y a los que han escrito en su favor y en favor de sus impíos escritos, o a los que piensan como él o han pensado alguna vez y han perseverado hasta el fin en tal herejía, sea anatema.
Can. 13. Si alguno defiende los impíos escritos de Teodoreto contra la verdadera fe y contra el primero y santo Concilio de Éfeso, y San Cirilo y sus doce capítulos (anatematismos, v. 113 ss), y todo lo que escribió en defensa de los impíos Teodoro y Nestorio y de otros que piensan como los antedichos Teodoro y Nestorio y que los reciben a ellos y su impiedad, y en ellos llama impíos a los maestros de la Iglesia que admiten la unión de Dios Verbo según hipóstasis, y no anatematiza dichos escritos y a los que han escrito contra la fe recta o contra San Cirilo y sus doce Capítulos, y han perseverado en esa impiedad, ese tal sea anatema.
Can. 14. Si alguno defiende la carta que se dice haber escrito Ibas al persa Mares, en que se niega que Dios Verbo, encarnado de la madre de Dios y siempre Virgen María, se hiciera hombre, y dice que de ella nació un puro hombre, al que llama Templo, de suerte que uno es el Dios Verbo, otro el hombre, y a San Cirilo que predicó la recta fe de los cristianos se le tacha de hereje, de haber escrito como el impío Apolinar, y se censura al santo Concilio primero de Éfeso, como si hubiera depuesto sin examen a Nestorio, y la misma impía carta llama a los doce capítulos de San Cirilo impíos y contrarios a la recta fe, y vindica a Teodoro y Nestorio y sus impías doctrinas y escritos; si alguno, pues, defiende dicha carta y no la anatematiza juntamente con los que la defienden y dicen que la misma o una parte de la misma es recta, y con los que han escrito y escriben en su favor y en favor de las impiedades en ella contenidas, y se atreven a vindicarla a ella o a las impiedades en ellas contenidas en nombre de los Santos Padres o del santo Concilio de Calcedonia, y en ello han perseverado hasta el fin, ese tal sea anatema.
Así, pues, habiendo de este modo confesado lo que hemos recibido de la Divina Escritura y de la enseñanza de los Santos Padres y de lo definido acerca de la sola y misma fe por los cuatro antedichos santos Concilios; pronunciada también por nosotros condenación contra los herejes y su impiedad, así como contra los que han vindicado o vindican los tres dichos capítulos, y que han permanecido o permanecen en su propio error; si alguno intentare transmitir o enseñar o escribir contra lo que por nosotros ha sido piadosamente dispuesto, si es obispo o constituído en la clerecía, ese tal, por obrar contra los obispos y la constitución de la Iglesia, será despojado del episcopado o de la clerecía; si es monje o laico, será anatematizado.

***

LOS TRES CAPITULOS
Se entiende con este nombre la controversia referente a la sentencia dada contra tres autores que fueron condenados, como simpatizantes del nestorianismo (V. NESTORIO), por un decreto imperial del emperador Justiniano I (544).
Precedentes de la cuestión. La controversia acerca de los t. c. va unida a la historia del monofisismo (v.) y a lapersona de Justiniano (527-65) en sus relaciones con la Iglesia y con el pontificado. El monofisismo había sido condenado solemnemente en el Conc. de Calcedonia (v.) del 451, pero todavía gozaba de gran influencia por todo el Oriente. Justiniano luchó en un principio contra los herejes buscando, sobre todo, la unidad del Imperio, pero pronto se dejó llevar por ' los mismos, favorecidos secretamente por su esposa, la emperatriz Teodora. Por otro lado, le atraía el deseo de intervenir en los asuntos de la Iglesia, llegando a teorizar en las intrincadas cuestiones dogmáticas que por entonces se discutían. Representante auténtico del cesaropapismo (v.), se creía autorizado y hasta obligado a determinar hasta en sus mínimos detalles tanto el dogma como la disciplina eclesiástica' haciendo que todo ello le sirviera, a la vez, para sus fines políticos. Con todo, lejos de ayudar a la unidad, sus intervenciones sirvieron para sembrar más disensiones dentro del Imperio y para ir abriendo cada vez más la línea divisoria que separaría más tarde a Oriente de Occidente (V. CISMA II). Una prueba de ello fue la cuestión de los tres capítulos.
Al subir al trono Justiniano estaba en boga la disputa sobre las ideas llamadas origenistas (la preexistencia y transmigración de las almas, la apocatástasis, v., etc.) discutiéndose tanto la herejía de esas doctrinas como su atribución a Orígenes (Y.). Dos de sus más acérrimos secuaces, Domiciano y Teodoro Askida, fueron nombrados, en 537, obispos respectivamente de Ancira y de Cesarea de Capadocia, logrando el último conquistarse el ánimo del Emperador. A pesar de ello, por los peligros que suponía y a ruegos del legado pontificio Pelagio, Justiniano se decidió a condenar el origenismo con un edicto del año 542. Temiendo nuevas intervenciones imperiales contra el origenismo y con el fin de distraer de tales propósitos al Emperador, el obispo Askida reclama su atención hacia un punto que estaba todavía candente en el Imperio, el del peligro monofisita. Le manifestó que sus seguidores estarían dispuestos a unirse a la Iglesia, si se condenaran como nestorianos a algunos jefes de la escuela antioquena (V. ANTIOQUíA DE SIRIA IV) que tan denodadamente habían luchado en otro tiempo contra ellos. Concretamente, le proponían que condenara: 10) la persona y los escritos de Teodoro de Mopsuestia (v.); 20) los escritos de Teodoreto de Ciro (v.) contra S. C¡rilo (v.) y el Conc. de Éfeso (v.); 30) la carta del obispo Ibas de Edesa, dirigida al obispo Mario de Ardashir (Selcucia), en defensa de Teodoro y contra los Anatematismos del mismo S. Cirilo.
Estos autores hacía ya bastante tiempo que habían muerto, si bien sus escritos merecían ser condenados. De hecho lo habían sido ya de alguna manera, dado que tanto Teodoreto como Ibas se habían retractado de ellos en el Conc. de Calcedonia (no así Teodoro de Mopsuestia, ya que había muerto antes). A Justiniano le agradó la idea, y en el año 544 (543?) promulgó un edicto, del que conservamos solamente unos fragmentos, donde formuló unos cuantos anatemas contra los t.c. (tria kefalaia), o sea, contra las sentencias y autores indicados. Dada la tendencia nestoriana de estos escritos, a nadie le podía parecer injustificada, en principio, esta sentencia. Pero en contra de ello obraba el que ya habían sido juzgados anteriormente, nada menos que por una asamblea ecuménica de la Iglesia. Por ello muchos católicos veían en la condenación una palpable violación del Conc. de Calcedonia, al que veladamente se le acusaba de haber pactado en parte con los heretizantes. Y ello, a pesar de que el mismo Justiniano, queriendo evitar que se tomara en tal sentido, había mandado que se pusiera como nota final del documento: «si alguno dijera que hemos dicho esto para abolir o excluir a los Santos Padres que se reunieron en el Concilio de Calcedonia, sea anatema».
Desarrollo final: el caso de Constantinopla del a. 553. Los obispos orientales firmaron el edicto casi con unanimidad. Y lo mismo se pretendía que hiciera el papa Vigilio (537-55), pero éste se dio pronto cuenta de que, no obstante la protesta final, el decreto sobre los t.c. ib de algún modo contra el Conc. de Calcedonia, presentándose, en definitiva, como un triunfo de los monofisitas. Por otra parte, por cierto, erróneamente, en Occidente se creía que la carta de Ibas había sido formalmente aprobada por aquella magna asamblea. De momento el Papa quiso dar largas al asunto, pero como Roma dependía políticamente de Constantinopla, no pasó mucho tiempo sin que le llegara la orden de dirigirse a la capital del Imperio. Como se resistiera, fue arrebatado brutalmente de la basílica de S. Cecilia in Trastevere y embarcado para Sicilia (22 nov. 545). Llegado a Constantinopla (25 en. 547), se mantuvo firme en repudiar el edicto, pero, a fuerza de amenazas, hubo de ceder al fin, condenando con un Iudicatum los t.c., con la cláusula, sin embargo, de que siempre quedara a salvo la autoridad del Conc. de Calcedonia. Este acto llevó consigo el escándalo y la reprobación de los obispos occidentales, de los que algunos, como Reparato de Cartago, llegaron a lanzar contra él la excomunión.
De acuerdo con Justiniano, el Papa tomó el acuerdo de no hablar más del asunto, en tanto no se reuniera un nuevo concilio ecuménico (550). Pero el Emperador seguía en su propósito y al año siguiente publicó otro documento, Omologia fidei, sirviéndose en parte de expresiones de Leoncio de Bizancio (v.). Ante el nuevo abuso, el Papa protestó formalmente, por lo que hubo de refugiarse, primero en una iglesia de Constantinopla, de donde fue arrancado entre befas y escarnios, y luego de la basílica de S. Eufemia de Calcedonia (25 dic. 551). Como al fin se le sometieron tanto el obispo Askida como el patriarca Menna, a quienes anteriormente había condenado y depuesto, pudo volver a Constantinopla, donde se estaba ya preparando la celebración del nuevo concilio (553). Al concilio asistieron 160 padres, todos ellos orientales, que condenaron los tres capítulos. El Papa, que no asistió a las sesiones, se negó a hacer lo mismo. Los obispos se separaron de él, aunque protestando que seguían unidos a la sede de Roma. El Papa, abandonado de todos y amenazado por la corte, hubo de ceder al fin y en un segundo Constitutum sancionó la condenación pronunciada por el Conc. constantinopolitano, que desde entonces fue admitido como el V de los ecuménicos (23 feb. 554).
Los efectos de la controversia fueron fatales: por una parte, no se logró la suspirada unión de los monofisitas; por otra se dio lugar a un cisma en Occidente, provocado por varios obispos que se negaron a aceptar la solución del Papa, y que se extendería a lo largo de 150 años; y se aumentaron, en fin, los recelos y diferencias entre Oriente y Occidente. Resultado positivo es, en cambio, el acabar de completar la doctrina cristológica mediante la definición dogmática dada por el Concilio.

TEODORO DE MOPSUETIA
Uno de los teólogos más representativos de la escuela de Antioquía (V. ANTIOQUÍA DE SIRIA IV).
Vida. N. en Antioquía ca. 350. Coincide con Máximo de Seleucia y S. Juan Crisóstomo en la escuela del retórico Libanio y más tarde frecuenta la del filósofo Andragatio. Como la mayor parte de los grandes hombres del s. IV siente verdadera inclinación hacia el ascetismo y vida contemplativa, hasta que, por fin, junto con el Crisóstomo abraza la vida monástica en un lugar próximo a la ciudad. En una crisis en la que los estudios teológicos y la vida ascética llegaron a hastiarle, tomó bruscamente la decisión de volver al primitivo estado y dedicarse a los tan añorados estudios jurídicos. Pero T. vuelve de nuevo al monasterio quizá por secundar la voz de su conciencia, quizá por secundar los consejos de sus verdaderos amigos. El historiador Sozomeno ha visto en el retorno de T. a la vida monástica una prueba fehaciente del talento persuasivo de Juan Crisóstomo (Hist. Eccl.: PG 67,1516-1517). El a. 383, T. es ordenado presbítero y predica en Antioquía. Sobresale como polemista infatigable que lucha contra los adversarios de la fe cualesquiera que éstos fueren: origenistas, arrianos, apolinaristas, etc. Por aquel entonces se agrupan junto a él, en el monasterio de Euprepios, Rufino de Aquileya, Juan, que más tarde será obispo de Antioquía, Teodoreto (v.), futuro obispo de Ciro, y Barsumas, futuro metropolita de Nísibe. Entre los mencionados discípulos, un nombre llama poderosamente la atención, es el de Nestorio. No se puede determinar con certeza el modo cómo T. ejerce su influencia en Nestorio (v.), pero lo cierto es que la cristología de éste dista mucho de ser original. En el a. 386, T. va a Tarso, en donde vive con Diodoro, y escribe hasta el 392, año en que es consagrado obispo de Mopsuestia (Cilicia). T. estuvo presente en el Conc. de Constantinopla (a. 392), que zanjó la controversia entre Agapio y Badagio por la sede de Bostra. La ocasión de este sínodo fue la causa de que tanto el clero como el pueblo de Constantinopla escuchase y admirase el saber y la elocuencia de Teodoro. De su predicación en la Corte, cediendo a los ruegos del emperador Teodosio, nos informa Facundo (cfr. Pro defensione... 2,2: PL 67,563). En el a. 418, T. ofrece asilo a Julián de Eclana y a otros obispos pelagianos quehabían sido expulsados por el papa Zósimo. Es probable que al dirigirse Nestorio a la sede constantinopolitana visitara a T., que murió a finales del a. 428, antes, pues, de que estallase la controversia nestoriana, en la que su nombre y su doctrina se verían implicados.
Escritos. No es de extrañar que la totalidad de los escritos que se conservan de T., considerado por los nestorianos como el «beatus interpres», las tengamos únicamente en versión siriaca. Tanto el nestoriano Ebedjesu (Assemani, Bibl. Or. III,30 ss.) como la Crónica Seertense (Patrologia Orientalis, 5,289-291) nos ofrecen el catálogo de las obras de Teodoro. La Biblioteca de Focio (cod. 38: PG 103,69) sólo da noticia de algunos escritos.
Entre las obras exegéticas enumeramos: 1) Comentario al Génesis (PG 33,633-646); 2) Comentario a los Salmos (R. Devreesse, Le commentaire de Théodore de Mopsueste sur les psaumes (1-80), en Studi e Testi 93, Roma 1939); 3) Comentario a los Doce Profetas Menores (PG 66,124-632); 4) Comentario a Samuel, Job, Eclesiastés, Isaías, Ezequiel, jeremías y Daniel (PG 66, 697 ss.); 5) Comentario al Evangelio de Mateo (PG 66, 703-714); 6) Comentario al Evangelio de Lucas (PG 66, 716); 7) Comentario al Evangelio de Juan (J. M. Vosté, Theodori Mapsuesteni Comentarius in evangelium Johannis Apostoli, en Corpus scriptorum christianorum orientalium 115 (texto), 116 (versión), Lovaina 1940); 8) Comentario a los Hechos de los Apóstoles (cfr. E. v. Dobschütz, en «The American Journal of Theology» 2 (1898) 353-87; 9) Comentario a las diez epístolas menores de Pablo (H. B. Swete, Teodori episcopi Mopsuesteni in epistolas B. Pauli commentarii, 2 vol., Cambridge 1880-82); 10) Comentario a Romanos, I y II, a Corintios y Hebreos (K. Staab, Pauluskommentare aus der griechischen Kirche, Miinster 1933).
De entre los escritos teológicos y ascéticos subrayamos: 1) Homilías Catequéticas (R. Tonneau, Les Homélies Catéchétiques -de Théodore de Mopsueste, en «Studi e Testi» 145, Roma 1949); 2) De sacerdotio, Ad monachos y De perfectione (A. Mingana, Early Christian Mystics, en «Woodro-o-ke Studies» 7, Cambridge 1934); 3) Disputatio cum Macedonianis (F. Nau, Théodore de Mopsueste, Controverse avec les Macédoniens, en «Patrologia Orientalis» 9,637-667); 4) De Incarnatione (E. Sachan, Theodori Mopsuesteni fragmenta Syriaca, Leipzig 1869, 28-57); 5) De Basilio contra Eunomium (L. Abramowski, Ein unbekanntes Zitat aus `Contra Eunomium' des Theodor van Mopsuestia, «Le Muséon» 71 (1958) 97-104); 6) El Contra asserentes peccatum in natura insitum esse (E. Schwartz, en «Acta Conciliorum Oecumenicorum» 1,5,173-176); 7) Contra Apollinarem (E. Sachan, Theodori Mapsuesteni fragmenta Syriaca, Leipzig 1869, 60); y 8) El Adversus Allegoricos, el Adversus magiam y el Liber margaritarum.
Doctrina. Conviene distinguir, a la hora de resumir su doctrina, diversos campos, ya que no goza en todos ellos de la misma autoridad.
1) Exégesis. T. distingue dos grados de inspiración: uno es el de los libros sapienciales y otro es el que atribuye a los libros propiamente históricos. En cuanto al Canon de la Escritura, según Leoncio, T. no admitía como libros canónicos: el de Job, Cantar de los Cantares, los títulos de los salmos, los dos libros de Paralipómenos y Esdras, la carta de Santiago y las epístolas católicas de otros apóstoles. Por lo que a los sentidos de la Escritura respecto, T. critica duramente el alegorismo de la escuela de Alejandría; juzga como deber primero del exegeta el constatar el sentido literal del texto sirviendo a este fin, como ninguna otra cosa, el conocimiento de las distintas circunstancias de la composición del texto. T. admite el sentido típico de la S. E., máxime para textos del A. T. en los que el hecho histórico descrito por el hagiógrafo no justifica el alcance de tales expresiones.
2) Cristología. Enseña, contra la doctrina de Apolinar de Laodicea, la perfecta humanidad de Cristo, no desprovista de alma racional. Punto positivo, que se ve contrapesado por su tendencia a una posición en la que la unión de las dos naturalezas no es bien recogida. Se puede afirmar que la cristología de T. desarrolla las tesis principales de Diodoro de Tarso. Enseña que las dos naturalezas de Cristo están .«inmezcladas», ya que la mezcla solamente se realiza entre naturalezas iguales, idea ésta, en sí acertada, pero que a él le lleva a afirmar una cierta separación. La humanidad de Cristo -dicefue como la nuestra: no pecó, pero luchó contra las pasiones y la concupiscencia. Un «prosopon» es el que corresponde a la naturaleza humana y otra «prosopon» distinto es el que corresponde a la naturaleza divina. Admite dos sujetos de atribución en Cristo: el Verbo nacido del Padre desde la eternidad y Jesús nacido de la Virgen María en el tiempo. La perícopa bíblica «Verbum cara factum est», afirma, no se puede entender de una conversión propiamente dicha, sino de algo que aparentemente se realizó. Trata, no obstante, de salvar la divinidad de Cristo (contra Arrio) y dice que la unión entre el Verbum assumens y el hominem assuptum es estrechísima, y la califica de unión eat`eudo-kian, es decir, unión según la voluntad. De esta unión resulta un «prosopon» o lo que es lo mismo: un querer, una virtud, una dignidad, una adoración. Ese «prosopon» de unión, resultante de la conjunción de las naturalezas humana y divina, no presupone, en el pensar de T., la unidad de persona física, es decir, la persona del Verbo, que sea sujeto único a quien se le atribuya cualquier acción ejercida bien por la naturaleza humana, bien por la naturaleza divina. Por consiguiente, dada la concepción deficiente que tiene T. sobre naturaleza e hipóstasis, hay que admitir que personaliza cada uno de esos «prosopon» propios de cada una de las naturalezas. De ahí que, lógicamente, no admita la comunicación de idiomas, es decir, que lo que se afirma o predica de la naturaleza humana no se puede afirmar de Dios, y al contrario. Únicamente, Hijo significa a un mismo tiempo Verbo y hombre y es precisamente acerca del Hijo de quien puede afirmarse lo humana y lo divino. Por tanto, María es por naturaleza anthropotokos y únicamente es theotokos en sentido impropio, es decir, dado que en el hombre por ella engendrado habitaba Dios como en un templo (v. CRISTOLOGÍA, 3; ENCARNACIÓN DEL VERBO II, 6).
3) Pecado original. No es justo ver en T., como hace Mario Mercator, el verdadero fundador del pelagianismo (cfr. Comm. adv. haeresim Pelagii praef.). No obstante, T. enseñó doctrinas que se acercan a las pelagianas en algún punto. Así en lo que respecto al pecado original (v. PECADO III, B) ve en dicho pecado la causa de la muerte y de la inclinación hacia el mal, pero sin embargo, no es claro en lo que se refiere a la transmisión del pecado de origen por vía de generación.
4) En cambio, las catequesis de T. constituyen un documento de preciadísimo valor en cuanto a los temas sacramentarios y la teología ascética.
Conclusión. T., aunque murió en paz con la Iglesia y no fuera acusado de error por ninguno de sus coetáneos, sostenía algunas posiciones que no eran compatibles con la verdadera fe de la Iglesia. Su doctrina cristológica fue condenada en el Conc. de Constantinopla del a. 553

TEODORO DE CIRO (Teodoreto de Ciro)
El último teólogo antioqueno de categoría fue Teodoreto de Ciro. Nació en Antioquía hacia el 393 y se educó en los monasterios de aquella ciudad. El 433 fue elegido obispo de Ciro, pequeña aldea cerca de Antioquía. Gobernó su diócesis durante treinta y cinco años con gran sabiduría y celo. Era muy activo promoviendo el bienestar espiritual y temporal de su grey; combatió infatigablemente a los paganos, judíos y herejes; pero al mismo tiempo hermoseó generosamente a la ciudad, construyó un acueducto y un canal para proveerla de agua, que había faltado hasta entonces; restauró los baños y erigió galerías públicas y puentes. Aunque no se puede probar que Teodoro de Mopsuestia fuera su maestro y que Afestono y Juan de Antioquía fueran condiscípulos suyos, se vio muy pronto envuelto en la controversia entre Cirilo de Alejandría y Nestorio, tomando el partido de este último. Profundamente penetrado de las ideas teológicas de la escuela antioquena, estaba convencido de que tras la doctrina de Cirilo se escondía la herejía de Apolinar. A principios del 431 expresó este temor suyo en una obra polémica que ya no existe, Refutación de los doce anatematismos de Cirilo de Alejandría. En Efeso se puso del lado de Juan de Antioquía y siguió manteniendo sus puntos de vista aun después que fue condenado Nestorio. Es más, publicó entonces una obra extensa en cinco libros, atacando a Cirilo y las decisiones del concilio. Se negó a dar su adhesión a los términos de la reconciliación entre Cirilo y los obispos orientales, aun cuando la declaración de fe, el llamado Símbolo de Unión, que aceptó Cirilo, fuera compuesto por el mismo Teodoreto (cf. supra, p.123). Se adhirió por fin a la "Unión," pero sólo después que dejaron de exigirle que reconociera explícitamente la condenación de Nestorio.
Pero bien pronto se vio envuelto en otra controversia en tomo a la herejía de Eutiques, que era un error directamente contrario al nestorianismo y su extremo opuesto. Mientras éste negaba que la naturaleza divina se había unido verdaderamente a la naturaleza humana en Cristo en una sola persona, Eutiques negaba que en Cristo las dos naturalezas se mantuvieran distintas. En el "latrocinio" de Efeso (449), Teodoreto fue depuesto por Dióscuro, sucesor de Cirilo de Alejandría, y fue obligado a salir al destierro. Apeló al papa León I, quien declaró nula la decisión del Latrocinium. Gracias al nuevo emperador, Marciano, pudo volver a Tiro al año siguiente. Su presencia en el concilio de Calcedonia (431) fue recibida al principio con gran oposición. Una sesión especial se ocupó de su caso, y se insistió en que pronunciara anatema contra Nestorio. Después de mucha resistencia, al fin accedió a esta petición y exclamó: "Anatema a Nestorio y a todos los que no confiesan que la Santísima Virgen María es la Madre de Dios y dividen en dos al único Hijo, al Unigénito." Inmediatamente fue rehabilitado en su dignidad episcopal y reconocido por todos los Padres como "maestro ortodoxo" (Mansi, 7,189). Gobernó la Iglesia de Tiro durante siete años más y murió hacia el 466. No hay razón para dudar de que no fuera sincera su declaración en Calcedonia, y no se le puede acusar de haber abandonado sus propias convicciones por presión, lo cual no casaría con lo que sabemos de su carácter y de su integridad personal. Probablemente los años que median entre su incorporación a la Unión en 434 y el concilio del 451 le permitieron armonizar los elementos correctos de las dos cristologías diferentes, la de Antioquía y la de Alejandría, como lo hizo la autorizada decisión de Calcedonia. El quinto concilio ecuménico de Constantinopla, en 533, en el último de los "Tres Capítulos," condenó sus escritos contra Cirilo y el concilio de Efeso junto con algunos sermones y cartas.
Sus Escritos
Teodoreto es uno de los más fecundos escritores de la Iglesia oriental, y su herencia literaria presenta mayor variedad que la de los demás teólogos de Antioquía. Compuso obras en casi todos los terrenos de la ciencia sagrada. El año 450, él mismo calculaba en treinta y cinco el número de sus obras (Ep. 145; cf. Ep. 116). Sólo un número relativamente corto ha llegado hasta nosotros, pero lo suficiente para dar testimonio de su saber. Versado en la literatura clásica, parece haber leído a Hornero y Platón, a Isócrates y Demóstenes, a Herodoto y Tucídides, a Hesíodo, Aristóteles, Apolodoro y Plotino, a Plutarco y Porfirio. Conocía varias lenguas, además de la propia, que es el siríaco. Su griego, lengua en que escribió, es perfecto, ν su estilo, claro y simple, hasta el punto que Focio (Bibl. cod. 203) alaba la pureza ática de sus escritos.

MONOTELISMO
A principios del siglo VII, a fin de conciliar a los herejes monofisitas y a los católicos ortodoxos, Sergio, patriarca de Constantinopla (610-638), propuso la doctrina que afirma haber una sola voluntad y operación en Cristo. Los monofisitas de Egipto, con su jefe Ciro, patriarca de Alejandría, junto con los monofisitas de Armenia, aceptaron, los unos en 633 y los otros en 634, la doctrina de Sergio. Inmediatamente, San Sofronio, obispo de Jerusalén, denunció la herejía con la Carta sinodal de entronización del año 634, dirigida al Papa Honorio; pero Sergio consiguió ganarse al Papa para su causa y, envalentonado con este apoyo, hizo que se publicara por el emperador Heraclio la Ectesis, una profesión de fe de tendencia monotelista (638). Contra la Ectesis se levantaron protestas en Occidente y en Oriente, de modo que Constante II (641-668), sucesor de Heraclio, fue obligado en el año 648 a retirar la Extesis y sustituirla con un nuevo Decreto, el Tipo, con el que se imponía y se obligaba al silencio en torno a la cuestión de la única o doble voluntad de Cristo. El año 649 el Papa Martín I reunió un concilio en el Laterano, condenó tanto la Ectesis como el Tipo e impuso la doctrina de las dos voluntades y de la doble operación en Cristo; el emperador, entonces, hizo arrestar al Papa y lo envió desterrado al Quersoneso, donde murió el año 655. Pero la lucha contra el monotelismo no acabó aquí, llegando poco después San Máximo Confesor (580) a convertirse en el verdadero campeón. Con Constantino IV Pogonato (668-686) hubo una distensión. El emperador, de acuerdo con el Papa Agatón (678-681), en el que se liquidó definitivamente la cuestión del monotelismo: "Convenía, dice el concilio, que la voluntad de la carne fuese impulsada por la voluntad divina y le estuviese sometida. Como, de hecho, la carne es verdaderamente la carne del Verbo divino, así la voluntad natural de la carne es también la voluntad propia del Verbo divino".
(s. VII) - se conoce bajo este nombre al conjunto de doctrinas desarrolladas en el s. VII por el patriarca de Constantinopla, Sergio (+638) Este, con la finalidad de combatir la herejía Monofisista, propuso que en Cristo había una sola voluntad y dos naturalezas. Sus doctrinas fueron apoyadas por el emperador Heraclio (610-641) y recepcionada por la Iglesia Armenia y por los monofisistas de Egipto. Luego de los éxitos obtenidos en una primera etapa, y gracias al accionar de un gran apologista como lo fue San Máximo, el confesor ((+680) la herejía monotelista fue condenada en el III Concilio de Constantinopla (680-681) desarrollado durante los pontificados de San Agatón (678-681) y de San León II (681-683). Allí los padres conciliares reafirmaron la doctrina de las dos voluntades y de la doble operación en Cristo, “sin división, sin conmutación, sin separación y sin confusión, según la enseñanza de los Santos Padres”.

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