"No hay decisiones buenas y malas, solo hay decisiones y somos esclavos de ellas." (Ntros.Ant.)

martes, 4 de agosto de 2009

MITOLOGIA: - APOLO, CEFIRO Y JACINTO -

MITOLOGIA
Apolo, Céfiro y Jacinto

Jacinto: historia de una flor

Otra vez el bosque, y esta vez Jacinto.Casi un niño: ágil, bello y dulce. Pero inocente causa de sufrimientos divinos.
Por él suspiraban Apolo y Céfiro, el Viento del Oeste. Ambos lo observaban apartando el follaje. Ambos (el Sol y el Aire) susurraban en sus oídos tiernos juramentos de inmortal fidelidad amistosa. Y a los dos el joven les volvía las espaldas, sólo preocupado por gozar de los placeres del capo y el bosque.
Un día, el Viento se apartó del bosque momentáneamente. Y el dios de la luz abrió su corazón a Jacinto. Hablose del sufrido afecto que alimentaba hacía tiempo. De los inútiles esfuerzos para encontrar olvido. De la felicidad que experimentaría si el mortal le concediese apenas un poco de compañía.
El hermoso Jacinto se enterneció, tan triste pareciole el luminoso rostro de Apolo. Bajo sus párpados se podía adivinar una lágrima que no llegó a caer. Con una sonrisa, dulcemente, el joven le extendió la mano. Y juntos pasearon los dos por las orillas.
Juntos corrían detrás de las corzas veloces, que cazaban infaliblemente con sus flechas. Juntos tocaban la lira y cantaban para un público de avecillas. Bailaban sobre los densos tapices de frondas. Y se ejercitaban en el lanzamiento del disco. Estaban tan contentos que no percibieron el regreso del Viento del Oeste.
Céfiro los vio juntos. Se retorció de furiosos celos. Y decidió vengarse. Esperó a que tocara a Apolo lanzar el disco. Y Cuando este lo lanzó, sopló con toda su fuerza, desviando el pesado objeto de su rumbo, de modo que aquél fuera a dar en la cabeza de Jacinto. Habría preferido matarlo a perderlo.
Un hilo de sangre corrió hasta el suelo. Las risas callaron. En vano Apolo dios de la medicina, trató de reanimar a su bello amigo. Todos sus divinos conocimientos fallaron, y se desplomaron como el cuerpo del amigo súbitamente muerto.
Queriendo retener el recuerdo del joven, tomó en sus manos la sangre que manchaba el césped y lo transformó en una flor, el jacinto, que a partir de entonces renacería exactamente en cada despuntar de la primavera, cuando recibe la caricia del Sol, y se marchitaría infaliblemente a la llegada de los vientos, al principio del invierno.

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